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Guerreros Aborígenes de la Banda Oriental
#1
I. INTRODUCCIÓN HISTÓRICA

Ca. -9000 al -8000

Arriban a nuestro territorio bandas u hordas de recolectores-cazadores. Estos individuos elaboran instrumentos de piedra toscos (industria "catalanense"), ubicándose en la zona de los actuales departamentos de Tacuarembó, Salto, Soriano, San José, Cerro Largo, Lavalleja y Maldonado.

Ca. -5000 al -4000

Industria cuareimense: plantadores primitivos.

Ca. -5000 al -3000

Llegan los cazadores especializados o superiores. Utilizan puntas de proyectiles líticas y propulsores.

Ca. -1500

Cazadores con arcos. Utilizan también flechas, boleadoras, raspadores, punzones, buriles y morteros.
Remanentes sambaquianos: utilizan mazas horadadas, rompecabezas, piedras lenticulares y hachas pulidas.
Llegan a nuestro territorio los antepasados de la macro-etnia charrúa, cultura con vinculaciones patagónicas: pámpidos y/o patagónicos, chaná-timbúes, chanás y guaraníes. Los charrúas ocuparon la zona sur del territorio (desde Maldonado hasta Colonia) y allí les encontraron los primeros conquistadores.

Ca. 1500

Por esta época la población indígena de nuestro territorio ascendía a unos 1.000 charrúas (estimaciones actuales; se desconoce el valor exacto, pues los indígenas no dejaron testimonios, más allá de sus tradiciones) y quizás otros 1.000 en el interior del país (chaná- beguá- timbúes). De esos 2.000 indios, sólo unos 500 serían guerreros. Sin embargo, según estimó el naturalista Félix de Azara (ca. 1781), provocaron más muertos entre los Españoles que las Campañas de México y Perú.
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Fuentes para ampliación:

Azara, Félix; Larrañaga, Dámaso A. y otros.
Los Indios del Plata; Enciclopedia Uruguaya; Cuaderno 1; Editorial Arca; Montevideo; 1968.

Bauzá; Francisco.
Historia de la Dominación Española en el Uruguay (6 Tomos); Biblioteca Artigas; Colección de Clásicos Uruguayos; Volumen 99; Montevideo; 1965.

Castellanos; Alfredo R.
Lecturas de Historia Nacional: Época Colonial; Editorial Medina; Montevideo; 1954.

Figueira; José J.
Breviario de Etnología y Arqueología del Uruguay; Imprenta Gaceta Comercial; Montevideo; 1965.

H. D. (Hermano Damasceno).
Curso de Historia Patria; Libro 2º; Barreiro y Ramos; Montevideo; 1950 (13ª Edición).

Masiá; Ángeles.
Historiadores de Indias. América del Sur. Antología; Editorial Bruguera SA; Barcelona; 1972.

Pi Hugarte; Renzo.
Los Indios del Uruguay; Ediciones de la Banda Oriental; Montevideo; 2007.

Reyes Abaddie, Washington & Vázquez Romero, Andrés.
Crónica General del Uruguay (7 Tomos); Ediciones de la Banda Oriental; Montevideo; 2000.

Vidart; Daniel.
El mundo de los charrúas; Ediciones Banda Oriental; Montevideo; 1996 (4ª Edición).
 
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#2
 Los primitivos habitantes del Uruguay

Quiero comenzar presentando cuatro análisis, de épocas diferentes, y que sean ustedes quienes juzguen si existen o no diferencias profundas entre ellos. 
El primero es del año 1923 y fue realizado por HD (Hermano Damasceno -cuyo verdadero nombre era Eduardo Perret; 1874 - 1957); el segundo es de 1965 y fue realizado por el antropólogo uruguayo José Joaquín Figueira; el tercero es de 1993, siendo efectuado por el antropólogo nacional Renzo Pi Hugarte. En cuarto lugar, me ha parecido interesante incluir el análisis del historiador alemán Richard Konetze (n. 1897), quien también fuera miembro correspondiente del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay.
 
I. Los habitantes primitivos del Uruguay, según HD.
La visión clásica (1923).

 
Según HD, Uruguay antes de la Conquista estaba habitado por "cinco o seis mil salvajes" que formaban diferentes agrupaciones o tribus, siendo las principales los Charrúas, los Chanáes, los Yaros, los Bohanes y los Guenoas.

(i) A los Charrúas, HD los ubica "en la margen septentrional del Plata, desde la desembocadura del río San Salvador hasta el Atlántico, extendiéndose hasta unas 30 leguas [155km] hacia el interior". Sería esta la tribu más numerosa, "aunque en sus combates contra los españoles, nunca se les vió más de mil hombres de pelea". Zapicán, Abayubá y Cabaré fueron sus caciques más famosos.
Siempre según HD, el término "charrúa" significaría "somos inquietos" o "los destructores", según la fuente.

(ii) Los Chanáes (Chaná significa "mi pariente"; de "che", pronombre, y "añá", pariente) los ubicó HD originalmente en las islas del delta del Paraná, de donde se trasladaron a las isla de la boca del Río Negro (isla de Vizcaíno). Apenas sumaban 100 familias (unas 400 a 500 personas), siendo "la tribu más pacífica" y la primera que se sometió a los españoles, formándose con ellos la primera Reducción, fundada por el Padre Bernardino de Guzmán en 1624 (según HD), en Santo Domingo Soriano.

(iii) Los Yaros (Yarós significa "revoltosos") comprendían unas 100 familias, y se ubicaban en la margen oriental del río Uruguay, entre los ríos San Salvador y Negro -que los indios llamaban Hum = "negro"- Aunque eran enemigos de los Charrúas, en ocasiones se aliaron con ellos para poder combatir a los españoles.
El cacique Tabobá perteneció, al parecer, a esta tribu.

(iv) Los Bohanes o Mboanes -quienes según Azara hablaban una lengua diferente del resto, anota HD- vivían a lo largo del río Uruguay en la zona ocupada por los actuales departamentos de Paysandú y Río Negro. Muchos fueron exterminados por los Charrúas, pasándose el resto a los españoles.

(v) Los Guenoas ("guenoas" significa "los que están de pie" o "los andariegos", según HD) ocupaban las orillas del río Uruguay, en el norte de nuestro actual territorio nacional. A principios del S. XVIII se tralsadaron a las márgenes del río Cebollatí y del la Laguna Merim, diseminándose después e incorporándose a los ejercitos español y portugués. Para finales del S. XVIII habían desaparecido por completo.

Los Minuanes, según HD, no habitaban nuestro territorio, ubicándose en las llanuras de Corrientes y Entre Ríos, en la actual Argentina. Los Arechanes ("arechán" significa "pueblo que ve el día", en el sentido de "pueblo del este"), se ubicarían en el actual estado brasileño de Río Grande del Sur y en las costas del Océano Atlántico. Poco después de fundada Montevideo (1724), los Minuanes pasaron a la Banda Oriental y se aliaron con los Charrúas para atacar a los españoles. Los Arechanes fueron enemigos acérrimos de los Charrúas y siempre se hallaban en guerra con ellos.

HD afirma que todas estas tribus pertenecían a la raza Guaraní, que se extendía desde el Plata hasta el Amazonas y desde el Atlántico hasta los confines del Perú. Los Guaraníes, nómadas algunos, semisedentarios otros, eran salvajes, bárbaros y en algunos casos, antropófagos.

Fuente: 


HD; Ensayo de Historia Patria; 5ª Edición; Librería Nacional Barreiro y Ramos; Montevideo; 1923; pág. 6 a 20.
 
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#3
II. Los indios del Uruguay, según José Joaquín Figueira.
Una de las primeras visiones etnográficas (1965).

 
(i) Arechanes y Guayanáes

Figueira afirma que antes de la Conquista la zona de Río Grande estaba habitada por más de 20.000 indios Guaraníes, a los que los lugareños llamaban "Arechanes", que no tenían diferencias con los Guaraníes en sí, pero guerreaban contra los Charrúas y otros aborígenes que habitaban en el interior del país, denominados "Guayanaes" (nombre genérico que daban los Guaraníes a todo quien no perteneciese a sus etnia).


Los Arechanes ocupaban por entonces, muy probablemente, la zona de los actuales departamentos de Rocha, Treinta y Tres y Cerro Largo y quizás se extendiesen hacia parte de Rivera y Tacuarembó, en su parte oriental. A fines del S. XVII, estos salvajes fueron exterminados y dispersados por los mamelucos de San Pablo.

