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Tambien es historia militar
Se pasaron 75 años del final de aquella que fue 
ciertamente la mayor batalla de la Segunda Guerra
Mundial, 75 años desde el momento en que los rusos, sus aliados y millones de personas de todo el mundo dieron un suspiro de alivio colectivo.
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Blindados alemanes destruidos en Stalingrado. - JOSÉ MARÍA CASTAÑÉ COLLECTION
LYUBA VINOGRADOVA
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El decisivo papel de las mujeres en la mayor batalla de la Segunda Guerra Mundial.
Todos venían acompañando las informaciones de Stalingrado con angustia y de forma compulsiva, habían perdido el ánimo cuando parecía que el destino de la ciudad colgaba de un hilo, y se alegraron cuando llegaban buenas noticias. El aterrador e imparable avance de los ejércitos de Hitler por toda Europa desde 1939 se detuvo. El precio fue la destrucción de una hermosa ciudad al borde del río Volga.
En el camino de la ciudad sitiada, en agosto de 1942, el escritor Vasili Grossman, que más tarde elogiaría la heroica lucha por la defensa de Stalingrado, notó repetidamente y con gran tristeza la inmensa carga que recaía sobre las mujeres. Con todos los hombres incorporados al Ejército, tenían que volverse como podían. Trabajaban en las fábricas, dirigían tractores y criaban a los hijos solos. No tenían a nadie en quien apoyarse. Eran cada vez más convocadas para cubrir los agujeros dejados por las terribles pérdidas del primer año de guerra. Comenzaron a asumir funciones otrora masculinas. La espantosa catástrofe les endureció el corazón.
"¡Hurra, hurra, hurra! Los alemanes están totalmente destruidos, los prisioneros de guerra parten en largas filas. Dame asco verlos. Llenos de mucosidad, estropeados, congelados. ¡Son la escoria! ", Escribió una joven de Stalingrado en su diario el 3 de febrero de 1943. Se refería a los soldados y oficiales del Sexto Ejército de la Wehrmacht, que se habían rendido la víspera. Cerca de 100.000 prisioneros, de los que sólo la mitad sobrevivió. En la fila se encontraban en fila e intentaban mantenerse cerca de los guardias o en el centro de la columna, para estar más o menos a salvo de los civiles. Los alemanes capturados ofrecían una imagen patética: muertos de hambre, enregellados y enfermos, envueltos en mantas para calentarse. Los guardias, en venganza por las atrocidades germánicas, daban un tiro en los que no tuvieran suficiente fuerza para andar. Y las mujeres, los viejos y los niños del lugar se ponían en el acoso de la carretera para intentar arrancar sus mantas, arrojar piedras, empujarlas, patearlas y escupir en su cara. Después de medio año de una batalla que cobró más de un millón de vidas de soldados y civiles, no quedaba ninguna compasión.
Cita:En el Volga, el avance de Hitler por Europa fue detenido. Ha costado medio año de batalla y más de un millón de muertos
El objetivo de la ofensiva alemana en Stalingrado era interrumpir las comunicaciones entre las regiones centrales de la Unión Soviética y el Cáucaso y establecer una cabeza de puente a partir de la cual invadir la región y sus yacimientos petroleros. El ataque duró de mediados de julio hasta mediados de noviembre de 1942, y su interrupción se produjo a un precio terrible para la URSS. Mientras los soldados defendían la ciudad, los habitantes y cientos de miles de refugiados venidos de otras regiones quedaron abandonados a su suerte. Anna Aratskaya, que vivía en Stalingrado, escribió el 27 de septiembre: "Nuestra casa se quemó, así como nuestra ropa, que habíamos enterrado en el patio. No tenemos ropa ni zapatos, no tenemos un techo bajo el cual nos refugiar. Cuando esta pesadilla terminará? ".
La ciudad se había convertido en un "gigantesco campo de ruinas" por los bombardeos masivos de los alemanes, particularmente el 23 de agosto. Se habían quedado en pie algunas casas con ventanas rotas, algunas paredes o una chimenea. Muchos soldados "que nunca más se levantarían yacían en los patios y en las calles, cientos de ellos, incluso miles, pero nadie los contaba. Las personas vagaban entre las ruinas en busca de comida o cualquier cosa que pudiera ser útil ". Vasili Grossman comparó esta ciudad espectral con Pompeya, pero con la diferencia de que, en medio del caos, quedaron almas vivas, cientos de miles de ellas. Los civiles también lucharon brutalmente en Stalingrado, no por su país, sino por sus propias vidas y por las de sus hijos.
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Lylia Litvyak, piloto de la Fuerza Aérea soviética, durante la batalla de Stalingrado. - STOCK PHOTO
Sin techo, con las casas destruidas por las bombas o por el fuego, no había otro remedio que tratar de encontrar lugar en un barco para atravesar el río Volga. ¿Cuántos murieron en la costa esperando una oportunidad de cruzarlo, cuántos se ahogaron en el río cuando sus embarcaciones fueron golpeadas por un proyectil? Otros prefirieron ni intentar. Se hizo común vivir en agujeros excavados en la pared de un barranco. Muchos lo hicieron en la costa escarpada del Volga, donde testificaron escenas asustadizas en el agua. A medida que avanzaban los alemanes, hasta casi llegar al río, la gente también tuvo que abandonar esos agujeros. ¿Cómo sobrevivieron durante los meses que la batalla duró? Muchos murieron por las balas de franco-tiradores alemanes mientras intentaban encontrar cereales quemados en los lugares destruidos. Otros arriesgaron sus vidas para robarlos del Molino Gerhardt, protegido por soldados soviéticos. "Cuando acabó el cereal, comimos lodo", recordó un sobreviviente.
Tal vez el propio Stalin, o alguno de sus colaboradores, ordenó que se prohibiera la evacuación de civiles? ¿Realmente existió ese orden o, como en tantos otros lugares, simplemente no había recursos suficientes para evacuar a la población porque el rápido avance de los alemanes los cogió por sorpresa? Se dice que había una orden implícita de Stalin para mantener a los civiles en la ciudad para que los soldados, muchos de los cuales eran locales, luchasen con más pasión para proteger a sus familias.
La verdad es que muchos soldados habían sido reclutados en la ciudad y en sus alrededores poco antes de la batalla o aún así comenzó. A medida que los combates se desarrollaban, muchos adolescentes pasaron a trabajar en las fábricas militares y se incorporaron de forma oficial o extraoficial al Ejército. Entre ellos, había muchas chicas. Aunque todavía no tenían edad para alistarse, querían contribuir con la batalla y acelerar el fin de la pesadilla. Además, el Ejército ofrecía alguna esperanza de mejor alimentación para civiles muertos de hambre.

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"En la Frontera del Este", fotografía aérea de Stalingrado hecha por la Compañía de Propaganda alemana (PK). - ORBIS PHOTOFUNDACIÓN JOSÉ MARÍA CASTAÑÉ
Durante algunas semanas, Alexadnra Mashkova vio cómo, cada madrugada a las cuatro de la mañana, jóvenes reclutas subían la ladera hasta el Volga, atravesaban el barranco en que sus familias habían excavado sus casas y desaparecían hacia Mamáyev Kurgán, una colina que domina Stalingrado. Le parecían asustados y muy jóvenes; en realidad, habían nacido en 1924 y tenían casi la misma edad que ella. La mayoría nunca volvió, pero algunos fueron vistos más tarde, heridos, volviendo a pie o arrastrándose. Poco a poco, las adolescentes comenzaron a ayudar a esos soldados heridos, tapando sus heridas o cargándolos en camillas improvisadas hasta el río. Alexandra, que tenía 17 años, se unió al departamento médico de una unidad militar y cruzó hacia el otro lado del Volga. Aprendió rápidamente y pronto estaba lista para ayudar al cirujano. En el comienzo, tenía mucho miedo cuando necesitaba sostener a un soldado durante la operación "mientras le amputaban la pierna o abrían su brazo hasta el hueso", pero "usted se acostumbra a todo". Muy rápidamente, las jóvenes enfermeras comían, sin preocuparse, en la propia sala de operaciones improvisada. "Teníamos pedazos de pan en el bolsillo, entonces limpiábamos las manos de sangre en la ropa blanca, cogíamos el pan y lo poníamos en la boca".
La conductora Angelina Kolobushhenko pensó que había engañado la muerte cuando la fiebre tifoide la alejó del 1077º Regimiento Antiaéreo, formado casi exclusivamente por mujeres, la mayoría adolescentes. Después de disparar contra los aviones que bombardeaban a Stalingrado, las jóvenes debían apuntar los cañones contra los carros de combate que habían logrado llegar a la fábrica de tractores de la ciudad. Casi todas murieron, incluso las encargadas por los teléfonos, las cocineras y las enfermeras. Pocas personas sobrevivieron.
Cuando se curó, Angelina fue enviada a otro regimiento antiaéreo. Tenía apariencia frágil después de la enfermedad, fea y esquelética. Las otras chicas la despreciaban y se negaron a dormir en la misma zanja que ella. Dice que podía contagiarlas. Sin embargo, dos semanas después, estaba totalmente recuperada, recibió un nuevo uniforme y, como no había ningún vehículo disponible para ella, comenzó a entrenar para manejar las armas propiamente dichas. Se sentía muy orgullosa cuando su unidad, la 5ª batería, derribó un avión alemán. Las jóvenes corrieron hacia la llanura para buscar la tripulación de la aeronave, los encontraron y los prendieron. Los tres alemanes eran muy jóvenes, un alto y de cara arrogante y otro más pequeño y más agradable, pero Angelina recordó especialmente al tercero, que tenía quemaduras terribles y dolor insoportable cuando fue encontrado.
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Soldados muertos, enterrados en la nieve en Stalingrado.  -  Arkadii Shaikhet  COLECCIÓN JOSÉ MARÍA CASTAÑÉ
Los conductores del frente, cada hora caminando hacia arriba y hacia abajo, veían y oyeron muchas cosas. En noviembre, empezó a parecer que la situación estaba cambiando. Había cada vez más prisioneros alemanes, y Angelina sentía pena tanto de ellos como de los que vio morir de frío. Ella y sus camaradas tenían botas nuevas de fieltro y abrigos de piel de cordero. Sentían la pena de los prisioneros alemanes, con sus abrigos finos y extraños zapatos de paja encima de las botas, ni un poco preparados para el bruto invierno ruso. Cuando se anunció que había un gran grupo de soldados alemanes rodeados, Angelina entendió que no sobrevivir por mucho tiempo, con sus ropas de verano, casi sin comida, en la ciudad destruida o en la estepa, sin lugar para refugiarse, ni madera para hacer fuego .
Dos contemporáneos de Angelina, los pilotos de combate Lilya Litvyak y Katya Budanova, volaban con su regimiento para impedir que los alemanes arrojara provisiones a las tropas sitiadas. Las dos habían pilotado aviones deportivos y habían sido instructores de vuelo antes de la guerra, pero aprendieron más en sus 10 meses de ejército que en toda la carrera anterior. Otro piloto recuerda la reacción del comandante del regimiento cuando llegaron cuatro mujeres con sus tripulaciones. "Me duele ver a una mujer luchando en la guerra. Me duele y me da vergüenza. ¿Cómo es posible que nosotros, los hombres, no hayamos logrado evitar que hicieran un trabajo tan poco femenino? ". Las jóvenes tuvieron que demostrar sus habilidades y compromiso. Klava Nechaeva, de 23 años, murió en su primera misión, después de convencer a su jefe para dejarla participar en la batalla.
Cita:Se dice que Stalin dio la orden de no evacuar a los civiles para que los soldados luchasen para proteger a sus familias.
Cuando la batalla de Stalingrado llegó a su fin, cientos de miles de mujeres se habían alistado al Ejército. El país había perdido tantos hombres que las autoridades no tuvieron otra alternativa que no era utilizar mujeres en todas las funciones militares. No existen datos concretos sobre las mujeres que han servido, de modo que los cálculos varían mucho, desde medio millón a casi un millón. El frente se transfirió y las jóvenes que seguían vivas y con buena salud fueron con él. Muchas de las mujeres que entrevistamos continuaron luchando hasta el final de la guerra y estuvieron en Berlín para conmemorar la victoria (muchos soldados estaban convencidos de que Berlín debía quedarse en ruinas como los alemanes habían dejado Stalingrado). Continuaron presenciando la muerte y el dolor y perdiendo sus camaradas.
 
