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Tambien es historia militar
GUERRA CIVIL ESPAÑOLA (1936 1939) Otra tregua de navidad como la de la 1ra GM

La desconocida tregua de Navidad de 1936 en el monte Kalamua
Milicianos y requetés intercambiaron periódicos y compartieron vino y cigarrillos en la primera Nochebuena de la Guerra Civil
[Imagen: resizer.php?imagen=https%3A%2F%2Fwww.abc...&medio=abc]Mónica Arrizabalaga
@arrizabalaga11Seguir
Actualizado:23/12/2018 02:07h2


[Imagen: kalamua1-ky7C--620x349@abc.jpg]

Aquel día nadie quería disparar sus armas en el monte Kalamua. Era Nochebuena y la nostalgia de casa, del pavo y el turrón, se había apoderado tanto de los milicianos apostados en su avanzadilla, como de los requetés que mantenían sus posiciones a apenas unos metros. Estaban tan cerca que los primeros veían sobre los sacos de arena los puntos rojos de las boinas carlistas. En este escenario fronterizo entre Vizcaya y Guipúzcoa se libraron cruentos combates durante la Guerra Civil, pero el 24 de diciembre de 1936 se vivió una escena que, en palabras de un testigo y protagonista del insólito encuentro, ya hubieran querido imaginar en Hollywood.

«A la mitad justa de los parapetos se encuentran los dos grupos. Milicianos y requetés se dan la mano y como si cambiaran ramos de flores en un torneo deportivo se han cruzado los periódicos. De los parapetos se vigilaba esta “operación” con emoción y curiosidad. Solamente en este intenso momento se ha dejado oír el ralentir de mi “Kodak” que traslada al celuloide una escena que hubieran envidiado los más sagaces productores americanos. Los cañones de las ametralladoras y de los fusiles han sacado sus ojos para contemplar también, en el mayor silencio, esta cordial coyuntura en el día de la Nochebuena, solemnizada con este motivo en los campos de batalla», escribió el socialista pamplonés José Goñi Urriza.

La fría mañana de diciembre se había desperezado con sol y cierta pereza en el «trabajo», según describió Goñi en el semanario socialista « La lucha de clases». Alguien gritó «no disparéis» y por unos momentos se respiró un aire de libertad. Los combatientes de uno y otro lado levantaron sus cabezas por encima de los parapetos y se sucedieron los diálogos de trinchera a trinchera en tono amistoso. Como muestra de confianza, los requetés se sentaron encima de sus defensas. Los milicianos les imitaron. Se alcanzó una cierta familiaridad, que una densa cortina de niebla al poco resquebrajó.


Con la falta de visibilidad, renació la desconfianza y de nuevo, unos y otros se resguardaron tras sus parapetos, con el fusil en el brazo, hasta que a media mañana, las ráfagas de sol se abrieron paso entre la niebla. De nuevo frente a frente, Goñi rompió el silencio:
-«Requetéeeees…
-Quéeee…
-¿Hay algún navarro?
-Sí, casi todos
-¿Y alguno de Pamplona?
-Sí, muchos
-Os habla Goñi
-¿Quién, Pepe?
-Sí
-Aquí hay unos que te conocen».
Así comenzó una «interminable» conversación. Los milicianos ofrecieron a los requetés intercambiar sus periódicos. Tras unos momentos de vacilación, éstos contestaron que aún no habían recibido los suyos. Mientras seguían las conversaciones, dos requetés saltaron de pronto de sus parapetos y otros dos milicianos salieron de los suyos. También Goñi, que no pudo contener la curiosidad, saltó tras ellos.

[Imagen: kalamua3-ky7C--510x349@abc.jpg]
Intercambiando periódicos en Nochebuena - Foto Goñi (La lucha de clases)

Del insólito encuentro sacó al menos tres fotografías que salieron publicadas junto a su reportaje el 26 de diciembre. En ellas se ve a un grupo de requetés del Tercio de Lácar posando en la cumbre del Kalamua y entre ellos a los milicianos que salieron para canjear la prensa. O compartiendo el vino navarro de una cantimplora.

Varios de los requetés conocían a Goñi de Pamplona. «Allí todos nos mirábamos con recelo. Aquí, sin embargo, con los misiles preparados en cada uno de los parapetos, a treinta metros de donde nos hallamos, parece que estamos más tranquilos», escribió antes de describir a grandes rasgos sus conversaciones. Hablaron de Navarra, de la muerte de compañeros de Goñi y de la situación de Bilbao, constatando que las versiones sobre el avance de la guerra era muy distinta en cada bando:
-«Aquí se dice que queríais un arreglo los rojos»
-«¿Nosotros? No, hombre, no. Esas son patrañas de Italia y Alemania que no saben cómo salir del atolladero en que se han metido. Nuestro Ejército está más fuerte y mejor pertrechado que nunca y dispuesto a daros una rotunda paliza el día menos pensado.»

Entre los requetés había algunos que iban a volver a Pamplona y que se ofrecieron a llevar una carta a la madre de Goñi, que él escribió enseguida para entregársela. Echaron un trago de vino, le obsequiaron con un puro y cambiaron cigarrillos.

[Imagen: kalamua2-ky7C--510x349@abc.jpg]
La cantimplora, con vino de Navarra, corre de mano en mano, entre requetés y milicianos - Foto Goñi (La lucha de clases)

Sin darse apenas cuenta, Goñi se encontró en un grupo de entre unos veinte requetés, a un paso de sus posiciones. «¡Y pensar que en Pamplona me hubieran fusilado como a un perro!», pensó este miliciano socialista achacando la ideología de estos muchachos del campo, a haber nacido en pueblos de solera carlista «donde merced a la intransigencia de los caciques carlistas y a la imbecilidad de gobernadores republicanos era casi imposible dejar oír la voz de nuestras ideas».

«A estos rapaces no tengo el menor inconveniente en estrecharles la mano en un “alto el fuego” en las trincheras», confesó en su escrito.

A mediodía, tras «un gran rato» juntos, milicianos y requetés regresaron a sus posiciones. En su despedida, «cordial como la de ellos», Goñi les aconsejó leer y meditar el discurso del presidente del Gobierno vasco, apelando a las creencias religiosas que compartían.
«Lentamente se alejan los requetés. Al verlos marchar se agolpan muchas ideas en mi cerebro. Tantas que para no armarme un lío sentimental, a cuenta de las crueldades de la guerra, acelero el paso para devorar la comida que, humeante y suculenta, me aguarda al otro lado de nuestras trincheras», concluyó el pamplonés que en 1937 fue designado secretario general de Industria del Gobierno provisional vasco.

Así lo recordaba un joven requeté
El navarro Salvador Leyún fue uno de los voluntarios del Tercio de Lácar que fue testigo del intercambio en Kalamua. Tenía entonces 19 años y aquella escena se le quedó grabada para siempre en su memoria. Tanto, que medio siglo después se la relató al escritor Pablo Larraz para el libro sobre « Requetés» que escribió junto a Víctor Sierra-Sesúmaga, como uno de los «casos curiosos» que le tocó vivir durante la campaña de Guipúzcoa:
«Resultó que nuestro capitán, Ureta, que estaba más loco que una cabra, era muy amigo del capitán que estaba en el otro lado, de apellido Centeno, ya que los dos habían estado en la misma academia. Estando de posición en Kalamua empezaron a hablarse: "Centeno, oye, ¿qué tal si hacemos una cosa en esta tarde? Mira, vamos a proponer a los chicos sentarse en el parapeto, y yo respondo de que los míos no van a tirar un tiro, y hacemos intercambio de prensa". El de los rojos aceptó, así que Ureta nos mandó: "Todos en el parapeto". Y ellos hicieron lo mismo. "Ahora que salgan a mitad del camino cinco voluntarios de cada lado", y salieron».
Leyún contaba que «se intercambiaron la prensa, echaron unos tragos de vino de una bota que llevaban unos y después de la de los otros».

[Imagen: tercio-lacar-keJD--510x349@abc.jpg]
La primera sección 3ª Compañía del Tercio Lácar en Kalamúa, en enero de 1937. - Archivo Larraz-Sierrasesúmaga

«A mí aquello no me parecía bien, era un disparate, media hora después podíamos estar matándonos y esas cosas creaban desánimo y desconcierto entre la gente», confesaba el voluntario carlista, que le dijo a Ureta: «Mi capitán, después de esto, ¿no sería mejor que dejásemos esto y nos marcháramos todos, ellos y nosotros, cada uno a su casa?».
«Y me contestó: «pues sí, sería mejor… pero es que estamos en guerra».
 
"Mas vale ser aguila un minuto que sapo la vida entera".
 
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Cuando la Luftwaffe defendió Irak en la Segunda Guerra Mundial


Uno de los eventos menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar en 1941, cuando británicos, iraquíes, alemanes e italianos se enzarzaron en una batalla por el control del país mesopotámico. La campaña, que se conoce como Operación Sabine o Guerra Anglo-Iraquí, duró apenas mes y medio pero jugó un papel decisivo en el devenir del conflicto mundial.
En marzo de 1940 era nombrado primer ministro de Irak el antibritánico Rashid Ali al-Gailani. Los británicos querían que Irak rompiera relaciones con Alemania e Italia, algo a lo que Gailani se negó rotundamente. Al contrario, haciendo visible su disgusto por el control extranjero de su país, estableción contactos con diplomáticos nazis y fascistas, y obstaculizó el movimiento de las tropas inglesas.