Los Guayanáes o "Kaingang" se ubicaron en la margen izquierda del río Uruguay, aunque desde el "Guaray" (Quaraí actual) hacia el norte.
Los Guayanáes, según su área de dispersión, fueron catalogados en Coroados, Gualachíes e Ibirayaras. Los primeros ocupaban el actual Estado de Paraná (o el de Guayrá); los segundos la zona de Misiones y la provincia de Iguazú y los terceros se ubicaban en el Uruguay Medio. Posiblemente, dice Figueira, estos últimos irrumpieron hacia el sur, llegando hasta nuestro Litoral: Artigas, Salto, quizás Paysandú y Río Negro, y también partes de Rivera y Tacuarembó. Algunos restos arqueológicos, afirma el autor, permiten ubicarlos en San José y hasta en el arroyo Solís Grande.

(ii) Yaros

Según Figueira, los Yaros se ubicaban al sur de los Ibirayaras, ocupando las márgenes izquierdas del río Uruguay, entre los ríos Negro y San Salvador (en lo que coincide con HD), pero también más hacia el norte, llegando a la región del Salto, así como a otras tierras de las Mesopotamia argentina.
Los Yaros habrían sido absorbidos por los Charrúas.


Etnográficamente, dice Figueira, Guayanáes y Yaros formaban una misma familia, siendo indios recolectores. Los hombres andaban totalmente desnudos y con el cabello suelto, usando las mujeres en algunos casos "un delantalillo que apenas si les cubría de la cintura a las rodillas". Los caciques llevaban una larga piel de gamo. Los hombres se adornaban con diademas de plumas y barbote o "tambetá", un trozo de madera colocado atravesando el hoyuelo de la barba. Estaban armados con lanzas, arco y flechas.

(iii) Chanáes

Estos eran pueblos canoeros, dice Figueira. Los Chanáes se ubicaban desde más arriba de Salto Grande hasta la costa del actual departamento de Colonia. Los Chaná-Beguáes se ubicaban en la margen izquierda del Plata y el Bajo Uruguay por un corto espacio, alcanzando el río Santa Lucía por su margen oeste. Los Chaná-Timbúes vivían entre los extremos máximos de los límites anteriores.
Eran pueblos pescadores por excelencia, aunque también cazaban y recolectaban, practicando inclusive una agricultura primitiva. Sus vestimentas comprendían delantalillos y taparrabos, además de un gran manto de pieles (al parecer de nutrias). Se adornaban con pendientes auriculares, tatuajes, pinturas corporales y estrellitas de piedra que se colocaban en las aletas y tabiques de la nariz. Sus armas eran: arco corto, flechas y propulsor.

(iv) Charrúas

Estos aborígenes constituían una familia formada por varias etnias: Charrúas, Bohanes, Guenoas y Minuanes. A pesar de no ser -aparentemente- etnias canoeras, pasaban de una comarca a otra del Plata con facilidad. 


Los Charrúas se ubicaban en el margen septentrional del Río de la Plata, entre Maldonado y el río San Salvador, según muchos testimonios de la época de la Conquista, aunque después del año 1600 también ocuparon regiones más septentrionales, hasta cerca del río Ibicuy y la Mesopotamia argentina, ubicándose entonces en ambas bandas del Uruguay.


Los Bohanes habitaban al parecer la costa oriental del Uruguay, al norte del Río Negro (nueva coincidencia con HD) en las zonas de Salto, Paysandú y Río Negro. Algunas fuentes, dice Figueiras, los ubican también en Entre Rios. 


Los Bohanes fueron absorbidos por los Charrúas desde comienzos del S. XVIII, incorporándose otros a la reducción de Santo Domingo Soriano en Río Negro.

Los Guenoas se ubicaban entre el río Uruguay y las costas del mar, entre Cabo Santa Catalina y el Río de la Plata. A fines del S. XVII vivían errantes en los campos ubicados al este del Río Uruguay y al sur de las Misiones Guaraníes, de donde se trasladaron a territorio oriental, ubicándose finalmente en la zona de Castillos (departamento de Rocha).


Los Minuanes se ubicaban en las llanuras del norte del Paraná y Entre Ríos. Hacia 1630, pasaron a la margen oriental del río Uruguay, donde se unieron con los Charrúas. En su extensión llegaron a las lagunas Merim y De los Patos. A fines del S. XVIII y comienzos del S. XIX erraban junto con los Charrúas en la región noroccidental de nuestro país, regresando luego a la Mesopotamia argentina.

Los Charrúas se dedicaban principalmente a la caza, aunque también a la pesca y la recolección. Sus armas eran las bolas arrojadizas (bolas perdidas y boleadoras de 2 y 3 ramales), arcos cortos y flechas, con uso de carcaj, dardos, lanzas, hondas y macanas de piedra. Su vestimenta comprendía un delantal de cuero y el "quillapí" o manto de pieles, que vestian con el pelo hacia adentro y adornado exteriormente con dibujos geométricos. Los hombres usaban el barbote y las mujeres púberes se tatuaban el rostro.

(v) Guaraníes

Los Guaraníes (término que significa "gente guerrera") eran antropófagos y se ubicaban en el litoral y una parte del estuario del Plata, habitando las islas del Paraná, el Uruguay y el Plata, ubicándose por ejemplo en la isla de Martín García. Al parecer, se extendían hasta las cercanías del arroyo San Juan, toda la orilla izquierda del Uruguay y la boca del arroyo Santa Lucía.
Los Guaraníes actuaron como "verdaderos piratas de estas comarcas" dice Figueira -siendo enemigos de todas las restantes naciones, Chanáes, Beguáes y Chaná-Timbúes. Figueira afirma que fueron los indios Guaraníes quienes mataron a Juan Díaz de Solís y sus compañeros en 1516, en la zona del Martín chico (Departamento de Colonia), casi frente a la isla de Martín García.

(vi) Tapes

Figueira agrega los indígenas denominados "Tapes", que ocupaban la serranía del mismo nombre ubicada al este de la cuchilla de Santa Ana, desde donde invadieron nuestro territorio por el noreste. 

Etnográficamente, los tapes eran Guaraníes, pero mientras éstos últimos eran nómadas canoeros, los Tapes eran semi sedentarios y cultivaban la tierra, aunque también cazaban y pescaban. Sus viviendas eran permanentes, de troncos (a diferencia de las tolderías nómades). Los hombres andaban completamente desnudos, pero las mujeres vestían un cubresexo de plumas. Llevaban el barbote y tenían por armas arcos largos, flechas y macanas de gran tamaño.

Oleadas:

Según Figueira, la primera "oleada" de indígenas que llegó a nuestro territorio lo hizo desde el Brasil y desde el este: estos fueron los Arechanes.
En segundo lugar, fragmentados por el choque con los invasores pampeanos, llegaron los Yaros y los Ibirayaras (o Guayanáes) meridionales.
La tercera oleada habría sido la de los Chaná-Timbúes en sus tres divisiones, con una lengua diferente de las anteriores.
La cuarta población en arribar fue la de los Charrúas, con los Guenoas, Minuanes y Bohanes.
Por último, llegó la población del tipo Mongoloide con los Guaraníes, piratas y dueños absolutos del Plata, con su propia y diferente lengua.

Fuente:

José Joaquín Figueira; Breviario de Etnología y Arqueología del Uruguay; Imprenta Gaceta Comercial; Montevideo; 1965; pp. 48.

 
 
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#4
III. Los indios del Uruguay, según Renzo Pi Hugarte.
Visión Moderna de Etnias (1993).



Modernamente, Pi Hugarte no habla de "tribus" sino de tres "etnias" o "naciones": los Charrúas, los Chaná-Timbúes y los Guaraníes.

(i) Charrúas

    Estos comprendían a los Charrúas propiamente dichos, pero también a los Minuanes, Bohanes, Guenoas y Yaros, aunque según Pi Hugarte algunos afirman que Guenoas y Yaros eran de una misma nación (la Guenoa), así como el término Minuanes podría simplemente ser una deformación de "Guinuanes", es decir, guenoas.

    La etnia Charrúa ocupaba, en la época de la Conquista, la mayor parte del territorio del Uruguay actual, así como amplias zonas de la provincia argentina de Entre Ríos. 

   Según el naturalista español Félix de Azara, los Charrúas se ubicaban en una franja de unos 150km de ancho (las 30 leguas de HD) que iba desde la desembocadura del Uruguay hasta maldonado, llamada justamente la "Banda de los Charrúas". Los Minuanes se ubicaban en la zona de Entre Ríos,; los Guenoas ocupaban el noroeste de la Banda Oriental y el suroeste de Río Grande del Sur; los Yaros se hallaban en la margen oriental del río Uruguay, al sur del Río Negro; los Bohanes ocupaban la zona entre los ríos Negro y Daymán y su cantidad era relativamente pequeña.