  • Vinogradova Lyuba  es Halloween El autor de los Ángeles Vengadores (tanto desde Pasado y presente editor) noche y. Los testimonios citados en este artículo son de entrevistas realizadas por la propia autora y el proyecto 'Iremember. Recuerdos de veteranos de la Segunda Guerra Mundial. (Www://iremember.ru).
 
Fuente: El País
 
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La foto del horror en Vietnam y las "medias verdades"
Febrero 1, 2018 14:20
La historia de un ícono de la guerra y las consecuencias que generó, en el aniversario de la ofensiva del Tet

[Imagen: 0024265106.jpg]
Eddie Adams/Associate Press
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El momento en el que el gneral Nguyen Ngoc Loan de la policía de Vietnam del Sur, ejecuta a Nguyen van Lem, del Vietcong

Son de esas imágenes que se pegan a la retina global de un mundo que, entonces y ahora, revive el horror de guerras, tragedias y desastres naturales a través de fotografías que se convirtieron en íconos de momentos históricos.
Esta congeló en el tiempo, a puro horror, la milésima de segundo que tardó una bala en entrar en la cabeza de un hombre. Al final se convirtió en tal vez la más icónica de las fotos de Vietnam, tal vez compitiendo con la de la niña quemada por napalm.

Video momento de la ejecuión Vietnam Vietcong






El video captado por la NBC
El fotógrafo era Eddie Adams, de la de Associated Press, y sus objetivos el general Nguyen Ngoc Loan, jefe de la policía nacional de Vietnam del Sur, y el soldado del Vietcong Nguyen van Lem, en medio de una calle de Saigón.
Hace 50 años hoy de ese 1 de febrero de 1968, cuando la guerra de Vietnam estaba en su desenfreno de muerte y la ciudad de Ho Chi Minh (ex Saigón) dividida entre el gobierno de Vietnam del Sur, apoyado por Estados Unidos, y las fuerzas comunistas respaldadas por Vietnam del Norte.
La fotografía y el video del asesinato también fueron grabados por el camarógrafo de la NBC Vo Suu; entonces fueron reproducidos en todas las grandes cadenas de televisión de Estados Unidos. La violencia del instante de la muerte terminó convirtiéndose en bandera del movimiento antibelicista, que tuvo mucho que ver con el retiro de fuerzas estadounidenses, cinco años después.

Lo que pasó
Lem fue asesinado cuando el Vietcong lanzó un ataque sorpresa, conocido como La Ofensiva del Tet (era el año nuevo lunar vietnamita), que buscaba incentivar al sur a levantarse en armas para reunificar el país.
Los soldados del Vietcong atacaron con lo que tenían y cometieron atrocidades contra policías, empleados públicos y civiles. Al mismo tiempo, las fuerzas estadounidense se desorganizaron. Reinaba el caos.
Lem fue capturado en la mañana; en una entrevista que concedió en 1979 el camarógrafo australiano Neil Davis contó cómo el hombre que lo mató se había enterado, poco antes, de que sus seis ahijados habían sido asesinados por Vietcong. Les habían cortado la garganta.

Foto asesinato guerrillero Vietcong guerra Vietnam
[Imagen: 0024265137.jpg?2018-02-01-14-24-31]
Una imagen previa; el guerrillero había sido capturado el día anterior y formaba parte de uno de los escuadrones de la muerte del Vietcong
Eddie Adams/Associate Press

El general Loan quedó inmortalizado en esa foto y consecuentemente estigmatizado; terminó emigrando a Estados Unidos y en 1991 tuvo que cerrar una pizzería que tenía en el estado de Virginia porque se conoció su identidad. Murió en 1998, a los 67 años, de cáncer.

Las consecuencias
La foto hizo que el fotógrafo Adams ganara el Premio Pulitzer, pero siempre se arrepintió de haberla tomado. La imagen solo mostraba "una verdad a medias", dijo en 1998 a la revista Time.
"Lo que la fotografía no decía era: '¿qué haría usted si fuera el general en aquel momento y lugar, en aquel caluroso día, y hubiera atrapado a un chico malo después de que este se hubiera cargado a uno, dos o tres estadounidenses?"
Foto asesinato guerrillero Vietcong guerra Vietnam

[Imagen: 0024265150.jpg?2018-02-01-14-25-30]
La imagen posterior a la ejecución
Eddie Adams/Associate Press

Van Lem (el hombre ejecutado), dirigía uno de los escuadrones de la muerte que atacaron y mataron a cientos de personas; fue capturado mientras lanzaba cuerpos en una zanja que iba a servir de fosa común y en la que había 34 cuerpos, en su mayoría de soldados y policías.
El presente
Vietnam celebró el miércoles 31 con grandes espectáculos patrióticos el 50º aniversario de la ofensiva del Tet, que marcó un antes y un después en la guerra.
Actores y acróbatas con trajes de soldados y campesinos ejecutaron diversas figuras ante grandes fotos y con los veteranos de guerra sentados en primera fila.
 
"Resistimos hasta que se nos acabaron las balas, luego abandonamos las armas y nos replegamos", recuerda Nguyen Van Duoc, 75 años, en conversación con la AFP.
Durante la ofensiva del Tet, miles de combatientes del ejército de Vietnam del Norte y del Vietcong (Frente Nacional de Liberación de Vietnam), que operaba en el sur, conquistaron más de 100 localidades.
Los comunistas no lograron conservar las posiciones conquistadas y tuvieron miles de muertos, por lo menos 58.000, según las fuentes, pero obtuvieron un triunfo psicológico que tuvo repercusiones muy importantes en Estados Unidos.

"La ofensiva general de la primavera de 1968 será para siempre un símbolo de patriotismo, de determinación, de voluntad por la independencia y la libertad", declaró Nguyen Thien Nhan, secretario del Partido Comunista de Vietnam en la región de Ho Chi Minh.
Según cifras oficiales, 2,5 millones de soldados vietnamitas de ambos bandos y más de tres millones de civiles murieron durante la guerra.
Por su parte, Estados Unidos tuvo más de 58.000 soldados muertos, según cifras oficiales.

Fuente: Con información de AFP
“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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Katyn: la oculta masacre comunista en la que Stalin aniquiló a 22.000 prisioneros de guerra
En «Manipulando la historia» («Temas de hoy»), Eric Frattini realiza un recorrido por las operaciones de «falsa bandera» más llamativas de los últimos 100 años
[Imagen: resizer.php?imagen=http%3A%2F%2Fwww.abc....&medio=abc]Manuel P. Villatoro
@ABC_Historia
Seguir14/02/2017


En más de una ocasión, la historia no es como nos la cuentan los sabios a través de los libros. Un ejemplo de ello es que, durante décadas, Europa vivió engañada pensando que la corona española había hundido el «USS Maine» norteamericano en el Puerto de la Habana, a orillas de las Américas. Aquel vil acto, según se dijo a lo largo y ancho del globo, fue el que obligó a los EEUU a cargar sus fusiles y entrar en lid con los de la rojigualda. «¡Pobres americanos, agredidos en su orgullo y obligados a coger las armas contra los infames hispanos!», que debieron pensar allende los mares todos los que recibieron la noticia. Pero la realidad era bien diferente, y se conoció después: los supuestos agredidos aprovecharon un accidente en el navío para tener una excusa con la que declarar la guerra a España para arrebatarle los retazos que todavía le quedaban de su Imperio.

[Imagen: manipulando-historia-frattini-kOlD-U2025...50@abc.jpg]
En pleno 2018, este amaño es el más conocido en lo que se refiere a «operaciones de falsa bandera» (estafas a gran escala en las que un país manipula a otros en su favor). Sin embargo, no es la única que se ha sucedido a lo largo de los siglos. Del Tercer Reich a la Turquía moderna (esta última región, hace menos de un año), los ciudadanos han sido engañados por los líderes mundiales a su antojo para que creyeran enemigo al amigo, y asesino al inocente.

Una buena parte de estas estafas son las que desvela el popular escritor Eric Frattini en su libro: «Manipulando la historia», editado por Temas de Hoy. La obra desvela más de una veintena de misiones de espionaje orquestadas por los estados para lograr tener a la opinión pública de su lado. Y, de todas las que recoge, una de las más destacadas es el fraude mediante el que el dictador Josef Stalin aniquiló a casi 22.000 polacos en el bosque de Katyn (todos ellos opositores a su régimen) y convenció a Europa de que los culpables habían sido los nazis. Una acusación que, posteriormente (y después de muchos años) se confirmó falsa.

Hacia Katyn
Katyn, la que fue una de las mayores operaciones de falsa bandera de la historia (hasta finales del siglo XX todavía se dudaba de su autoría) tuvo su origen en septiembre de 1939. Por aquel entonces, un todavía poco conocido Adolf Hitler (Alemania) y Josef Stalin (URSS) firmaron un pacto secreto por el cual invadirían Polonia. Los primeros lo harían desde el oeste, mientras que los segundos accederían al país desde el este pocos días después. En esos días, por tanto, nazismo y comunismo (futuros enemigos) iban bien apretaditos de la mano hacia el dominio de Europa. El resultado de aquel tratado es conocido por todos nosotros: germanos y rusos conquistaron la región y se la dividieron a medias, como si fuera la propina de un café.

Sin embargo, lo que no es tan de dominio público es que Josef guardaba en su rojo corazón mucho rencor contra los polacos debido a que estos habían humillado a sus tropas en la guerra polaco-soviética de 1919. Quizá por eso, o simplemente por quitarse de en medio a un ejército que podía darle más quebraderos de cabeza en un futuro cercano, es por lo que ordenó a su lugarteniente más sanguinario (Lavrenti Beria, jefe del servicio secreto de la URSS -NKVD-) que se pusiera manos a la obra y creara una serie de campos de concentración a los que pudiera deportar a los miles y miles de reos que había hecho durante la contienda.

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Polacos capturados por los soviéticos tras la contienda- ABC

En palabras de Pere Cardona (divulgador histórico y autor de «HistoriasSegundaGuerraMundial») dichos centros fueron Jukhnovo, Yuzhe, Kozelsk, Kizelshchyna, Oranki, Ostashkov, Putyvli, Starobielsk, Vologod y Gryazovets.
Poco después comenzaron los problemas para los soviéticos cuando les llegó (entre otras cosas) la factura de la comida que debían dar a aquel ingente número de reos. ¿Qué diantres se podía hacer con ellos? En principio se pensó en deportar a un gran número de los mismos. Pero a Piotr Sopunenko, subalterno de Beria, se le ocurrió otra cosa: «descongestionar» los campos de concentración. Así lo afirma Frattini en su nueva obra, donde rescata un documento secreto en el que Beria (siguiendo el consejo de su subordinado) aconsejó al mismísimo Stalin ejecutar a los reos por formar parte de diferentes «organizaciones rebeldes» y estar «llenos de odio hacia el sistema soviético».

La idea no disgustó al líder rojo, quien comenzó a movilizar a miles de prisioneros hacia el lugar en el que se llevaría a cabo la «limpia» a partir del 5 de marzo de 1940. Las cifras varían atendiendo a los historiadores, pero se cree que fueron trasladados entre 17.000 y 22.000 polacos (oficiales del ejército, reservistas, intelectuales y un largo etc.) hasta Katyn, una pequeña ciudad ubicada a 19 kilómetros de Smolensko (Bielorrusia). Más concretamente, hasta un espeso bosque situado en las afueras de la misma urbe, que apenas sumaba -en palabras de Frattini- una treintena de viviendas y unos 150 habitantes.
Con horarios especiales para no llamar demasiado la atención, se comenzó a desplazar a los prisioneros para su ejecución. Allí esperaban 53 unidades a las órdenes de Vasily Blojin, el verdugo del camarada Stalin.

La brutalidad comunista
Entre abril y mayo se sucedieron las matanzas en el bosque de Katyn. Según explica Frattini, en ese tiempo se llegaron a asesinar a entre 250 y 300 personas al día (aunque el momento preferido era por la noche, por aquello de no montar un escándalo).
El método era siempre el mismo. En primer lugar, los soldados del Ejército Rojo llevaban a cada preso a un pequeño búnker ubicado en el bosque. Este estaba «forrado» en su interior de varios cientos de sacos terreros para amortiguar el sonido de los disparos. Cuando accedían a la estancia, los reos eran interrogados por un oficial del NKVD que les solicitaba datos como su nombre, su graduación, y un largo etc.

