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Batallas y protagonistas de nuestro Ejercito.
#23
BATALLA DE TACUAREMBÓ

La Batalla de Tacuarembó marcó el fin de la lucha de los ejércitos Artigistas en territorio Oriental, razón por la cual este luctuoso hecho militar merece no solamente nuestro respetuoso recuerdo por los caídos en combate, sino que además corresponde ser analizado para comprender mejor el antes y el después del mismo.


Como es sabido, cabe señalar que la Revolución Oriental se había iniciado en 1811, a partir de los hechos de febrero de ese año, destacándose entre ellos la adhesión de José Artigas a la Revolución de Mayo de 1810, cruzando desde Colonia hacia Buenos Aires a tales efectos el 15 de febrero. Dos semanas después, el día 28, sucedía el Grito de Asencio (la Admirable Alarma), liderada por los caudillos Pedro Viera y Venancio Benavídez. Semanas después, el 11 de abril, Artigas ya estaba en Mercedes pronunciando su célebre Proclama, y un mes más tarde se encontraba en las inmediaciones de Canelones, acampando allí con sus tropas, para 6 días después, el 18 de mayo, librar exitosamente la Batalla de las Piedras. Con estos hechos se inició un proceso revolucionario de casi diez años liderado de manera ejemplar e incansable por el Jefe de los Orientales.

El resultado de la Batalla de Tacuarembó fue el golpe de gracia a una situación que se venía complicando severamente desde la ocupación portuguesa iniciada en 1816 – 1817 al mando de Carlos Lecor. Los ejércitos Artiguistas resistieron durante más de tres años con una abismal inferioridad de armamentos y de tropas, una desigualdad de fuerzas que se intentó equilibrar con determinación, sacrificio y heroísmo, sumados a la inteligencia, estrategia militar y poder de convocatoria de José Artigas. 
Pero ya el año 1819 transcurrió agregando adversidades a Artigas, quien intentaba una y otra vez con sus fieles oficiales y tropas contrarrestar la ofensiva y la dominación portuguesa. Solamente a fines de ese año, el 14 de diciembre, pareció cambiar la suerte, cuando Artigas logró derrotar a las fuerzas portuguesas al mando del brigadier Abreu en la Batalla de Santa María. Al replegarse hacia territorio oriental, Artigas decidió trasladarse con unos 200 hombres a Mataojo a salvaguardar a las familias allí acampadas, así como reunir más caballadas, mientras el grueso de su ejército al mando del Coronel Andrés De La Torre (Andrés Latorre) enfrentó algunos combates en ese mes y el siguiente, alguno con resultados inciertos o incluso perjudiciales, como el de Paso de Belarmino. Así pues, alrededor de 2000 hombres al mando de Latorre terminaron acampando cerca del 20 de enero a orillas de las nacientes del Río Tacuarembó, donde sería el escenario de la trágica Batalla del día 22, que se ubica próximo a Paso Ataques (cerca de la Estación de ferrocarril Ataques), en el actual Departamento de Rivera. Paradójicamente, el nombre de este Departamento homenajea al militar que le dio la espalda a Artigas luego de ese amargo momento, cuando éste más lo necesitaba, siendo ésta deserción el hecho culminante que obligó al Prócer a repasar el Río Uruguay hacia las provincias argentinas para intentar los apoyos para recomponer su diezmado ejército.

Pero detengámonos a analizar la Batalla de Tacuarembó y reflexionar acerca de ella.
Hay diferentes versiones acerca del lugar exacto, así como opiniones muy discutibles acerca de la estrategia militar. Deseo afirmar categóricamente que no debe existir duda alguna: la Batalla de Tacuarembó sucedió en el lugar indicado en el párrafo anterior (no en puntas del Tacuarembó Chico como afirman equivocadamente algunos historiadores), y por otra parte, es una gran injusticia señalar, como se ha hecho alguna vez, que el Coronel Andrés Latorre podía haber sido un mal estratega y que esto influyera en el resultado de la batalla. Latorre, valiente jefe Artiguista que honraba su prestigio, coraje y lealtad con cerca de veinte cicatrices de heridas de combate, decidió acampar sus tropas en ambas márgenes del Río, de muy escasa profundidad en esa zona. 
No hay un error estratégico visible en esta decisión, totalmente necesaria para el descanso de sus hombres. 
 
Ciertamente, ocurrió un evento meteorológico imprevisto que no sólo por sí mismo, sino más bien por sus consecuencias, dificultó abruptamente el escenario: en los días previos a la batalla, llovió copiosamente en el lugar mencionado, o sea la cuenca de las nacientes del Río Tacuarembó. Quienes conocemos la zona, sabemos que a las lluvias intensas le siguen unas rápidas crecidas del nivel del agua, inundando las áreas contiguas. 
Fue lo que sucedió entre el 20 o el 21 de enero de 1820. Llovió fuertemente y creció el río y arroyos, aislando las tropas que estaban de uno y otro lado. Pero la derrota, con o sin lluvia, seguramente habría sido inevitable. 

Veamos por qué.
Los portugueses fueron derrotados por Artigas en Santa María el 14 de diciembre de 1819. El 22 de diciembre partió desde Porto Alegre un fuerte contingente militar al mando del Conde de Figueiras (José Maria Rita de Castelo Branco Correia da Cunha Vasconcelos e Sousa, vaya nombre!), para socorrer y apoyar al derrotado brigadier Abreu.

