03-14-2021, 07:21 PM
Hay una gran y maravillosa historia detras de este escrito que al final del mismo les dejo.
Palabras de un cadete
JUANA DE IBARBOUROU
Vengo de una familia que tiene un gran respeto por la carrera militar y un amor que algunos de sus miembros han sintetizado en un término de gran significado general: vocación. Pero vocación tiene también algunos elementos que no son espontáneos, como la herencia y el instinto, antepuestos al vocablo razonamiento que es el que da valor y peso a la elección del joven que, ya en nuestra Academia Militar decide con total y lúcido empeño, dedicar su vida a la custodia de la patria, sus leyes, sus derechos, su defensa material y moral, todo cuanto constituye una nación libre y organizada que, geográficamente grande o pequeña, forma el mayor bien de sus ciudadanos.
La patria es la familia – su piedra angular – el conjunto de instituciones en que se fundan la justicia, la cultura, el aporte de cada pueblo a la creciente civilización mundial, el culto de la libertad, y de la paz entre los hombres, sin la cual todos los esfuerzos de progreso y felicidad son tan vanos como querer mantener encendida una lámpara en medio de una tempestad.
Nunca como ahora, época confusa, de ambiciones de predominio en nombre de ideales viciados por el fondo engañoso y ávido de poder de los hombres, la paz ha sido, en el mundo un bien casi inaccesible y lejano.
Pero por sobre tanta escoria la familia militar, que debe ser intangible, ha de levantar la bandera nacional como un ala sagrada que no dejará deslizarse hasta sus cuadros ninguna bastardía que pudiera manchar la unanimidad de sus límpidas y severas prácticas de orden, honor, obediencia y patriotismo.
Nada importan los sacrificios, y muchas veces el sufrimiento. Somos los servidores de la República, sus hijos traspasados por el orgullo de su misión.
Yo he elegido la carrera militar como concretación de mis mas puros sueños juveniles, dedico cuanto pueda ser una realidad feliz o un éxito, a Dios, a mis padres, y a mis maestros que me dan el dominio de mis deberes, el anhelo de que éstos me hagan una cifra humana útil y efectiva en todas las contingencias del porvenir.
Desde el soldado hasta el cadete; desde el cadete hasta el general, todos estamos signados por un denominador común, el cumplimiento del deber. Y yo juro ante mis antepasados y mis contemporáneos, que siempre he de ser un militar digno de mi país y de su historia, en cual la figura excelsa del General Artigas, nimbada por la gloria y señalada por el heroísmo nos da la mejor y más alta lección de lo que debe ser un militar uruguayo, por modesto que sea su destino y aunque ninguna acción destacada haga resplandecer su nombre y su grado en las filas del ejército nacional.
Servir con honor, sencilla, estoica y rígidamente, es una gracia de los Altos Divinos Poderes, que con el conjunto de las criaturas humanas, crean una misteriosa fuente de las causas y los efectos infinitos del cosmos.
Cada hombre aporta su átomo; el que es militar, suma además su empuje. Y solo Dios sabe cuanta luz aporta cada alma a su infinito.
Soy un militar; soy aún muy joven, pero sé que me estoy formando como una piedra del baluarte que defiende a mi patria.
Me siento muy orgulloso de ello.
La historia detrás del escrito de Juana de América
Corría el año 1966 cuando el amor de la orgullosa madre de un Aspirante de la Escuela Militar, doña Nélida Márquez de Garreta, entonces Oficial de la Caja de Retirados y Pensionistas Militares, donde Juana cobraba su pensión, hizo que le solicitara a la poetisa unas palabras para su hijo que se iniciaba en la vida militar.
Y Juana respondió también desde el amor de madre, amor al prójimo, a su esposo el Mayor Lucas Ibarbourou y al Ejército Nacional.
La consagrada Juana de América, dando muestras de verdadera humildad cristiana, se tomó el trabajo y a la vez se dio el gusto, de escribir estas “Palabras de un cadete”.
Obra inédita, que ahora su destinatario, el actual Coronel Alfredo Garreta, ha decidido publicar en homenaje a su mamá y al Ejército.
La nota de la autora que acompañó al escrito
“Nov. 1966
Mi estimada Sra.: le envío adjunto esas páginas que no sé si responden totalmente a lo que Ud. deseaba, o desea, ya por su extensión o por su espíritu.
En cualquier caso puede que Ud. hacerme las observaciones que quiera, segura que las recibiré con mucha atención, pues entre mis innumerables defectos no existe la vanidad; gran favor de Dios. Solo quiero complacerla y servir de algo a su joven Oficial. Por estética externa y por adhesión a mi marido siempre he querido mucho a la carrera militar de la que participé y sufrí sus muchos sacrificios. Hubiéramos deseado que nuestro hijo ingresara a la Academia, pero él no quiso hacerlo pues conocía muy de cerca esos sacrificios y a ellos atribuyó siempre la tenaz enfermedad de su padre a quien adoraba.
