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Novedades en el Ejercito Nacional
Los “ni-ni”, el Ejército y la histeria                   

por Claudio Paolillo       

l 19 de noviembre de 1991, el general Juan Carlos Curutchet, entonces director de la Escuela de Armas y Servicios, participó en unas jornadas académicas organizadas por el Ministerio de Defensa Nacional y habló sobre las “tareas principales y subsidiarias del Ejército”.
Entre los datos que desgranó, Curutchet —que llegó a ser comandante en jefe en el bienio 1995/1996 y falleció cuando aún era joven— relató que los ciudadanos que a comienzos de los años 90 ingresaban a la fuerza de tierra eran, en general, aquellos que no contaban con ninguna capacitación laboral que les permitiera acceder a trabajos dignos. Por eso, cuando terminaban su contrato con el Ejército y volvían a la vida civil, lo hacían con nociones de organización y administración de las que antes carecían, con hábitos de trabajo que no tenían y cumplimiento de horarios que no conocían, así como con un oficio o una profesión, todo lo cual mejoraba sustancialmente sus posibilidades de insertarse en el mercado laboral.

Analicé la exposición de Curutchet en enero de 1992, en una columna titulada “¿Obra social o fuerza militar?”. Allí pregunté si era el Ejército una suerte de seguro de paro encubierto y si la tarea de resocialización de uruguayos desfavorecidos no les correspondía a otros organismos del Estado. (Búsqueda, Nº 624)
Para entonces, el general había pasado a dirigir la División de Ejército II, en San José, a donde me invitó a tomar un café. Había leído la columna y me quería explicar cómo veía él este asunto. “Aunque usted no lo crea, hay gente muy pobre, que no ha tenido la suerte de ir a la escuela y que no sabe lo que es tener un horario o lavarse los dientes; gente que, muchas veces porque carece de familia o porque sus familiares directos no ayudan nada, no tiene hábitos de trabajo y no tiene a dónde ir. Entonces, sobre todo en el interior, terminan en el cuartel. Y la enorme mayoría no sigue la carrera militar. Pero cuando dejan el cuartel, son personas con herramientas y valores básicos como para pelear la vida con mejores chances que antes”, dijo.
No digo que me convenció, pero sin dudas me dejó pensando. Y eso fue en 1992.

Hace 25 años, en Uruguay nadie hablaba de los “ni-ni” (jóvenes que ni estudian ni trabajan). El entramado social y cultural de la sociedad no se había resquebrajado como después sucedió, no había tanta deserción escolar y los estudiantes que repetían eran menos que ahora.
Un cuarto de siglo después de aquella exposición de Curutchet, los valores han cambiado y la fragmentación social y cultural es un problema grave, a pesar de 11 años ininterrumpidos de bonanza económica. Ahora hay jóvenes “ni-ni”, la academia estudia el fenómeno y las oficinas del gobierno elaboran informes para tratar de atacarlo.

Veamos: entre 17% y 18% de los jóvenes no estudian ni trabajan. El Banco Mundial dijo el año pasado que se trata de 100.000 muchachos y muchachas, entre quienes tienen de 15 a 24 años. Algo parecido calculó el Instituto Nacional de la Juventud (Inju): iguales porcentajes y unos 130.000 entre 15 y 29 años de edad.
Pero no todos los “ni-ni” son lo mismo. Según un documento oficial publicado en 2011, 5,4% de todos los jóvenes uruguayos no estudiaban ni trabajaban pero sí se dedicaban a los quehaceres del hogar; 6,1% no estudiaban ni trabajaban pero sí buscaban empleo; y 6,3% (45.000 jóvenes) no estudiaban, no trabajaban, no buscaban empleo y tampoco realizaban los quehaceres hogareños. Uno de los últimos datos disponibles, del programa Jóvenes en Red del Mides, indica que hoy suman 30.000 los “ni-ni” absolutos: ni estudian, ni trabajan, ni buscan empleo ni ayudan en sus casas. (1)

Desde ya, más de la mitad son pobres y, en su mayoría, presentan “niveles educativos bajos”. La mitad de los “ni-ni” absolutos “no ha ingresado a la educación media”.
La sociedad uruguaya tiene aquí, pues, un serio problema a atender. Sean 45.000 o 30.000, según qué medición se elija, en cualquier caso es mucha gente. Es, más o menos, el 1% o 1,5% de la población uruguaya, pero lo más dramático es que todos son jóvenes. Es como un estadio “Campeón del Siglo” lleno de “ni-ni” absolutos.