Las sanciones y represalias económicas no tardaron en llegar y supusieron la caída de Gailani, sustituido el 31 de enero de 1941 por un primer ministro más de agrado británico, Nuri al-Said. Pero Gailani no se quedó quieto y organizó un golpe de estado. El 2 de abril se llevaba a cabo y volvía a hacerse con el poder, aunque sin derrocar la monarquía.
Su primer acto como nuevo primer ministro fue cancelar la alianza anglo-iraquí y cortar el suministro de petróleo a los británicos. También declaró que las tropas inglesas ya no estaban autorizadas a atravesar Irak a menos que las allí estacionadas se retirasen.
La respuesta británica fue enviar 9.000 soldados más, que desembarcaron en Basora el 18 de abril. Doce días después los iraquíes cercaban la base inglesa de Habbaniyah con una fuerza de aproximadamente 6.000 hombres y 30 piezas de artillería. El 2 de mayo comenzaba la batalla por el control de ese punto estratégico.


[Imagen: Rashid_Ali_al-Gaylani_and_Haj_Amin_al-Hu...C422&ssl=1]
[color=var(--secondary-text__color,#9a9ca1)]Rashid Ali al-Gailani en Berlín[/color]


Los británicos disponían de 18 tanques y 96 aviones, la mayoría de entrenamiento pero que fueron modificados sobre el terreno para transportar bombas. Esta superioridad aérea inclinaba la balanza a favor de los ingleses, a pesar de que las fuerzas de tierra iraquíes estaban mejor preparadas.
Por ello el gobierno de Gailani solicitó apoyo militar a las potencias del Eje. Hitler, viendo la oportunidad de abrir un nuevo frente aprobó la petición y puso al frente de la operación al general Hans Jeschonnek de la Luftwaffe, con el título de Fliegerführer Irak.

Así, entre el 10 y el 12 de mayo de 1941, 12 aviones Heinkel He 111 y 14 Messerschmitt Bf 110 llegaron a Mosul para apoyar al ejército iraquí. Desde las bases aéreas de la Francia de Vicky en Siria se enviaron también 13 Junkers Ju 52 y Junkers Ju 90. A ellos se sumó un escuadrón de cazas de la Regia Aeronautica italiana. Todos estos aviones fueron pintados con distintivos iraquíes. De repente Irak se había convertido en un campo de batalla de la Segunda Guerra Mundial.


[Imagen: Destroyed_iraqi_artillery.jpg?w=788&ssl=1]

Artillería iraquí destruída en Habbaniyah


El caso es que con todo la superioridad de la RAF se impuso. Los aviones del Eje se hallaban muy lejos de sus bases de aprovisionamiento, y los británicos continuaban desembarcando tropas y tanques, casi un centenar, en Basora. Para el 27 de mayo ya estaban en Bagdad. Dos días después huía de la ciudad todo el personal de la Luftwaffe y los diplomáticos alemanes, junto con Gailani y la mayor parte de sus ministros. Lo hacían en los dos últimos aviones que les quedaban, dos Heinkel He 111, con destino a Berlín.

Se firmó el armisticio y se reinstauró un gobierno probritánico. De ese modo se evitó la expansión del Tercer Reich en Oriente Medio, y se aseguró el acceso aliado al petróleo iraquí. En 1942 Irak se convirtió en el 
primer país musulmán en declarar la guerra a las potencias del Eje


https://www.labrujulaverde.com/2016/05/c...ra-mundial
“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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Los últimos de Baler

[Imagen: 1200px-The_church_of_Baler_from_%22Under...old%22.jpg]

En las Filipinas españolas  existia un pequeño poblado llamado Baler, un antiguo “barangay” fundado por los franciscanos en el siglo XVII, era una población de apenas 2.000 habitantes, perteneciente a la provincia de Nueva Écija, en la isla de Luzón, que ya había sido atacada por los tagalos en la insurrección de 1897, causando la muerte de 10 soldados de una guarnición de 50.
 
Ahi fue enviada una compañía del Batallón Expedicionario de Cazadores nº 2 que estaba al mando del capitán de Infantería D. Enrique de las Moreras, y la integraban 2 tenientes, 1 teniente médico, 2 sanitarios, uno de los cuales era indígena; 5 cabos, entre los que también había un indígena, un corneta y 45 soldados, todos ellos de modesta condición y procedentes de las más diversas regiones de España. 
 
En la noche del 26 de junio, tras unos días de tensa calma, pero sin que se observara la presencia del enemigo, en los cerros que dominaban el pueblo empezaron a arder numerosas hogueras que iluminaron fantasmagóricamente el campamento, anunciando la amenazadora y cercana presencia de un fuerte contingente de tagalos dispuestos al ataque. Ante semejante amenaza, el capitán de las Moreras decide refugiarse con todos sus hombres en la iglesia del pueblo, único edificio que ofrecía ciertas garantías de seguridad y de defensa. Acompaña al destacamento el párroco fray Cándido Gómez Carreño, que también decide refugiarse en su iglesia.
 
Cuando amaneció el día 27, después de una larga noche llena de inquietud, una patrulla de exploración hizo una salida, comprobando que el pueblo había sido abandonado por sus habitantes; sólo se había quedado el maestro Lucio Quezón, que volvió con ellos al refugio de la iglesia.

[Imagen: BALER%20IGLESIA%201.jpg]
 
A partir de este momento, la iglesia de Baler se convirtió en un fortín perfectamente organizado para defenderse de un asedio que no tardaría en producirse, pues el día 30 sufrieron el primer ataque de los insurgentes filipinos, que hirieron en un pie al cabo Jesús García.
 
Se cavaron trincheras alrededor de la iglesia, se tapiaron ventanas, se reforzaron puertas y ventanas, se levantaron parapetos y en lo alto de la torre se estableció un puesto de vigilancia, incluso se empezó a perforar un pozo, que a los 4 metros de profundidad comenzó a manar agua potable, que era, sin duda, su mayor carencia, pues estaban bien abastecidos de alimentos y municiones.
Lo que no podían suponer los sitiados es que al encerrarse en aquella iglesia, confiando probablemente en que no tardarían en acudir tropas en su ayuda, daban comienzo a una épica defensa numantina, que se iba a prolongar durante casi un año entero.
 
Poco a poco, la situación del destacamento se empezó a complicar, debido, en primer lugar, al continuo hostigamiento de los tagalos, que disparaban impunemente contra la iglesia desde las casas más cercanas del poblado, llegando incluso a bombardearla con cañones españoles capturados en Cavite por los rebeldes, causando daños en el tejado y las fachadas del edificio, que sus defensores tuvieron que apresurarse a reparar; por suerte, entre los soldados sitiados había canteros y albañiles que pudieron afrontar con éxito las tareas de reparación. 

Afortunadamente, también había cocineros y panaderos que se ocupaban de la intendencia; sastres que trataban de conservar lo mejor posible los cada vez más andrajosos uniformes y hasta un zapatero que trataba de reparar las destrozadas alpargatas. Otro gran problema apareció cuando los alimentos que tenían almacenados se empezaron a deteriorar al no poderlos conservar en condiciones normales por falta de sal, aumentando considerablemente el riesgo de contraer enfermedades infecciosas, como el beriberi y la disentería. La primera víctima del terrible beriberi fue el teniente Zayas, que falleció el 18 de octubre de 1898; poco después, el 22 de noviembre, por las mismas causas le siguió el capitán de las Moreras, por lo que el teniente Cerezo tuvo que hacerse cargo del mando. Ambos oficiales fueron enterrados con honores militares.
 
La cada vez más crítica situación obliga a los sitiados a efectuar dos salidas, una para destruir una casa cercana, desde la que los asaltantes les acribillaban impunemente y otra en busca de verduras y hortalizas con que mejorar su cada vez más deficiente alimentación, que iba minando seriamente su salud y su resistencia física. En esta última salida aprovecharon la sorpresa y el desconcierto de los tagalos para pegar fuego al resto del poblado, con lo que consiguieron mejorar su posición defensiva, al ampliarse considerablemente el espacio entre los atacantes y los defensores. También consiguieron apoderarse de algunas calabazas y otras hortalizas que les sirvieron para mejorar su dieta y paliar momentáneamente los terribles efectos del beri-beri.
 
Pero el asedio continuó y los intentos realizados por los casi 800 tagalos atacantes, al mando del coronel Calixto Villacorta, para apoderarse de la iglesia fueron rechazados una y otra vez por el heroísmo de los soldados españoles, que preferían morir antes que rendirse. Sin embargo, dentro del recinto de la iglesia la situación era cada vez más desesperada; el terrible beriberi, al que se unió la disentería, fueron diezmando a sus ocupantes, causándoles hasta 14 bajas, a las que hay que añadir tan sólo dos por los disparos de los atacantes. Como es de suponer, el resto de aquellos esforzados defensores también se encontraba afectado por las enfermedades, o en un estado físico calamitoso, casi incapaces de sostener un fusil entre sus manos. Se produjo la deserción de un sanitario filipino, que se apresuró a comunicar a sus paisanos la triste situación de los sitiados.

