03-24-2020, 03:11 AM
Montevideo ha sobrevivido a varias epidemias mortales
Entre el siglo XIX y el XX pasaron la fiebre amarilla, cólera y gripe española.
PABLO MELGAR
Lunes, 23 Marzo 2020 04:00
Cuadro "Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires" de Juan Manuel Blanes. Foto: Archivo El País
El Covid-19 no es el primer virus que provoca una epidemia en Uruguay. A lo largo de la historia se han producido de brotes que han llevado a la muerte a miles de personas y causaron graves problemas económicos. Aun así, el país salió adelante.
Teodoro Vilardebó vivía en Cerrito y Piedras. Se graduó como médico en París y volvió al Uruguay del siglo XIX a ejercer la profesión. La epidemia de fiebre amarilla del año 1855 lo atrapó trabajando.
Más de la mitad de la ciudad huyó hacia las quintas, a la campaña o a Buenos Aires. Vilardebó se quedó y murió peleando con una enfermedad que nunca terminó de conocer ni curar. Tenía 52 años de edad.
Aquel brote costó la vida de 888 personas; entre ellos estaba el propio Vilardebó, cuyos restos terminaron en una fosa común, con un médico de origen polaco y dos sacerdotes: uno era el vicario apostólico José Benito Lamas, otro Federico Ferretti, un jesuita. Todos se contagiaron durante las visitas a los enfermos.
En los últimos días de febrero de aquel año ingresaron a Montevideo varios barcos que tenían enfermos de fiebre amarilla a bordo. Se trataba del bergantín danés Le Courrier, el paquebote inglés Prince y dos barcos de guerra, uno sardo y otro inglés, el UASP.
La trágica situación llevó a que surgiera la “Sociedad Filantrópica”, un grupo de hombres que pretendía colaborar con los menos favorecidos. Uno de sus miembros era Leandro Gómez, figura que se destacó trasladando a las familias más pobres a sitios menos riesgosos.
El médico e historiador Antonio Turnes recordó hace poco en radio Sarandí que no se tomaron medidas de cuarentena ni se aisló la carga. Las posibilidades de tomar medidas eran muy reducidas ya que existía un intenso contrabando durante las horas nocturnas.
Dos años después se produjo un nuevo brote de fiebre amarilla que tuvo mayores consecuencias para la población de Montevideo, que por entonces era de 20.000 personas. Unos 2.500 residentes murieron. Durante toda esa etapa el Hospital de la Caridad -actual Hospital Maciel-, se ocupó de la asistencia médica. Sus servicios, a cargo de un grupo de monjas y médicos, se vieron saturados.
En tiempos del cólera
El médico argentino Ángel Brian, ex jefe político de Montevideo, describió años después que el cólera vino a Montevideo por un excombatiente de El Quebracho que se estableció en el barrio La Unión.
Las medidas de salubridad pública fueron drásticas: desalojo de conventillos, prohibición de exequias a los difuntos, prohibición de lavado de ropa en Pocitos, cuarentena rigurosa en la Isla de Flores de los recién llegados al país y aislamiento de los enfermos. El brote terminó con la vida de 535 vecinos y enfermó a unos 1.317, según datos de Brian. En 1872 volvió la fiebre amarilla. Esta vez se llevó unas 500 personas: la ciudad ya contaba con otra infraestructura asistencial, pero también fue desbordada.
El drama mayor ocurrió en Buenos Aires al año siguiente. Volvieron los soldados de la Guerra del Paraguay y trajeron los mosquitos. Murieron casi 14.000 personas, en su mayor parte extranjeros, inmigrantes italianos y españoles.
Gripe española
Entre 1918 y 1919 se produjeron dos brotes infecciosos de gripe en todo el territorio. Las primeras señales las dieron los diarios de la época viendo lo que sucedía en los países vecinos. Sin embargo, el gobierno, encabezado por Feliciano Viera, restó importancia a las noticias. Cuando llegó la enfermedad alcanzó a miles de personas.
Las crónicas de época apuntan que el vapor inglés Demerara llegó en setiembre de 1918 a Montevideo con seis muertos y 22 infectados. Antes había recalado en los puerto de Recife y Río de Janeiro, Brasil.
Los diarios consignaban que en España el rey Alfonso se había contagiado de grippe, tal como se la llamaba entonces. Empresas de la época dejaron registrado un ausentismo laboral cercano a la mitad de la plantilla. Pueblos enteros se vieron seriamente afectados. Se estima que murieron más de 6.000 personas en una población de 1,4 millones de habitantes. Las familias pobres fueron las más golpeadas.