    Las persecuciones españolas llevarían a los Minuanes hacia la Banda Oriental a mediados del S. XVIII (idea ya manejada por Figueira), uniéndose a los Charrúas, quienes se retiraron a su vez hacia el norte del Río Negro, realizando actos de pillaje en la zona del Paraná. También en el S. XVIII, los Guenoas descendieron de la región del Río Cuareim, estableciéndose en el área de Castillos (departamento de Rocha), donde entablaron contacto con los piratas franceses.
    Los Bohanes se integraron a la población de Santo Domingo Soriano, siendo otros exterminados por los Charrúas.

Después de las operaciones del Gobierno uruguayo contra los indios (1831), solamente unos pocos de ellos quedaron, para internarse en el Brasil, hacia la zona de Río Grande y el Matto Grosso, o hacia Tacuarembó.

    Los Charrúas, dice el autor, pertenecían a la raza "Pámpida", la cual se extendía desde el Matto Grosso, Chaco, estepas y mesetas del Sur hasta Tierra del Fuego. Los Pámpidos se caracterizaron por su elevada estatura (entre 1,60 y 1,70m), cráneo dolicomorfo (de forma oval), rostro alargado de pómulos fuertes, mentón grueso y saliente, porte atlético, pigmentación intensa (casi negra), ojos oscuros, pelo duro y liso.

(ii) Chaná-Timbúes

Esta etnia aborigen comprendía a los Timbúes o "Atembures" y los Beguás o Mbeguás, por lo que se sigue a grandes rasgos la etnografía de Figueira. Pi Hugarte, sin embargo, sugiere englobar todos ellos con la denominación de Chaná-Timbúes. Aparentemente, afirma, no tenían vinculación con los Charrúas, aunque sí sufrieron influencias de los Guaraníes.

Los Chanáes, inicialmente se asentaron en las islas del río Uruguay, donde se hallaban a salvo de sus belicosos vecinos. Luego pasaron a la costa oriental del Uruguay, más hacia el sur, pero -al ser atacados por los Charrúas- regresaron a las islas. 

El mito del "buen salvaje", que vivía en equilibrio con la Naturaleza, es, pues, falso.
Entre 1624 y 1632, dice Pi Hugarte, se fundó la reducción de Santo Domingo Soriano y los Chanáes, que estaban en vías de extinción a comienzos del S. XVIII, pasaron a ella.

(iii) Guaraníes
    Éstos se situaron, al parecer, en el Bajo Uruguay y en la costa del Plata hasta la desembocadura del arroyo Santa Lucía, aunque el mayor núcleo se ubicaba en la zona del Delta del Paraná en la época de la Conquista. A los Guaraníes se les denominó también "Carios", "Chandris", "Chandules" (o gandules) y "Caribes" -esto último a causa de su antropofagia.

Los Guaraníes eran de raza "Amazónida", provenientes del norte por el Paraná y la costa. Eran indios muy diferentes a los Charrúas, de estatura media y baja (menor de 1,60m), craneo dolicoide con tendencia a la braquicefalia (es decir, cabeza corta y aplastada por detrás), cuerpo robusto de tórax amplio, brazos largos y desarrollados, pero piernas relativamente cortas y débiles, rostros sin rasgos salientes, color cutáneo de fondo amarillento (mongoloide).

Fuente:
Renzo Pi Hugarte; Los indios del Uruguay; Ediciones de la Banda Oriental; Montevideo; 2007; pp. 244.
 
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#5
IV. Tecnología indígena; adaptación y exterminio.
La visión europea de Richard Konetzke (1972)


Konetzke afirma que los primitivos habitantes de América llegaron a nuestro continente desde Asia hace aproximadamente 25.000 años, durante la última Glaciación, cuando el descenso del nivel del mar hizo surgir una conexión entre ambos continentes. 

Los emigarntes llegaron en varias oleadas, primero por el istmo, luego por las Aleutianas y finalmente a través del Pacífico, ya que los vientos favorecían el viaje desde las costas asiáticas y la Polinesia hasta América., pero al mismo tiempo impedían el proceso inverso, con lo que las civilizaciones americanas quedaron aisladas del resto del mundo.

Los indios pertenecían a una raza cáucaso-mongoloide, algunos de cuyos rasgos recordaron a los descubridores a los mismos europeos, aunque no constituían un tipo racial uniforme. Prueba de ello es que se ha verificado la existencia de 133 diferentes familias lingüísticas independientes en América, que comprenden además centenares de idiomas especiales y dialectos. Esa es una de las razones por las cuales las diferentes civilizaciones primitivas se mantuvieron separadas entre sí. Otra fue "la hostilidad, muy notoria, de los indios contra las innovaciones". En algunas regiones, dice Konetzke, existían grandes culturas -recordemos la azteca, la maya, la inca- mientras que en otras los hombres "vivían en el salvajismo más primitivo". Este era el caso de los indios de la zona del Plata.

No existía, en la época de la Conquista, una cultura indígena general y la economía de los indios americanos tenía varios estados de desarrollo:

(i) En primer lugar, en grandes extensiones de terreno, "la población vivía aún en la etapa de la recolección, la caza y la pesca". Ello debido a que solamente existían algunos animales domésticos sacrificables: "el pavo, el pato, la cobaya y una raza de perros". El uso de la carne no estaba generalizado y la falta de proteínas se compensaba "añadiendo a la dieta insectos, ranas, serpientes y animales similares". Tampoco existía el trigo.


Entre los recolectores, cazadores y pescadores más primitivos -caso del Río de la Plata- no existía organización estatal alguna y las comunidades no excedían los límites del grupo familiar; cuando mucho algunas familias se unían entre sí en asociaciones tribales o confederaciones estables (caso de los Charrúas y los Minuanes, según leíamos en Pi Hugarte). En la época de la Conquista, como norma general, el cargo de cacique se había vuelto hereditario, aunque hubo casos en que los caciques eran electos y depuestos por las tribus.

(ii) En ciertos lugares de América se desarrolló la agricultura: "en las altiplanicies de las cordilleras se cultivaba el maíz, en las Islas del Caribe, las cuencas del Orinoco, el Amazonas y el Río de la Plata, el cultivo de la mandioca, un tubérculo, suministraba el alimento más importante". Este último fue desarrollado por los Guaraníes. Una característica de esta agricultura es que exigía menos tiempo y fuerza de trabajo que el cultivo del trigo. Solamente se necesitaban 60 o 70 días al año para cultivar el maíz. Eso hace que Konetzke catalogue estas culturas como las "civilizaciones del ocio".

Las grandes culturas, sin embargo, surgieron en base a los cultivos del suelo, volviéndose más compleja la agricultura, aumentando el volumen de los plantíos, propiciando las obras de regadío y el abono de los campos. Surgieron en torno a ellos culturas urbanas, con importantes actividades artesanales: cerámicas, tejidos, orfebrería y platería, armas y herramientas. En algunos casos surgió el uso del bronce, pero no llegó a conocerse el uso del hierro. En cuanto a la técnica, los indios se hallaban en general en la Edad de Piedra. Ninguna de las civilizaciones conocía la rueda, más allá de los simples juguetes.

Las grandes civilizaciones americanas, sin embargo, tenían una organización estatal muy fuerte que facilitó su conquista por parte de los españoles. Para muchos súbditos indios, simplemente significó cambiar un poder por otro. Cosa muy diferente fue el enfrentamiento con los cazadores y recolectores nómades y salvajes; allí, "el desnivel inmensamente grande [cultural y tecnológico] entre estos indios y los conquistadores blancos fue la causa de.. una resistencia enconada y secular a los españoles"
"Como norma general" -afirma Konetzke- "los aborígenes en las zonas de clima frío o moderado no salieron del estadio cultural más primitivo y fueron exterminados o absorbidos por los invasores europeos. Los indios nómadas de la pampa en la región platense no habían desarrollado ni siquiera una agricultura rudimentaria, y resistieron todos los intentos de hacerlos sedentarios y encuadrarlos en un modo de vida civilizado. Sus ataques contra los asentamientos españoles hicieron necesaria la protección militar de la frontera de la colonia y dieron lugar a que las autoridades emprendieran expediciones a consecuencia de las cuales se exterminó totalmente a los indios. Las tribus indígenas que habitaban el Uruguay, y en particular los belicosos charrúas, ofrecieron una tenaz resistencia a los colonizadores, hasta que finalmente , en 1835, los últimos restos de esa población fueron exterminados. Empero, allí donde los indios, como los guaraníes, emparentados con los tupíes, practicaban la agricultura y habían demostrado apreciable destreza en el arte de tejer, la alfarería y la talla de madera, se pudo llegar a una asimilación racial y cultural entre los aborígenes y los europeos".



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Una buena lección del pasado que se extiende hacia el futuro: adaptarse o desaparecer. ¿Habremos superado a los indios?

Fuente:
Richard Konetzke, América Latina, II. La época colonial; Historia Universal, Volumen 23; Siglo Veintiuno Editores; España; 1972; pág. 3 a 19.
 
