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Guerreros Aborígenes de la Banda Oriental
#8
VII. Los Primeros Combates con los Charrúas.

Martín del Barco de Centenera (1535 - 1602); La Argentina o La Conquista del Río de la Plata (extractos)
Nacido  en Cáceres en 1535, hijo de una familia acomodada, Centenera tuvo una educación destacada para la época, ordenándose como sacerdote en Salamanca.
Interesado por la realidad de la Conquista, embarcó hacia América con la expedición de Zárate, llegando al Plata en 1573. Fue testigo privilegiado de los combates entre españoles y Charrúas, de los que dejó cuenta en su largo poema, llamado "La Argentina".
 

Canto Décimo (seleccionado)
En este canto se cuenta cómo, vuelto el Adelantado de Ibiaza, fue al Río de la Plata, y de la venida del capitán Rui Díaz en su demanda
 
La gente que aquí habita en esta parte
Charruahas se dicen, de gran brío,
a quien ha repartido el fiero Marte
su fuerza, su valor y poderío.
Lleva entre esta gente el estandarte,
delante del Cacique, que es su tío,
Abayubá, mancebo muy lozano,
y el Cacique se nombra Zapicano.

Es gente muy crecida y animosa,
empero sin labranza y sementera.
En tierras y batallas, belicosa,
osada y atrevida en gran manera.
En siéndoles la parte ya enfadosa
do viven, la desechan, que de estera
la casa solamente es fabricada,
y así presto do quieren es mudada.

Tan sueltos y ligeros son, que alcanzan
corriendo por los campos los venados,
tras fuertes avestruces se abalanzan
hasta dellos se ver apoderados;
con unas bolas que usan los alcanzan
si ven que están a lejos apartados,
y tienen en la mano tal destreza
que aciertan con la bola en la cabeza.


A cien pasos (que es cosa monstruosa)
apunta el Charruaha a donde quiere,
y no yerra ni un punto aquella cosa
que tira, que do apunta allí la hiere.
Entre ellos aquél es de fama honrosa
a cuyas manos gente mucha muere,
y tantas, cuantos mata, cuchilladas
en su cuerpo se deja señaladas,

Mas no por eso deja de quitarle
al cuerpo del que mata algún despojo.
No sólo se contenta con llevarle
las armas o vestidos a que echa el ojo,
que el pellejo acostumbra desollarle
del rostro. ¡Qué maldito y crudo antojo!
Que en muestra de que sale con victoria
la piel lleva, y la guarda por memoria.

 
(i) El Combate de San Gabriel (1574).

Canto Undécimo (selección)
Estando en tierra firme poblada la gente, son muertos y cautivos de indios cien hombres. Retráense los que quedan a la isla de San Gabriel, donde mueren muchos de hambre
 
Los nuestros, por la falta de comida,
a yerbas como suelen van un día.
Los indios al encuentro de corrida
les salen, y mataron a porfía
cuarenta, y el que escapa con la vida
es porque al enemigo se rendía.
A pura pata dos se escabulleron,
y el caso de esta forma refirieron.


Así como llegaron, los paganos
en dos alas en torno se pusieron,
desmayaron de miedo los cristianos
cuando en medio los indios los cogieron.
Con los indios vinieron a las manos,
que de los arcabuces no pudieron
aprovecharse, cosa que la mecha
y pólvora que llevan no aprovecha.

La pólvora mojada, los cañones
tenía Juan Ortiz enmohecidos;
vencido de sus vanas pretensiones,
no tiene los soldados guarnecidos;
las armas les quitó, y en ocasiones
las vuelve, que no son favorecidos
con ellas, que no son ya de provecho,
que el moho y el orín las ha deshecho.

La más gente que a yerbas ha salido,
sin armas y sin fuerzas y sin brío,
con solos los costales han partido,
los más casi desnudos y con frío.
Pues llega el Abayuba encrudecido,
a su lado con él viene su tío,
y entrambos tal estrago van haciendo
que las yerbas del campo van tiñendo.

