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ISLAMISMO Y TERRORISMO ISLAMICO
Los 270 muertos de Lockerbie: el crimen de Gadafi que treinta años después nadie ha podido resolver
Las dudas persisten hoy en torno al único condenado por el atentado en la localidad escocesa y el papel jugado por los servicios secretos de Oriente y Occidente, que descartaron sin mediar explicación la implicación siria e iraní
[Imagen: resizer.php?imagen=https%3A%2F%2Fwww.abc...&medio=abc]César Cervera
@C_Cervera_MSeguir
MadridActualizado:21/12/2018 18:50h8


El temblor no vino del suelo, sino del cielo. En la madrugada de hace 30 años, un radiocasete con material explosivo escondido en la bodega de un Boeing 747 desencadenó una matanza en el aire, que en tierra tomó forma de lluvia de metralla sobre la localidad escocesa de Lockerbie. Un testigo directo del horror describió la secuencia al corresponsal de ABC, Alfonso Barra, como «un diluvio de fuego que cayó del cielo en llamas». Para otro de los vecinos, el accidente fue como un terremoto seguido de una bola de fuego. 11 personas murieron en tierra; 259 dentro del avión.

El Vuelo 103 de Pan Am, que realizaba un itinerario entre Frankfurt y Detroit, haciendo escala en Londres y Nueva York, despegó del aeropuerto de Heathrow con veinte minutos de retraso. Cincuenta y seis minutos después de su despegue, el avión comunicó a la torre de control que se encontraba rumbo a Nueva York, a diez mil metros de altitud. Era 21 de diciembre de 1988. Solo dos minutos después, el Jumbo desapareció bruscamente de todos los radares. De haber despegado a su hora, se hubiera encontrado sobre el océano cuando se produjo la explosión y la posterior lluvia de fuego. No fue así. Toneladas de horror cayeron sobre una pequeña localidad escocesa llamada Lockerbie en cuestión de un minuto.

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Fotografía del barrio más afectado de Lockerbie - AP

Las alas y los tanques de gasolina del avión provocaron un cráter de seis metros de profundidad y 30 de diámetro en la zona residencial de Sherwood Crescent. Si el avión había desaparecido de golpe del cielo, lo mismo ocurrió con toda una manzana de viviendas. Al estilo de una plaga bíblica, los vecinos supervivientes presenciaron un espectáculo dantesco, con el pueblo invadido por fuegos fatuos y cadáveres en los jardines. Había llamas en calles y tejados. Algunos coches quedaron estrellados contra las viviendas tras haber sido alcanzados los conductores por la metralla. Casi fue un milagro que solo fallecieran once habitantes de la ciudad en aquella lluvia de fragmentos del tamaño de casas.


Los restos del Jumbo se dispersaron hasta treinta kilómetros a la redonda. Tres adolescentes entregaron días después en la comisaría local una pequeña caja negra en la que se podía leer «servicio de correo USA», en cuyo interior se hallaron 547.000 dólares en cheques de viaje. La caja fue encontrada a nueve kilómetros de Lockerbie.

Una víctima española entre los 270 muertos
Se barajó al principio la hipótesis de una avería causada por la «fatiga de los materiales». El aparato llevaba 19 años en servicio, si bien había pasado correctamente todas las revisiones. Lo fulminante de su desaparición sugirió otras opciones, pues incluso con el avión en caída hubiera sido posible comunicarse con la torre atlántica para avisar del siniestro. No obstante, fueron los servicios secretos de EE.UU. quienes pusieron sobre la mesa la posibilidad del atentado terrorista. Esperaban desde hace un mes algo así.

A principios de diciembre, la delegación consular en Frankfurt había recibido el aviso de un confidente de que se iba a colocar una bomba en un vuelo procedente de esta ciudad alemana. Igual de clara fue la amenaza recibida en la Embajada de EE.UU. en Helsinki de que en los quince días siguientes se destruiría un avión de la Pan Am. Las líneas aéreas tomaron precauciones, pero la advertencia no se hizo pública a excepción de la embajada de Moscú, que informó al respecto en uno de sus tablones de anuncios.

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Una foto de archivo tomada el 22 de diciembre de 1988 muestra a un vecino mirando uno de los cuatro motores del avión siniestrado - AFP

Horas después de la tragedia, los Guardianes de la Revolución, un grupo terrorista afín al régimen iraní, se responsabilizó del atentado en un comunicado que definió la bomba como «heroica ejecución» y la justificó como venganza por el derribo de un avión iraní meses antes por un error de EE.UU.
La mayoría de los fallecidos eran, efectivamente, de nacionalidad estadounidense, aunque también hubo víctimas procedentes de una veintena de países, entre ellos España. Una prima de la columnista de ABC Isabel San Sebastián falleció a bordo del avión, donde trabajaba como azafata. Nieves Larracoechea, de 39 años, realizaba su último vuelo antes de comenzar sus vacaciones de Navidad cuando fue devorada por la tragedia. Era la segunda de un matrimonio con tres hijos afincado en Bilbao.