Por si aquello no era lo suficientemente desconcertante para el reo, después se le exigía que se desembarazara de sus objetos de valor. En ese instante, la mayoría de polacos entendían que se había terminado su estancia en este mundo. Finalmente, los soviéticos esposaban a la víctima con las manos a la espalda y la llevaban hasta una sala contigua ubicada dentro del búnker, la cual estaba pintada de rojo (quizá para mitigar los efectos de la sangre).

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Las fosas de Katyn- ABC

Allí se sucedía la tragedia. «Después, un ejecutor del NKVD le disparaba en la nuca o detrás de la oreja. Posteriormente, el cuerpo era retirado por una puerta trasera, para evitar que el siguiente prisionero lo viera», añade Frattini.
Luego, el cadáver era llevado a un camión. Vehículo que, al llenarse, se dirigía hasta una fosa común cercana. De esta guisa, los comunistas asesinaron uno tras otro a -según Frattini- más de 20.000 personas. «Vasily Blojin, el mismo que se vanagloriaba de haber ejecutado en persona a 7.000 prisioneros polacos en 28 días, cubría su uniforme con un delantal de cuero negro, casco y guanteletes para evitar que la sangre y los restos del cerebro de sus víctimas pudieran mancharle», añade el periodista.

Katyn, la masacre oculta
La masacre, tan útil para Stalin, quedó sepultada bajo los cientos de kilos de tierra que se usaron para enterrar a los cadáveres. Y permaneció silenciada hasta que, años después de la invasión de la URSS por parte de la Alemania nazi, los soldados de Hitler descubrieron en Katyn los restos de aquella matanza. Fue en abril de 1943 cuando un oficial de inteligencia germano de una unidad que se retiraba hacia el oeste mencionó el hallazgo de una «gran fosa común en el bosque». Tras un breve periodo de tiempo, las SS desenterraron los cadáveres de nada menos que 4.000 oficiales polacos. Todos ellos, con un agujero de bala tras su cráneo.

Los nazis acusaron entonces a los soviéticos de perpetrar la matanza. Sin embargo, Stalin lo negó todo y afirmó que los culpables habían sido los hombres de Hitler. Para llegar a esta conclusión, afirmó que los agujeros de bala de los cadáveres tenían el tamaño del calibre de la munición alemana.

Y lo cierto es que llevaba razón... La mayoría de los disparos habían sido hechos con pistolas germanas Walther 25 ACP modelo 2. ¿Cómo era posible? Simplemente, porque los soviéticos habían repartido estas armas entre sus verdugos para que, si se descubría aquella barbaridad, la comunidad internacional culpara a sus enemigos. Una operación de falsa bandera en toda regla, según señala Frattini en su obra.

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Restos humanos extraídos de las fosas de Katyn- ABC

El engaño resultó efectivo, aunque -según se descubrió posteriormente- debido a la colaboración de los aliados (entonces partidarios de usar a la URSS como aliado para enfrentarse al nazismo). Estos silenciaron el suceso y evitaron que se investigara en profundidad. Así, hasta que en 1989 algunos historiadores soviéticos confirmaron que «Stalin ordenó la matanza de Katyn». Hace apenas dos décadas.

«Una investigación posterior llevada a cabo por la oficina de la Fiscalía General de la Unión Soviética (1990-1991) y de la Federación Rusa (1991-2004) confirmó la responsabilidad soviética en las matanzas, pero se negó a clasificar esta acción de “crimen de guerra”. La investigación se cerró con el argumento de que los autores de la atrocidad ya habían muerto y de que el gobierno ruso no podía clasificar a los muertos como víctimas de la “Gran Purga”, añade Frattini.

Lo más tristemente irónico es que, al final de la Segunda Guerra Mundial, muchos polacos fueron llamados a unirse al Ejército Rojo para combatir contra el nazismo usando, como argumento principal, la venganza contra esta masacre.

Del Maine a Pearl Harbour
Más allá de Katyn, «Manipulando la Historia» no podría tener un título más acertado. Y es que, tal y como explica Frattini a este diario, todas las operaciones que se recogen en él sirvieron para modificar, en mayor o menor medida, el devenir de un país. «Las operaciones de falsa bandera son llevadas a cabo por un gobierno con el objetivo de que parezca que han sido organizadas por otros. Ya sea por interés económico, político, o el simple interés de llevar a una región a la guerra», afirma el autor.
Como ejemplo clásico, Frattini recurre a la Antigua Roma y a uno de sus emperador más desquiciados. «Nerón fue el primero en organizar una operación de falsa bandera. Acusó a los cristianos de provocar un gran incendio en la ciudad, cuando realmente había sido él porque quería remodelarla. Aquel acto marcó el comienzo de las persecuciones contra los cristianos», señala. Con todo, su libro no se remonta tan atrás en el tiempo, sino que se centra en la época moderna. Y comienza con la más simbólica de ellas, la delacorazado Maine.


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Memo de Beria a Stalin recomendando ejecución en Katyn (1940)- Eric Frattini

«Se acusó a España de colocar una mina en el barco para hundirlo. La historia fue difundida por los dos principales periódicos de la época y significó el comienzo de la guerra entre Estados Unidos y España, pero la realidad fue bien diferente», explica Frattini. La verdad, según narra basándose en una ingente cantidad de documentos oficiales (como suele hacer en todos sus libros) es que la explosión en la nave fue producida por un fallo en la construcción. «Como no había presupuesto suficiente, los tabiques que separaban las máquinas de vapor de la santabárbara eran muy finos. Eso hizo que, tras un recalentamiento, todo el navío estallase de dentro hacia afuera», añade.

Pero fue un error bien aprovechado por el país de las barras y las estrellas en una operación de falsa bandera. De hecho, «Manipulando la historia» cuenta en sus páginas con multitud de misiones orquestadas por los Estados Unidos. Otra de las más famosas fue Pearl Harbour. Un ataque que, según desvela Frattini, conocían perfectamente los Estados Unidos mucho antes de que se sucediera. «En el libro incluyo documentos en los que el presidente Roosevelt ordena a los mandos militares que no tomen medidas de refuerzo en la base porque lo que conviene es que haya un gran número de bajas estadounidenses», señala.

«EEUU sacó del puerto a sus mejores portaaviones para que no sufrieran daños, pero permitió el ataque»El presidente, según parece, tenía sus razones (políticamente hablando). La principal era que la opinión pública estaba totalmente en contra de que Estados Unidos participase en una guerra europea. Pero también influyó que los sectores industriales le estuviesen reclamando una contienda con la que enriquecerse. Así pues, la única solución que vio fue no defenderse de una agresión que conocía para lograr conmocionar a los ciudadanos de su país. «Lo que hizo fue sacar del puerto a los portaaviones estadounidenses para que no sufrieran daños, pero no hizo nada más. Y eso, a pesar de que recibió multitud de documentos (que publico en el libro) en los que se le informaba de la movilización japonesa», completa Frattini.

Pero estas dos no han sido las operaciones más actuales llevadas a cabo por Estados Unidos. En su obra, Frattini también recoge misiones como el incidente de Tonkin, sucedido en los 60. El hecho que desencadenó la Guerra de Vietnam y la muerte, posteriormente, de decenas de miles de militares norteamericanos.

«Durante aquella “operación de falsa bandera”, un destructor estadounidense se metió en aguas de Vietnam del Norte. Cuando dos patrulleras le atacaron, su capitán informó de que el incidente se había sucedido en aguas internacionales, por lo que era una agresión en toda regla. En los informes que publico, se puede ver que se habían metido realmente en aguas norvietnamitas», añade el autor.

También en la actualidad
Con todo, las «operaciones de falsa bandera» no son exclusivas de Estados Unidos. Dos ejemplos de ello son dos sucesos que, en los últimos años, han causado un gran revuelo internacional. El primero de ellos se sucedió en 2015. «Ese año, un británico de origen paquistaní llamado Junaid Hussain se enroló en el ISIS. Era un chico de 20 años que se hizo jefe de los hackers de la organización y, supuestamente, atacó los ordenadores del sistema de defensa norteamericanos en multitud de ocasiones (según pudo rastrear el país). Los americanos le detectaron y, en 2015, le mataron mediante un dron», explica Frattini.

La historia podría haber acabado aquí, pero los ataques informáticos se siguieron sucediendo. Algo imposible a priori, pues Hussain ya estaba muerto. ¿Cuál era la causa? «Los ataques provenían realmente del FSB, la división de hackers del servicio ruso», señala el autor. Así pues, los hombres de Putin habían organizado toda aquella pantomima para atacar a su gran enemigo (Norteamérica) y que las culpas fueran cargadas sobre otro. Algo habitual, en palabras de Frattini, en las gélidas tierras de Putin. «En “Manipulando la historia”, publico fotografías e informes que avalan todas estas afirmaciones», destaca a este diario el autor.

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Junaid Hussain, alias "Abu Hussain al Britani"- Eric Frattini

En palabras de Frattini, la última operación de falsa bandera que se ha sucedido es el «falso golpe de estado» de Turquía acaecido en 2016. «Fue un caso muy burdo. En el libro cuento cómo se organizó el golpe de estado desde el propio gobierno en 2013. Ese año, Erdogán empezó a gestar un autogolpe con ayuda del servicio de defensa de la gendarmería turca y fue creando gigantescas listas de opositores a los que encarcelar después», explica el autor. Según señala, en la obra explica pormenorizadamente los pasos que iba a seguir el líder para crear un estado presidencialista, su verdadero objetivo.

«Terminé el libro en enero de 2016, y entonces ya sabía lo que iba a hacer Erdogán. En las páginas se puede ver que lo que yo decía ha ido ocurriendo exactamente así. Hace unos días, de hecho, se ha confirmado el cambio constitucional que hará que Erdogán sea el todopoderoso presidente de la república. Se dijo que había sido un golpe de estado perpetrado por militares, pero todos eran cercanos a él. Erdogán solo buscaba que pareciese que estaba siendo atacado, pero realmente buscaba tener una excusa para atesorar el poder sobre sí», destaca Frattini. Según determina, esa información tan pormenorizada le valió a su principal fuente el hallarse ahora entre rejas en el país.

¿Y en España?
Frattini también responde a una pregunta obvia en nuestras fronteras... ¿España ha llevado a cabo alguna operación de falsa bandera en los últimos años? Sus palabras son sinceras y, a la vez, tajantes: «No. Para ello hay que tener peso específico a nivel internacional, influencia... En caso contrario, no funciona y no provoca el efecto que se busca».
Incluso dedica unas frases a uno de los hechos más controvertidos de nuestro país: «Algunos afirman que el 11M fue una operación de este tipo para cambiar el gobierno, pero no. Decir que un gobierno ha matado a 192 de sus ciudadanos es gravísimo, y hay que estar muy convencido de ello y tener unas pruebas sumamente sólidas para afirmarlo».

Según explica, sucede algo parecido que con los atentados del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas de Nueva York. «Los más conspiranoicos dicen que fue una operación de falsa bandera de Bush para poder ir a la guerra, pero eso es algo estúpido. Como presidente no le hacía falta matar a 3.000 ciudadanos porque tenía total potestad para dar la orden».
“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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En mi opinión no me parece tonto ni me extrañaría saber que el tema de las torres gemelas realmente fué una operación de falsa bandera.

Otra curiosidad, el fin de semana vi un documental de un submarino gigante de Japón a fines de la segunda guerra donde podían despegar 3 aviones con una bomba menor a 1000 Kg. Con este submarino podrían llegar a la costa este u oeste DE EEUU sin problemas (tenían algunos submarinos pero no muchos).

Se manejó la idea de que las bombas sean bacteriologicas para causar mas daños, pero los generales japoneses pensaron que era inhumano. Días mas tarde tiraron la bomba atómica.

Al mismo tiempo lo Japoneses no dudaron en exterminar poblaciones completas en China para desarrollar su "producto".

En resumen mi idea es que el ser humano es capaz de cualquier cosa (buena y mala). No me extraña tirar dos edificios ocupados para poder entrar en un conflicto en el cual quieren y no pueden entrar.
 