La grita y alarido levantaban,
diciendo el Capitán echa prisiones.
Los nuestros defenderse procuraban.
Los indios vuelan más que unos halcones;
y a cuantos con las bolas alcanzaban,
no basta a defenderles morriones.
Al fin muertos y presos todos fueron,
si no fueron los dos que se huyeron.

Venidos al real estos huidos,
despacha Juan Ortiz a priesa gentes;
con Pablo Santiago son partidos
diez o doce soldados diligentes.
Aquéstos en un cerro están subidos
a vista del real, a do valientes
y astutos en la guerra, y muy cursados,
están con el temor acobardados.

El sargento mayor Martín Pinedo,
con cincuenta soldados ha partido;
el Pablo Santiago estaba quedo
con sus doce, y los más que han acudido.
El Sargento Mayor no tiene miedo,
según dice, a Roldán que haya venido.
Con su gente camina, y llegado
do estaba Santiago, así le ha hablado.

«Conviene que marchemos todos luego,
ninguno de seguirme tenga excusa».
El Pablo Santiago como fuego
camina, mas de a poco lo rehúsa,
diciendo: «alto hagamos aquí ruego».
Pinedo de cobarde allí le acusa,
con estos pareceres discordados
bastó para que fuesen desolados.

El Sargento Mayor dice «marchemos»,
el otro, del peligro se temiendo,
«hagamos alto», dice, «pues que vemos
que indios se vienen descubriendo».
El sargento replica: «caminemos,
que el indio viene apriesa acometiendo».
«Volvamos las espaldas». «Santiago,
no es tiempo ya, haced como yo hago».

Embraza su rodela, y con la espada
resiste a los cristianos que querían
volver atrás; mas viendo que de nada
les sirve, y que los indios le herían,
con solos cinco o seis de camarada
espera; que los otros que huían,
tras el sargento iban tan ligeros
cual suelen ir tras uno mil carneros.

El zapicano ejército venía
con trompas y bocinas resonando;
al sol la polvareda obscurecía,
la tierra del tropel está temblando;
de sangre el suelo todo se cubría,
y el zapicano ejército gritando
cantaba la victoria lastimosa
contra la gente triste y dolorosa.

Los enemigos, viendo el campo roto,
siguieron la victoria tan gozosos
cual suele el cazador ir por el coto
matando los conejos temerosos.
Cual indio espada, alfanje lleva boto
de herir y matar, cual los mohosos
cañones de arcabuz lleva bañados
de sangre con los sesos mixturados.

Cual toma el alabarda muy lucida
y comienza a jugar con ambas manos,
quitando al que la tiene allí la vida,
después a los demás pobres cristianos.
El Sargento Mayor va de corrida,
echando la rodela por los llanos,
Caytúa le siguió, indio de brío,
y alcánzale a matar dentro del río.

El viejo Zapicán con grande maña
el escuadrón y gente bien regía,
Abayuba el sobrino con gran saña
en seguimiento va del que huía.
Su grande ligereza es tan extraña,
que nadie por los pies le escabullía;
Cheliplo y Melihón, que son hermanos,
pretenden hoy dar fin de los cristianos.

A Tabobá le cabe aquella parte,
a do está con los cinco Santiago;
aquéste es en la guerra un fiero Marte,
y así hizo este día crudo estrago.
A Carrillo por medio el cuerpo parte,
un brazo derrocó a Pedro Gago;
Buenrostro el Cordobés, y un Arellano,
fenecen a los pies de este pagano.

El Capitán y el otro compañero
habían grande rato peleado,
y el Tabobá, muy crudo carnicero,
estaba muy sangriento y muy llagado.
Y así vino a su lado muy ligero,
y en esto ha disparado un mal soldado,
y al Capitán la espalda atravesaba,
aunque su muerte presto él esperaba.

El Capitán cayó muerto en la tierra,
Benito, según dice, lo matara.
Moviole a lo matar la pasión perra
que con el Capitán éste tomara.
Jurado lo tenía que en la guerra
se había de vengar que le injuriara,
y así le dio el castigo de este hecho,
metiéndole una flecha por el pecho.