Figueiras y más de 3000 hombres, con muy buen armamento, buscaron a los indomables ejércitos de Artigas, hasta sorprenderlos en la neblina de la madrugada del 22 de enero, en medio de la creciente y del barro. 
Fue un golpe de suerte a favor de los portugueses, que éstos aprovecharon sin piedad. 
Los soldados al mando de Latorre y sus segundos oficiales (Pantaleón Sotelo, Manuel Cairé, Faustino Tejera, Ramón de Cáceres, Segundo Aguiar, Pablo Bulnes y José Llupes,  etc.), no tuvieron tiempo de ni siquiera vestirse, calzarse y tomar sus armas, menos aún de montar a caballo, y fueron masacrados en su mayoría aún en el valeroso intento de defenderse.

El bravo Pantaleón Sotelo fue herido de muerte mientras luchaba y arengaba a sus tropas, y muchos no tuvieron otra opción que huir, incluso descalzos, para evitar una muerte inútil y cruel. Tales fueron los casos de Latorre, de Cáceres, que llegaron días después al campamento de Mataojo, distante unas 20 leguas, llevando la desastrosa noticia a Artigas. 
De todas maneras, aunque no hubiera existido la dificultad adicional causada por las lluvias previas, la superioridad militar del enemigo era descomunal, no sólo en número sino más aún en armamentos. 
Por lo tanto, sería muy difícil, totalmente improbable, que hubiera arrojado un resultado favorable. El desastre de ese amargo día era una realidad que golpearía más tarde o más temprano, y que por cierto se venía posponiendo durante más de tres años a fuerza de coraje e insistencia.

Era el comienzo del fin. Pero la determinación del jefe de los Orientales era inquebrantable, y no estaba dispuesto a abandonar la lucha. Escribió a Fructuoso Rivera, que se encontraba con algunas tropas en la zona de Cerro Largo, dándole instrucciones de reunir más hombres para reorganizar la lucha y la resistencia al poderoso invasor portugués. Entonces sucedió lo que Artigas menos esperaba: su amigo “Don Frutos”, como él llamaba a Rivera, se negó a continuar la lucha, accediendo a pactar con el enemigo, pasándose a filas portuguesas en marzo de ese año.
Sin más ejército que unos pocos centenares de hombres, Artigas no tuvo más alternativa que cruzar el Río Uruguay para reunir más tropas, pues aún así no estaba dispuesto a desistir. Recordemos aquella célebre frase “Dígale a su amo que cuando me falten hombres para combatir a sus secuaces, los he de pelear con perros cimarrones”, de Artigas al jefe portugués Lecor.

Pero las cosas empeorarían más aún para Artigas, pues allá enfrentó una feroz persecución de uno de sus ex oficiales, el entrerriano Francisco “Pancho” Ramírez (apodado justamente “El Traidor”), el cual se convirtió en su más acérrimo enemigo. 
José Artigas tenía un gran prestigio en las provincias de las cuales había sido su Protector, y mantenía su fuerte poder de convocatoria, y con su liderazgo reunió centenas de hombres en su intento de recomponer su ejército, pero una amarga sucesión de combates con las tropas de Ramírez, con resultados casi todos adversos, obligó a Artigas a replegarse cada vez más hacia el norte, internándose finalmente en la provincia de Misiones, con “el traidor” pisándole los talones, hasta llegar a la orilla del Río Paraná el 5 de setiembre de ese año.   

Ese día marca el inicio del exilio del Prócer, quien sin otra opción, debió cruzar el Paraná ingresando a territorio paraguayo. Antes de hacerlo, recordando a sus oficiales presos en la Isla das Cobras, cerca de Río de Janeiro (Juan A. Lavalleja, Manuel Artigas, Leonardo Olivera, Otorgués, Andresito, etc.), Artigas pidió un voluntario para la arriesgada misión de llevar dinero para lograr la liberación de los mismos. 
El sargento Francisco de los Santos (conocido luego como “El Chasque de Artigas”), dio un paso al frente y se ofreció para hacerlo. Artigas le entregó los 4000 patacones que restaban de su ejército, más 25 onzas de oro de su propiedad, y el Chasque partió al galope a través de la selva, cumpliendo su misión y llegando a destino meses después. 

Tanto este acto de desprendimiento de Artigas, preocupado más por la suerte de sus compañeros de lucha que por sí mismo, así como la valentía y honradez de Francisco de los Santos, merecen nuestro recuerdo y homenaje.

Momentos después Artigas cruzó el Río, siendo detenido por soldados paraguayos que lo condujeron hasta Asunción, donde fue recluido en el Convento de la Merced a la espera de la resolución sobre su destino por parte del dictador de Paraguay, José Gaspar Rodríguez de Francia, quien finalmente ordenó el confinamiento de Artigas  a un lejano y aislado poblado en la selva, San Isidro Labrador de Curuguaty, distante unos 400 kilómetros, sitio donde quedó custodiado por más de dos décadas hasta después de la muerte del gobernante paraguayo.

Y un detalle anecdotario muy interesante: el bravo coronel Andrés Latorre, (que era tío materno de Juan Antonio Lavalleja), luego de que Artigas cruzara al Paraguay, se refugió, exiliado, en Santa Fé, y esperó allí durante tres años a que Artigas retornara para continuar la lucha por la libertad de su Patria. 
Un ejemplo de lealtad y patriotismo inconmensurable, pero lo que no sabía Latorre es que Artigas había sido confinado, preso en la selva, en el inicio de un forzado exilio que sólo finalizaría con su muerte el 23 de setiembre de 1850 en Ibiray, en las afueras de Asunción del Paraguay.
 
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RE: Batallas y protagonistas de nuestro Ejercito. - Cabo Viejo - 01-23-2017, 01:12 AM

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