[Imagen: filipinas-696x465.jpg]
Ilustración del asedio a 'Los últimos de Filipinas' en el fortín de Baler
 
En semejante situación, tampoco se enteraron que eran los últimos combatientes de una guerra que España ya había perdido ante el avasallador poderío militar yanqui. El teniente Cerezo se negó a dar crédito a los diferentes emisarios que se acercaron a parlamentar, asegurando que la guerra había terminado y también la ocupación española en las islas; pensó que eran burdas mentiras de los filipinos para conseguir su rendición. Finalmente, el 1 de junio de 1899 se presenta el teniente coronel español Aguilar Castañeda, que le entrega unos periódicos españoles que reflejan detalladamente la capitulación del Ejército español en Cuba y en Filipinas.
 
Ante semejante evidencia, el teniente Cerezo reúne a su harapienta y maltrecha tropa para informarles de la nueva situación y les propone entregar el puesto que tan heroicamente habían defendido, pero exigiendo una honrosa capitulación, para lo que redacta el siguiente escrito: “Capitulamos porque no tenemos víveres, pero deseamos hacerlo honrosamente. Deseamos también no quedar prisioneros de guerra. Si no es así, pelearemos hasta morir, o moriremos matando”.
 
Aceptada inmediatamente su petición por el teniente coronel Simón Tecson, jefe de los sitiadores, el día 2 de junio de 1899 el teniente Martín Cerezo manda izar la bandera blanca de rendición, a la que respondió el toque de corneta de los sitiadores, acto seguido, los 33 supervivientes, con la bandera española a la cabeza, abandonan en formación la iglesia de Baler, que durante 11 largos meses habían convertido en una fortaleza inexpugnable. 
 
Los restos de la Compañía del Batallón Expedicionario de Cazadores nº 2, con el teniente Cerezo al frente, fueron recibidos con entusiasmo por los soldados filipinos, que les rindieron honores militares y les aclamaron al grito de “¡Amigos, amigos!”.
 
El 6 de julio, escoltados por los mismos soldados filipinos que les habían sitiado, llegaron a Manila, donde fueron recibidos por el presidente de la nueva y flamante República de Filipinas, D. Emilio Aguinaldo, que les expresa la profunda admiración que su valerosa gesta le ha causado, al tiempo que les informa sobre el Decreto firmado por él mismo sobre su capitulación, que dice lo siguiente:
 
“Artículo único: Los individuos de que se componen las citadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos, y en su consecuencia, se les proveerá por la Capitanía General de los pases necesarios para que puedan regresar a su país. Dado en Tarlak” a 30 de junio de 1899. El Presidente de la República: Emilio Aguinaldo.

[Imagen: _ultimosfilipinas_aa9398a9.jpg?6c10e8048...ff84d4d6f7]
Supervivientes del destacamento de Baler fotografiados el 2 de septiembre de 1899 en el patio del cuartel Jaime I de Barcelona 
 
El 29 de julio los últimos de Filipinas embarcan en el vapor “Alicante” rumbo a Barcelona, donde llegan el 1 de setiembre. Su increíble odisea había llegado a su final, ahora les tocaba recibir gloria y honores.
 
Los restos de los 17 enterrados en la iglesia de Baler fueron exhumados el 9 de noviembre de 1903 y enviados ese mismo año a España en el vapor filipino “Isla de Panay”
“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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Una guerra desconocida 

HOY SE CUMPLEN 100 AÑOS DEL INICIO DE ESA GUERRA QUE ACABÓ EN VICTORIA POLACA
Guerra Bolchevique: así es como Polonia frenó el avance del comunismo en Europa
@ElentirVigo [Imagen: eng_flag_100x100.png]EnglishJue 14·2·2019 · 7:03  1

[Imagen: 32146233837_06943e5158_b.jpg]

Tal día como hoy, el 14 de febrero de 1919, fuerzas polacas y bolcheviques protagonizaban el primer combate de una guerra hoy olvidada por muchos: la Wojna Bolszewicka o Guerra Bolchevique.

El Milagro del Vístula, 1920: cuando la católica Polonia detuvo la invasión soviética de Europa


También conocida como Guerra Polaco-Soviética, esta contienda duró dos años y enfrentó a Polonia con la Rusia soviética. La República polaca había recuperado su independencia el 11 de noviembre de 1918, tras el final de la Primera Guerra Mundial. Habían pasado 123 años después de que tres potencias se repartiesen su territorio en 1795: el Imperio austríaco, el Reino de Prusia y el Imperio ruso. Sin embargo, el fin de la Guerra Mundial no significó el inicio de un periodo de paz.

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Fragmento de un cartel polaco de 1920, con el lema “Do broni” (A las armas). El soldado polaco aparece con un escudo redondo como el de los espartanos, haciendo frente a un enemigo superior en número. Un símbolo del espíritu guerrero de los polacos y de la identificación que hizo la propaganda polaca entre esta guerra y la Batalla de las Termópilas, ambas decisivas para frenar la invasión de Occidente.

Los planes de Lenin para extender el comunismo por Europa
Los bolcheviques aspiraban a recuperar parte de los territorios del antiguo Imperio ruso que se habían perdido con el final de la Guerra Mundial y la caída del zarismo, entre ellos las Repúblicas bálticas, Finlandia, Bielorrusia, Ucrania y gran parte de Polonia. Pero los planes de Lenin iban más allá: la ofensiva bolchevique pretendía extender el comunismo por toda Europa. El escenario era propicio para los planes expansionistas del primer dictador comunista. En 1918 estalló en Finlandia una guerra civil que enfrentó a conservadores contra comunistas, recibiendo estos últimos, sin éxito, el apoyo de los bolcheviques rusos. En enero de 1919 estalló el Levantamiento Espartaquista en Alemania, protagonizado por los comunistas aprovechando la descomposición del país tras su derrota en la Primera Guerra Mundial. En marzo de ese año se proclamó la efímera República Soviética Húngara, que sólo duraría unos meses. En mayo estalló en Rumanía la rebelión bolchevique en Bender, y en agosto comenzó en Italia la serie de revueltas del Biennio Rosso, inspiradas en la Revolución bolchevique de Rusia. Europa parecía un polvorín.

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En este lugar del Cementerio Parroquial de Szczuczyn descansan los restos de los seis primeros soldados polacos que cayeron en la lucha contra el comunismo el 16 de enero de 1919. Un mes después comenzó la Guerra Polaco-Soviética, cuando el Ejército polaco frenó el avance bolchevique en Szczuczyn (Foto: Ministerio de Defensa de Polonia).

Los primeros caídos en la lucha de Polonia contra el comunismo
La ofensiva bolchevique para extender el comunismo por Europa empezó en noviembre de 1918, en cuanto Lenin tuvo noticias del estallido de la Revolución Alemana que derrocó a la monarquía en ese país. En los meses siguientes Estonia, Lituania, Letonia y Bielorrusia fueron cayendo en manos de los bolcheviques. Polonia tenía el enemigo a sus puertas: sería la siguiente en caer, junto con Ucrania. Aquel primer combate de las fuerzas polacas contra las bolcheviques el 14 de febrero de 1919 se produjo en la localidad bielorrusa de Mosty, cerca de Szczuczyn. La localidad había estado en manos alemanas durante la Primera Guerra Mundial, y al terminar ésta, en noviembre de 1918 el teniente Bolesław Lisowski fundó una organización militar polaca, la Samoobrona Szczuczyńska (Autodefensa de Szczuczyn), formada por 60 hombres armados con pistolas y escopetas con el fin de defender la localidad frente a los bolcheviques.

Los alemanes aún tenían presencia militar en Szczuczyn cuando llegó el Ejército Rojo a la localidad, concretamente por la finca Lebiodka, el 16 de enero de 1919. En el primer enfrentamiento entre los bolcheviques y los voluntarios de la Samoobrona Szczuczyńska resultaron muertos seis soldados polacos: el alférez Stefan Krydel, el cabo primero Stanisław Szalewicz, el cabo Józef Mejłun y los ulanos Julian Libich, Wiktor Szkop y Stanisław Wojciechowski. Fueron los primeros caídos en la lucha de Polonia contra el comunismo. Sus cuerpos aún reposan en una tumba común en el Cementerio Parroquial de Szczuczyn, junto a una gran cruz de madera, en tierra polaca, junto a una losa de granito en el que se lee la palabra “Bohaterowie” (Héroes). El 14 de febrero, con los alemanes en retirada, el Ejército polaco logró frenar el avance de los bolcheviques.

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El Jefe del Estado polaco, Józef Piłsudski, pasando revista a las tropas polacas en la Plaza Łukiska de Vilna, el 19 de abril de 1919. Piłsudski fue el gran artífice de la victoria polaca en esta guerra, aunque no vio materializarse su sueño de la “Międzymorze”, una federación de naciones que fuese desde el Mar Negro hasta el Mar Báltico, creando un gran muro de contención contra el bolchevismo.