Aquí Domingo Lárez, valeroso
en sangre y en valor y valentía,
anduvo con esfuerzo y animoso,
reprimiendo del indio la osadía;
y viéndole ya andar tan orgulloso,
los indios acudieron a porfía,
y a puja, a cual más puede, le hirieron,
y quebrándole un brazo le prendieron.

Cansados los contrarios de la guerra,
o por mejor decir de la matanza,
y viendo que la noche ya se cierra,
no curan de llegar a nuestra estanza.
Del fuerte se les tira, mas dio en tierra
un tiro culebrina, que no alcanza.
Por eso, y por la noche a los cristianos
dejaron de seguir los Zapicanos.

El despojo que llevan son espadas,
alfanjes, alabardas, morriones,
rodelas, salmantinas muy doradas,
sombreros, capas, sayos y jubones.
Las cajas de arcabuces, ya quebradas,
llevaban solamente los cañones,
con que, dando la vuelta, van matando
aquellos que hallaban boqueando.

Y al que hallan en pie ya levantado
del sueño de la muerte que ha dormido,
del peligro librarse confiado,
por ver como ya ha vuelto en su sentido,
en un punto le tienen amarrado,
quitándole primero su vestido.
Con armas y cautivos van triunfando,
y la gente en el fuerte lamentando.

Cual dice: «¡Oh desventura, oh caso extraño,
oh mísero suceso de esta armada!».
Cual dice: «no viniera tanto daño
si fuera aquesta cosa bien pensada».
Cual dice que la causa de este engaño
procede de la hambre acobardada.
Cual dice que la suerte de esta vida
está a aquestas caídas sometida.


(ii) Combate de San Salvador (1574)
 
Canto Decimocuarto (selecciones)
En este canto se cuenta la batalla que hubo entre los de Garay y los Charrúas, y cómo fue herido Garay en los pechos y su caballo muerto, y muchos indios muertos y heridos
 
Doce caballos solos se ensillaron,
el Capitán con once compañeros
(que muchas de las sillas se mojaron),
salieron veintidós arcabuceros.
Los bárbaros a vista se llegaron
con orden y aparato de guerreros,
con trompas y bocinas y atambores,
hundiendo todo el campo y rededores.

El Capitán mandó que se emboscasen
los once de a caballo, hasta tanto
que los alegres bárbaros llegasen
a tiro de arcabuz, porque de espanto
de ver a los caballos no tornasen.
Y el Capitán se puso al otro canto
con sus arcabuceros, atendiendo
se fuese el enemigo introduciendo.

Llegado a poco trecho, hacen alto,
el Capitán procura de cebarles
un poco retirándose en un alto
por más a su placer escopetarles.
El bárbaro de seso no está falto,
que entiende ser aquesto asegurarles,
por do hace parar sus escuadrones
y dice con gran grita estas razones.

«Estamos de esperaros ya cansados,
que ha días que tenemos entendido
que sois hombres valientes y esforzados,
agora será el caso conocido.
Salid los más valientes y alentados
riñendo uno con otro este partido.
Salid, que tardar tanto es cobardía,
veremos vuestro esfuerzo y valentía.

»Con sólo matar veinte de vosotros,
pues sois de tanta fama y nombradía,
la vida por bien dada de nosotros
tenemos todos juntos este día.
¿Podéis ser más valientes que los otros,
cuyo valor poco ha que fenecía?
Salid a los vengar, acobardados,
cornudos, mujeriles y apocados».

Más cosas les oí por mis oídos,
que un poco de su lengua ya entendía.
Gritaban, daban voces, alaridos,
con su grita la tierra estremecía.
Cual indio la perneta, cual fingidos
motines y ademanes, cual hacía
que cae en tierra triste y desmayado
y en un punto vereisle levantado.

Llamaban con las mantas que traían
ceñidas a los cuerpos, no cesando
de dar voces, diciendo que querían
ponerse nuevos nombres peleando.
Mas viendo que los nuestros ya salían,
al alto se volvían retirando,
juzgando por mejor un alto cerro,
y el sueño, como dicen, fue del perro.