El 26 de abril, el general Hugo Manini Ríos, comandante del Ejército, le dijo al periodista Daniel Castro en radio El Espectador que su fuerza propondrá en el marco del “diálogo social” convocado por la Presidencia de la República “un plan (para) darles a todos aquellos ciudadanos que hoy por hoy no tienen en el horizonte una vía de salida a su situación, que no están trabajando ni están estudiando y que tienen cerradas las vías para transitar en la vida, (la posibilidad) de poder llevarlos a nuestras unidades militares, darles en ellas una educación cívica, prepararlos en valores, darles cierta disciplina, normas de higiene, primeros auxilios, enseñarles oficios…en cierta forma, darles a ellos la posibilidad de poder transitar por la vida con ciertas herramientas que hoy, en su estado de marginalización, no tienen”.

El jefe militar dijo que, inicialmente, el Ejército puede disponer de “700 u 800 plazas” para ese objetivo, aunque la cifra podría ser mayor si se le solicita. “Esto”, advirtió Manini Ríos, “requiere de un marco legal y de apoyo en cuanto a abastecimientos y recursos para poder realizar esa tarea, así como un trabajo conjunto con los ministerios de Desarrollo Social, de Salud Pública, de Interior”. El propósito del comandante es dar a esta gente desgraciada, que cualquiera puede ver todos los días en las calles, “una luz de esperanza en el horizonte”.

El planteo del jefe del Ejército provocó la inmediata histeria de los grupos frenteamplistas que abogan por la desaparición de las Fuerzas Armadas. Por ejemplo, un sector llamado “Ir” (lista 329) emitió una indignada declaración el 27 de abril. “¿Qué es esto de ‘convocar’ al Ejército a los jóvenes ‘ni-ni’ pobres, como si este fuera un destino asignado, su lugar en la sociedad?”, preguntó el grupo que integra la diputada Macarena Gelman y que apoya a la senadora Constanza Moreira. El “Ir” dijo que el Estado “debe garantizar” a todas las personas los derechos a “estudiar y trabajar”. ¿Pensarán sus dirigentes que las Fuerzas Armadas son una organización privada? Seguramente no. Simplemente, quieren bien lejos a los militares. Y, por eso, culminan su declaración con una consigna que encierra una falsa oposición: “¡Más educación, menos ejército!”.

Otro militante frenteamplista, Ernesto Rodríguez, que fue director del Inju y ahora orienta el Centro Latinoamericano sobre Juventud (Celaju) que recibe fondos de Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales, acusó a Manini Ríos de participar, con su propuesta, en “una campaña muy sistemática (…) de estigmatización de lo que englobamos en la categoría de los ‘ni-ni’”.
Desde su oficina del Celaju —que elabora proyectos, documentos y diagnósticos sobre los jóvenes con plata de Unicef, Naciones Unidas y otros, aunque no sé cuánto de eso se plasma en el terreno de la vida real— Rodríguez afirmó que “querer dar la idea de que los jóvenes que ni estudian ni trabajan son vagos por definición (…) es una grosería”. Además, consideró que, en las palabras del militar, “hay una intención de disciplinar a los jóvenes, (algo que es) propio de una persona que dirige una institución altamente jerarquizada, que pretende que toda la sociedad funcione con esas reglas”.

Francamente, no parece que el comandante quiera que “toda la sociedad” se someta a la disciplina militar, entre otras cosas porque ya pasó por esa experiencia y pocos uruguayos lo aceptarían. Más bien parece que hizo un planteo de buena fe para ayudar a combatir la fragmentación social, especialmente pensando en aquellos ciudadanos que más lo precisan. Además, es mucho peor la “estigmatización” interior que sufren estos jóvenes por la vida que les tocó las 24 horas del día, todos los días del año, que un planteo que a Rodríguez le suena insultante pero cuyo objetivo es rescatarlos del infierno.
Otros dirigentes políticos, más respetuosos de la fuerza de la razón (frentistas, blancos, colorados e independientes) evaluaron positivamente el planteo de Manini Ríos que, como es de orden, ha de haber hablado con autorización de sus mandos. Si no, lo hubieran destituido. ¿No se han preguntado este pequeño detalle los del “Ir”, Rodríguez y los diputados frentistas que le saltaron a la yugular al jefe del Ejército?

Por eso, sorprenden estas reacciones destempladas de individuos y grupos de una izquierda que cuando ve a un militar automáticamente descubre a un enemigo y que cuando los jefes de las Fuerzas Armadas proponen mínimos paliativos (¡700 u 800 en 30.000 o 45.000!) para cooperar desde el Estado a resolver un grave problema de la sociedad, lo rechazan no por su presunto demérito sino por su mera procedencia.
Si así va a ser el famoso “diálogo social”, entonces el “diálogo social” va muerto antes de empezar.

(1) “¿Ni Ni? Aportes para una nueva mirada”, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Ministerio de Desarrollo Social, Unidad de Empleo Juvenil, Dirección Nacional de Evaluación y Monitoreo, Instituto Nacional de la Juventud, 2011

Big Grin Big Grin Big Grin
 
"Mas vale ser aguila un minuto que sapo la vida entera".
 
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