La saluda muy atte.
Palabras de un cadete
JUANA DE IBARBOUROU
Vengo de una familia que tiene un gran respeto por la carrera militar y un amor que algunos de sus miembros han sintetizado en un término de gran significado general: vocación. Pero vocación tiene también algunos elementos que no son espontáneos, como la herencia y el instinto, antepuestos al vocablo razonamiento que es el que da valor y peso a la elección del joven que, ya en nuestra Academia Militar decide con total y lúcido empeño, dedicar su vida a la custodia de la patria, sus leyes, sus derechos, su defensa material y moral, todo cuanto constituye una nación libre y organizada que, geográficamente grande o pequeña, forma el mayor bien de sus ciudadanos.
La patria es la familia – su piedra angular – el conjunto de instituciones en que se fundan la justicia, la cultura, el aporte de cada pueblo a la creciente civilización mundial, el culto de la libertad, y de la paz entre los hombres, sin la cual todos los esfuerzos de progreso y felicidad son tan vanos como querer mantener encendida una lámpara en medio de una tempestad.
Nunca como ahora, época confusa, de ambiciones de predominio en nombre de ideales viciados por el fondo engañoso y ávido de poder de los hombres, la paz ha sido, en el mundo un bien casi inaccesible y lejano.
Pero por sobre tanta escoria la familia militar, que debe ser intangible, ha de levantar la bandera nacional como un ala sagrada que no dejará deslizarse hasta sus cuadros ninguna bastardía que pudiera manchar la unanimidad de sus límpidas y severas prácticas de orden, honor, obediencia y patriotismo.
Nada importan los sacrificios, y muchas veces el sufrimiento. Somos los servidores de la República, sus hijos traspasados por el orgullo de su misión.
Yo he elegido la carrera militar como concretación de mis mas puros sueños juveniles, dedico cuanto pueda ser una realidad feliz o un éxito, a Dios, a mis padres, y a mis maestros que me dan el dominio de mis deberes, el anhelo de que éstos me hagan una cifra humana útil y efectiva en todas las contingencias del porvenir.
Desde el soldado hasta el cadete; desde el cadete hasta el general, todos estamos signados por un denominador común, el cumplimiento del deber. Y yo juro ante mis antepasados y mis contemporáneos, que siempre he de ser un militar digno de mi país y de su historia, en cual la figura excelsa del General Artigas, nimbada por la gloria y señalada por el heroísmo nos da la mejor y más alta lección de lo que debe ser un militar uruguayo, por modesto que sea su destino y aunque ninguna acción destacada haga resplandecer su nombre y su grado en las filas del ejército nacional.
Servir con honor, sencilla, estoica y rígidamente, es una gracia de los Altos Divinos Poderes, que con el conjunto de las criaturas humanas, crean una misteriosa fuente de las causas y los efectos infinitos del cosmos.
Cada hombre aporta su átomo; el que es militar, suma además su empuje. Y solo Dios sabe cuanta luz aporta cada alma a su infinito.
Soy un militar; soy aún muy joven, pero sé que me estoy formando como una piedra del baluarte que defiende a mi patria.
Me siento muy orgulloso de ello.
La historia detrás del escrito de Juana de América
Corría el año 1966 cuando el amor de la orgullosa madre de un Aspirante de la Escuela Militar, doña Nélida Márquez de Garreta, entonces Oficial de la Caja de Retirados y Pensionistas Militares, donde Juana cobraba su pensión, hizo que le solicitara a la poetisa unas palabras para su hijo que se iniciaba en la vida militar.
Y Juana respondió también desde el amor de madre, amor al prójimo, a su esposo el Mayor Lucas Ibarbourou y al Ejército Nacional.
La consagrada Juana de América, dando muestras de verdadera humildad cristiana, se tomó el trabajo y a la vez se dio el gusto, de escribir estas “Palabras de un cadete”.
Obra inédita, que ahora su destinatario, el actual Coronel Alfredo Garreta, ha decidido publicar en homenaje a su mamá y al Ejército.
La nota de la autora que acompañó al escrito
“Nov. 1966
Sra. Nélida Márquez de Garreta.
Mi estimada Sra.: le envío adjunto esas páginas que no sé si responden totalmente a lo que Ud. deseaba, o desea, ya por su extensión o por su espíritu.
En cualquier caso puede que Ud. hacerme las observaciones que quiera, segura que las recibiré con mucha atención, pues entre mis innumerables defectos no existe la vanidad; gran favor de Dios. Solo quiero complacerla y servir de algo a su joven Oficial. Por estética externa y por adhesión a mi marido siempre he querido mucho a la carrera militar de la que participé y sufrí sus muchos sacrificios. Hubiéramos deseado que nuestro hijo ingresara a la Academia, pero él no quiso hacerlo pues conocía muy de cerca esos sacrificios y a ellos atribuyó siempre la tenaz enfermedad de su padre a quien adoraba.
La saluda muy atte.
“Dulce et decorum est pro patria mori”