Saliendo al alto, y siendo traspasado
un poco de pantano que allí estaba,
el Capitán a priesa ha caminado;
los once de a caballo que llevaba
siguieron con esfuerzo denodado;
la trompa con presteza resonaba
en ellos, Santiago, Santiago,
y oíd un bello lance y gran estrago.

Seguíanle los once de tal suerte
que juntos se metieron y mezclaron
en medio el enemigo, dando muerte
a todos cuantos indios encontraron.
Rompieron una escuadra grande y fuerte
en que de setecientos se pasaron;
salieron de otra banda cien flecheros
con ánimo gallardo muy ligeros.

Sobre éstos nuestra gente revolviendo
pelea, y ellos rostro y cara hacen;
los otros al socorro muy corriendo
acuden, mas los nuestros los deshacen.
Volvieron a romperlos, y rompiendo
los mozos sus deseos satisfacen,
que tantos por el suelo van rodando,
cuantos caballo y lanza van tocando.

Aquí veréis el indio atravesado
por medio la garganta, y allí junto
el otro todo el casco barrenado,
saliéndole los sesos luego al punto.
Por medio de los pechos traspasado
estaba Tabobá, y casi difunto,
y tanto de la lanza se aferraba,
que ya perderla Leiva imaginaba.

Allega Menialvo con su espada
y dale un golpe tal que desafierra
la lanza el enemigo, y aun pegada
la lanza con la mano deja en tierra.
El indio ve su mano destroncada
y quiere escabullirse de la guerra,
mas no le dan lugar, que tras su mano
tendido le deja Leiva en el llano.

Y como recobró Leiva su lanza,
habiendo a Tabobá muerto, con priesa
revuelve Abayubá sobre él, y lanza
el mozo un bote tal que le atraviesa
el ombligo, y el indio se abalanza
por la lanza adelante, y hace presa
con el diente en la rienda, de tal suerte
que la corta, y fenece con la muerte.

El viejo Zapicán, que ve tendido
a su sobrino en tierra, bien quisiera
en Leiva se vengar, mas ha acudido
el bravo Menialvo, que le diera
un golpe tan terrible que partido
por medio, por encima la cadera,
en dos partes quedó; fue cuchillada
de brazo poderoso y fuerte espada.

Añagualpo, que estaba muy pujante,
en suerte le ha cabido a Vizcaíno.
El bravo indio se puso de delante
con pica que parece un grande pino.
El mozo le encontró luego al instante
con su lanza, y aun hizo tal camino
por medio de los pechos de aquel perro,
que la espalda pasó su fino hierro.

Su lanza sacó tal y tan bermeja,
que el hierro pura sangre parecía.
Dos pasos de este puesto no se aleja,
cuando un indio de fama le seguía.
A esperarle el mancebo se apareja,
que es indio muy gallardo y de valía,
al mozo ha acometido Yandinoca,
y él métele su lanza por la boca.

Arévalo gallardo va hiriendo
la gente que jamás fue conquistada,
el hierro de su lanza va tiñendo
en sangre con los sesos misturada.
Con fuerza va Aguilera descubriendo
aquí, y acá y allá de una lanzada;
al indio deja tal, que parecía
que el indio so la tierra se hundía.

El buen Mateo Gil, soldado viejo,
con esfuerzo y valor de Trujillano,
nacido en el lugar de Jaraicejo,
andaba por el campo muy lozano.
Parécele que mata algún conejo,
matando algún soldado zapicano,
y así tan gran estrago va haciendo
que las yerbas del campo va tiñendo.

Hernán Ruiz pelea sin pereza,
de Córdoba heredando la osadía,
acá y allá acude con destreza,
con ánimo y esfuerzo y valentía.
Un indio le encontró con gran fiereza,
y quitarle la lanza pretendía;
Camelo le ayudó, perdió la vida
el indio, con la mano bien asida.