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#6
V. Los Charrúas
 
            Estos aborígenes eran cazadores y recolectores superiores. A causa de que la fauna autóctona estaba formada por animales de pequeño porte, los grupos Charrúas fueron relativamente pequeños, con pocas familias, y nómades, aunque en ciertas zonas -costas de ríos y arroyos- pudo existir cierta sedentarización, afirma Pi Hugarte.
            Al introducir los españoles los caballos y las vacas en nuestro territorio (1611 y 1617, gracias a Hernandarias) y reproducirse éstos notablemente, los Charrúas se adaptaron a la equitación, amansamiento de animales y el uso del lazo, colaborando con los faeneros en las matanzas masivas de animales.
 
            Los Charrúas se caracterizaban por su desnudez, aunque en épocas muy frías utilizaban un manto formado por pequeñas pieles, denominado "toropí" o "quillapí" (= "mi cuero"), el que vestían con el pelo hacia adentro y era decorado exteriormente con dibujos geométricos de líneas rectas, de color gris u ocre.
            Al producirse intercambios con los españoles, los Charrúas adaptaron chiripás, ponchos, pañuelos, camisetas, etcétera, pero no abandonaron sus quillapís, que brindaban buena protección contra el frío y la lluvia de nuestro territorio. Taparrabos y vinchas de algodón fueron usados en épocas tardías. Al parecer, nunca llevaron calzado, más allá de las botas de potro y eso aún en épocas tardías.
            Los Charrúas llevaban el pelo largo y enmarañado, a veces trenzado, mencionándose en algunos casos tocados de plumas de ñandú. Otro detalle que menciona Pi Hugarte es el uso del "barbote", un palo de 4 o 5 pulgadas (10 a 13cm) de largo y dos líneas de diámetro (unos 4mm) que atravesaba el labio inferior y que se consideraba insignia de condición viril, o de pertenencia la grupo. El barbote fue abandonado, con el tiempo. También usaban tatuajes en el rostro: 3 líneas paralelas azules desde el nacimiento del cabello hasta la punta de la nariz y otras horizontales, de una sien a la otra.
            Las tribus Charrúas constaban raramente de más de unos 100 individuos, sin ninguna estratificación -estructura típica de los nómades. Disponían siempre de caballos -luego de su introducción por los españoles- unos 500 equinos por tribu de 70 u 80 individuos. Amansaban cuidadosamente a sus caballos
 
            En la guerra
 
            Según indica el historiador Bauzá, "su táctica militar correspondía a la sencillez de sus costumbres. A la entrada de la noche, se reunían en consejo para designar los puestos que habían de ser ocupados, y arreglar el servicio de los centinelas. Eran sumamente vigilantes y precavidos, enviando descubridores a largas distancias,  a fin de averiguar la situación del enemigo. Para dirigir sus movimientos en el combate, usaban trompas y bocinas". Pi Hugarte rebate esta afirmación, que se halla en la obra de Centenera, afirmando que es "irreal", aunque menciona que podría usarse de un cuerno de vacuno para estos fines.
            Dice HD: "Los ataques indios o "malones" los efectuaban generalmente en noches de luna llena, levantando una gritería infernal para infundir espanto a sus contrarios. Una vez victoriosos, se retiraban sin aprovechar las ventajas conseguidas"
            El mando de un conjunto de guerreros adquiría sentido solamente durante la guerra, habiendo entonces un jefezuelo (o tupiminí) cada 15 o 20 guerreros, un cacique o "Tubichá" por toldería, al mando de unos 50 hombres y un cacique general cuando se debían unir varios grupos debido a la importancia de una operación. Los jefes podían ser hereditarios o electos, indiferentemente. Entre los Minuanes, los caciques llevaban una especie de corona de cuero recortado, con apliques de cobre; otros hablan de una mitra de piel de onza con cordones y decorados de latón; otros caciques llevaban un cinturón como emblema de rango, con redondeles de cuero como decoración.
            No se sabe si realmente se pintaban para la guerra, pero en algunas ocasiones se pintaban todo el cuerpo y se decoraban con muchas y variadas plumas en la cabeza y en los pretales de sus caballos.
            Al montar a caballo, lo hacían en pelo, usando únicamente un trozo de cuero para sostenerse del animal. Combatían a caballo alineados y cargaban con lanza. Una estratagema que utilizaban consistía en acostarse sobre la montura o estirarse en uno de dus lados, lo que no permitía verlos desde cierta distancia. El enemigo raramente vería a una banda de indios Charrúas o Minuanes; con sus tácticas obtenían ventajas en la caza y en la guerra, sorprendiendo al enemigo y ocultándose de sus disparos.
 
            Las armas Charrúas:
 
            En la época precolombina, sus armas eran arcos y flechas de punta de piedra tallada, que ubicaban en abanico en carcajes chatos de cuero, que portaban a la espalda. También utilizaban azagayas cortas con puntas de piedra tallada, boleadoras de 2 y 3 piedras, hondas, mazas con cabezas de piedra pulida, pero no sobre un asta rígida, sino atadas a guías de cuero (a modo de las mazas de la Edad Media). Los arcos eran simples y cortos, aunque se desconoce -dice Pi Hugarte- si esta longitud no les fue impuesta por el uso del caballo. Los arcos eran de madera. Se conservan hoy en día dos arcos Charrúas: el primero, conservado en el Museo del Indio Americano de Nueva York, mide 1,55m de longitud, con una sección de 2,5cm; el segundo se conserva en el Museo del Indio y del Gaucho (Departamento de Tacuarembó) y mide 1,75m, con un dámetro de 3,5cm. El primero es recto, curvado en sus extremos, con una cuerda de tiento de cuero retorcido.
            Las flechas eran cortas, de tres palmos (unos 63cm) de longitud, con adornos de plumas de ñandú, cuervo, águila o buitre, talladas en palo de sándalo rojo o quebracho rojo, una madera muy dura.
            Otra arma utilizada era la honda, aunque fue poco conocida en las épocas de la Conquista. En épocas tardías, todos los Charrúas llevaban 6 o 7 hondas colgadas al pecho, realizadas en cuero. Consistían en una soga, en cuyo extremo había una pieza de tejido que sujetaba la piedra.
            Las boleadoras eran armas arrojadizas formadas por bolas de piedra pulida atadas en el extremo de guías de cuero trenzado o retorcido. Los ramales medían entre 1,0 y 1,8m. Aunque la mayor parte de las bolas eran esféricas, con un canal tallado para sujetarlas, hubo algunos modelos cilíndricos, ovales,, en forma de pera o apezonados, según para la tarea a que se destinaran. Existieron boleadoras de 2 y 3 piedras. En el caso de ser de dos piedras, éstas eran de igual peso; si eran de 3, la tercera bola era más pequeña y su ramal servía como manija para lanzarlas. El diámetro de las bolas era de unos 7 u 8 cm. Para lanzarlas, se hacáin girar sobre la cabeza y se soltaban en dirección a la presa; inclusive desde un caballo al galope. Las bolas se enredaban en las patas de los animales, haciéndolos caer o se anudaban en su cuello, como era el caso de los avestruces.
            las boleadoras o "bolas" fueron usadas para la guerra por indios y criollos, especialmente durante las persecuciones, para el combate individual, haciéndolas girar cada una con una mano, amagando con una y golpeando con la otra, mientras con los dedos de los pies se sujetaba el tercer ramal, en lo que constituía una verdadera esgrima del arma.
 