La liberación de Vilna y de Kiev y la ‘Międzymorze’ soñada por Piłsudski
En marzo de 1919 el Ejército polaco pasó al ataque, capturando Vilna (entonces parte de Lituania, pero ciudad cuya población era mayoritariamente polaca) el 21 de abril. En enero de 1920, fuerzas polacas y letonas vencieron a los bolcheviques en la Batalla de Daugavpils, en Letonia. El 24 de abril de 1920 empezó una ofensiva conjunta de las fuerzas polacas y ucranianas en Ucrania, logrando expulsar a los bolcheviques de Kiev el 7 de mayo. El Jefe del Estado polaco, Józef Piłsudski, tenía en mente la creación de una federación denominada “Międzymorze” (Entremares), que federase a los antiguos territorios de la Confederación Polaco-Lituana (Polonia, Lituania, Ucrania y Bielorrusia), lo que crearía un sólido muro estratégico contra el expansionismo bolchevique desde el Mar Negro hasta el Mar Báltico, pero finalmente la idea no cuajó.

La ofensiva bolchevique de 1920 y la escasa ayuda exterior a Polonia
A finales de mayo de 1920, el Ejército Rojo contraatacó. El 13 de junio capturó Kiev, desatando una brutal represión contra el pueblo ucraniano. El 19 de julio cayó Grodno, en Bielorrusia. Finalmente, el Ejército Rojo invadió suelo polaco. Los aliados de Polonia eran muy escasos. Francia y el Reino Unido enviaron asesores militares, entre los que estaba Charles de Gaulle, que lideraría a las fuerzas de la Francia Libre en la Segunda Guerra Mundial. Francia también envió tanques Renault FT-17 a Polonia, siendo ésta la primera guerra en la que las fuerzas acorazadas tuvieron un papel importante. Hungría, un país históricamente hermanado con Polonia, se ofreció a enviar 30.000 jinetes en apoyo de sus aliados polacos, pero el gobierno checoslovaco se negó a permitirles pasar por su territorio. Además, un grupo de 16 voluntarios estadounidenses, un canadiense y cuatro pilotos polacos formaron la 7ª Escuadrilla Kościuszko, denominado así en honor al militar polaco que había combatido a favor de los americanos en la Guerra de Independencia de Estados Unidos.


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Algunos de los pilotos de la 7ª Escuadrilla Kościuszko junto a un biplano Ansaldo A.1 Balilla. Subidos al tren de aterrizaje están Władysław Konopka (izquierda) y Kenneth M. Murray (derecha). Delante del avión aparecen, de izquierda a derecha: Jerzy Weber, Antoni Poznański, Zbigniew Orzechowski, Edward C. Corsi, George M. Crawford, John C. Speaks, Elliott W. Chess, Earl F. Evans, John I. Maitland, Aleksander Seńkowski y Thomas H. Garlick.

La Batalla de Varsovia: el “Milagro del Vístula”
El 10 de agosto de 1920 los bolcheviques cruzaron el Vístula. El día 14 el Ejército polaco logró contener el avance rojo en Ossów, a sólo 23 kilómetros de Varsovia, en una acción heroica en la que falleció el sacerdote Ignacy Skorupka, que animó a avanzar a los soldados empuñando un crucifijo. Parecía que Polonia iba a sucumbir, pero el día 15, en una durísima batalla, el Ejército polaco hizo un movimiento sorpresivo y su caballería puso en fuga a los bolcheviques, desbaratando la ofensiva del Ejército Rojo. El 15 de agosto se celebra el día de la Asunción de la Virgen, por lo que en Polonia conocen esa victoria en la Batalla de Varsovia como “el Milagro del Vístula”. En su honor, cada 15 de agosto se celebra el día de las Fuerzas Armadas polacas. La victoria polaca fue tan demoledora que la Rusia bolchevique temió que Polonia, enardecida, invadiese Rusia. El gobierno de Lenin pidió la paz, y en octubre se declaró un alto el fuego. Finalmente, Rusia y Polonia firmaron el Tratado de Riga el 18 de marzo de 1921, que delimitaba la frontera entre ambos países de forma muy parecida a como había sido en 1772.

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Cuadro “Cud nad Wisłą” (Milagro del Vístula), pintado por el polaco Jerzy Kossak en 1930. La obra representa la victoria polaca en la Batalla de Varsovia el 15 de agosto de 1920. En el cuadro vemos a las fuerzas militares polacas, que también incluían a mujeres (abajo en el centro) y jóvenes scouts (abajo a la izquierda), cargando contra los bolcheviques. En el centro del cuadro aparece el capellán militar Ignacy Skorupka levantando el crucifijo en su famosa acción del 14 de agosto de Ossów, en la que encontró la muerte. En lo alto del cuadro, entre las nubes, aparece la Virgen María. Que esta inesperada y difícil victoria coincidiese con el día de la Asunción de María fue interpretado por los polacos como un signo de la divina providencia.

Lo que Europa debe al sacrificio y la valentía de los polacos
La derrota soviética a manos de Polonia tuvo unas consecuencias históricas muy importantes. Lenin abandonó sus planes expansionistas y adoptó la política de “socialismo en un solo país”.Gracias al sacrificio y valor de los polacos, el imperialismo comunista fue frenado y no regresó hasta la Segunda Guerra Mundial, dos décadas después. Por otra parte, esta guerra fue más que un enfrentamiento territorial, pues en ella chocaron dos visiones diametralmente opuestas de la sociedad y del mundo: Polonia es un país fervientemente católico, y Rusia estaba sometida a un régimen comunista y ateo. Para Polonia esta victoria fue una reafirmación en su identidad nacional como país cristiano. Y precisamente tal vez por ello, esta guerra tan decisiva en la historia de Europa ha sido olvidada por muchos, salvo por los polacos. Edgar Vincent, uno de los representantes británicos en Polonia durante aquella guerra, escribió años después: “La historia de la civilización contemporánea no conoce un evento de mayor importancia que la batalla de Varsovia, 1920, y ningún otro cuyo significado haya sido más menospreciado”.

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Soldados polacos tras la victoria de la Batalla de Varsovia del 15 de agosto de 1920, mostrando las banderas capturadas a los bolcheviques.
“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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¡Gracias por la información!
 
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Una guerra olvidada para entender lo que le ha costado al pueblo polaco alcanzar su independencia, entender su ferrea resistencia a la ocupacion comunista durante la guerra fria y su profundo catolicismo.

Big Grin Big Grin Big Grin
 
"Mas vale ser aguila un minuto que sapo la vida entera".
 
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El secreto del S.S. Automedon
Sus letales consecuencias. 

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En 1937, los jefes del Estado Mayor General británico sólo podían garantizar la defensa de Singapur durante 70 días, en caso de ser atacada, cálculo que se basaba en el tiempo que le tomaría a la flota británica acudir en su ayuda. 
Posteriormente, en 1939, los altos jefes militares de Nueva Zelanda y Australia coordinaban en Londres las acciones que podrían tomar en caso del que parecía ser ya un inminente ataque japonés. En esa oportunidad, les comunicaron a los mandos en Singapur que el tiempo se había extendido a 90 días. Pero, poco después, al estallar la guerra en Europa, la Royal Navy apenas podían defender las rutas de abastecimiento a las islas británicas a través del Atlántico y el Alto Mando se vio obligado a aceptar, que no podían hacer nada para defender el Lejano Oriente, ni siquiera Hong Kong o Singapur. 

Mientras tanto, Australia y Nueva Zelanda seguían enviando tropas a África para aliviar la presión que sufrían las fuerzas británicas de parte de las fuerzas italo-alemanas, dejando a sus países desprotegidos, pero confiando en las promesas del gobierno británico.
El Gobernador de Malasia, Teniente Coronel Sir Shenton Thomas, se encontraba en Londres analizando la situación cuando el Estado Mayor General preparaba un informe oficial para ser presentado al Gabinete de Guerra. En dicho informe, se volvía a reiterar que la Royal Navy era incapaz de ofrecer protección al Lejano Oriente, incluyendo Singapur, Hong Kong, Malasia y la Indias Orientales Holandesas, y por tanto quedaban en situación de indefendibles ante un ataque japonés. 

Por si fuera poco, el informe pormenorizaba las carencias militares de las colonias británicas ante el poder japonés en el Asia. Cuando Churchill leyó el documento que contenía 87 acápites, prohibió que se discutiera el asunto y menos que se le informara a Australia y Nueva Zelanda sobre la situación. Aceptó, que en gran secreto se le enviara copia del informe solamente al Mariscal en Jefe del Aire en Singapur, Sir Robert Brooke-Popham, Comandante en Jefe del Lejano Oriente con Cuartel General en Singapur, aunque Sir Shenton Thomas llevaba sus propias copias de regreso a Singapur en un hidroavión Catalina. 