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EJÉRCITO DE UN SOLO HOMBRE
Se cumplen 101 años de la toma del fuerte Douamont, uno de los episodios más curiosos de la 1ª Guerra Mundial
Orgullo del ejército francés, la majestuosa fortificación fue derrotada por un solo hombre, y sin derramamiento de sangre.
25.02.2018 

La batalla de Verdún fue la más larga de la Primera Guerra Mundial (de febrero a diciembre de 1916) y una de las más sangrientas, ya que costó unas 260.000 vidas repartidas en ambos bandos.

El choque en una reducida zona del frente occidental fue idea de Erich von Falkenhayn, ministro de Guerra y jefe del Estado Mayor alemán, y tenía un cometido triple. En primer lugar, pretendía ser una distracción y obstáculo para los preparativos ofensivos que sus enemigos preparaban más al oeste, sobre el río Somme, donde ese mismo año se libraría otra terrible batalla. Por otra parte, el sector de Verdún parecía ser uno de los puntos más débiles de la línea francesa, y si se lograba rendir la ciudad, se habría dado un paso decisivo en el camino hacia París. Finalmente, Falkenhayn contaba con que el mayor poder artillero de su ejército diezmara al enemigo. De ese modo, incluso en caso de no lograr mayores conquistas territoriales, se podría desangrar al ejército francés hasta obligarlo a rendirse.

En ese contexto, el ejército alemán lanzó el 21 de febrero una enorme y ambiciosa ofensiva que en un primer momento alcanzó promisorios avances, pese a la denodada defensa gala. Sin embargo, con el paso de los meses girarían las tornas y los defensores retomarían la iniciativa.
En el marco de esa batalla se produjo un incidente singular, no sólo para la Gran Guerra sino para la historia militar en general: la caída del fuerte Douamont.
Una joya de cemento y acero
El imponente edificio era el mayor de un anillo de fortificaciones construidas por los franceses en la zona de Verdún, luego de que la derrota ante los alemanes en la Guerra Franco Prusiana de 1870/71 les hiciera ceder las provincias de Alsacia y Lorena, corriendo la frontera hacia el oeste. Los alemanes fortificaron primero esa nueva frontera, así que el gobierno francés tomó una medida espejo.
En cuanto al estado del fuerte Douamont en 1916, justo es decir que no atravesaba los mejores tiempos, pero continuaba siendo formidable. La mayoría de sus piezas de artillería habían sido trasladadas a otro sitos del frente, a excepción de las grandes piezas de 155 mm, que se encontraban instaladas dentro de robustas casamatas de acero.
El fuerte estaba guarnecido por una dotación insignificante de unos 30 soldados veteranos, y el Estado Mayor de la defensa era consciente de la debilidad del emplazamiento, tanto que había colocado explosivos en los cimientos para volarlo en caso de que el enemigo estuviera a punto de tomarlo. Obviamente, los alemanes no conocieron estos pormenores hasta que protagonizaron una acción militar que asombraría a todos, ellos incluidos.

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Vista aérea del fuerte Douamont a principios de 1916, antes de que sufriera daños de consideración

La toma de Douamont se produjo el 25 de febrero, y si bien las crónicas difieren en diversos pormenores, la mayoría de ellas señalan como "héroe del día" a un joven sargento de ingenieros de apellido Kunze, quien llegó a las afueras del fuerte al frente de un pequeño pelotón, y se sorprendió de la falta de actividad que imperaba en el lugar. El fuego de artillería alemán batía el fuerte desde lejos y no se veía a nadie en las cercanías. Sólo uno de los cañones de Douamont habría fuego de manera esporádica.
Ante semejante panorama, Kuntze pidió a sus hombres que formaran una pirámide humana para franquear un muro y entrar a la fortaleza. En ese procedimiento uno de los soldados se lastimó una rodilla, y posteriormente se lo calificó de forma humorística como "el único herido" de aquella operación.
Una vez dentro, Kuntze se dirigió fusil en mano a la torreta del cañón que aún disparaba y redujo a los dos hombres que lo operaban. Luego, y con creciente asombro, recorrió los vastos corredores de la fortaleza sin toparse con persona alguna. Finalmente, el murmullo procedente de un barracón le llamó la atención, y al abrir la puerta se topó con una veintena de hombres con muy poca disposición marcial. El sargento aprovechó el efecto sorpresa, ya que sus oponentes sin duda no imaginaban que él había entrado solo al recinto. Así, en un francés champurreado les comunicó que el fuerte había sido tomado y eran prisioneros. Acto seguido aseguró la puerta desde fuera y se marchó en busca de sus compañeros. Rato más tarde llegaron refuerzos al mando del teniente Brandis, quien se encontró al héroe del día dándose un festín con las reservas de comida del fuerte, harto de meses de ración de trinchera.
Precisamente fue Brandis quien se llevó el crédito de la acción, siendo condecorado por el Káiser Guillermo II. Incluso escribió un libro sobre su "heroica acción" que gozó de gran popularidad por entonces.

Otra versión de los hechos atribuye la toma a un teniente de apellido Radtke, quien habría entrado al fuerte trepando hasta una brecha abierta por la artillería alemana. De allí en adelante los hechos relatados son esencialmente los mismos. Radtke recibió meses más tarde la condecoración Cruz de Hierro por otras acciones, pero nunca se le reconoció la actuación en la toma de la fortaleza. En cuanto a Kunze, se recogieron versiones contradictorias acerca de su acción, incluso dentro de su unidad. Su toma solitaria nunca pudo demostrarse ni refutarse por completo, pero fue la historia que tomó cuerpo y trascendió con los años.

La reconquista
La toma de la Fortaleza de Doumanont fue un golpe para la moral francesa, y los alemanes incluso filmaron una película propagandística sobre el episodio. Poco después, la caída de la cercana fortaleza de Vaux (hermana menor de Douamont) fue la gota que colmó el vaso y provocó drásticos cambios en la cúpula militar francesa.
A partir de ese momento los defensores reestructuraron por completo su logística, y con la creación de la "Vía Sagrada" revitalizaron el frente y pasaron a la ofensiva. Así las cosas, los franceses se vieron obligados a cañonear su propia fortaleza, tomada por el enemigo. Los galos lanzaron varias ofensivas para retomar Douamont. En una de ellas lograron apoderarse de la mitad del edificio hasta que una contracarga alemana los expulsó de nuevo. La fortificación se vio envuelta en otros hechos curiosos. Por ejemplo, en mayo, unos soldados alemanes descuidaron un hornillo donde calentaban comida, el fuego alcanzó un depósito de granadas y lanzallamas y se produjo una explosión que mató a más de cien hombres. En medio del caos muchos intentaron huir, y se toparon con un ataque de las fuerzas coloniales francesas, que los masacraron.

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Entrada de la fortaleza en la actualidad. Eric T Gunther/Wikimedia Commons

Finalmente, al cabo de intensos bombardeos y ofensivas, los franceses retomaron el fuerte el 24 de octubre, aunque el estado en que se encontraba el edificio era calamitoso y absolutamente inútil como enclave militar. En la actualidad, el fuerte es uno de los sitios más visitados por el "turismo de guerra" en Francia, y cuenta con un conmovedor osario donde descansan los restos de miles de soldados.
El triunfo de la muerte
La Batalla de Verdún finalizó el 19 de diciembre de 1916. Los alemanes fracasaron en su intento de romper la línea defensiva enemiga y marchar sobre París. Por su parte, los franceses obtuvieron una victoria relativa, ya que lograron hacer retroceder a los germanos hasta sus posiciones de febrero, pero no los derrotaron. De hecho, todavía quedaban casi dos años de guerra por delante. Por esa razón, el general francés Philippe Pétain diría más tarde que en aquella batalla no había habido vencidos ni vencedores. Un "empate" que unos 260.000 hombres pagaron con su vida y otros tantos con su salud física o mental.
De hecho, fue durante esta batalla que comenzaron a documentarse los primeros casos de lo que hoy se conoce como fatiga de combate o trauma de guerra. En un primer momento los médicos lo achacaron al surgimiento -debido a los horrores de la guerra- de alguna enfermedad mental preexistente. Mientras tanto, los altos mandos -que se encontraban lejos de las trincheras- no dudaban en tratar a estos enfermos como simples cobardes.
Sin embargo, poco después fue necesario rendirse a la evidencia: La Gran Guerra había desatado horrores inimaginables en conflictos anteriores, y en medio de su fragor los hombres enloquecían.

Montevideo Portal
 
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Uruguayos caídos en la Segunda Guerra Mundial


Ruben Borrazás
 
En la calle Amazonas 1525 se encuentra el Museo Marítimo Ecológico de Malvín, cuyo responsable Omar Medina, marino mercante e ingeniero de máquinas con cuarenta y siete años de recorrer los mares en barcos de diferentes banderas, entre 1940 y 1987 recopiló documentación sobre este caso.
“A comienzos de la Segunda Guerra Mundial entraron en la bahía de Montevideo, en ese momento éramos país neutral, los cargueros de bandera italiana “Adamelo” y “Fausto”, unos días después lo hace el acorazado “Tacoma”, cuando corría el mes de noviembre de 1939. Unas semanas antes había sido hundido el acorazado de bolsillo Graf Spee”, frente a la costa uruguaya comienza diciendo Medina mientras ordena papeles que hablan sobre estos acontecimientos.
Manifiesta que los acuerdos de la convención de La Haya de 1907, humanizaron la guerra marítima, ya que allí se exponen los derechos y obligaciones que tiene cada nación, neutral o beligerante, en tiempos de conflictos armados.
“Uruguay requisó estos dos barcos italianos, que buscaron refugio en nuestras costas, pagando por ello un arrendamiento anual. Los tripulantes quedarían en nuestro país, protegidos por el gobierno, según la resolución de la Convención de La Haya. Desde ese momento el Adamole es rebautizado con el nombre de “Montevideo” y el Fausto será en el futuro “Maldonado”, afirma Omar Medina.
 
RUMBO AL INFIERNO
El 9 de febrero de 1942, el “Montevideo” parte con una tripulación de 41marineros, compuesta por civiles y militares, llevando alimentos rumbo al puerto de Nueva York. La nave está bajo la responsabilidad del capitán José Rodríguez Varela.
De acuerdo a las normas de guerra vigentes, lleva muy visible a sus costados la bandera uruguaya, y el nombre de nuestro país en letras destacadas, en horas de la noche debe navegar con todas las luces encendidas, para ser reconocido como barco de país neutral y de esa forma no ser atacado. Sin embargo, “navegando sobre la zona del Caribe, y posiblemente cumpliendo órdenes de la armada norteamericana que dominaba un vasto campo de operaciones en estas aguas, el buque Montevideo viajaba con las luces apagadas en plena zona de guerra. El 8 de marzo de 1942 fue atacado con torpedos y fuego de artillería. Los impactos hacen blanco en la sala de máquinas, obligando a la inmediata evacuación del carguero. Algunos tripulantes se ahogan, otros son alcanzados por los disparos. Atilano González, que ocupaba en ese momento el puesto de vigía en el palo mayor, es el primero que muere al ser derribado de un disparo estrellándose contra el piso. Entre las acciones de coraje, merece destacarse la del joven piloto mercante Elbio Michaelsson, quien asumió la responsabilidad de embarcar a los tripulantes en los botes salvavidas y luego desaparecería en el mar. El balance es de 14 tripulantes muertos y 27 sobrevivientes que se reparten en dos botes salvavidas, donde navegarán 240 millas intentando llegar a las costas de la Florida. “Este será el comienzo de una larga travesía antes de ser devueltos a nuestro país”, dice Medina. “Un barco holandés los lleva desde las costas de la Florida hasta el puerto Yeremi en Haití, de allí navegan a Puerto Príncipe, desde donde el capitán Rodríguez Varela consigue comunicarse con la Administración Nacional de Puertos y narrar lo sucedido. En Puerto Príncipe son embarcados en un buque de bandera norteamericana, “Explorer”, siendo trasladados a las islas de Trinidad y Tobago donde unas semanas después se embarcarán en el Cabo de Hornos rumbo al puerto de Montevideo, arribando a este el 17 de mayo de 1942″, termina diciendo Medina.
 