San Sebastián, que trabajaba esa noche en el periódico, se enteró como una más de que habían derribado un avión en «el que viajaba una persona muy querida. Fue una pérdida repentina y violenta».

La joven se trasladó a Nueva York donde fue fichada por la Pam Am, compañía en la que trabajaba desde marzo de 1971

El ataque terrorista en el avión afectó a muchos diplomáticos estadounidenses que regresaban a Nueva York y Detroit a pasar las Navidades. El comisionado sueco de la ONU Bernt Carlsson se dirigía en ese momento a la firma en Nueva York de un acuerdo entre Angola, Cuba y Sudáfrica sobre el futuro de África del Sudoeste. Entre las personalidades conocidas estaba el hijo del actor David White, la poetisa Joanna Walton y el integrante de la banda Conkney RebelPaul Avron, que junto a su esposa regresaba de su viaje de luna de miel.

Según publicó el periodista David Johnston en su libro «Lockerbie: The Real History», entre los fallecidos también estuvieron cinco miembros de la CIA que volvían a Washington con documentos claves para la liberación de dos rehenes norteamericanos en Beirut, entonces meca de los secuestros. De ahí el interés posterior de la CIA en supervisar cada resto del avión hallado en Lockerbie.

La investigación apunta a Gadafi
Hasta los atentados del 11 de septiembre de 2001, el de Lockerbie fue el ataque más mortífero contra civiles estadounidenses de su historia. Un símbolo del choque religioso que se estaba intensificando entre Oriente y Occidente desde que la Guerra Fría había desaparecido del mapa político. El mismo año en el que se produjo el atentado, la novela «Los versos satánicos» causó un auténtico terremoto en el mundo musulmán. Su autor, Salman Rushdie, fue condenado a muerte a través de un edicto religioso emitido por el ayatolá Ruhollah Jomeiní a causa del supuesto contenido blasfemo del libro.
También de Irán era el avión con 290 pasajeros que fue derribado ese mismo año por misiles lanzados desde el crucero lanzamisiles USS Vincennes de la Armada de los EE.UU, que se hallaba en el Golfo Pérsico. Desde Washington, achacaron el accidente a que habían confundido al avión comercial, que viajaba de Teherán a Dubai, con uno de combate iraní. Una excusa que pocos creyeron en la república islámica.

«Talitha, los americanos atacaron nuestra casa en Libia y mi padre perdió a uno de sus niños»

Las miradas de Occidente, sin embargo, no se dirigieron a Irán tras la tragedia de Lockerbie, sino a la Libia de Muamar Gadafi. Durante un bombardeo estadounidense a Trípoli en 1986, el dictador había perdido a su supuesta hija Hana. En ningún momento ocultó su intención de devolver a EE.UU. el golpe. Gadafi estuvo implicado en los atentados de los aeropuertos de Viena y Roma en 1985, así como en las acciones terroristas de la Discoteca La Belle de Berlín en 1986. No en vano, Talitha Van Zon, una modelo holandesa que fue novia de Mutassim Gadafi, contó a «Sunday Telegraph» tras la caída del tirano que el hijo del dictador justificó en su presencia la tragedia de Lockerbie como parte de una venganza familiar: «Talitha, los americanos atacaron nuestra casa en Libia y mi padre perdió a uno de sus niños».

Tres años de investigación conjunta entre Scotland Yard, la policía local de Dumfries y Galloway y la CIA y el FBI estadounidenses, dieron lugar a 15.000 testimonios y una acusación en firme contra Abdelbaset al-Megrahi, jefe de seguridad de las Aerolíneas Árabes Libias (LAA), y Al Amin Khalifa Fhimah, el director de la estación de las LAA en el aeropuerto de Luqa (Malta). Ni iraníes ni sirios aparecieron en la acusación, provocando una ola de protestas entre los familiares de las víctimas, gastado término para definir, con más precisión y crudeza, a los únicos que les importaba de verdad el crimen de Lockerbie a esas alturas.

La investigación concluía que los dos agentes de Gadafi habían introducido el explosivo en el Boeing 747 a través de una maleta Samsonite color bronce remitida por Air Malta hasta el aeropuerto de Francfort. Un temporizador suizo procedente de Libia y una camiseta que envolvía la bomba comprada en una tienda de Malta llamada Mary's House fueron las pruebas que encauzaron la investigación hacia Abdelbaset al-Megrah. El propietario de la tienda identificó a Al-Megrahi como el comprador de la prenda, aunque antes confundió a éste con un terrorista palestino arrestado en Suecia.