Más tarde cuando la victoria japonesa se estaba consumando, el 23 de diciembre de 1941, Sir Robert Brooke-Popham era reemplazado, aunque la orden para el relevo había sido dada por Churchill, más de un mes antes.
Antes que eso ocurriese, en cumplimiento de la disposición de informar al jefe supremo en Singapur, le encargaron al capitán M. F. L. Evans la misión de correo para llevar toda una serie de documentos ultra secretos, incluyendo reportes de inteligencia sobre la capacidad militar japonesa, informes sobre la situación política en el Asia, y por supuesto detalles sobre el real estado de la capacidad militar británica, holandesa, y de los miembros de la Comunidad Británica. Además de eso llevaba el informe ultra secreto del Estado Mayor General entregado a Churchill y refrendado por el Gabinete de Guerra. 

Todos esos documentos debían ponerse en las propias manos del Mariscal en Jefe del Aire en Singapur, Sir Robert Brooke-Popham o solamente en manos de un oficial superior. Las órdenes de Evans eran claras, en el sentido de que en caso de que hubiera la más mínima posibilidad de que el correo cayera en manos del enemigo, debía destruir la correspondencia secreta a como diera lugar. Con esas instrucciones y a cargo de 6 bolsas de lona del correo, Evans se embarcó en el SS Automedon, al mando del capitán McEwen que zarpó rumbo a Singapur.
Mientras todos esos avatares ocurrían en el Alto Mando británico, en el Atlántico Sur estaba operando una nave corsaria alemana que la Inteligencia Británica tenía vagamente identificada como "Buque C", y que tenía de vuelta y media a la Royal Navy, pues no encontraban la forma de dar con su paradero. Eran varios los ataques de corsarios alemanes que habían sido reportados en el Atlántico, Pacífico e Índico, haciendo difícil su identificación y sobre todo determinar su posición.

En el Automedon, después de una travesía más o menos tranquila, excepto por las falsas alarmas que no suelen faltar cuando se viaja en aguas turbulentas, el día 11 de noviembre de 1941, avistaron un mercante con bandera holandesa. Ambos buques se identificaron y navegaron rumbos paralelos separados unas 300 yardas.
En la cubierta del barco holandés unas mujeres estaban tendiendo ropa y como era de esperar, en el buque británico todos acudieron a los prismáticos para gozar del espectáculo. Todo era normal, así que no había de que preocuparse. Cuando de pronto la nave holandesa aumentó la velocidad adelantándose y poco después retumbó un cañonazo que levanto una columna de agua delante de la proa del Automedon.
Ante la señal inequívoca, el capitán McEwen ordenó radiar la señal de auxilio RRRR, mientras aumentando la velocidad trataba de escapar. Poco después, la nave holandesa volvió a abrir fuego, destruyendo el puente donde se encontraba el capitán y otros dos hombres. Todos fueron muertos por la explosión del proyectil. El cuarto de radio, que estaba detrás del puente, mirando a popa, no fue tocado y el operador continuó transmitiendo hasta que una granada de 15cm lo hizo volar en mil pedazos.

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HSK Atlantis

El capitán McEwen estaba muerto y sobre cubierta se encontraba inconsciente el capitán Evans. Un grupo de abordaje subió al mercante, identificándose como marinos alemanes y comenzaron a revisar la nave. La nave alemana resultó ser el HSK Atlantis, originalmente HK Goldenfels de 7862 toneladas de registro bruto, nave hermana del HSK Pinguin ambos operando como buques auxiliares armados. El teniente Möhr, a cargo de los efectivos, daba muestras de conocer muy bien su trabajo pues revisó minuciosamente todo el buque y por supuesto encontró las bolsas de correo en el compartimiento de seguridad del barco. 

Möhr hablaba inglés con fluidez y ya tenía experiencia en capturas de buques, por tanto sabía lo que tenía alguna importancia militar. Lo que estaba viendo era de un valor incalculable. Había dinero, en grandes cantidades, tablas y códigos secretos y correspondencia oficial que a simple vista eran de altísimo secreto. Fue puesto en cubierta todo lo encontrado, que no eran solamente bolsas de correo sino cajas y paquetes lacrados. Ordenó trasladar a los prisioneros al buque y todo lo incautado, antes de hundir la nave.

El comandante del Atlantis era el capitán de fragata Bernhard Rogge. La nave había zarpado de Kiel el 31 de marzo de 1941 dirigiéndose al Atlántico Sur para realizar patrullaje y hundir o capturar a cuanto mercante enemigo se cruzara en su camino. Por cosas del destino ese día se tropezó, precisamente con el Automedon.
En esa oportunidad, Möhr se encontró con todo un tesoro de información, aparte de un nuevo código BAMS. Primero estaban los papeles que deben mantenerse en secreto y que todo buque lleva pues corresponde a rutas, señales de comunicaciones etc. Luego habían 6 millones de dólares en libras esterlinas recién salidas de la imprenta en Londres. Luego, encontró el correo secreto completo para el Comando del Lejano Oriente, en Singapur, que incluía juegos de los códigos secretos de la flota de guerra británica incluyendo los códigos que serían válidos a partir del 01 de enero de 1941. Algunos de los otros seis paquetes sellados contenían información secreta del MI6 dirigida a sus estaciones en Singapur, Hong Kong, Shanghai y Tokio, con los últimos informes sobre las actividades políticas y militares de Japón.

Pero en una de las pesadas bolsas verdes del Foreing Office, sellado y marcado "Entregar en mano a oficial superior únicamente" había un paquete lacrado dirigido al Comandante en Jefe del Lejano Oriente. Cuando Rogge abrió el paquete, encontró la copia del informe secreto del Estado Mayor General británico aprobado por el Gabinete de Guerra el 5 de agosto y destinado nada menos que al Comandante en Jefe del Lejano Oriente a Sir Robert Brooke-Popham. Sin pensarlo más, suspendió la misión de patrullaje y se dirigió al Japón.

El correo de Automedon llega a Tokio
El correo del Automedon llegó a la embajada alemana en Tokio el 5 de diciembre, donde el Almirante Paul Wenneker, agregado naval, fotografió los más importantes documentos, incluyendo la correspondencia del Estado Mayor General. Todo el material le fue entregado al oficial de la Kriegsmarine Paul Kamenz que se dirigió al puerto de Vladivostok y después cruzó toda Rusia en tren Trans-Siberiano hasta Moscú y luego a Berlín.
El 7 de diciembre, Wenneker envió un largo telegrama codificado en cuatro partes al Cuartel General de la Kriegsmarine en Berlín, resumiendo las órdenes del Estado Mayor General británico. El mensaje fue codificado con la máquina Enigma, pero no podía ser interceptado por los británicos pues viajaba por los alambres del telégrafo postal a través de la Unión Soviética. 

El telegrama fue puesto en manos de Hitler que escribió al margen: “Esto es de la mayor importancia" y ordenó que una copia fuera enviada al Agregado Naval japonés, capitán Yokoi, en Berlín. Esto ocurrió el día 12 de diciembre y Yokoi envió a Tokio un radiotelegrama resumiendo el contenido. El mensaje de Yokoi fue codificado con el código japonés 97-Shiki In-ji-ki san Gata, conocido por los estadounidenses como Coral, pero aunque el mensaje fue interceptado, no pudo ser decodificado hasta mediados de 1943, cuando recién pudieron romper el código.
El día 12 de diciembre, el Almirante Wenneker recibió órdenes de Berlín de entregar copia de los documentos a los japoneses, cosa que hizo entrevistándose con el Vicealmirante Kondo. 

La primera reacción de Kondo fue que los documentos eran demasiado buenos para ser verdad y que en su opinión se trataba de una estratagema británica para engañar a alemanes y japoneses. Wenneker le explicó con lujo de detalles como habían sido capturados los documentos y las pérdidas de vidas que hubo. Con esa explicación, Kondo aceptó la veracidad de la documentación, que entre otras cosas daba a conocer la debilidad en que se encontraban las fuerzas británicas en el Lejano Oriente.

A pesar del bombardeo, la llamada de auxilio que lanzó el Automedon fue interceptada por las motonaves MV Matara y MV Helenus que se dirigían una a Singapur y la otra a Londres, pero el mensaje estaba incompleto, pues no contenía la posición de la nave y por tanto la Royal Navy no pudo correlacionar el hundimiento, con el Atlantis o "Buque C" que era como lo tenían identificado.
El 30 de diciembre de 1941, la Inteligencia Naval británica envió un telegrama a Londres, en el que informaban que tenían el testimonio de un prisionero del buque noruego Ole Jacobson, dado a un agente del MI6, en el que aseguraba que los alemanes habían capturado la correspondencia antes de hundir el buque.

Se trataba del 4º Ingeniero del Automedon, Samuel Harper, quien fue enviado con otros prisioneros del Automedon a Burdeos en el buque alemán Storstad. Los prisioneros fueron encerrados primero en el buque alemán Scharnhorst y luego cambiados al Storstad, en el cual fueron enviados a Francia. En el puerto de Burdeos fueron subidos a un tren que cruzaría Francia para ser internados en un campo de prisioneros en Alemania, pero una noche, Harper saltó del tren y se dirigió a la costa. En el camino fue ayudado por grupos de la resistencia que lo hicieron llegar a Marsella el 18 de marzo de 1941. 