            Otra arma arrojadiza fue la "bola perdida", consistente en una sola piedra unida a un ramal de cuero, la cual se hacía girar rápidamente y se liberaba hacia el blanco. Según los testimonios, los indios usaban la bola con asombrosa puntería, aunque Pi Hugarte duda de su precisión y de su posibilidad de recuperación, una vez lanzada. Por ello, las piedras eran menos trabajadas y retobadas (envueltas) en cuero, como era el caso de los patagones. Luego de los primeros encuentros con los españoles, la bola perdida se abandonó como arma, siendo reemplazada por la honda.
            También tras el contacto con otras culturas, los indios adoptaron las puntas metálicas.
            Ya en el S. XVII, los indios utilizaban los elementos de hierro para sus armas, dejando de hacerlas de piedra en el S. XVIII. Las flechas de hierro se reservaban para el combate. Este material provenía de materiales de deshecho -flejes de barril, por ejemplo- desgastado y pulido, o de cuchillos, sables, etcétera, que los indios intercambiaban con los faeneros y con los portugueses
Los indios adoptaron el cuchillo o "facón" -que portaban a la espalda, igual que los gauchos- o bien espada o sable. Poco a poco se fue abandonando el arco. Las lanzas, o "chuzas", irían aumentando de tamaño para adaptarse al uso desde el caballo, alcanzando más de 3m de longitud, el doble de la altura de un hombre, con un palmo o dos (20 a 40cm) de hoja de puñal  o espada. También se usaron como moharras metálicas las hojas de tijera para esquilar y grandes clavos o "alcayatas", muchas veces fijada en medio de una media luna para desjarretar: servían así para herir lateralmente y como gavilanes para detener lanzazos o enganchar el arma adversaria, o evitar que la hoja penetrase demasiado, dificultando su retirada, como ocurría al combatir a  caballo. Las lanzas eran de madera de palo amarillo o del guayabo, árboles de madera dura. Los indios colocaban entre la moharra y la madera un penacho de plumas de avestruz.
            Poco a poco, la lanza pasó a ser el arma principal de los indios que combatían a caballo, llamados "indios de lanza".
            En las épocas finales Charrúas y Minuanes adoptaron también el lazo y las boleadoras retobadas en cuero, a la manera de los gauchos.
Los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla. - Marco Tulio Cicerón
 
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#7
VI. Armas Indígenas:

[Imagen: aaaa_rompecabezas_y_bolas.jpg]
(i) Rompecabezas y bolas charrúas (S. XVI). Fotografías del libro de José H. Figueira;"Breviario de Etnología y Arqueología".

    Al llegar los españoles a nuestras costas, la cultura charrúa era lítica, de piedra pulida. Las armas de la izquierda, provenientes de excavaciones arqueológicas realizadas en nuestro territorio, nos permiten apreciar diferentes piedras talladas:

    1,2 y 3- Rompecabezas con mamelones pulidos 
    Estos ejemplares se conservan Museo de la Plata. Algunos rompecabezas podían blandirse en el extremo de palos de madera dura, como verdaderas mazas de piedra.

    4 y 5- "Bolas erizadas" de los tipos estrellado y globular. 
    Estas armas arrojadizas eran temibles en manos de los indígenas, especialmente si alcanzaban en la cabeza, aún con casco, por su misma energía cinética.

[Imagen: aaaa_boleadoras_lanza.jpg]
(ii) Armas charrúas: hierro de lanza y boleadoras 
Fotografía del "Museum of the American Indian".

    Al entrar en contacto con españoles y portugueses, los indios trocaban cueros por tijeras, puntas de lanza o simples objetos de hierro (flejes de barril, por ejemplo) que afilaban por desgaste y con los que armaban sus lanzas y flechas. En el S. XVIII los indígenas dejaron de fabricar sus lanzas de piedra tallada y las reemplazaron por puntas de metal.
    El ejemplo de la izquierda, con una longitud de 27cm, pertenece a los Charrúas; además de la moharra en forma de hoja, posee un agregado para enastarla en una caña tacuara o astil de madera dura, como el palo amarillo y el guayabo. Las lanzas de caballería india tenían una longitud de unos 3m y la unión del hierro con el astil se guarnecía con un penacho de plumas de avestruz... o los tendones de un enemigo, como ocurrió con los indios que mataron a Bernabé Rivera.

    Las boleadoras de tres ramales (derecha) consistían en piedras "machos" o "voladoras", envueltas en cuero de lagarto y unidas a tientos de cuero resistente. Este elemento, se usaba como arma contra jinetes haciéndolo girar rápidamente sobre la cabeza y arrojándolo; las bolas giraban por el aire y podían enredarse en las patas de los caballos, que traían su montura al suelo. No era raro que una de estas bolas alcanzase los 20 a 25 m/s lo que hacía importante su efecto de concusión.
Los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla. - Marco Tulio Cicerón
 
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#8
VII. Los Primeros Combates con los Charrúas.

Martín del Barco de Centenera (1535 - 1602); La Argentina o La Conquista del Río de la Plata (extractos)
Nacido  en Cáceres en 1535, hijo de una familia acomodada, Centenera tuvo una educación destacada para la época, ordenándose como sacerdote en Salamanca.
Interesado por la realidad de la Conquista, embarcó hacia América con la expedición de Zárate, llegando al Plata en 1573. Fue testigo privilegiado de los combates entre españoles y Charrúas, de los que dejó cuenta en su largo poema, llamado "La Argentina".
 

Canto Décimo (seleccionado)
En este canto se cuenta cómo, vuelto el Adelantado de Ibiaza, fue al Río de la Plata, y de la venida del capitán Rui Díaz en su demanda
 
La gente que aquí habita en esta parte
Charruahas se dicen, de gran brío,
a quien ha repartido el fiero Marte
su fuerza, su valor y poderío.
Lleva entre esta gente el estandarte,
delante del Cacique, que es su tío,
Abayubá, mancebo muy lozano,
y el Cacique se nombra Zapicano.

Es gente muy crecida y animosa,
empero sin labranza y sementera.
En tierras y batallas, belicosa,
osada y atrevida en gran manera.
En siéndoles la parte ya enfadosa
do viven, la desechan, que de estera
la casa solamente es fabricada,
y así presto do quieren es mudada.

Tan sueltos y ligeros son, que alcanzan
corriendo por los campos los venados,
tras fuertes avestruces se abalanzan
hasta dellos se ver apoderados;
con unas bolas que usan los alcanzan
si ven que están a lejos apartados,
y tienen en la mano tal destreza
que aciertan con la bola en la cabeza.


A cien pasos (que es cosa monstruosa)
apunta el Charruaha a donde quiere,
y no yerra ni un punto aquella cosa
que tira, que do apunta allí la hiere.
Entre ellos aquél es de fama honrosa
a cuyas manos gente mucha muere,
y tantas, cuantos mata, cuchilladas
en su cuerpo se deja señaladas,

Mas no por eso deja de quitarle
al cuerpo del que mata algún despojo.
No sólo se contenta con llevarle
las armas o vestidos a que echa el ojo,
que el pellejo acostumbra desollarle
del rostro. ¡Qué maldito y crudo antojo!
Que en muestra de que sale con victoria
la piel lleva, y la guarda por memoria.

 
(i) El Combate de San Gabriel (1574).

Canto Undécimo (selección)
Estando en tierra firme poblada la gente, son muertos y cautivos de indios cien hombres. Retráense los que quedan a la isla de San Gabriel, donde mueren muchos de hambre
 
Los nuestros, por la falta de comida,
a yerbas como suelen van un día.
Los indios al encuentro de corrida
les salen, y mataron a porfía
cuarenta, y el que escapa con la vida
es porque al enemigo se rendía.
A pura pata dos se escabulleron,
y el caso de esta forma refirieron.


Así como llegaron, los paganos
en dos alas en torno se pusieron,
desmayaron de miedo los cristianos
cuando en medio los indios los cogieron.
Con los indios vinieron a las manos,
que de los arcabuces no pudieron
aprovecharse, cosa que la mecha
y pólvora que llevan no aprovecha.

La pólvora mojada, los cañones
tenía Juan Ortiz enmohecidos;
vencido de sus vanas pretensiones,
no tiene los soldados guarnecidos;
las armas les quitó, y en ocasiones
las vuelve, que no son favorecidos
con ellas, que no son ya de provecho,
que el moho y el orín las ha deshecho.

La más gente que a yerbas ha salido,
sin armas y sin fuerzas y sin brío,
con solos los costales han partido,
los más casi desnudos y con frío.
Pues llega el Abayuba encrudecido,
a su lado con él viene su tío,
y entrambos tal estrago van haciendo
que las yerbas del campo van tiñendo.

La grita y alarido levantaban,
diciendo el Capitán echa prisiones.
Los nuestros defenderse procuraban.
Los indios vuelan más que unos halcones;
y a cuantos con las bolas alcanzaban,
no basta a defenderles morriones.
Al fin muertos y presos todos fueron,
si no fueron los dos que se huyeron.

Venidos al real estos huidos,
despacha Juan Ortiz a priesa gentes;
con Pablo Santiago son partidos
diez o doce soldados diligentes.
Aquéstos en un cerro están subidos
a vista del real, a do valientes
y astutos en la guerra, y muy cursados,
están con el temor acobardados.

El sargento mayor Martín Pinedo,
con cincuenta soldados ha partido;
el Pablo Santiago estaba quedo
con sus doce, y los más que han acudido.
El Sargento Mayor no tiene miedo,
según dice, a Roldán que haya venido.
Con su gente camina, y llegado
do estaba Santiago, así le ha hablado.

«Conviene que marchemos todos luego,
ninguno de seguirme tenga excusa».
El Pablo Santiago como fuego
camina, mas de a poco lo rehúsa,
diciendo: «alto hagamos aquí ruego».
Pinedo de cobarde allí le acusa,
con estos pareceres discordados
bastó para que fuesen desolados.