LA VERSIÓN OFICIAL
Mientras los sobrevivientes inician su recorrido en busca de llegar a nuestro país, el gobierno uruguayo, que aún no le había declarado la guerra al llamado “Eje”, había encomendado a su embajador en la República Dominicana que realizara las investigaciones del caso e informara sobre la bandera del submarino que había hundido al carguero uruguayo. La prensa de aquellos años y hasta voceros del gobierno, manifestaban, con énfasis, que el barco había sido bombardeado por submarinos nazis y esto fue lo que quedó en el sentimiento generalizado de la gente.
El propio capitán del barco nunca se arriesgó a decir que había sido un submarino alemán el responsable del hundimiento. En una oportunidad manifestó a todo aquel que lo quisiera escuchar que después de finalizada la guerra pidió al gobierno uruguayo ser enviado a Europa, para investigar el hecho.
Rodríguez Varela jamás pudo lograr el objetivo de saber quién hundió el “Montevideo”,” agrega nuestro entrevistado.
 
LA OTRA VERSIÓN
La Biblioteca de Historia Contemporánea de Stuggart en Alemania está considerada la más completa del mundo en lo referente a la historia marítima.
Alberga en sus estantes alrededor de 350.000 escritos, entre artículos y libros, dedicados al tema.
En la década del 60 tuvo como director a Jürgen Rowher, un estudioso apasionado de todas las historias sobre las batallas navales de la Segunda Guerra Mundial. Rowher, amigo personal de Omar Medina, le envió una carta fechada el 22 de diciembre de 1966, proporcionándole detalles sobre el hundimiento del carguero “Montevideo” que recientemente había descubierto. Rowher señala lo siguiente en uno de los párrafos de la carta: “El vapor Montevideo de 5.875 toneladas fue hundido por el submarino italiano “Fazzoli” en la noche que va del 8 al 9 de marzo de 1942. El submarino italiano estaba sobre la superficie y desde allí hizo un primer disparo con un torpedo de 45 cm, que no hizo impacto. Posteriormente lanzó otro torpedo de mayor calibre (53.3 cm) y diez cañonazos de 12 cm, que dieron de lleno en el vapor en la mayoría de los casos.” Continúa relatando Rowher: “El Montevideo se hundió en la posición latitud de 29 grados 30 minutos norte y 70 grados longitud oeste. Tal el parte de guerra que el responsable del submarino italiano, capitán de corbeta Carlo Feccio di Cossato, enviara a su comando superior.” A esta documentación, se agrega la de un libro publicado hace unos años en Italia “La scheda de Fazzoli”, quien hace algunas precisiones sobre el hundimiento del “Montevideo”, libro que no se conoce en nuestro país.
También hoy en Internet: existe un informe sobre la participación que tuvo en la guerra el submarino “Fazzoli”, especialmente en los mares del Caribe, y entre la lista de barcos que hundió se encuentra el carguero uruguayo.
 
LAS VÍCTIMAS
Los nombres de los catorce compatriotas muertos en la Segunda Guerra Mundial, por un hecho desafortunado, ya que no se encontraba nuestro país envuelto aún en esta confrontación, se les recuerda en la Plaza de Armas de la Prefectura Naval con una placa sobre un cenotafio.
Atilano González, Sandalio Hérnandez, Juan Alanís, Alberto Caram, Ernesto Moledo, Mario Veglio, Lorenzo Oliveira, Rogelio García, Pío Amalio Costello, José Conde, Pedro Baygorri, Camilo Saralegui, Alfredo Ganduglia y Elbio Michaelsson integran esta nómina.
Todos eran muy jóvenes y hacían sus primeras experiencias en el mar.

Fuente:La Red 21
 
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Navegar sin luces en zona de guerra fue un suicidio
 
"Mas vale ser aguila un minuto que sapo la vida entera".
 
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Triste final para este caballero naval a manos de las milicias rojas del Frente Popular en Madrid

La olvidada gesta del héroe español que defendió su buque contra cientos de rifeños en 1913
El 11 de junio de 1913, el cañonero «General Concha» fue atacado por las tribus locales tras embarrancar en Marruecos. Uno de sus marinos luchó hasta la extenuación el bajel, aunque sin éxito
[Imagen: resizer.php?imagen=http%3A%2F%2Fwww.abc....&medio=abc]Manuel P. Villatoro
@ABC_Historia

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«Esta mañana, apenas embarrancó el barco, llegaron moros en número muy considerable, comenzando fuego contra sus tripulantes, y resultando muerto el comandante, y heridos varios marineros y dos alféreces de navío». Con estas tristes palabras empezaba, el viernes 13 de junio de 1913, el artículo en el que el diario ABC recogía la tragedia acontecida apenas dos jornadas antes en la cubierta del cañonero «General Concha». La noticia, estremecedora, dejó compungida a la sociedad. Y no era para menos, pues aquel ataque costó la vida a más de una docena de marinas y el cautiverio a otros tantos que no lograron escapar de los rifeños asaltantes.
La suerte del buque no fue mejor, como dejó claro el comandante general del apostadero de Cádiz en un telegrama: «El “Concha” está perdido totalmente y sin remedio en la playa de Butsicu».

Sin embargo, sobre aquel fango creado con la sangre de los soldados españoles se alzó un personaje heroico que, a la postre, atrajo la atención social: el gaditano Rafael Ramos Izquierdo. Por entonces alférez, este militar defendió el encallado «General Concha». Así definió el ABC su actuación en una noticia publicada el 16 de junio de ese mismo año: «Se dice que el señor Ramos Izquierdo se portó heroicamente, recibiendo dos balazos en los brazos antes de ser hecho prisionero por la avalancha de moros que entró por la borda». Para su desgracia, el arrojo que demostró aquel día no le impidió ser capturado por el enemigo y sufrir un largo cautiverio del que solo pudo liberarse escapando. La vida de este militar terminó en 1936, en una de las checas de Madrid.


Guerra en África
El origen del altercado que llevó al «General Concha» a hundirse se remonta hasta mediados del siglo XIX. Más concretamente, hasta el año 1859 cuando, tras el ataque de un grupo de rifeños a unos operarios hispanos cerca de Ceuta, Leopoldo O'Donnell inició la llamada Guerra de África. Según los libros de historia, aquel enfrentamiento se extendió solo hasta 1860 (sin duda, el militar y político se mostró sumamente efectivo a la hora de aplastar a las tribus rebeldes que amenazaban la soberanía española). Sin embargo, la realidad es que con él comenzaron una serie de contiendas en la región que se extendieron hasta la segunda mitad del siglo XX de forma intermitente, pero continuada.

Aquellos combates vivieron sus momentos más álgidos a partir de 1912, año en que España recibió un protectorado en territorio marroquí que le costó sangre, sudor y vidas humanas mantener. La región, para ser más concretos, llegó a nuestras manos el 27 de noviembre, después de la firma de un tratado hispano-francés en Fez en el que quedó claro el objetivo principal de la no tan desinteresada cesión: «Velar por la tranquilidad de dicha zona y prestar su asistencia al gobierno marroquí para la introducción de todas las reformas administrativas, financieras, judiciales y militares que necesita».
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ARCHIVO ABC

Aquel fue el comienzo de un infierno que solo pudo apagarse con el Desembarco de Alhucemas siete décadas después. Y es que, en el territorio las cábilas (tribus locales) se negaron a aceptar el dominio extranjero e iniciaron una campaña de acoso a las tropas peninsulares que provocó el desánimo general de las tropas. Unos combatientes, por cierto, inexpertos y enviados a África con una instrucción precaria. El historiador José Andrés Gallego Historia general de España y América») define a estos militares como «soldados bisoños […] carentes de instrucción, mal equipados y psicológicamente atenazados».
Lo llamativo es que el territorio que desangró España era poco más que el «hueso de la chuletilla marroquí», como afirmó en su momento el rey Víctor Manuel III de Italia (1869-1947).

«General Concha»
Un año después de recibir aquel regalo envenenado, España se hallaba volcada en la pacificación del protectorado por las bravas. Buena falta que hacía, pues las tribus locales se defendían a base de fusil y gumía de lo que consideraban una invasión en toda regla. Y no solo en tierra, sino también por mar, de donde les llegaban desde vituallas, hasta armamento. Precisamente para evitar este estraperlo el gobierno destinó varios bajeles como el buque militar «General Concha». Así lo confirma Salvador Fontenla en su obra «La Guerra de Marruecos (1907 – 1927). Historia completa de una guerra olvidada»: «El cañonero “General Concha” patrullaba las costas de Beni Urriaguel y Bocoya con la misión de perseguir el contrabando».

La historia de este buque fue narrada por el diario ABC el mismo 13 de junio: «Este cañonero, que quedaba en la lista de buques de la Armada como de segunda clase, fue construido en 1882. Su casco es de hierro, su desplazamiento de 518 toneladas, y sus dimensiones, las siguientes: 47 metros de eslora, 7,80 de manga, 3,74 de puntal, y su calado máximo, 3,40. Su velocidad ordinaria es de 10 millas. La artillería del buque la componen cuatro cañones de 42 milímetros, dos ametralladoras de 25 y una de 11».
Ensamblado en El Ferrol, el barco había participado además en la Guerra de Cuba, donde había combatido contra los norteamericanos a sangre y fuego. Por desgracia, la derrota hispana al otro lado del Atlántico obligó al gobierno a ordenar que este navío regresase hasta aguas peninsulares.

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ARCHIVO ABC

Después de que su armamento fuese actualizado, el «General Concha» fue destinado a aguas rifeñas con una tripulación de casi un centenar de hombres. El número concreto lo desveló ABC el día 13: «La dotación del barco se compone de un capitán de corbeta, un teniente de navío, cuatro alféreces de navío, un contador de fragata, tres contramaestres segundos, dos condestables segundos, once maquinistas, un practicante segundo, un carpintero calafate y 78 cabos de mar y de cañón, marineros y fogoneros. La referida dotación importa al año, por todos conceptos, 108.086 pesetas».
Entre todos estos marinos destacaba como capitán Emiliano Castaños, «uno de los jefes más distinguidos de nuestra Marina»; el segundo comandante Demetrio López Tomaseti y los alféreces Luis Felipe Lazaga, Manuel Quevedo y Luis Sánchez Barcáiztegui.

A su vez, también se hallaba sobre la cubierta nuestro protagonista: el entonces alférez Rafael Ramos Izquierdo. Un marino nacido en San Fernando (Cádiz) allá por 1884 y que había ingresado en la Armada cuando apenas sumaba 16 años. «En 1905 obtuvo el empleo de alférez de navío, pasando posteriormente a formar parte de la oficialidad del cañonero “General Concha”», explican los autores de la popular página especializada en la investigación de la guerra de Marruecos «La historia trascendida» en su documentado dossier «Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif».

Tragedia
El 11 de junio, a las seis de la mañana, el «General Concha» se encontraba patrullando la costa cuando ocurrió la tragedia. «El cañonero varó a causa de la niebla y quedó empotrado en la playa, entre los acantilados. El punto exacto donde ha ocurrido la catástrofe es la playa de la Cebadilla, al Este de Punta Busini», narró ABC. El impacto condenó al bajel al hundimiento, pues le abrió dos imponentes vías de agua en el casco.
Por si las consecuencias del golpe no fuesen ya suficiente dificultad para los marineros, cuando la niebla se disipó un grupo de rifeños inició un intensa lluvia de balas contra la tripulación desde las alturas de un peñasco cercano. En ese punto fue en el que se desató el verdadero infierno, pues los españoles tuvieron que hacer frente al naufragio y a la furia indiscriminada del mismo enemigo al que, unos momentos antes, trataban de dar caza.
Aquel ataque a base de cartuchos sorprendió soberanamente a los españoles, que se vieron sobrepasados por el empuje de un enemigo mucho mayor en número y ubicado en una ventajosa posición elevada. De hecho, el condestable del navío fue aniquilado a balazos cuando trataba de llegar a la ametralladora del buque para responder al fuego cabileño.

«Los tripulantes, que tenían que atender en primer lugar al grave accidente de que había sido objeto el cañonero, viéronse sorprendidos ante una agresión tan impremeditada y halláronse casi desapercibidos para la lucha en los primeros momentos. Esto, unido al número cada vez mayor, de los asaltantes, concedió a éstos una superioridad manifiesta, que supieron aprovechar cayendo con verdadera furia sobre los tripulantes del barco varado», explicó el diario ABC el 13 de junio.