El 9 de abril, se unió a un grupo de traficantes que lo ayudaron a cruzar los Pirineos y llegar a Madrid. Fue a la embajada británica de la capital española de donde lo llevaron a Gibraltar, lugar al que llegó el 31 de mayo de 1941. Oficiales de Inteligencia Naval lo sometieron a intensos interrogatorios sobre lo sucedido en el Automedon y entre otras cosas, Harper informó que vio a los alemanes llevándose las bolsas de lona verde que contenían el correo.

Al recibir el informe, de parte del MI6, Churchill ordenó que no se mencionara el asunto, pues era demasiado sensible y por tanto, nadie más debía enterarse, menos los estados mayores de Australia y de Nueva Zelanda, ni Estados Unidos, ni nadie fuera del Gabinete de Guerra. Para el Primer Ministro, mantenerlos en la creencia que la Royal Navy tenía alguna capacidad defensiva en el Pacífico, era importante para que siguieran llegando tropas australianas, neozelandesas e indias a Singapur y demás islas del Pacífico, mientras trataba de convencer a Roosevelt a que declarara la guerra. Ni Sir Robert Brooke-Popham, ni Sir Shenton Thomas fueron advertidos tampoco sobre la captura de los documentos secretos.
“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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Uruguayos que combatieron junto a franceses recuerdan la odisea bélica

Revisando el archivo. Publicado en Ultimas Noticias el sábado 3 de setiembre de 1994. Testimonios de un uruguayo y dos franceses -uno nacido en Montevideo, sobre sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial. La entrevista fue hecha en la sede de la Embajada de Francia en Uruguay.

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Uruguayos y franceses combatieron juntos colaborando en la liberación de Francia. Sus experiencias forman parte de un rico acervo histórico que a 50 años de la liberación de París es preciso rescatar. Anton Martín Vincent Salaberry, Elías Carrasco y George Lecompte, narraron parte de sus experiencias y compartieron con Ultimas Noticias sus vivencias de una época trágica y dramática.

*Anton Vincent Salaberry es uruguayo, de 75 años, nieto de vascos franceses, jubilado. Fue publicista, gerente de Ímpetu Publicidad, secretario de la gerencia de la Administración Nacional de Puertos (ANP) y secretario de Alberto “Titito” Heber. “Yo viví la guerra desde dos puntos de vista: uno estrictamente guerrero y otro, si se quiere, turístico, porque me tocó visitar veinte países y cuarenta ciudades. Formé parte de la 1ra. División Francesa Libre, que era en realidad la 1ra. División de Infantería Motorizada, estuve con la 13 ½ brigada de la Legión Extranjera”.

“Nuestro desembarco en Francia fue en la Costa Azul. No fue muy difícil, porque el desembarco grande se hizo en Normandía y lo peor se registró solo en algunas playas. Llegamos en un transatlántico desde Italia y desembarcamos con el agua hasta el cuello, todos mojados. Lo primero que liberamos fue un balneario francés llamado Antives, donde veraneaba Winston Churchill. Allí nos recibieron con mucha alegría. En nuestra marcha liberamos Marsella, Toulon, y después avanzamos hacia Lyon, y finalmente Estrasburgo. Llegamos después hasta la frontera con Alemania, donde terminó nuestra campaña en Francia. Nos retiraron del frente francés y nos mandaron de nuevo al Mediterráneo. Allí atacamos Italia por la retaguardia y culminamos la guerra –a pesar de ser una división motorizada- con las ametralladoras sobre mulas y combatiendo con los alemanes en las montañas”.

“Me incorporé a la guerra en Uruguay. Había un Comité de Francia Libre en la plaza Independencia, y yo era muy fanático de Francia, tanto que me puse corbata de luto cuando cayó París. Un día me enteré de ese comité, tenía 21 años. Ahí marché a la guerra.

“Nos embarcamos en un transatlántico, el Avila Star y arribamos a Liverpool en pleno invierno. Llegamos a Inglaterra en diciembre y el 10 de febrero salimos hacia África. En Durban embarcamos en un barco francés que se llamaba Il de France y días después llegamos a Suez. Después a Beitur, donde nos integraron a la Legión Extranjera. En un primer momento sentimos un poco de desazón, pero después de algunos líos con viejos legionarios pasamos a estar cómodos. Poco después nos mandaron a reforzar la 1ra. División Francesa Libre que estaba combatiendo en el desierto con las tropas inglesas.

“Al finalizar la guerra estuvimos en París por casi dos meses, haciendo turismo. Finalmente en setiembre del 44 nos embarcaron para Uruguay y llegamos en medio de una gran recepción popular. Nos recibió el presidente (Juan José de) Amézaga en la Casa de Gobierno.

*Elías Carrasco es francés, nacido en Marsella. Representa firmas francesas de comercio exterior. Hace 47 años que vive en Montevideo.

“A la guerra le sentí el peso desde que era niño. Empecé a vivir la preguerra cuando iba a la escuela y sentía los rumores del conflicto español. Oía a mis padres y a mi abuelo materno hablando de política y de la guerra. Crecí escuchando eso.

“Mi abuelo siempre le decía a mi padre que iba a venir una segunda guerra mundial y va a empezar aquí, decías y señalaba con el dedo la hoja de diario con un mapa. Vi que decía España. Recuerdo que en la escuela adoptamos huerfanitos españoles cuyos padres habían muerto y se quedaron sin nadie.

“Después, entre 1939 y 1940 vimos como los soldados se iban al frente a combatir, pero al poco tiempo vino el armisticio y la ocupación. Y fue muy duro. Sobre todo el día en que nos sacaron la bandera francesa y pusieron la del ocupante.

“Cuando desembarcaron los canadienses en Dieppe yo trabajaba de peón de albañil en una unidad de los alemanes, y era un jolgorio. Nos olvidamos de nuestros sufrimientos y sentimos que algo pasaba. Era tan cerrada la opresión, tan grande, que teníamos ansía de tener noticias del de tener noticias del exterior, pero si escuchábamos la BBC de Londres íbamos presos porque estaba prohibido. De todas formas trascendían algunas cosas, supimos del desembarco en Dieppe y allí empecé a ver un rayo de luz.

“Es más, no me acuerdo durante la ocupación de haber visto un día con sol. Un día soleado bajo la ocupación yo no me acuerdo. Vi el sol el día que me dijeron del desembarco en Dieppe, después cuando el de Normandía. Durante el atentado contra Hitler, presenciamos como los alemanes se arrestaban entre ellos. Eso fue fabuloso. Lo disfrutamos.

“Pero cuando se venía la liberación me transformé en un insurrecto. Conseguí un arma y me junté con los maquisard que estaban liberando Francia y estuve en alguna escaramuza.

“Luego vinieron los soldados aliados. En el momento en que llegaban los soldados nuestros, los americanos, los ingleses y algunos rusos, … bueno, si en ese momento me daban un arma y me mandaban a hacer cualquier cosa, la hubiera hecho por ellos, porque se merecían todo, todo. Esa gente se merecía que uno hiciera mucho por ellos, porque terminaron con el suplicio de tantas horas y años de oscuridad.

“Yo sentí veneración por esa gente que dijo no y se alzó en armas, y por otros que lucharon por la liberación de los países ocupados. Los uruguayos nos ayudaron mucho. Fueron a combatir para liberarnos. Yo quiero al Uruguay, aquí la gente tiene un alto sentido humanitario. Aquí superé los rencores de la guerra.

*George Lecompte tiene 69 años. Es jubilado de Industria y Comercio. Es francés pero nacido en Montevideo.

“Me uní a la Marina de Guerra de la Francia Libre en Inglaterra a la edad de 18 años. Lo hice a través de las autoridades francesas que estaban en Montevideo –mis padres se radicaban allí-, y me embarqué en 1942 en un barco mercante. Ingresé como marinero de segunda y luego de algunos cursos terminé como segundo de una flotilla de barreminas. La vida en el mar la hicimos protegiendo convoyes. O sea que protegíamos los barcos mercantes puesto que los abastecimientos y transporte de tropas se hacían fundamentalmente a través del mar.

“En comparación con los adelantos actuales, en aquella época no teníamos prácticamente nada. Recién se empezaba a usar el radar y lo ue ahora se llama sonar, y que en aquel tiempo se llamaba Asdic. Pero eran muy pocos los barcos que lo tenían instalado, razón por la cual todo se hacía a simple vista. La vigilancia se hacía con vigías instalados en el palo mayor.

“Recuerdo que estando en Casablanca nos enteramos de la liberación de París, cosa que se festejó ruidosamente. “Posteriormente, con unos barreminas que nos cedió la Armada Británica, nos dedicamos a limpiar de minas toda la costa francesa.