Todo el sistema asistencial colapsó y las empresas fúnebres no lograron seguir el ritmo de decesos, generándose un nauseabundo olor en las principales ciudades del país. Esa epidemia obligó a replantear el sistema de salud y generó las políticas públicas más modernas.
Una trágica escena que el arte de Blanes inmortalizó
La escena fue real. Ocurrió el 17 de marzo de 1871 en la pieza de un conventillo de la calle Balcarce, en Buenos Aires. Pero bien pudo haber sucedido en Montevideo. La mujer que yace en el piso es una joven inmigrante italiana. El abogado Roque Pérez se quita el sombrero en señal de respeto y el médico Manuel Argerich examina el cuerpo. Poco después ambos murieron por contagio. Juan Manuel Blanes, el pintor de la patria, inmortalizó esta desgarradora escena en este cuadro que tituló Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires. Esta pieza se puede ver hoy en el Museo de Artes Visuales de Montevideo.
Semmelweis, el primer médico que alertó sobre el lavado de manos
Desde hace unos días Google homenajea en su doodle al médico húngaro Ignaz Semmelweis. Y es el más acertado de los homenajes para estos tiempos puesto que fue el hombre de ciencias que descubrió el valor de lavarse las manos.
A Semmelweis se lo conocía en sus tiempos como el “salvador de las madres” porque había descubierto la causa de la llamada “fiebre puerperal” o fiebre del parto que se originaba en la ausencia de desinfección de las manos por parte de los médicos y parteras en las clínicas obstétricas.
Esta fiebre era la causante de la muerte de entre el 10 y el 35 por ciento de las parturientas en esa época. Semmelweis encontró que la solución del problema comenzaba por él mismo y le propuso a sus colegas lavarse las manos con una solución a base de hipoclorito cálcico.
Sin embargo la mayoría de sus pares prácticamente se rió en su cara. El médico murió a los 47 años sin lograr que su prédica, que había hecho extensiva a los cirujanos, fuera debidamente escuchada. Después de su muerte el notable científico Louis Pasteur confirmó la teoría de Semmelweis al asegurar que los gérmenes eran los causantes de esa alta cantidad de decesos.
Entre el siglo XIX y el XX pasaron la fiebre amarilla, cólera y gripe española.
PABLO MELGAR
Lunes, 23 Marzo 2020 04:00
Cuadro "Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires" de Juan Manuel Blanes. Foto: Archivo El País
El Covid-19 no es el primer virus que provoca una epidemia en Uruguay. A lo largo de la historia se han producido de brotes que han llevado a la muerte a miles de personas y causaron graves problemas económicos. Aun así, el país salió adelante.
Teodoro Vilardebó vivía en Cerrito y Piedras. Se graduó como médico en París y volvió al Uruguay del siglo XIX a ejercer la profesión. La epidemia de fiebre amarilla del año 1855 lo atrapó trabajando.
Más de la mitad de la ciudad huyó hacia las quintas, a la campaña o a Buenos Aires. Vilardebó se quedó y murió peleando con una enfermedad que nunca terminó de conocer ni curar. Tenía 52 años de edad.
Aquel brote costó la vida de 888 personas; entre ellos estaba el propio Vilardebó, cuyos restos terminaron en una fosa común, con un médico de origen polaco y dos sacerdotes: uno era el vicario apostólico José Benito Lamas, otro Federico Ferretti, un jesuita. Todos se contagiaron durante las visitas a los enfermos.
En los últimos días de febrero de aquel año ingresaron a Montevideo varios barcos que tenían enfermos de fiebre amarilla a bordo. Se trataba del bergantín danés Le Courrier, el paquebote inglés Prince y dos barcos de guerra, uno sardo y otro inglés, el UASP.
La trágica situación llevó a que surgiera la “Sociedad Filantrópica”, un grupo de hombres que pretendía colaborar con los menos favorecidos. Uno de sus miembros era Leandro Gómez, figura que se destacó trasladando a las familias más pobres a sitios menos riesgosos.
El médico e historiador Antonio Turnes recordó hace poco en radio Sarandí que no se tomaron medidas de cuarentena ni se aisló la carga. Las posibilidades de tomar medidas eran muy reducidas ya que existía un intenso contrabando durante las horas nocturnas.