[Imagen: acusado-atentado-kmmH--510x349@abc.jpg]
Abdel Basset al-Megrahi, cuando fue liberado en 2009 - ASOCIATED PRESS

La inconsistente acusación desencadenó una nueva crisis diplomática con Libia, que durante años se negó a entregar a los dos agentes. En consecuencia, EE.UU. encabezó un embargo militar, aéreo y de equipos petroleros, así como el congelamiento de fondos sobre Libia, a partir de 1992. Solo se levantaron las sanciones después de que el líder libio entregara a los dos agentes y, lo que costó más horas de negociación, aceptara pagar una indemnización a las víctimas.

De golpe y porrazo, Gadafi pasó de ser el «perro rabioso de Oriente Medio», como le calificó Reagan, a uno de los «aliados estratégicos» de Occidente. Tras el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el dictador supo reinventarse e incluso visitó ciudades europeas como Madrid colmado de reconocimientos. Europa decidió hacer la vista gorda a sus crímenes.

En 2001, un jurado extraordinario en Holanda absolvió a Fhimah, pero condenó a cadena perpetua a Abdelbaset al-Megrahi. El Gobierno de Libia consideró a partir de esa fecha «el caso cerrado», aunque el abogado de los acusados anunció que reclamaría porque la sentencia se basaba «en motivaciones políticas». El reo, que siempre defendió su inocencia, cumplió únicamente ocho años de su pena. A pesar de las protestas en EE.UU, las autoridades escocesas accedieron a liberarlo por el cáncer terminal que le detectaron en 2009.

Tres años después de ser recibido como un héroe en Trípoli, al-Megrahi, de 60 años, se llevó sus secretos a la tumba. Murió sin cumplir su promesa, medio amenaza, de que Occidente había exagerado su papel y que «la verdad saldría a la luz muy pronto».

Desempolvar la hipótesis iraní
En 2014, la tragedia de Lockerbie volvió a la actualidad cuando un exagente de la inteligencia iraní aseguró que la orden del atentado se dio desde Teherán en un documental de «Al Jazeera International»El ayatolá Jomeini, Líder Supremo de la República Islámica en la época, ordenó «copiar exactamente lo que ocurrió al Airbus iraní», como venganza al derribo del avión comercial iraní con 290 pasajeros meses antes, en palabras de este confidente.

«El objetivo de quienes tomaban las decisiones en Irán era copiar exactamente lo que ocurrió al Airbus iraní, [querían] exactamente lo mismo, un mínimo de 290 muertos», explicó el agente a la cadena catarí en el documental «Lockerbie. What really happened?»(«¿Qué ocurrió realmente?»).
El documental desempolvó la hipótesis de que el atentado de Lockerbie fue organizado en reuniones secretas en Malta a las que acudieron representantes de los regímenes iraní, sirio y libio. El cerebro del ataque habría sido el sirio Ahmed Jibril, fundador del Frente Popular para la Liberación de Palestina-Comando General, una escisión del grupo armado palestino con sede en Siria.
Según el documental de producción británica, Jibril habría reclutado al palestino Hafez Dalkamoni para dirigir la célula terrorista, quien a su vez recurrió al jordano Marwan Khreesat para elaborar las bombas y a varios iraníes por su experiencia en operaciones de este estilo.

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Monumento a las víctimas en Escocia - REUTERS

Se da la casualidad de que varios miembros de la célula de Jibrilfueron detenidos en Alemania dentro de la operación Hojas de Otoño, llevada a cabo dos meses antes de la explosión en Lockerbie. Se encontraron en su posesión cuatro bombas, una de ellas idéntica a la ocultada en el radiocasete bomba, dotada de un mecanismo de presión barométrica, es decir, preparado para destruir un avión a distancia. Y la policía sospechaba que habían construido cinco. En contra de la opinión del Mossad, Jibril y sus hombres fueron puestos en libertad tras ser interrogados infructuosamente.

Tras el atentado, todas las sospechas recayeron en Jibril, quien, sin mediar explicación, salió del foco de la investigación al ritmo que cambiaban los intereses geopolíticos. El documental, fruto de una investigación de tres años, sostiene que la razón detrás de aquel descuido estuvo en una operación de encubrimiento de EE.UU. y Reino Unido para tapar la huella siria con el objetivo de no antagonizar al régimen de Hafez al Assad, un aliado árabe clave para George Bush padre, en vísperas de la primera invasión de Irak en 1991.

Cuando la Casa Blanca cambió la acusación contra Damasco hacia Trípoli, hasta Vincent Cannistraro, quien había dirigido la investigación de la CIA, comentó al diario «The New York Times» que era excesivo atribuir toda la responsabilidad a Gaddafi. Incluso a él las turbulencias políticas le pillaron a contrapié
“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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