“La vida en el mar era muy dura, puesto que a veces se pasaban meses sin tocar puerto ninguno. Lo fundamental era estar muy unidos. Nadie podía fallar, desde el capitán hasta el último marinero.
“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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Georg Gärtner, el soldado alemán que escapó de un campo de prisioneros en EEUU y pasó en ese país el resto de su vida sin ser descubierto
  • Jorge Alvarez el 20 Abr, 2018


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Georg Gärtner con uniforme de sargento de la Wehrmacht/Imagen: Militar Historia

El 30 de enero de 2013 falleció en Loveland, Colorado (EEUU), un anciano de noventa y tres años años. Se llamaba Dennis F. Whiles y había combatido en la Segunda Guerra Mundial. Hasta ahí todo entraba dentro de la normalidad. Pero lo extraordinario estaba en que llevaba cuatro décadas en la lista de los prófugos más buscados por el FBI, ya que su nacionalidad original era alemana y se había escapado de un campo de concentración estadounidense en 1945, adoptando una nueva identidad y fundando una familia. Su verdadero nombre era Georg Gärtner.
Hay que aclarar que no se trataba de uno de esos nazis huidos al desmoronarse el III Reich sino de un simple soldado que, capturado por los Aliados en Chipre en 1943, fue trasladado a EEUU, donde se le recluyó en un campo de prisioneros. A lo largo y ancho del territorio estadounidense se construyeron muchos campos de ese tipo, unos para los nisei o ciudadanos de origen japonés, como ya vimos en un artículo, y otros para los prisioneros de guerra germanos. El número de éstos ascendía a más de cuatrocientos mil, que se repartieron por medio millar de instalaciones.
[Imagen: Georg-4.jpg?resize=750%2C525&ssl=1]Campos de prisioneros en EEUU a partir de 1944/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Gärtner nació en Schweidnitz (actual Świdnica), una ciudad de la Baja Silesia que hoy forma parte de Polonia pero que en 1920, cuando él vino al mundo, pertenecía al Estado Libre de Prusia y que después, en 1938, se fusionó con la Alta Silesia para formar una única provincia integrada en la Alemania hitleriana. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Gärtner se alistó en la Wehrmacht. Tenía diecinueve años y fue destinado al Afrika Korps, por lo que participó en la campaña norteafricana, desarrollada entre junio de ese año y mayo de 1943.

Ese episodio bélico, muy conocido por el enfrentamiento entre Rommel y 
Montgomery, terminó con la derrota teutona y la rendición a los aliados de un cuarto de millón de hombres al mando de Hans-Jürgen von Arnim en el Cabo Bon, Túnez; Gärtner, que había ascendido a sargento, fue uno de ellos. Como decía antes, se le trasladó a EEUU y más concretamente al campo de concentración de Deming, donde la vida no resultaba demasiado incómoda. Más tarde contó que él y sus camaradas se sorprendieron de dos cosas: una, haber hecho el viaje en tren pero no en vagones de ganado, como esperaban; y dos, las enormes distancias recorridas, pues Deming estaba en Nuevo México (la Convención de Ginebra estipulaba que debía alojarse a la gente en lugares de clima parecido al de su lugar de origen y, al fin y al cabo, habían sido capturados en Túnez, una región de clima desértico).

[Imagen: Georg-5-2.jpg?resize=750%2C710&ssl=1]Retrato de Gartner en aquella época/Imagen: Old Magazine Articles


En cuanto a la confortabilidad, los campos disponían de agua caliente, espacio de sobra, alimentación adecuada y un buen trato, con acceso a estudios universitarios y hasta trabajos remunerados, a cambio de tener que asistir a cursos de desnazificación. En general los presos vivían incluso mejor que muchos estadounidenses (por eso en Texas se llamaba Fritz Ritz a aquellos campos) y ni siquiera se les sometía a una vigilancia estricta porque a priori parecía absurdo evadirse estando en pleno centro de Norteamérica y estando próximo el fin de la guerra. Pero, precisamente por eso, a Gärtner le preocupaba mucho su porvenir.

El programa de reeducación aplicado a los prisioneros tenía como objetivo conseguir futuros ciudadanos alemanes ajenos a la ideología nazi que cuando terminase la contienda y fueran liberados constituyeran la generación sobre la que reconstruir su país. Eso implicaba que en breve -el curso de las operaciones estaba cada vez más claro- Gärtner sería repatriado a su Schweidnitz natal y el problema estaba en que esa ciudad se hallaba ocupada por el Ejército Rojo. La perspectiva de regresar a un sitio bajo control soviético siendo un excombatiente alemán le aterraba, así que tomó la drástica decisión de fugarse.



[Imagen: Fritz-Ritz-campos-concentracion-texanos-...C480&ssl=1]Prisioneros alemanes en el programa de desnazificación


La guerra terminó el 2 de septiembre de 1945 y veinte días más tarde, tras ahorrar algo de dinero y conseguir un mapa, Gärtner se arrastró por debajo de la doble línea de alambradas y salió del recinto sin demasiada dificultad. Ahora bien, Deming era un pequeño pueblo del condado de Luna, un área de siete mil setecientos kilómetros cuadrados de desierto sin un solo curso fluvial y una escasísima densidad de población. Un punto en medio de la nada donde no podía quedarse, por lo que se las arregló para saltar a bordo de un tren de mercancías cuyos horarios había estudiado previamente.

El destino de convoy ferroviario fue otro estado, California, lo que le facilitó ponerse a salvo de la persecución de los soldados encargados de la vigilancia del campo. Como en éste había aprendido algo de inglés, encontró trabajos diversos no cualificados como peón, friegaplatos o leñador (ocupación en la que sufrió un accidente y tuvo que huir del hospital cuando le pidieron identificarse), que le dieron dinero suficiente para moverse por varias ciudades de la costa Oeste, borrando aún más su rastro. De esta forma fue perfeccionando el idioma y logró obtener una tarjeta de la Seguridad Social con el nombre de Dennis F. Whiles.


[Imagen: Georg-6.jpg?resize=750%2C439&ssl=1]Localización de Deming en EEUU/Imagen: Google Maps
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Se abrió así un nuevo capítulo en su vida porque pudo asentarse en la ciudad de Norden, en el condado de Nevada (California), y trabajar en empleos mejor remunerados; entre ellos profesor de esquí en invierno -había aprendido en su país natal- y comercial de ventas en verano. Más aún, durante un baile de la YMCA (Young Men’s Christian Association, una organización cristiana para jóvenes muy popular entonces porque su presidente, John Mott, había recibido el Nóbel de la Paz en 1946), conoció a una mujer llamada Jean Clarke con la que se casaría en 1964 adoptando a los dos hijos que tenía de un matrimonio anterior.

No obstante, Gärtner (o Whiles) no era un ciudadano cualquiera, aunque lo pareciera. No sólo por su origen alemán sino porque desde 1947 ya no le perseguía sólo el ejército de EEUU sino el mismísimo FBI, que había asumido su búsqueda distribuyendo carteles con su foto en sitios públicos como estaciones y oficinas de correos. De hecho, se habían escapado otros cinco alemanes de Deming pero todos fueron detenidos de nuevo menos él, que trataba de alejar el fantasma de un arresto que reaparecía en ocasiones, como cuando, viviendo en San Francisco, se encontró con un viejo camarada de armas que le reconoció y empezó a hablarle en alemán en lo que él describiría luego como 
“una experiencia espeluznante”.




Por cierto, la ciudad del Golden Gate pudo haber resultado doblemente peligrosa para su secreto, ya que se sumó como voluntario a una expedición de rescate enviada a Sierra Nevada para liberar un tren atrapado en medio de una ventisca de nieve (recordemos que era profesor de esquí), con el problema de que la revista Life publicó una foto del grupo de rescatadores y Gärtner figuraba entre los retratados. Un riesgo ocurrido en 1952 pero que, por suerte para él, no tuvo consecuencias.

Su vida transcurría con bastante placidez, más allá de los esporádicos cambios de residencia y profesión -ahora regentaba una escuela de tenis- o de la intriga que consumía a Jean ante su negativa a contarle nada de su pasado. No lo hizo hasta el año 1984, cuando ella le amenazó con dejarle; al enterarse de la historia le convenció para que hiciera pública su situación y Gärtner terminó aceptando, para lo cual se puso en contacto con el historiador Arnold Krammer, autor de una obra titulada Nazi prisoners of war in America (Prisioneros de guerra nazis en América). Juntos publicaron en 1985 el libro Hitler’s last soldier in America (El último soldado de Hitler en América) y apareció en varios programas televisivos y entrevistas.


[Imagen: Georg-3.jpg?resize=750%2C697&ssl=1]El libro conjunto/Imagen: Amazon


Gärtner no las tenía todas consigo, temiendo qué podía pasar. Fue entonces cuando pudo respirar: el ejército había dejado de buscarle en 1963, mientras que tanto el FBI -que cerró el caso en 1975- como el INS (Immigration and Naturalization Service, es decir, Servicio de Inmigración y Naturalización; la agencia federal encargada de la deportación de inmigrantes ilegales que precedió a la actual Immigration and Customs Enforcement) anunciaban que no tenían interés en deportarle. La razón era de doble naturaleza, humana y jurídica: por un lado, el tiempo transcurrido y los cambios sociopolíticos mundiales; por otro, no se trataba de un inmigrante ilegal puesto que le habían llevado a EEUU obligado y tampoco se había evadido en sentido estricto porque de todas formas estaba previsto enviarle de vuelta a Europa.