Dos años después se produjo un nuevo brote de fiebre amarilla que tuvo mayores consecuencias para la población de Montevideo, que por entonces era de 20.000 personas. Unos 2.500 residentes murieron. Durante toda esa etapa el Hospital de la Caridad -actual Hospital Maciel-, se ocupó de la asistencia médica. Sus servicios, a cargo de un grupo de monjas y médicos, se vieron saturados.
En tiempos del cólera
El médico argentino Ángel Brian, ex jefe político de Montevideo, describió años después que el cólera vino a Montevideo por un excombatiente de El Quebracho que se estableció en el barrio La Unión.
Las medidas de salubridad pública fueron drásticas: desalojo de conventillos, prohibición de exequias a los difuntos, prohibición de lavado de ropa en Pocitos, cuarentena rigurosa en la Isla de Flores de los recién llegados al país y aislamiento de los enfermos. El brote terminó con la vida de 535 vecinos y enfermó a unos 1.317, según datos de Brian. En 1872 volvió la fiebre amarilla. Esta vez se llevó unas 500 personas: la ciudad ya contaba con otra infraestructura asistencial, pero también fue desbordada.
El drama mayor ocurrió en Buenos Aires al año siguiente. Volvieron los soldados de la Guerra del Paraguay y trajeron los mosquitos. Murieron casi 14.000 personas, en su mayor parte extranjeros, inmigrantes italianos y españoles.
Gripe española
Entre 1918 y 1919 se produjeron dos brotes infecciosos de gripe en todo el territorio. Las primeras señales las dieron los diarios de la época viendo lo que sucedía en los países vecinos. Sin embargo, el gobierno, encabezado por Feliciano Viera, restó importancia a las noticias. Cuando llegó la enfermedad alcanzó a miles de personas.
Las crónicas de época apuntan que el vapor inglés Demerara llegó en setiembre de 1918 a Montevideo con seis muertos y 22 infectados. Antes había recalado en los puerto de Recife y Río de Janeiro, Brasil.
Los diarios consignaban que en España el rey Alfonso se había contagiado de grippe, tal como se la llamaba entonces. Empresas de la época dejaron registrado un ausentismo laboral cercano a la mitad de la plantilla. Pueblos enteros se vieron seriamente afectados. Se estima que murieron más de 6.000 personas en una población de 1,4 millones de habitantes. Las familias pobres fueron las más golpeadas.
Todo el sistema asistencial colapsó y las empresas fúnebres no lograron seguir el ritmo de decesos, generándose un nauseabundo olor en las principales ciudades del país. Esa epidemia obligó a replantear el sistema de salud y generó las políticas públicas más modernas.
Una trágica escena que el arte de Blanes inmortalizó
La escena fue real. Ocurrió el 17 de marzo de 1871 en la pieza de un conventillo de la calle Balcarce, en Buenos Aires. Pero bien pudo haber sucedido en Montevideo. La mujer que yace en el piso es una joven inmigrante italiana. El abogado Roque Pérez se quita el sombrero en señal de respeto y el médico Manuel Argerich examina el cuerpo. Poco después ambos murieron por contagio. Juan Manuel Blanes, el pintor de la patria, inmortalizó esta desgarradora escena en este cuadro que tituló Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires. Esta pieza se puede ver hoy en el Museo de Artes Visuales de Montevideo.
Semmelweis, el primer médico que alertó sobre el lavado de manos
Desde hace unos días Google homenajea en su doodle al médico húngaro Ignaz Semmelweis. Y es el más acertado de los homenajes para estos tiempos puesto que fue el hombre de ciencias que descubrió el valor de lavarse las manos.
A Semmelweis se lo conocía en sus tiempos como el “salvador de las madres” porque había descubierto la causa de la llamada “fiebre puerperal” o fiebre del parto que se originaba en la ausencia de desinfección de las manos por parte de los médicos y parteras en las clínicas obstétricas.
Esta fiebre era la causante de la muerte de entre el 10 y el 35 por ciento de las parturientas en esa época. Semmelweis encontró que la solución del problema comenzaba por él mismo y le propuso a sus colegas lavarse las manos con una solución a base de hipoclorito cálcico.
Sin embargo la mayoría de sus pares prácticamente se rió en su cara. El médico murió a los 47 años sin lograr que su prédica, que había hecho extensiva a los cirujanos, fuera debidamente escuchada. Después de su muerte el notable científico Louis Pasteur confirmó la teoría de Semmelweis al asegurar que los gérmenes eran los causantes de esa alta cantidad de decesos.