El Sargento Mayor dice «marchemos»,
el otro, del peligro se temiendo,
«hagamos alto», dice, «pues que vemos
que indios se vienen descubriendo».
El sargento replica: «caminemos,
que el indio viene apriesa acometiendo».
«Volvamos las espaldas». «Santiago,
no es tiempo ya, haced como yo hago».

Embraza su rodela, y con la espada
resiste a los cristianos que querían
volver atrás; mas viendo que de nada
les sirve, y que los indios le herían,
con solos cinco o seis de camarada
espera; que los otros que huían,
tras el sargento iban tan ligeros
cual suelen ir tras uno mil carneros.

El zapicano ejército venía
con trompas y bocinas resonando;
al sol la polvareda obscurecía,
la tierra del tropel está temblando;
de sangre el suelo todo se cubría,
y el zapicano ejército gritando
cantaba la victoria lastimosa
contra la gente triste y dolorosa.

Los enemigos, viendo el campo roto,
siguieron la victoria tan gozosos
cual suele el cazador ir por el coto
matando los conejos temerosos.
Cual indio espada, alfanje lleva boto
de herir y matar, cual los mohosos
cañones de arcabuz lleva bañados
de sangre con los sesos mixturados.

Cual toma el alabarda muy lucida
y comienza a jugar con ambas manos,
quitando al que la tiene allí la vida,
después a los demás pobres cristianos.
El Sargento Mayor va de corrida,
echando la rodela por los llanos,
Caytúa le siguió, indio de brío,
y alcánzale a matar dentro del río.

El viejo Zapicán con grande maña
el escuadrón y gente bien regía,
Abayuba el sobrino con gran saña
en seguimiento va del que huía.
Su grande ligereza es tan extraña,
que nadie por los pies le escabullía;
Cheliplo y Melihón, que son hermanos,
pretenden hoy dar fin de los cristianos.

A Tabobá le cabe aquella parte,
a do está con los cinco Santiago;
aquéste es en la guerra un fiero Marte,
y así hizo este día crudo estrago.
A Carrillo por medio el cuerpo parte,
un brazo derrocó a Pedro Gago;
Buenrostro el Cordobés, y un Arellano,
fenecen a los pies de este pagano.

El Capitán y el otro compañero
habían grande rato peleado,
y el Tabobá, muy crudo carnicero,
estaba muy sangriento y muy llagado.
Y así vino a su lado muy ligero,
y en esto ha disparado un mal soldado,
y al Capitán la espalda atravesaba,
aunque su muerte presto él esperaba.

El Capitán cayó muerto en la tierra,
Benito, según dice, lo matara.
Moviole a lo matar la pasión perra
que con el Capitán éste tomara.
Jurado lo tenía que en la guerra
se había de vengar que le injuriara,
y así le dio el castigo de este hecho,
metiéndole una flecha por el pecho.

Aquí Domingo Lárez, valeroso
en sangre y en valor y valentía,
anduvo con esfuerzo y animoso,
reprimiendo del indio la osadía;
y viéndole ya andar tan orgulloso,
los indios acudieron a porfía,
y a puja, a cual más puede, le hirieron,
y quebrándole un brazo le prendieron.

Cansados los contrarios de la guerra,
o por mejor decir de la matanza,
y viendo que la noche ya se cierra,
no curan de llegar a nuestra estanza.
Del fuerte se les tira, mas dio en tierra
un tiro culebrina, que no alcanza.
Por eso, y por la noche a los cristianos
dejaron de seguir los Zapicanos.

El despojo que llevan son espadas,
alfanjes, alabardas, morriones,
rodelas, salmantinas muy doradas,
sombreros, capas, sayos y jubones.
Las cajas de arcabuces, ya quebradas,
llevaban solamente los cañones,
con que, dando la vuelta, van matando
aquellos que hallaban boqueando.

Y al que hallan en pie ya levantado
del sueño de la muerte que ha dormido,
del peligro librarse confiado,
por ver como ya ha vuelto en su sentido,
en un punto le tienen amarrado,
quitándole primero su vestido.
Con armas y cautivos van triunfando,
y la gente en el fuerte lamentando.

Cual dice: «¡Oh desventura, oh caso extraño,
oh mísero suceso de esta armada!».
Cual dice: «no viniera tanto daño
si fuera aquesta cosa bien pensada».
Cual dice que la causa de este engaño
procede de la hambre acobardada.
Cual dice que la suerte de esta vida
está a aquestas caídas sometida.


(ii) Combate de San Salvador (1574)
 
Canto Decimocuarto (selecciones)
En este canto se cuenta la batalla que hubo entre los de Garay y los Charrúas, y cómo fue herido Garay en los pechos y su caballo muerto, y muchos indios muertos y heridos
 
Doce caballos solos se ensillaron,
el Capitán con once compañeros
(que muchas de las sillas se mojaron),
salieron veintidós arcabuceros.
Los bárbaros a vista se llegaron
con orden y aparato de guerreros,
con trompas y bocinas y atambores,
hundiendo todo el campo y rededores.

El Capitán mandó que se emboscasen
los once de a caballo, hasta tanto
que los alegres bárbaros llegasen
a tiro de arcabuz, porque de espanto
de ver a los caballos no tornasen.
Y el Capitán se puso al otro canto
con sus arcabuceros, atendiendo
se fuese el enemigo introduciendo.

Llegado a poco trecho, hacen alto,
el Capitán procura de cebarles
un poco retirándose en un alto
por más a su placer escopetarles.
El bárbaro de seso no está falto,
que entiende ser aquesto asegurarles,
por do hace parar sus escuadrones
y dice con gran grita estas razones.

«Estamos de esperaros ya cansados,
que ha días que tenemos entendido
que sois hombres valientes y esforzados,
agora será el caso conocido.
Salid los más valientes y alentados
riñendo uno con otro este partido.
Salid, que tardar tanto es cobardía,
veremos vuestro esfuerzo y valentía.

»Con sólo matar veinte de vosotros,
pues sois de tanta fama y nombradía,
la vida por bien dada de nosotros
tenemos todos juntos este día.
¿Podéis ser más valientes que los otros,
cuyo valor poco ha que fenecía?
Salid a los vengar, acobardados,
cornudos, mujeriles y apocados».

Más cosas les oí por mis oídos,
que un poco de su lengua ya entendía.
Gritaban, daban voces, alaridos,
con su grita la tierra estremecía.
Cual indio la perneta, cual fingidos
motines y ademanes, cual hacía
que cae en tierra triste y desmayado
y en un punto vereisle levantado.

Llamaban con las mantas que traían
ceñidas a los cuerpos, no cesando
de dar voces, diciendo que querían
ponerse nuevos nombres peleando.
Mas viendo que los nuestros ya salían,
al alto se volvían retirando,
juzgando por mejor un alto cerro,
y el sueño, como dicen, fue del perro.

Saliendo al alto, y siendo traspasado
un poco de pantano que allí estaba,
el Capitán a priesa ha caminado;
los once de a caballo que llevaba
siguieron con esfuerzo denodado;
la trompa con presteza resonaba
en ellos, Santiago, Santiago,
y oíd un bello lance y gran estrago.

Seguíanle los once de tal suerte
que juntos se metieron y mezclaron
en medio el enemigo, dando muerte
a todos cuantos indios encontraron.
Rompieron una escuadra grande y fuerte
en que de setecientos se pasaron;
salieron de otra banda cien flecheros
con ánimo gallardo muy ligeros.

Sobre éstos nuestra gente revolviendo
pelea, y ellos rostro y cara hacen;
los otros al socorro muy corriendo
acuden, mas los nuestros los deshacen.
Volvieron a romperlos, y rompiendo
los mozos sus deseos satisfacen,
que tantos por el suelo van rodando,
cuantos caballo y lanza van tocando.

Aquí veréis el indio atravesado
por medio la garganta, y allí junto
el otro todo el casco barrenado,
saliéndole los sesos luego al punto.
Por medio de los pechos traspasado
estaba Tabobá, y casi difunto,
y tanto de la lanza se aferraba,
que ya perderla Leiva imaginaba.

Allega Menialvo con su espada
y dale un golpe tal que desafierra
la lanza el enemigo, y aun pegada
la lanza con la mano deja en tierra.
El indio ve su mano destroncada
y quiere escabullirse de la guerra,
mas no le dan lugar, que tras su mano
tendido le deja Leiva en el llano.

Y como recobró Leiva su lanza,
habiendo a Tabobá muerto, con priesa
revuelve Abayubá sobre él, y lanza
el mozo un bote tal que le atraviesa
el ombligo, y el indio se abalanza
por la lanza adelante, y hace presa
con el diente en la rienda, de tal suerte
que la corta, y fenece con la muerte.