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Sabedores de su superioridad, parte de los los rifeños (pertenencientes todos ellos a la cábila de Bocoya) no tardaron en bajar a la playa y subir por el casco del «General Concha» para acabar, machete en mano, con sus defensores. Con el enemigo sobre cubierta comenzó una primera batalla a sangre y fuego que terminó con la tripulación española refugiándose en los camarotes antes el apabullante número de enemigos.

[Imagen: general-concha2-kElB-U213380961123u5-510x600@abc.jpg]
ARCHIVO ABC

Todo parecía perdido. Sin embargo, el primer envite fue rechazado milagrosamente gracias a la gallardía de los nuestros. Y todo ello, a pesar de que -como explicó el 14 de junio el Comandante General de Melilla- el barco estaba «tan cerca de tierra y dominado por los acantilados de la costa, que el que salía por las escotillas caía muerto en el acto». En este asalto inicial, siempre en palabras de este mandamás, el «comandante murió arengando a la tropa para rechazar el asalto» junto a muchos de «los marineros que le acompañaban». Según este periódico, sus últimas palabras denotaron su heroísmo: «Arriba, hijos míos. No hay cuidado. ¡Viva España!».

Para entonces el comandante ya suponía que el apabullante número de rifeños que asaltaban el bajel iba a hacer imposible cualquier defensa. O, al menos, eso se infiere en uno de los muchos artículos que el ABC publicó el 14 de junio haciendo referencia a este suceso: «Momentos antes de caer el comandante, convencido de la inutilidad de la defensa, mandó que arrojasen al mar las municiones para evitar que los moros pudieran aprovecharse de ellas».

La gesta del alférez
Según se desvela en «Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif», por la tarde los rifeños volvieron a reanudar el ataque. Y en mayor número. «Seguidamente, un grupo de unos doscientos se aproximó al barco, librándose a continuación una cruel batalla», se determina en la obra. La diferencia es que, en este caso, la defensa estaba a cargo del alférez de navío Rafael Ramos Izquierdo. El andaluz, sabedor de que en sus manos estaba la vida de los marineros supervivientes, se negó a rendirse y a entregar su carga al enemigo.

Disparo tras disparo, y orden tras orden, el alférez dirigió a los peninsulares como si del último tercio de Rocroi se tratase. De hecho, se negó a marcharse en un bote cuando otro bajel, el «Lauria», llegó para recoger a los heridos.
Aquellos fueron los momentos más cruentos de la batalla, como bien explicó a ABC el Comandante General de Melilla: «La tripulación se portó bizarramente cuando el barco fue asaltado por los moros en número muy considerable». La crueldad de los cabileños, ya famosa gracias a combates como el del Barranco del Lobo (acaecido en 1909), se vio consagrada en la cubierta del «General Concha». Al menos, según desveló el político: «Regístranse actos de verdadera ferocidad por parte de los moros, y de traición, pues gritaban a los supervivientes que echasen los botes al agua, y cuando los veían al descubierto acribillábanlos a balazos. No obstante se salvaron algunos».

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Desembarco de heridos del "General Concha" en el puerto de Melilla-ABC

En el bajel quedaron, en palabras de ABC, varios marineros. Algunos con heridas tan graves que hicieron imposible su evacuación. Otros, héroes que se negaron a abandonar a sus compañeros: «El oficial Ramos Izquierdo, herido en ambos brazos, tres marineros heridos y tres ilesos». Luego se supo que la cifra real era de un oficial (nuestro protagonista) y 11 combatientes más.

La actuación de Ramos Izquierdo fue recogida, posteriormente, en una crónica publicada por ABC el 16 de junio de 1913: «Se dice que el Sr, Ramos. Izquierdo se portó heroicamente, recibiendo dos balazos en los brazos antes de ser hecho prisionero por la avalancha de moros que penetró por la borda». Su gesta permanecerá siempre en el recuerdo, pues defendió el «General Concha» durante nada menos que 14 horas seguidas sin mostrar signo alguno de debilidad.

El número de bajas que hubo que lamentar durante esta acción varía atendiendo a las fuentes a las que se acuda. Fontenla señala en su obra que fueron «14 muertos y 14 heridos».
Sin embargo, el diario ABC elevó en su momento ligeramente esta cifra: «Entre los muertos, además del comandandante Sr. Castaños, figuran el maquinista Paredes, el cabo de cañón Ramón Salazar, el condestable Pedro Muñiño; los marineros Francisco Oteriza, Lorenzo Azcona, Alejo Nascale, Eugenio Benítez, José Ruiz. José Piñeiro, José Postigo,José Padilla; el segundo maquinista José Silva, desaparecido; prisioneros el maquinista Casáis Rudero, el contramaestre Bondala, que se dijo que había muerto; el ayudante de máquinas Fernando Castilla, el fogonero José Llagostera, el marinero Ángel Barroso, el contramaestre Mateo Hidalgo, el alférez dé navio Sr. Ramos Izquierdo, el marinero José Picón, el contramaestre Luceiro, el cabo de fogoneros Juan José Aragón, herído grave».


Final y cautiverio
El final acabó en tragedia tanto para el «General Concha» como para los militares españoles. El bajel fue en primer saqueado (los rifeños robaron sus cuatro cañones, dos cajas de munición, dieciocho fusiles y un revólver) y, posteriormente, fue hecho pedazos por el ejército. Así lo señala Fontenla en su obra: «El crucero “Reina Regente” y los cañoneros “Recalde” y “Lauria” destruyeron a cañonazos al encallado “General Concha”».
Esta medida ya había sido avisa por el mismo ABC: «Informes oficiales de ayer tarde, facilitados en el ministerio de Marina, daban al barco como perdido. Está varado, tiene dos grandes vías de agua y se cree que habrá necesidad de proceder á su voladura, si bien sé procederá, como es natural, previamente a salvar cuanto sea posible, especialmente la artillería, las municiones y los pertrechos de guerra».

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Secundino Agrado, herido en el ataque al "General Concha", en el hospital-ABC

Con todo, los que más sufrieron fueron Ramos Izquierdo y sus compañeros, quienes fueron secuestrados hasta que el gobierno pagase «50.000 duros», exigencias que fueron rechazas desde el principio. Con todo, el Comandante General de Melilla desveló el 15 de junio a ABC que los reos habían tenido la suerte de acabar custodiados por tres «moros amigos» llamados Civera, Arbi y Joaquín. Este último, un español que había huido a principios de ese siglo de un presidio peninsular después de ser condenado a cadena perpetua. «Todos están en casas de amigos nuestros; las negociaciones para su rescate van por buen camino, esperando se consiga en breve su libertad», afirmó el político.

Al final, nuestro protagonista logró escapar con la ayuda del tal Joaquín. El alférez regresó a España, donde se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando en 1914 por combatir con «heroico valor, después de haber sido herido de gravedad, demostrando gran espíritu militar y excediéndose notoriamente en el cumplimiento de su deber». Poco después se reincorporó al servicio y fue ascendido primero a teniente de navío, y luego a capitán de corbeta.

«Al producirse el levantamiento militar de julio de 1936 fue detenido, encerrado en la checa de Porlier y posteriormente asesinado en Rivas Vaciamadrid por milicianos del Frente Popular el 5 de noviembre del mismo año», añaden los autores de «Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif».

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“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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Gettysburg: la atroz batalla en la que la locura del general Lee masacró a 5.000 confederados
El 1 de julio de 1863 comenzó la contienda que marcó el declive de los ejércitos del Sur durante la Guerra de Secesión de EEUU
[Imagen: resizer.php?imagen=http%3A%2F%2Fwww.abc....&medio=abc]Manuel P. Villatoro
@ABC_Historia

Fue una contienda que causó aproximadamente 50.000 bajas -entre muertos, heridos, capturados y desaparecidos- y que marcó el principio del fin de la revolución de los sureños (los estados partidarios de la esclavitud que se habían sublevado contra los EEUU). Sin embargo, la batalla de Gettysburg (sucedida en julio de 1863) fue también el punto de inflexión de la Guerra Civil norteamericana. Y es que, tras darse de bruces contra las unidades del general norteño George G. Meade, Robert E. Lee (el mandamás confederado) entendió que el ejército rebelde jamás podría obtener una victoria lo suficientemente determinante como para lograr que sus enemigos les reconocieran como un país independiente.


El conflicto latente
El origen de la batalla de Gettysburg y de la locura de Lee (hasta entonces, uno de los generales más destacados de la Guerra Civil norteamericana) se encuentra entre 1860 y 1861. Esos fueron los años en los que 11 estados (Carolina del Sur, Misisipi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana, Texas, Virginia, Arkansas, Tennesse y Carolina del Norte) se unieron, crearon una nueva nación llamada los Estados Confederados de América, y declararon la guerra a los EEUU. Oficialmente, la excusa de estas regiones ubicadas al sur fue la elección de Abraham Lincoln como presidente. Un político que –según creían- no iba a defender sus intereses económicos y esclavistas.
«El primer factor de divergencia entre Norte y Sur fue el desarrollo económico de la Unión.

El Norte se industrializó mientras el Sur permaneció exclusivamente agrícola. Esta diferencia, en vez de hacerlos complementarios, puso sus intereses en contradicción», explica Réne Rémond en «Historia de los Estados Unidos». A su vez, lo que tocó –más todavía si cabe- el naso a los sureños fue que los unionistas (como se conocería posteriormente a los estados del norte) apoyaran en su mayoría la abolición de la esclavitud. ¿La razón? Que en los estados confederados se vivía prácticamente del cultivo de los campos de algodón. Un producto que era –naturalmente- mucho más barato de producir si no se le daba ni un dólar a aquellos que lo recogían.

En todo caso, comenzó un enfrentamiento (la Guerra Civil o Guerra de Secesión) en la que el Norte contaba a su favor su riqueza y su gran producción industria; y el Sur su ventaja estratégica (tenían que ser invadidos para ser derrotados) y algunos de sus generales. Hombres como Robert E. Lee, al mando de los ejércitos de los Estados Confederados y famoso por su eficiencia como militar.

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General Robert E. Lee

«Lee era y siguió siendo (pese a la derrota final) un general muy respetado. De hecho era considerado el mejor de los comandantes posibles para un ejército estadounidense en su época. Al comienzo de la guerra la Administración federal (los norteños) había intentado que comandase sus fuerzas, pero Lee era un hombre muy leal a sus principios y nunca quiso traicionar su vinculación con el proyecto de génesis de unos Estados Confederados» explica, en declaraciones a ABC, Montserrat Huguet Santos (Doctora en Historia y autora de más de 90 textos entre los que destacan «Breve historia de la Guerra Civil de los Estados Unidos» -Nowtilus, 2015-).

Durante los dos años siguientes, los combates entre Norte y Sur acabaron con una buena parte de los suministros de ambos bandos. Aunque los que más sufrieron fueron los estados del Sur, donde faltaban desde el agua y la comida, hasta los zapatos de los soldados (que, en no pocas ocasiones, acudían descalzos o con botas raídas a la batalla). Fue por ello por lo que, en 1863, Lee estableció que lo mejor que podía hacer era coger el petate, a unos cuantos miles de hombres, y vencer a los norteños en su propio territorio para que se viesen obligados a corroborar su independencia. Razón no le faltaba ya que, si entraba en territorio enemigo, podría nutrirse de los recursos de las regiones unionistas.
Además, de esta forma pretendía ganarse algún que otro apoyo a nivel internacional demostrando que, efectivamente, los Estados Confederados debían ser tomados en cuenta.


El plan
Lee organizó, así pues, sus fuerzas para llegar desde Virginia hasta Pensilvania (cerca de Nueva York), acabar con el famoso puente sobre el río Susquehanna (lo que interrumpiría los suministros de los unionistas y les molestaría considerablemente) y conquistar la zona para nutrirse de sus granjas. Además, si lograba tomar por las armas la capital, podría amenazar ciudades tan poderosas como Baltimore, Filadelfia o la misma Washington. Así lo explica el popular divulgador histórico Christer Jorgensen en su obra «Grandes batallas. Conflictos decisivos que han cambiado la historia». ¿Cómo iba a negarse el gobierno norteño, teniendo un gigantesco contingente enemigo llamado a su misma puerta, a firmar la paz en esas circunstancias?