Con gran fuerza por medio Magaluna
de cinco o seis soldados se metía;
al encuentro le sale Juan de Osuna
con su espada, que lanza no traía.
Al mozo favorece la fortuna,
que el indio con su pica tal venía,
que si el caballo un brinco no pegara,
por medio de los pechos le pasara.

La pica suelta el indio muy corrido,
y al pecho del caballo se ase y garra.
El mozo, que lo vido tan asido,
la daga de la cinta desamarra,
con ella fuertemente le ha herido,
y tanto las entrañas le desgarra
que Magaluna altivo, bravo y fuerte,
cayó en tierra herido de la muerte.

Tiene el campo Juan Sánchez ya poblado
de zapicanos muertos con su espada.
Un indio le acomete señalado
con una espada inserta y enastada.
Un bote le tiró por un costado,
y el mozo le responde de estocada,
y aciértale por medio de la frente,
y da con él en tierra de repente.

Rasquín piensa ya hoy hacer remate
del ejército todo zapicano.
Mas veis otro que viene en el combate
que quiere en general probar la mano,
de encuentro, de revés, da jaque y mate
al indio sin dejarle un hueso sano,
con la fuerza que pone en su caballo
el fuerte y animoso Caraballo.

Fortuna, si quisieres estar queda,
cuán presto el Charruaha se acabaría.
Si el capitán Garay viera tu rueda,
bien con su lanza audaz la clavaría.
En un cerro una escuadra estaba queda
de indios, a la mira qué haría.
El Capitán por ellos va rompiendo,
y en él todos a puja rebatiendo.

Rompiolos, y al romperlos fue herido.
Miráronle los indios si caía,
y viendo como en tierra no ha caído,
sin orden cada cual allí huía.
El Capitán tras ellos ha corrido,
en esto su caballo se tendía
y muerto feneciose la pelea,
de que el indio no poco se recrea.

Acuden los soldados como vieron
caer su Capitán con el caballo;
de presto en otro al punto lo pusieron,
procuran al real luego llevallo.
Los bárbaros al punto se huyeron,
la tropa a recoger toca, dejallo
conviene al enemigo. En estos cuentos
murieron, según vi, más de doscientos.

Recógese la gente muy gozosa
de ver quedar el campo muy poblado
de la soberbia sangre belicosa
del indio, en estas partes señalado.
Era cierto esta gente muy famosa,
su fuerza y su valor tan estimado,
que toda la provincia la temía
y muy grande respeto le tenía.

El Capitán, que a todos gobernaba,
fortísimo y valiente era en la guerra;
por aquesta razón le respetaba
sin su gente gran parte de la tierra.
Y aunque él en estos llanos habitaba,
tenía alguna gente allí en la sierra,
los cuales a su tiempo le servían
y a su mano y dicción siempre acudían.

Con ésta estaba el perro tan pujante,
que a todo el mundo junto no temía,
juzgándose a sí solo por bastante
contra la tierra toda y monarquía.
El nombre de cristiano y lo restante
pensaba de acabar sólo en un día,
y no le faltaba ayuda de paganos
que vienen de los pueblos más cercanos.

 
(iii) Torturas charrúas.

Canto Decimoquinto (selección)
En este canto se trata de las crueles y terribles muertes que los indios daban a los cristianos cautivos

 
En este tiempo, ¡oh cosa lastimera!,
flecharon al dichoso Chavarría.
Aquéste a los Chanaes les cupiera,
al tiempo que la presa se partía.
Ordenado de grados supe que era,
versado en natural filosofía,
discreto, sabio y muy caritativo,
de mucha habilidad y seso vivo.

Es justo déste quede gran memoria,
que su fin lo merece lastimoso,
y pues llevó la palma de victoria,
gozoso le nombremos y dichoso.
Yo espero nuestro Dios le dio la gloria,
que yo le conocí por virtuoso,
y oídme aquesta grande maravilla,
que más me mueve a envidia que a mancilla.