El viejo Zapicán, que ve tendido
a su sobrino en tierra, bien quisiera
en Leiva se vengar, mas ha acudido
el bravo Menialvo, que le diera
un golpe tan terrible que partido
por medio, por encima la cadera,
en dos partes quedó; fue cuchillada
de brazo poderoso y fuerte espada.

Añagualpo, que estaba muy pujante,
en suerte le ha cabido a Vizcaíno.
El bravo indio se puso de delante
con pica que parece un grande pino.
El mozo le encontró luego al instante
con su lanza, y aun hizo tal camino
por medio de los pechos de aquel perro,
que la espalda pasó su fino hierro.

Su lanza sacó tal y tan bermeja,
que el hierro pura sangre parecía.
Dos pasos de este puesto no se aleja,
cuando un indio de fama le seguía.
A esperarle el mancebo se apareja,
que es indio muy gallardo y de valía,
al mozo ha acometido Yandinoca,
y él métele su lanza por la boca.

Arévalo gallardo va hiriendo
la gente que jamás fue conquistada,
el hierro de su lanza va tiñendo
en sangre con los sesos misturada.
Con fuerza va Aguilera descubriendo
aquí, y acá y allá de una lanzada;
al indio deja tal, que parecía
que el indio so la tierra se hundía.

El buen Mateo Gil, soldado viejo,
con esfuerzo y valor de Trujillano,
nacido en el lugar de Jaraicejo,
andaba por el campo muy lozano.
Parécele que mata algún conejo,
matando algún soldado zapicano,
y así tan gran estrago va haciendo
que las yerbas del campo va tiñendo.

Hernán Ruiz pelea sin pereza,
de Córdoba heredando la osadía,
acá y allá acude con destreza,
con ánimo y esfuerzo y valentía.
Un indio le encontró con gran fiereza,
y quitarle la lanza pretendía;
Camelo le ayudó, perdió la vida
el indio, con la mano bien asida.

Con gran fuerza por medio Magaluna
de cinco o seis soldados se metía;
al encuentro le sale Juan de Osuna
con su espada, que lanza no traía.
Al mozo favorece la fortuna,
que el indio con su pica tal venía,
que si el caballo un brinco no pegara,
por medio de los pechos le pasara.

La pica suelta el indio muy corrido,
y al pecho del caballo se ase y garra.
El mozo, que lo vido tan asido,
la daga de la cinta desamarra,
con ella fuertemente le ha herido,
y tanto las entrañas le desgarra
que Magaluna altivo, bravo y fuerte,
cayó en tierra herido de la muerte.

Tiene el campo Juan Sánchez ya poblado
de zapicanos muertos con su espada.
Un indio le acomete señalado
con una espada inserta y enastada.
Un bote le tiró por un costado,
y el mozo le responde de estocada,
y aciértale por medio de la frente,
y da con él en tierra de repente.

Rasquín piensa ya hoy hacer remate
del ejército todo zapicano.
Mas veis otro que viene en el combate
que quiere en general probar la mano,
de encuentro, de revés, da jaque y mate
al indio sin dejarle un hueso sano,
con la fuerza que pone en su caballo
el fuerte y animoso Caraballo.

Fortuna, si quisieres estar queda,
cuán presto el Charruaha se acabaría.
Si el capitán Garay viera tu rueda,
bien con su lanza audaz la clavaría.
En un cerro una escuadra estaba queda
de indios, a la mira qué haría.
El Capitán por ellos va rompiendo,
y en él todos a puja rebatiendo.

Rompiolos, y al romperlos fue herido.
Miráronle los indios si caía,
y viendo como en tierra no ha caído,
sin orden cada cual allí huía.
El Capitán tras ellos ha corrido,
en esto su caballo se tendía
y muerto feneciose la pelea,
de que el indio no poco se recrea.

Acuden los soldados como vieron
caer su Capitán con el caballo;
de presto en otro al punto lo pusieron,
procuran al real luego llevallo.
Los bárbaros al punto se huyeron,
la tropa a recoger toca, dejallo
conviene al enemigo. En estos cuentos
murieron, según vi, más de doscientos.

Recógese la gente muy gozosa
de ver quedar el campo muy poblado
de la soberbia sangre belicosa
del indio, en estas partes señalado.
Era cierto esta gente muy famosa,
su fuerza y su valor tan estimado,
que toda la provincia la temía
y muy grande respeto le tenía.

El Capitán, que a todos gobernaba,
fortísimo y valiente era en la guerra;
por aquesta razón le respetaba
sin su gente gran parte de la tierra.
Y aunque él en estos llanos habitaba,
tenía alguna gente allí en la sierra,
los cuales a su tiempo le servían
y a su mano y dicción siempre acudían.

Con ésta estaba el perro tan pujante,
que a todo el mundo junto no temía,
juzgándose a sí solo por bastante
contra la tierra toda y monarquía.
El nombre de cristiano y lo restante
pensaba de acabar sólo en un día,
y no le faltaba ayuda de paganos
que vienen de los pueblos más cercanos.

 
(iii) Torturas charrúas.

Canto Decimoquinto (selección)
En este canto se trata de las crueles y terribles muertes que los indios daban a los cristianos cautivos

 
En este tiempo, ¡oh cosa lastimera!,
flecharon al dichoso Chavarría.
Aquéste a los Chanaes les cupiera,
al tiempo que la presa se partía.
Ordenado de grados supe que era,
versado en natural filosofía,
discreto, sabio y muy caritativo,
de mucha habilidad y seso vivo.

Es justo déste quede gran memoria,
que su fin lo merece lastimoso,
y pues llevó la palma de victoria,
gozoso le nombremos y dichoso.
Yo espero nuestro Dios le dio la gloria,
que yo le conocí por virtuoso,
y oídme aquesta grande maravilla,
que más me mueve a envidia que a mancilla.

Sacáronle los indios del poblado
en un pantano grande anegadizo,
y en un palo le ponen amarrado,
y flechas dan en él como granizo.
Quedó en breve tiempo tan cuajado
cual vemos el pellejo del erizo
de sus agudas puas, tal estaba,
y con esfuerzo grande así hablaba.

«Eterno Dios, el alma te encomiendo,
que el cuerpo miserable que padece
(aunque está este tormento padeciendo),
mayor por mis pecados él merece».
Estando estas palabras él diciendo,
el bárbaro cruel más se embravece,
y Chavarría en Cristo contemplando
el Miserere mei está cantando.


Cual suelen cazadores por el soto
con perros y sabuesos vocería
alzar, así hiriendo a este devoto
el crudo barbarismo lo hacía.
Estaba ya su cuerpo todo roto,
la sangre hilo a hilo dél corría,
mas él no deja el canto de consuelo,
que espera de tener paga en el cielo.

Y oíd, mi buen Señor, aquí otra cosa
que tiene en confusión a estos paganos
por ser a vista de ojos espantosa,
según lo refirieron tres cristianos.
Captiva uno esta gente perniciosa,
y sácanle los ojos, pies y manos
le cortan con malvada y gran fiereza,
y dicen que está vivo. ¡Qué grandeza!

Juan Gago este cautivo se decía;
de Guadalupe mozo virtuoso,
en Logrosán, mi patria, me servía
al tiempo que dejara yo el reposo.
A la Virgen purísima María
de Guadalupe dice este dichoso:
«En este punto sed vos mi abogada»,
y acude a su costumbre tan usada.

Dios sabe cuánto yo lo he procurado
sacar de cautiverio por mil vías,
y el trabajo y las hambres que he pasado
andando tras los indios muchos días.
En muy grandes trabajos me he arrojado
por mi propia persona, y con espías,
y nunca he sido en ello de provecho.
Acaso Dios hará con él su hecho.

Juan Barros de los indios fue cautivo,
en tiempo de don Pedro, en los Beguaes.
Mataron otros, mas aquéste vivo
criaron, que era niño, y a Chanaes
le venden (aqueste hombre de que escribo
algún tiempo traté). Chiriguanaes
le cautivan, y tiempo mucho estuvo
entre ellos, y mujer e hijos tuvo.

Aqueste Juan de Barros cierto vide
que hizo gran provecho a los cristianos,
que Dios todas sus cosas siempre mide
con divinos secretos soberanos.
No sabe el triste hombre lo que pide,
lo más cierto es dejárselo en sus manos;
esta consideración en verdad hago
en el negocio siempre de Juan Gago.

Estaban, sin los dichos, más cautivos
que asimismo mataron estos perros,
empalando y flechándolos aún vivos,
y también desgarrándolos con hierros,
y por mostrarse crudos y nocivos
en vida a muchos meten en entierros,
a do mueren de hambre, cruda, perra,
y vivos sepultados so la tierra.

Aquí quiero no quede por olvido
un caso que me viene a la memoria.
Del grande Patriarca enriquecido
de bienes duraderos en la gloria,
seráfico Francisco ha merecido
un hijo suyo palma de victoria,
en tiempo de don Pedro le mataron,
y el caso de esta suerte me contaron.