[Imagen: Georg-2-1.jpg?w=650&ssl=1]

Georg Gärtner ya plenamente como Dennis Whiles en 2009/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En suma, no había cometido ningún delito ni infringido la ley, de manera que la revelación de su estatus no sólo no le supuso los problemas que temía sino que sirvió para que le ofrecieran una indemnización por el tiempo que estuvo preso y la ciudadanía estadounidense de forma oficial. Eso sí, los trámites burocráticos se fueron alargando y la cosa no se materializó hasta 2009. Antes, en 1986, tuvo ocasión de viajar a Alemania y reencontrarse con su hermana (no con sus padres, que murieron sin saber que su hijo seguía vivo). La visita tuvo sabor agridulce porque estando fuera recibió la notificación de divorcio de su mujer, lo que no deja de resultar curioso teniendo en cuenta que llevaban cuarenta y cinco años casados y él sumaba ya ochenta y nueve.

En suma, la odisea personal de Georg Gärtner ha quedado como uno de los cinco únicos casos de prisioneros de guerra germanos en suelo estadounidense fugados con éxito y nunca recapturados de un total de dos mil ochocientos tres que lo intentaron. Los otros cuatro fueron Kurt Richard Westfhal (evadido del campo de Bastrop, Los Ángeles, en 1945), Werner Paul Lueck (del campo Las Cruces, Nuevo México, 1945), Harry Girth (de Fort Dix, Nueva Jersey, 1946) y Kurt Rossmeisl (de Butner, Carolina del Norte, 1945).


Fuentes: 
100 historias secretas de la Segunda Guerra Mundial (Jesús Hernández)/Hitler’s lost soldier in America (Arnold Krammer y Georg Gärtner)/Andra världskrigets siste krigsfånge (Svante Sandblom en Militar Historia)/Five Escaped Nazi P.O.W.s Who Were Never Re-Captured (Collier’s en Old Magazine Articles)/Wikipedia
“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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El Gran Rescate 
La Liberación del Campo de Prisioneros de Cabanatuan

[Imagen: iIJE4uI.jpg]

El ejército japonés desembarcó en las Filipinas y en enero de 1942, las tropas niponas entraron en Manila. 
Las fuerzas estadounidenses y filipinas, acorraladas, atrapadas entre el enemigo y el mar, resistieron unos cuatro meses en la península de Bataan. 
Sin una armada que pudiese acudir en su ayuda, terminaron rindiéndose ante los japoneses el 9 de abril de 1942.

El gran número de prisioneros estadounidenses y filipinos sobrepasaba las capacidades logísticas de los nipones, pues no disponían de suficientes recursos para alimentarlos. 

Los prisioneros fueron obligados a recorrer a pie largas distancias hasta los campos de internamiento. 
El trato que recibieron por parte de las tropas japonesas fue brutal. 
Quienes se detenían o eran incapaces de soportar la agotadora marcha, eran golpeados con culatas y bayonetas. Se calcula que entre 7.000 y 10.000 hombres perdieron la vida en la denominada Marcha de la muerte de Bataan.

Parte de los prisioneros fueron alojados en el campo de Cabanatuan, el mayor campo de prisioneros de las Filipinas, que en su apogeo llegó a contar con un total de 8.000 cautivos. 

En aquel campo, próximo a la ciudad de Cabanatuan, en la isla de Luzón, la brutalidad de los guardias no tenía límites. Con sus organismos debilitados, los prisioneros sucumbieron a las enfermedades, aunque gracias a la resistencia, que logró introducir quinina en el campo de prisioneros, cientos de hombres lograron sobrevivir a la malaria. 
En Cabanatuan las raciones eran exiguas y cualquier intento de fuga se pagaba con la vida.

Pese a las espectaculares victorias logradas por los japoneses en los primeros compases de la guerra, la situación militar terminó dando un vuelco en el Pacífico. 
Los estadounidenses, avanzando de isla en isla, se acercaban a las Filipinas y al campo de prisioneros de Cabanatuan. 


[Imagen: image.jpg]
Estado de los prisioneros en Cabanatuan

El general MacArthur, cumpliendo con su promesa, regresa con su ejército a las Filipinas.

La desesperación cunde entre los japoneses, están perdiendo la guerra, y el 1 de agosto de 1944 el ministro de la guerra japonés emite un comunicado respecto a los prisioneros de guerra. 
El contenido de este comunicado es espeluznante y dice lo siguiente: " El objetivo es no permitir que escape ni uno solo, aniquilarlos a todos sin dejar rastro ".


Antes de que MacArthur llegase a Luzón, los prisioneros de Cabanatuan que se encontraban en buenas condiciones físicas fueron trasladados para trabajar como esclavos en Japón.
El 9 de enero de 1945 el ejército del general MacArthur desembarcó en Luzón. 
Sus fuerzas avanzaban directamente hacia Cabanatuan y se temía que los japoneses ejecutasen a los prisioneros antes de que pudiesen ser liberados.


El 26 de enero de 1945, el teniente coronel Henry Mucci, al mando del 6º Batallón Ranger recibió la orden de rescatar a los prisioneros del campo de Cabanatuan.

El plan consistía en infiltrar una fuerza de 120 hombres 50 kilómetros tras las líneas japonesas y evacuar a los alrededor de 500 hombres que permanecían recluidos en Cabanatuan. Los rangers de Mucci, con el capitán Prince como encargado de la planificación del rescate, se pusieron en marcha.
Junto a las tropas de 6* Batallón Ranger marchaban también un grupo de Álamos Scouts, pertenecientes al VI Ejercito norteamericano. 


[Imagen: Henry_mucci.jpg]
Teniente coronel Henry Mucci

En su camino se les unieron los guerrilleros filipinos, comandados por Juan Pajota y Eduardo Joson.
El asalto al campo de prisioneros constituía todo un desafío para los Rangers. Unos doscientos guardias nipones custodiaban el recinto y a unos dos kilómetros se encontraba una división japonesa, situada en las proximidades del puente de Cabu.
A las 17:00 horas del 30 de enero de 1945, el capitán Prince ordenó a sus Rangers que tomasen posiciones alrededor del campo de prisioneros. 
Mientras tanto, los guerrilleros filipinos debían tender una emboscada a los japoneses en el puente de Cabu, distrayendo de ese modo al enemigo, para que no acudiese en ayuda de las tropas que defendían el campo de Cabanatuan.


[Imagen: Alamoscouts_losnegros_feb1944.jpg]
Alamo Scouts

A las 18:00 horas, un caza P-61 Black Widow, con capitán Kenneth Schrieber y el teniente primero Bonnie B. Rucks sobrevoló el campo de prisioneros. 
Fingiendo sufrir una avería, Schrieber cortó la alimentación del motor izquierdo de su avión. 
El oficial creó un fuego controlado y perdió altura. 
Semejante ardid dio sus frutos y los japoneses que custodiaban el recinto dirigieron sus miradas hacia el caza estadounidense.


Los Rangers del capitán Prince lograron acercarse al recinto. A las 19:40 horas se produjo el primer disparo. El fuego de los Rangers se concentró sobre las torres japonesas. Los estadounidenses consiguieron abrir brechas en las vallas, atacando también la puerta principal. 
Rápidamente, los Rangers penetraron en el recinto. 
Los sorprendidos soldados japoneses fueron acribillados en el demoledor ataque y los carros de combate nipones quedaron neutralizados por el fuego de bazuca.

En el río Cabu, la guerrilla filipina hizo explotar las cargas colocadas en el puente, dañándolo, de tal manera que los tanques no pudieran cruzarlo. 

La guerrilla, haciendo fuego con ametralladoras, consiguió frenar a los japoneses en el río, provocando un numero espantoso de bajas entre las filas niponas.

Mientras tanto, en el campo de Cabanatuan, los prisioneros no reconocieron a sus liberadores, pues los uniformes habían cambiado mucho desde el comienzo de la guerra. 
Los cautivos abandonaron sus barracones corriendo hacia la libertad, mientras que los más asustados y los que revestían peor estado de salud precisaron ayuda para abandonar el campo de prisioneros.

Una hora después del inicio del ataque, una tercera bengala resplandeció en la oscuridad.
El río Pampanga había sido cruzado y tanto Rangers como Álamo Scouts y los prisioneros habían salido de la zona de peligro.


Al abrigo de la oscuridad nocturna, la larga columna de Rangers y prisioneros, como una enorme serpiente, atravesó los campos de Luzón en dirección a las líneas del ejército del general MacArthur. Lentamente, la extensa formación logró escapar sin ser descubierta por los japoneses.

[Imagen: images?q=tbn:ANd9GcQBrqCHY7WOLQ2c5Zd8XvZ...Is3A64Wt0Q]
Prisioneros liberados trasladados en carreta

La operación había sido un éxito, saldándose con 522 prisioneros rescatados y 2 Rangers muertos.
Como reconocimiento a su meritoria actuación, el Teniente Coronel Henry Mucci y el Capitán Robert Prince fueron condecorados con la Cruz por Servicio Distinguido.
La gesta de los Rangers del 6* Batallón había sido un éxito sin parangón, el mayor rescate de prisioneros de la historia de Estados Unidos
“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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