Canibalismo en las cárceles
El homicidio de Roldán obliga a afrontar con urgencia las necesidades del sistema penitenciario
El Observador
El sangriento asesinato del delincuente Marcelo Roldán por parte de su compañero de celda en un sector de extrema seguridad conocido como La Piedra, en la Unidad 3 del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), generó varias conversaciones durante el fin de semana. Luego de comentar el horror de lo sucedido, estas finalizaban con una reflexión que, palabras más palabras menos, podría resumirse en “y bueno, murió en su ley” o “nadie escapa a su propio destino”, y punto.
El célebre delincuente apodado el Pelado fue apuñalado, decapitado y trozado en pedazos por su compañero de celda Víctor Hugo Pereyra da Silva, que se molestó porque se había metido con su madre. Luego fritó partes de su cuerpo y se las comió.
En sus declaraciones en el juzgado en Libertad, departamento de San José, narró cómo lo asesinó. Los detalles son dignos de una novela macabra: lo ató por los pies, lo colgó del techo, le seccionó la cabeza y quiso infructuosamente extraerle el corazón al cortarle el lado derecho del tórax y no el izquierdo. Luego lo trozó y lo devoró.
Cuando el policía de la primera ronda del jueves pasó por la celda encontró a Pereyra da Silva tranquilo, sentado. Al preguntarle por su compañero, el asesino le arrimó un balde con la cabeza. El homicida no mostró signo alguno de arrepentimiento por haber matado a Roldán, con quien, de acuerdo a fuentes penitenciarias, no habían tenido problemas hasta entonces.
El célebre delincuente apodado el Pelado fue apuñalado, decapitado y trozado en pedazos por su compañero de celda Víctor Hugo Pereyra da Silva, que se molestó porque se había metido con su madre. Luego fritó partes de su cuerpo y se las comió.
El Pelado era uno de los delincuentes más conocidos del país, tenía varias muertes en su haber y una extraña conexión con la opinión pública. Tan extraña como el manto de silencio en que quedó el tema pocas horas después. ¿Quién se hizo responsable? ¿Qué garantías hay para que no sucede de nuevo? ¿Qué reflexión se hizo desde dentro del sistema penitenciario sobre este macabro episodio? ¿Pasará al olvido sin que nadie se haga responsable? ¿No amerita reuniones al más alto nivel del gobierno? ¿No sería lógico ver una cadena de renuncias a disposición? ¿La oposición se encuentra tan anestesiada que no piensa llamar a nadie al Parlamento a explicar lo sucedido y garantizar que no vuelva a suceder?
¿Dónde están los defensores de los derechos humanos tan contestes a poner el grito en el cielo solo por las causas que a ellos consideran importantes? ¿Y los defensores de los derechos de las minorías, siempre listos para escandalizarse hasta el hartazgo por cosas mucho menores? ¿Nadie va a decir ni hacer nada? ¿No le debe el ministro del Interior explicaciones a la sociedad? ¿No se siente el gobierno interpelado por el fracaso estrepitoso también en las cárceles? En lo que va del año son más de veinte los asesinatos en los centros de reclusión uruguayos.
A pocas horas de la noticia de la muerte de Roldán trasciende que un taller que enseñaba oficios a unos 400 reclusos en el ex Comcar dejará de funcionar por no poder conseguir del Estado los $ 50 mil mensuales necesarios para pagar a los docentes que enseñaban peluquería, panadería, jardinería, teatro y artesanías.
El brutal asesinato y posterior acto caníbal revela que más abajo no se puede caer, es el fondo del precipicio. Pero no es mirando para el costado que las cosas van a solucionarse. Urge enfrentar con la máxima prioridad el problema del sistema penitenciario. El precio que estamos pagando es perverso