Estando este bendito religioso
hincado de rodillas en el suelo
con grande devoción, el envidioso
Agaz, tirano indio, sin recelo
le flecha, mas al punto un luminoso
nublado descender se ve del cielo,
y en él subir a todos parecía
una doncella, bella en demasía.

Los indios con aquesto se espantaron,
de suerte que a él con otros compañeros
que habían muerto a todos enterraron,
llorando porque fueron carniceros
de aquel bendito fraile que mataron.
Y están en su temor hoy tan enteros
los descendientes de ellos, que recelo
tienen que les venga fuego del Cielo


Fuente: http://es.wikisource.org/wiki/La_Argentina:_01
Los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla. - Marco Tulio Cicerón
 
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#9
VIII. Primeros Combates con los Charrúas (2a Parte)

Los hechos históricos.






De Gaboto a Zárate (1526-1574) 

    El 3 de abril de 1526 zarpaba de San Lúcar una expedición a cargo del veneciano Sebastián Cabot o Gaboto, la cual llegó a nuestras costas por el Cabo Santa María el 21 de febrero de 1527. El 6 de abril, la flota anclaba frente a San Gabriel, descubriendo luego un río que se denominó "San Salvador" (Negro) y fundando sobre sus costas un fuerte con el mismo nombre, el primer establecimiento español en nuestro territorio.
    El Capitán Juan Álvarez Ramón, uno de los hombres de Gaboto, exploraría el Río Uruguay con dos botes y una carabela. Al perder esta última, Ramón retornó por tierra a San Salvador, siendo hostilizado por los yaros y generalizándose una batalla campal que acabó con la muerte de Ramón y la mayoría de sus hombres. Debido a la hostilidad de los charrúas, los españoles debieron abandonar San Salvador, retirarse a sus naves y abandonar nuestras costas en 1530, no antes de que Gaboto rebautizara el Río Solís como "Río de la Plata", debido a las riquezas que allí esperaba encontrar.
    Tras la primera fundación de Buenos Aires por Pedro de Mendoza (1535), sobrevinieron combates en los cuales los charrúas, junto con los querandíes, bartenes y timbús derrotaron a las tropas de su hermano Don Diego. Luego sobrevino la hambruna y nuevos ataques indígenas que forzaron la retirada del Primer Adelantado y los 560 sobrevivientes de su expedición.
    La nueva expedición de Alvar Núñez "Cabeza de Vaca" -2º Adelantado, en 1540- no fue mejor: destituido por Domingo Martínez de Irala, debió regresar a España. Irala resultó un buen administrador y pronto comprendió la importancia estratégica y económica de nuestro territorio. Con este fin, envió en 1552 al Capitán Juan Romero con 120 hombres. Romero desembarcó a orillas del Río San Juan y fundó el pueblo del mismo nombre, el cual debió ser abandonado pocos meses después, a causa de los indígenas indomables.
    En 1569, el Rey nombró al Capitán Juan Ortiz de Zárate 3er Adelantado: con una expedición de 600 hombres partiría en 1572 estableciéndose en San Gabriel ese año. 
Esta vez los charrúas se mostraron amistosos, pero la poca delicadeza de Zárate con el cacique Zapicán (o Sapicán) provocaría la ira de este último. Zapicán, estratega brillante, comenzó por cortar las comunicaciones entre Zárate, Asunción y Santa Fe. Luego, cuando los españoles salieron a aprovisionarse, les atacó por sorpresa en lo que se llama combate San Gabriel, matándoles más de 100 hombres. Posteriormente, los charrúas atacarían el fuerte de San Gabriel, forzando la retirada de los españoles hacia las islas -primero a San Gabriel, luego a Martín García- . Desesperado, Zárate solicitó el auxilio de Juan de Garay, quien se hallaba entonces en Santa Fe.

    Combate de San Salvador (Mayo 1574) 

    Garay embarcó hacia Martín García, desembarcando en San Salvador en mayo de 1574, con 30 arcabuceros, 12 soldados de caballería y hombres de mar. Los charrúas -más de 1000 hombres- al mando de Zapicán se presentaron entonces frente a los españoles; Garay emboscó su caballería, atacando con sus arcabuceros y ballesteros, tratando de atraer al jefe charrúa. Como Zapicán no cayese en la trampa, Garay asaltó un grupo de 700 indígenas, deshaciéndolo. 
Cuando 100 arqueros charrúas -la reserva- se lanzaron contra los españoles, la caballería los atacó al galope, destruyendo su movimiento envolvente. En la furiosa melée que siguió, cayeron los Jefes charrúas Abayubá, Tabobá y Zapicán, Añagualpo, Yandinoca y Magalona. Los hombres de Garay contaron después de indios que se aferraban a las astas de las lanzas con que los atravesaban (tal como muestra la ilustración de Fernández Muniz), mordían las riendas, a los caballos y a los jinetes. Más de 200 guerreros charrúas murieron ese día, en lo que fue la primera gran victoria española en nuestro territorio. Los jinetes acorazados habían derrotado a la valentía de los indígenas.
    El episodio es recordado en Tabaré (1888), obra maestra del poeta uruguayo Juan Zorrilla de San Martín. 

    Al retirarse Zárate (1575), los charrúas volverían a acosar la población de San Salvador, forzando su abandono al año siguiente. Nuestro territorio permanecería prácticamente desierto hasta 1724.
Los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla. - Marco Tulio Cicerón
 
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#10
IX. La derrota de Hernandarias por los Charrúas (1603)
 
            Hernando Arias de Saavedra, o Hernandarias es ampliamente conocido como el hombre que introdujo la ganadería en la Banda Oriental. Menos se le conoce como el Jefe español que sufrió la derrota más estrepitosa frente a los indios Charrúas.
            Hernandarias, criollo de origen, nació en Asunción en 1561. Hombre hábil, justo y valeroso, fue elegido Gobernador de Asunción en 1591, por los colonos.
 
            En su primera gobernación, Hernandarias organizó una expedición al Chaco, para someter por la fuerza a los indios de aquella región. En 1603, decidió llevar la guerra a los Charrúas. Para ello, realizó una junta con sus oficiales de confianza, en la que propuso sus ideas. Contando con total apoyo, reunió un cuerpo expedicionario de 500 hombres y con ellos partió hacia la Banda Oriental a comienzos de año. 
Para darnos una idea, dice HD: "500 soldados habían bastado a Cortés para conquistar a Méjico; con menos había Pizarro abatido a los incas; pero ahora se trataba de un pueblo guerrero, que tenía una noción altiva y profunda de su libertad".

            Pronto llegaron los españoles a nuestro territorio, pero los Charrúas ya se hallaban listos para enfrentarlos. 
Los españoles se apercibieron de los preparativos, pero aún así siguieron avanzando. Los dos ejércitos se encontraron, al parecer en las cercanías de la actual ciudad de Dolores. El combate fue largo y sangriento. Esta vez, a los españoles no les sirvieron de nada sus caballos, ni sus armas de fuego, ni la habilidad táctica de sus caudillos. Los indios atacaron con tal ímpetu que al terminar el combate todos los españoles habían muerto o eran prisioneros. "Terminada la batalla" -dice HD recogiendo palabras de los historiadores Lozano, Guevara y Bauzá- "vióse a un guerrero salir huyendo en un soberbio corcel. Era Hernandarias..."

            Algo que habla muy bien del gobernador de Asunción es que esta única efusión se sangre le permitió comprender que solamente los religiosos podrían civilizar a los indígenas. Así, solicitó a la Corte española que se sustituyese el uso de la fuerza por los padres misioneros. El 5 de julio de 1608, el rey Felipe III aprobó el plan de conquista pacífica para la ocupación de la Banda Oriental.
 
            Pero estas no fueron las últimas noticias que habríamos de tener de Hernandarias. En 1607 firmó un tratado de amistad con los indígenas de la zona del Río Negro y entre 1607 y 1608, se dedicó a explorar nuestro territorio al mando de una expedición de unas 100 personas, recorriendo la costa del río Uruguay hasta llegar al Plata y por las costas de éste alcanzó la desembocadura de un río que bautizó Santa Lucía, el 13 de diciembre de 1607. Despues de recoorer el territorio durante unos 6 meses, se dirigió a Buenos Aires 8de donde era ahora Gobernador) y escribió un informe a la Corona, destacando “la bondad y calidad de la tierra con grande aprovechamiento de la labranza y crianza de ganados”. En 1611  y 1617 introdujo ganado en nuestro territorio y éste se reprodujo de manera asombrosa, comprobando las predicciones de Hernandarias.
Los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla. - Marco Tulio Cicerón
 
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