Desde el inicio de la guerra habían sido los federales los que se habían adentrado en los estados del sur. Ahora, en el verano de 1863, Lee pensaba que podía alejar la guerra de los estados del sur
Eso sí, para cumplir todo aquello primero debía pasar con sus hombres por encima del denominado Ejército del Potomac, el principal contingente de la Unión en el territorio oriental a cuyo frente se encontraba el general Joseph Hooker,
«Desde el inicio de la guerra habían sido los federales los que se habían adentrado en los estados del sur. Ahora, en el verano de 1863, Lee pensaba que podía alejar la guerra de los estados del sur, los más afectados hasta el momento por la destrucción. Pero lo más importante era mostrar a las naciones europeas, Francia y sobre todo Gran Bretaña, de quienes se recababa ayuda militar y financiera, que el Sur era más que un proyecto de nación, era una nación en sí y ganaba batallas. Además, la aplastante victoria sobre el ejército unionista del Potomac en Chancellorsville -en mayo de 1863- auguraba un buen resultado para la estrategia de Lee. El propio Lincoln desconfiaba de que los generales del Ejército del Potomac fuesen capaces de salir con bien de cualquier enfrentamiento con Lee», completa Huguet.


Hacia la batalla
El 3 de junio de 1863, Lee salió de Virginia del Norte junto a un ejército de 75.000 hombres y, durante tres semanas, fue amo y señor de los caminos. Apenas combatió alguna que otra vez contra algún pequeño núcleo de resistencia. En palabras de Jorgensen, primero se dirigió hasta las montañas Blue Ridge y, desde allí, partió hacia el valle de Shenandosh. Más allá de nombres de regiones lejanas (y que es necesario ubicar mediante un mapa) lo cierto es que el inicio de la campaña no le fue nada mal. De hecho, sus míticos jinetes dieron un buen susto a la caballería norteña en una escaramuza sucedida en Brandy Station cuando el calendario marcaba el 25 de junio.
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Fotografía de George G. Meade

Fue entonces cuando comenzó un dantesco pilla-pilla entre ambos ejércitos. «Cuando el ejército del Potomac se enteró de la ofensiva […] Hooker puso en movimiento su ejército para interceptar a los confederados y solicitó que el arsenal de Harpers Ferry fuese abandonado y su guarnición de 10.000 hombres fuese añadida a las filas del ejército de campaña», explica Jorgensen. El gobierno, por su parte, se negó (abandonar un fuerte no debía ser plato de buen gusto para ellos), lo que provocó que el general mandase a los mandos a abrevar y renunciase a su cargo el 28 de ese mismo mes. Así fue como, apenas cuatro días antes de la batalla que determinaría el destino de los EEUU, se puso al frente del contingente unionista George G. Meade.

Hubo cambio en el mando, pero el plan no se modificó ni un ápice: tocaba interceptar a Lee y a sus 75.000 hombres (un número que se dice rápido, pero que no era ni mucho menos desdeñable) y mandarles de vuelta a Virginia del Norte de un soberano patadón de bota. «Desde finales de junio el General Meade del Ejército del Potomac seguía de cerca los pasos a las tropas de Lee en su acción invasiva sobre territorio unionista», explica a ABC la doctora en historia. Para esta misión, el nuevo jefe del contingente tenía bajo su mando a la friolera de 97.000 soldados unionistas (aunque, atendiendo a las fuentes, el número se eleva en ocasiones a más de 100.000).

Comienza la batalla
El 1 de julio, mientras el ejército de Lee seguía su avance inexorable hacia la capital de Pensilvania, los sureños recibieron unos curiosos informes en los que se les decía que en el pequeño pueblo de Gettysburg (al sur de Harrisburg) había un gran alijo de zapatos con el que podrían hacerse fácilmente. Un bien sumamente preciado para los militares. Deseosos de contar con ellos, se envió a una brigada al mando del general James Pettigrew al lugar para recogerlos. No sabían que, paralelamente, los unionistas habían ordenado marchar hasta allí a su caballería (al mando de John Buford). Las fuerzas, como era de esperar, se encontraron. Y lo habían hicieron por mera casualidad. En principio, los sudistas trataron de atacar con cuatro brigadas a los jinetes, pero estos soldados montados estaban equipados con un moderno rifle de repetición y lograron resistir a base de tiros durante un buen periodo de tiempo.

«Los soldados de caballería desmontados de Buford pelearon como leones contra un número cada vez mayor de infantes confederados. Durante dos horas, aguantaron firmes», añade el divulgador histórico en su obra. Su actuación fue heroica, pues consiguieron resistir en la línea defensiva de «McPherson Ridge» (al noroeste de Gettysburg, cerca de un arroyo que el enemigo tenía que cruzar para atacarles) hasta que llegaron dos divisiones de infantería como refuerzo. El resultado posterior de aquellas dos unidades norteñas fue dispar. Y es que, mientras que una logró poner en fuga a parte de las fuerzas contrarias, la otra fue superada y tuvo que retirarse a un bosque cercano. Allí, sí lograron detener el avance del ataque rebelde.

En las dos horas siguientes, con el frente estabilizado, comenzó una guerra de movimientos entre ambos ejércitos. Al norte (en el flanco derecho de los defensores de «McPherson Ridge»), los Confederados vieron la posibilidad de rodear a sus enemigos y avanzaron con varias divisiones para tratar de desalojarles de sus defensas. Sin embargo, los unionistas enviaron rápidamente dos divisiones para detenerles. Para su desgracia, no pudieron resistir mucho debido a la apabullante superioridad numérica del enemigo. Así que, finalmente, se vieron obligados a retirarse hasta el pueblo de Gettysburg. Posteriormente fueron seguidos por los combatientes norteños que luchaban en «McPherson Ridge», quienes no tardaron en ver que iban a ser pasados a cuchillo sino corrían por su vida.
12.000 unionistas causaron baja y Gettysburg tuvo que ser desalojada

Las cosas pintaban bien para los confederados que -en medio de aquel caos- habían logrado sobreponerse a las defensas unionistas y -al menos de momento- contaban con más soldados en la zona que sus contrarios. En ese momento, Lee quiso dar un golpe de efecto y ordenó a uno de sus generales tomar la que entonces era la última línea de defensa de los norteños: la colina del cementerio o «Cemetery Hill» (donde las divisiones que se habían retirado habían establecido sus posiciones).

«Lee decidió plantar cara en Gettysburg. El General Ewell recibió de Lee la orden de atacar en el Cementerio. Pero Ewell, que reemplazaba a "Stonewall" Jackson -muerto en la batalla de Chancelorville- decidió no atacar porque consideraba que el oponente era demasiado fuerte. Su actitud dubitativa le hizo perder la oportunidad de sorpresa y permitió que llegaran más fuerzas de la Unión. Siendo inferior en número, el ejército federal tuvo ocasión de incrementar sus unidades y mejorar sus posiciones», añade la autora de «Breve historia de la Guerra Civil de los Estados Unidos» -Nowtilus, 2015-. Al final de la jornada, no obstante, 12.000 unionistas causaron baja y Gettysburg tuvo que ser desalojada. La línea defensiva de los hombres de Meade se ubicó al sur del pueblo.

2 de julio
El segundo día de batalla, los generales de ambos ejércitos se reunieron para decidir qué diantres hacer. Meade estableció que sus hombres formarían una línea defensiva en forma de horquilla (la cual había comenzado a formarse en la jornada anterior). El resultado fue que se creó un frente de varios kilómetros de extensión dominado por los siguientes accidentes del terreno: a la izquierda, dos colinas (las «Round Tops»); en el centro, la posición fácilmente defendible de «Cemetery Hill» y, finalmente, a la derecha un bosque frente al que se encontraba el pueblo de Gettysburg (desalojado en la noche anterior). Solo quedaba defender hasta la muerte. Al fin y al cabo, eran los confederados los que atacaban, y si querían expulsarles de la región, les tocaría sudar sangre.

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Situación de los ejércitos enfrentados el día 2 de julio

Por su parte, Lee estableció que, para desalojar a sus enemigos, lo mejor sería atacarles por los laterales. El punto en el que quería romper la línea enemiga era el flanco izquierdo de Meade: las «Round Tops». Y es que, estas no habían sido tomadas todavía por los unionistas. Si lograban conquistarlas rápidamente, dominarían el terreno desde la altura y podrían bombardear con sus cañones al enemigo. Todo perfecto, sino hubiera sido por la maldita lentitud de sus subordinados. «Lee siguió insistiendo a sus generales -Ewell y Longstreet- para que lanzasen el ataque lo antes posible. Pero las dudas de ambos les hicieron retrasarse hasta la tarde», añade Huguet. Al final, las colinas fueron reforzadas por varias brigadas contrarias que resistieron el envite. Lo mismo pasó en el flanco izquierdo.

«Entre el día anterior y este habían caído unos treinta y cinco mil hombres en ambos ejércitos. Sin embargo, la alta mortalidad en el enemigo surtía el efecto en los generales confederados de considerar ganada la batalla. Ese fue quizá el error más grande, el no valorar convenientemente la situación real», completa la experta en declaraciones a ABC. El segundo día había sido un desastre para los rebeldes.

Día final: la locura de Lee
El 3 de julio, Lee usó su último cartucho. En vista de que no había logrado romper los flancos unionistas el día anterior, decidió ordenar un ataque al centro de la línea enemiga. El problema radicaba en que los militares encargados de llevarlo a cabo tendrían que atravesar una llanura de un kilómetro y medio de extensión hasta poder cargar contra los defensores. Una severa dificultad ya que durante el tiempo que tardaran en atravesar la campiña no podrían cubrirse ante el fuego de la artillería enemiga. La única solución que cabía era la de destrozar los cañones norteños (ubicados en «Cemetery Ridge», cerca de «Cemetery Hill») y posteriormente avanzar. De lo contrario, serían masacrados.

«A las 13:00, casi 150 cañones confederados iniciaron un cañoneo contra el centro de la Unión. Pronto, unos 80 cañones de la Unión replicaron desde “Cemetery Ridge”», añade el divulgador histórico. Poco después, el bombardeo unionista se detuvo durante unos minutos. En ese tiempo, Lee consideró que la artillería contraria había sido destruida y que era el momento de avanzar, así que ordenó a sus hombres recorrer esa llanura de la muerte. La fuerza seleccionada fueron los hombres del general George Pickett (tres brigadas reforzadas por dos divisiones). La decisión fue una auténtica locura por parte de Lee, pues acababa de mandar a todos y cada uno de aquellos combatientes a ser masacrados.

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«El tercer día Lee ordenó el ataque en “Cemetery Ridge” (tres divisiones precedidas de la artillería). A los soldados rebeldes les cercaban ahora los regimientos de Vermont, Ohio, Nueva York. No tuvieron escapatoria», explica la experta. En pocos minutos, fueron acribillados por el fuego enemigo. Con todo, lograron tomar durante un breve periodo de tiempo los cañones contrarios. Aunque finalmente fueron expulsados de la posición y se vieron obligados a retirarse. «La acción de Lee estaba orientada a desmembrar las líneas de la Unión pero, como es bien sabido, fracasó, teniendo además un coste enorme cifrable en miles de vidas humanas», añade la autora. Las bajas se contaron por 30.000 en el bando Confederado.

Vencido, humillado y sin haber puesto en jaque al gobierno de la Unión, Lee se retiró a Virginia. El último día de contienda, eso sí, no tuvo problemas en confesar que se había equivocado. «Materialmente hablando fue una derrota muy dura, por la pérdida de hombres y de recursos en un momento muy avanzado de la guerra. Esta derrota se unió a la que se produjo el 4 de julio, en Vicksburg, a cargo del general unionista Ulises Grant. Pero sobre todo fue una derrota devastadora en el plano moral. Después de Gettysburg las esperanzas de reconocimiento de la Confederación se desvanecieron», finaliza Huguet. Con todo, la guerra duraría todavía unos años más, hasta 1865.

Dos preguntas a Montserrat Huguet
1-¿Aceptó su responsabilidad Lee tras la batalla?
Lee, en su honradez como soldado, presentó su renuncia al Presidente Davies, que no se la aceptó. Habían muerto unos 28.000 hombres, un tercio aproximadamente del total de los efectivos.