Sacáronle los indios del poblado
en un pantano grande anegadizo,
y en un palo le ponen amarrado,
y flechas dan en él como granizo.
Quedó en breve tiempo tan cuajado
cual vemos el pellejo del erizo
de sus agudas puas, tal estaba,
y con esfuerzo grande así hablaba.

«Eterno Dios, el alma te encomiendo,
que el cuerpo miserable que padece
(aunque está este tormento padeciendo),
mayor por mis pecados él merece».
Estando estas palabras él diciendo,
el bárbaro cruel más se embravece,
y Chavarría en Cristo contemplando
el Miserere mei está cantando.


Cual suelen cazadores por el soto
con perros y sabuesos vocería
alzar, así hiriendo a este devoto
el crudo barbarismo lo hacía.
Estaba ya su cuerpo todo roto,
la sangre hilo a hilo dél corría,
mas él no deja el canto de consuelo,
que espera de tener paga en el cielo.

Y oíd, mi buen Señor, aquí otra cosa
que tiene en confusión a estos paganos
por ser a vista de ojos espantosa,
según lo refirieron tres cristianos.
Captiva uno esta gente perniciosa,
y sácanle los ojos, pies y manos
le cortan con malvada y gran fiereza,
y dicen que está vivo. ¡Qué grandeza!

Juan Gago este cautivo se decía;
de Guadalupe mozo virtuoso,
en Logrosán, mi patria, me servía
al tiempo que dejara yo el reposo.
A la Virgen purísima María
de Guadalupe dice este dichoso:
«En este punto sed vos mi abogada»,
y acude a su costumbre tan usada.

Dios sabe cuánto yo lo he procurado
sacar de cautiverio por mil vías,
y el trabajo y las hambres que he pasado
andando tras los indios muchos días.
En muy grandes trabajos me he arrojado
por mi propia persona, y con espías,
y nunca he sido en ello de provecho.
Acaso Dios hará con él su hecho.

Juan Barros de los indios fue cautivo,
en tiempo de don Pedro, en los Beguaes.
Mataron otros, mas aquéste vivo
criaron, que era niño, y a Chanaes
le venden (aqueste hombre de que escribo
algún tiempo traté). Chiriguanaes
le cautivan, y tiempo mucho estuvo
entre ellos, y mujer e hijos tuvo.

Aqueste Juan de Barros cierto vide
que hizo gran provecho a los cristianos,
que Dios todas sus cosas siempre mide
con divinos secretos soberanos.
No sabe el triste hombre lo que pide,
lo más cierto es dejárselo en sus manos;
esta consideración en verdad hago
en el negocio siempre de Juan Gago.

Estaban, sin los dichos, más cautivos
que asimismo mataron estos perros,
empalando y flechándolos aún vivos,
y también desgarrándolos con hierros,
y por mostrarse crudos y nocivos
en vida a muchos meten en entierros,
a do mueren de hambre, cruda, perra,
y vivos sepultados so la tierra.

Aquí quiero no quede por olvido
un caso que me viene a la memoria.
Del grande Patriarca enriquecido
de bienes duraderos en la gloria,
seráfico Francisco ha merecido
un hijo suyo palma de victoria,
en tiempo de don Pedro le mataron,
y el caso de esta suerte me contaron.

Estando este bendito religioso
hincado de rodillas en el suelo
con grande devoción, el envidioso
Agaz, tirano indio, sin recelo
le flecha, mas al punto un luminoso
nublado descender se ve del cielo,
y en él subir a todos parecía
una doncella, bella en demasía.

Los indios con aquesto se espantaron,
de suerte que a él con otros compañeros
que habían muerto a todos enterraron,
llorando porque fueron carniceros
de aquel bendito fraile que mataron.
Y están en su temor hoy tan enteros
los descendientes de ellos, que recelo
tienen que les venga fuego del Cielo


Fuente: http://es.wikisource.org/wiki/La_Argentina:_01
Los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla. - Marco Tulio Cicerón
 
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RE: Guerreros Aborígenes de la Banda Oriental - danny - 02-09-2016, 01:03 AM

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