2-¿Qué sucedió con Lee tras la guerra?
Al terminar la guerra, apartado del mando militar, fue excarcelado y se puso al frente de una escuela local de secundaria. Desde la modestia llevó la empresa de elevar la calidad educativa del instituto en cuestión con igual dignidad con que había llevado el mando del sus tropas, algo que le valió el reconocimiento a la singularidad de su persona y al modo, decían quienes le conocían, excepcional con que lideraba a la tropa.
“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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Carabinas M1A1: las armas con la que la 101ª Aerotransportada aniquiló a los nazis en Normandía
Ideada como una evolución del modelo M1, era sumamente ligera y se diseñó especificamente para poder ser transportada por los paracaidistas norteamericanos
[Imagen: resizer.php?imagen=http%3A%2F%2Fwww.abc....&medio=abc]Manuel P. Villatoro
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Seguir25/11/2016 01:37hActualizado:09/02/2018 08:47h7

[Imagen: 101aerotransportada-k3iH--620x349@abc.jpg]
La 101, tras capturar una bandera alemana - ABC

Desde el subfusil Thompson (mal llamado «ametralladora»), hasta la pistola Colt 1911 (una de las más conocidas del ejército americano por su potencia). Las películas bélicas nos han hecho creer que estas eran las dos armas más extendidas entre los paracaidistas de la 101ª División Aerotransportada. Esos combatientes que, horas antes del Desembarco de Normandía, se dejaron caer tras las líneas de defensa alemanas para atrapar a los germanos en un terrible fuego cruzado y para proteger los vitales puentes que llevarían a los aliados al interior de Francia.
Sin embargo, la realidad es que -a pesar de lo que nos dice Hollywood- las armas más extendidas entre los «paracas» de la 101 eran la carabina M1A1 (una evolución del modelo M1 modificada especificamente para tropas aerotransportadas) y el fusil M1 Garand (el de dotación de la infantería estadounidense). Hoy, estas dos son también las más utilizadas por los grupos de recreación histórica españoles que dan vida a las unidades paracaidistas de la Segunda Guerra Mundial. Y todo, bajo un precio sumamente asequible gracias a la marca hispana «Denix».

La carabina M1
Una de las dos armas principales que portaron los paracaidistas de la 101ª División Aerotransportada en Normandía fue la variante M1A1 de la carabina M1. Esta última era uno de los pertrechos principales en el arsenal de las tropas de segunda línea de los Estados Unidos de América. Es decir, de aquellos soldados que (por estar asignados a una batería de artillería, cargar con una ametralladora pesada, o encontrarse destinados en una unidad dedicada a labores de intendencia) necesitaban un fusil más ligero que el M1 Garand (de unos 4 kilos) o las pesadas Thompson (de 5).

Esta carabina, concretamente, se ideó en 1942 con el objetivo de que las tropas auxiliares tuvieran la capacidad de defenderse de las agresivas tácticas de ataque germanas. Y es que, mediante la «Blitzkrieg» o «Guerra relámpago», los alemanes rompían la primera línea de defensa enemiga y se lanzaban con sus unidades mecanizadas contra la retaguardia contraria. Un lugar en el que podían causar estragos destruyendo polvorines o convoys de suministros defendidos, únicamente, por soldados equipados con poco más que armas cortas tales como pistolas.

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Así pues, la necesidad de contar con un arsenal más potente para rechazar estos posibles golpes de mano provocó que EEUU se planteara la creación de un arma ligera y de fuego rápido. De esta forma nació la carabina M1.
«Tras numerosas pruebas, se adoptó el diseño de la firma Winchester […] el 22 de octubre de 1942», explica la revista especializada «Les Cosaques» en su dossier «Carabina M-1». El resultado fue un arma relativamente corta (90 centímetros aproximadamente) pero con cierta cadencia de fuego al contar con un cargador de 15 cartuchos que disparaba en modo semiautomático. Con ella, además de las unidades anteriormente seleccionadas, se dotó a algunos oficiales.

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El arma (elaborada en madera y metal con una culata fija) usaba un cartucho más propio de pistola, que de fusil. «La carabina usaba un calibre de 30. Seria una especie de 9 mm largo. El arma no era muy potente ni un alcance muy extenso, pero tenía una cadencia de fuego alta» explica, en declaraciones a ABC, Joan Parés (miembro del grupo de recreación histórica «First Allied Airborne Catalunya» -especialistas en la 101ª División Aerotransportada-).

El arma debió ser útil, pues se fabricaron 6.200.000 unidades hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y fue modifica dando como resultado hasta 15 modelos diferentes.
Con todo, y aunque fue bien recibida entre las tropas a las que iba destinadas, la carabina M1 también tenía algún pequeño problema además de su escaso alcance. «En la Segunda Guerra Mundial esta carabina no llevaba bayoneta. Es lógico porque habitualmente se entiende que la bayoneta es una extensión del arma que permite al soldado usarla como una lanza. Con un arma tan corta es un poco absurdo, ya que no tiene la suficiente extensión como para causar un daño severo. Pero es algo normal en este tipo de armas cortas y ligeras», completa el experto.

El modelo «paraca
Como arma ligera que era, la carabina M1 atrajo sobremanera a las recién creadas divisiones de paracaidistas estadounidenses. Entre ellas, la 101ª División Aerotransportada (activada el 16 de agosto de 1942). La razón era sencilla: estos combatientes necesitaban contar con un arsenal lo más ligero posible para saltar desde los cielos. Y es que, a menos peso tuviera su arma, más cosas podrían llevar consigo para sobrevivir una vez que se encontraran solos, y tras las líneas enemigas, en las playas de Normandía.

Así pues, y con el fin de hacer la M1 (de poco más de 3 kilos) más adaptable si cabe a los paracaidistas, se rediseñó la carabina para sustituir su culata fija de madera por una plegable (y mucho más ligera) de metal. Dicho modelo (de apenas 2.800 graamos) fue desarrollado por una subdivisión (Inland) de la actual «General Motors» (que llegó a fabricar un total de 2.650.000). El resultado fue un arma sumamente compacta, pero resistente y que podía abrirse con facilidad. La variante fue denominada «Carabina Cal .30 M1A1» y fue entregada, a partir de octubre de 1942, a la 82ª y a la 101ª divisiones aerotransportadas.
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«La 101ª División usó esta carabina, que era muy ligera. Sin embargo, muchos soldados preferían el fusil Garand por tener un calibre y una potencia de fuego más alta. Además de contar con una cadencia de fuego decente al disparar 8 cartuchos en semiautomático. Eso sí, los que llevaban la carabina ahorraban en peso y podían llevarla en una bolsa desechable que se ataban y que tiraban una vez que llegaban al suelo», añade Parés en declaraciones a ABC.

Así define el popular historiador Antony Beevor estas armas en su obra «El Día D. La batalla de Normandía»: «El arma personal del soldado normalmente era una carabina con afuste, desmontado en parte, metido en una bolsa llamada “estuche del violín”, que se llevaba atada con unas correas cruzando el pecho».

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Se fabricaron aproximadamente 150.000 de estas carabinas modificadas para los paracaidistas, y fueron muy bien acogidas. Tanto, que este modelo (y el mismo M1) se fue actualizando para participar en varias guerras posteriores. «Después se usó en la guerra de Corea y continuó hasta los primeros años de Vietnam», completa el recreador histórico.

Otras armas de los «paracas»
La otra arma principal de los paracaidistas de la 101ª División Aerotransportada en el Día D fue el M1 Garand, el fusil dedotación usado por la infantería del ejército americano. Su característica principal era que podía disparar hasta ocho cartuchos de forma semiautomática sin necesidad de ser amartillado. Eso le otorgaba una ventaja sobre los fusiles mono-tiro de rusos, británicos y alemanes. Aunque también le hacía perder un poco de precisión. «El Garand tenía un alcance de aproximadamente 1.000 metros, lo que le daba una gran ventaja sobre el resto de armas», explica Parés en declaraciones a ABC.

Además de estas armas, los paracaidistas de la 101ª también contaban con pistolas Colt 1911. Un tipo de arma corta que no todos llevaban por no ser reglamentaria. «Al principio de la guerra se dotó a las unidades con Colt 1911, pero el ejército las terminó retirando. Algunos paracaidistas la llevaban, pero solo los que se la pudieron guardar, pues no era de dotación en el 44. Oficialmente solo la portaban algunos mandos o servidores de ametralladoras. Tenerla era casi un premio. Además, era muy querida. En el Pacífico, por ejemplo, se contaba que un disparo de esta pistola podía arrancar la mano a un japonés por su gran calibre», completa el experto.
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Por otro lado, el recreador histórico afirma que los paracaidistas de la 101ª no solían portar (salvo casos raros) subfusiles como la Thompson. «Solo se dotaba a elementos muy especializados del ejército. El problema es que en las películas suele aparecer mucho porque los subfusiles son muy espectaculares por disparar fuego automático. Pero hay que tener en cuenta que su alcance era de entre 400 y 500 metros, y el Garand lo doblaba, por lo que era preferido. Además carecía de precisión por contar con un cañón muy corto», añade el recreador. Con todo, tan cierto como esto es que se pudo ver a algún «paraca» con ella.

Según Parés, otro tanto sucedía con los alemanes, a los cuales solemos ver en las películas con el característico subfusil MP40. «Es cierto que los alemanes tenían más armas automáticas que los aliados, pero también es verdad que lo que más utilizaban era el fusil Kar 98. Si ves las películas, parece que al final de la guerra todos llevaban MP40 o MP44, pero no. Tuvieron armas de todo tipo y de toda procedencia», añade el experto.

SI QUIERES CONOCER EL EQUIPO COMPLETO DE UN PARACAIDISTA DE LA 101 AEROTRANSPORTADA, SIGUE ESTE ENLACE: Así iban equipados los paracaidistas de la 101ª División Aerotransportada en el Desembarco de Normandía.

Recreando la M1A1
En palabras de Parés, a día de hoy bastante sencillo adquirir una réplica de la carabina M1A1 gracias a marcas como «Denix». Una empresa española que fabrica «objetos de recreación» (que no armas, como ellos mismos señalan).
«”Denix” te permite adquirir una copia en madera y metal por unos 150 euros. Es algo que, cuando empecé con la recreación hace 12 años, parecía imposible. Además, ofrecen los dos modelos, tanto el de culata fija, como el de la culata plegable para paracaidistas», explica el experto.

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Tal y como determina, esta empresa ha logrado posicionarse como una de las mejores del mercado. «Cuando vas a recreaciones en otros países, puedes ver sus réplicas. Se exportan a todo el mundo», determina.
«”Denix” ha permitido generalizar la compra de réplicas de armas de la Segunda Guerra Mundial por un precio razonable. Te dan la oportunidad de tener réplicas de armamento original como el Garand cuando, anteriormente, era algo imposible por menos de 500 euros. Elaboran réplicas muy fidedignas. Sus ventajas son el precio y que las puedes encontrar en bastantes tiendas del país. En el caso de la M1A1, con todo, y por ponernos puristas, tiene un tornillo donde no toca. Encima del cañón. Además, a veces el color de la madera (el teñido) esta un poco pasado de tono. Pero es algo para recreadores sumamente puristas», añade Parés.

¿La ley permite portar réplicas de armas?
El problema es que la replica está hecha para tenerla en un domicilio. En ese caso no hay ningún problema porque, según la ley, es un ornamento. Cuando la sacas fuera empiezan los problemas. Estas sacando un trozo de madera y metal que simula un arma, y puede dar lugar a equívocos.
Hay cierto vacío legal. Nosotros, cuando organizamos eventos, pedimos permiso a la Guardia Civil para que nos deje utilizarlas. Los agentes vienen, revisan las réplicas y te dan la autorización. En cierto modo es lógico. Si vas por la calle con un rifle colgado de la espalda (aunque sea una réplica) puedes causar el pánico. Pero, si es un evento autorizado, no hay problema.
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La M1A1 de «Denix», calidad española

Ventajas

-Precio reducido.

-Te permite accionar el gatillo.

-Es de las más fiables del mercado.

-Puedes encontrarla en casi cualquier tienda especializada.

Inconvenientes

-En ocasiones, el color de la madera es diferente al original.

Características de la réplica (datos de armasdecolección.com)

-Peso: 2300 gramos.

-Tamaño: 90 centímetros.

-Fabricada en madera y metal.

-Incluye correa de tela.

-Cuenta con un mecanismo simulador de carga y disparo.

-Cargador extraíble.
“Dulce et decorum est pro patria mori”
 
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