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Encontraron un submarino de la I Guerra Mundial en el Mar del Norte
Es un submarino de tipo UB-2 que habría formado parte de la Flotilla de Flandes, uno de los grupos de naves utilizadas por Alemania para la guerra submarina.


[Imagen: 59c104ecaae9e.jpeg]
Submarino similar al UB2 hallado. Foto: Wikipedia

Un submarino alemán de la I Guerra Mundial ha sido descubierto hoy en el mar del Norte, hundido frente a la costa de la ciudad belga de Ostende, informó la agencia local "Belga".

Se trata de un submarino de tipo UB-2 que habría formado parte de la Flotilla de Flandes, uno de los grupos de naves utilizadas por Alemania para la guerra submarina que operó frente a las costas de esta provincia belga durante el conflicto.

Es el undécimo submarino localizado en el mar del Norte perteneciente a esta flotilla, que contaba con 19 submarinos de los que se hundieron 15, y sería el ejemplar mejor conservado hasta el momento, según las autoridades.

La embarcación fue detectada este verano por escáneres marinos y hoy se confirmó que era un submarino alemán, mide 27 metros de largo y 6 de ancho y yace en el fondo marino apoyada sobre la parte de la cabina de pilotaje.

El submarino está prácticamente intacto, ya que solo falta una parte de la proa y los tubos lanza-torpedos siguen desplegados.

Todas las escotillas están cerradas, lo que indica que la embarcación no fue nunca descubierta y que los cuerpos de los 23 miembros de su tripulación aún se encuentran en el interior, según los expertos citados por la agencia belga.

Aunque se desconocen las causas del hundimiento, los daños en la proa llevan a los expertos a pensar que el submarino pudo chocar con una mina.

Los expertos aún deben determinar el modelo concreto de submarino UB-2, y ya se ha solicitado la lista de tripulación para identificar a los marineros que viajaban a bordo.

Las autoridades belgas han informado también del descubrimiento a la embajada alemana.

http://www.elpais.com.uy/mundo/encontrar...norte.html

Big Grin Big Grin Big Grin
La increible historia del capitan Charles Upham.
El unico soldado combatiente que recibio la Cruz Victoria (*) dos veces.
[*]

 (*) La mas alta condecoracion del Imperio Britanico al valor en combate
[Imagen: 00-charlesupham.jpg] Izquierda,  Charles Upham en unifirme neozelandes.Derecha un antitanque de 88 mm aleman destruido por neozelandeses cerca de El Alamein, 17 de julio de 1942.
 
Cuando uno recibe su primera Cruz de Victoria, se ingresa en una fraternidad de una élite de soldados, en la historia de la guerra,.
Cuando se ha ganado la segunda y ha vivido para contarlo, de repente uno es el único soldado que lo ha hecho.
Sólo tres hombres en la historia han ganado una segunda Cruz Victoria.
Los otros dos que lograron esta hazaña eran oficiales médicos: Col A Martin-Leake, que recibió la decoración en la guerra de Boer y la Primera Guerra Mundial; y el capitán NG Chavasse, que murió en Francia en 1917. La familia de Chavasse estaba relacionada con Upham.

Charles Upham ganó su primera Cruz Victoria en Creta en 1941, donde su citación contenía tantas acciones individuales de valentia que es difícil escoger la que lo puso por encima. Su segunda Cruz de Victoria vendría durante la Primera Batalla de El Alamein en 1942 donde terminaría gravemente herido, sangrando, incapaz de moverse, y posteriormente capturado por los alemanes.

Como prisionero de guerra, hizo tantos intentos de escapar que finalmente fue internado en laprision militar del castillo de  Colditz por el resto de la guerra. Cuando fue liberado en 1945, lo haría como el único hombre en recibir dos cruces de Victoria en la guerra, un gran orgullo para Nueva Zelanda.

[Imagen: vccharleshazlittupham.jpg]

Charles Upham. Zydor – CC BY-SA 3.0

El Camino a la Grandeza Militar
Charles Upham nació en Christchurch, Nueva Zelanda en 1908. Antes de entrar en el hall de los grandes heroes militares, inicialmente se dedico a llevar adelante una granja, sirvió primero en el ejército territorial de Nueva Zelandia, pero tendría 30 años antes de que se alistaría en la 2da fuerza expedicionaria de Nueva Zelandia en 1939.

Su edad y madurez natural combinados con su experiencia militar anterior, le permitieron destacar por encima de la media de los nuevos reclutas.
Asi fue que lo ascendieron rápidamente al sargento. Posteriormente se resistió al estímulo para unirse a la Unidad de Entrenamiento de Oficiales de Cadetes, pero después de una presión continua fue persuadido.

[Imagen: bundesarchiv_bild_101i-166-0508-31_kreta...40x405.jpg]

Ataque de los Fallschirmjäger (paracaidistas alemanes) en Creta. Bundesarchiv – CC-BY-SA 3.0 de

No pasaría mucho tiempo antes de que el nuevo oficial fuera lanzado a la acción. Ganaría la primera de sus cruces de Victoria durante la invasión alemana de Creta.
Durante las fases iniciales de la lucha, Upham lideró su pelotón más de 3.000 yardas sin armas pesadas y tomó una fuerte posición defensiva alemana.
Él personalmente destruyó 3 puestos de ametralladora alemanes con granadas y una pistola. Después, ayudó a evacuar a los heridos bajo fuego pesado y cuando parecia que una compañía entera estaba a punto de ser cercada en la lucha, fue enviado a recuperarlos.
Pasó más de 600 yardas a través del territorio enemigo para recuperar el pelotón y los llevó a la seguridad. Posteriormente organizaría un contraataque contra las fuerzas alemanas que mataron a más de 40 o enemigos antes de que se diera la orden de retroceder.

[Imagen: Paratroopers_Crete_41-640x441.jpg]

Paracaidistas alemanes aterrizan en Creta. Wiki-Ed – CC BY-SA 3.0

En este punto de la lucha, ya había recibido heridas de metralla de mortero en el hombro y una bala en el pie, pero siguió luchando. Cuando se dieron órdenes de retirarse hacia el sur en dirección a la costa, envió a su pelotón bajo el mando del sargento de pelotón y Upham avanzó para advertir a otras unidades que estaban a punto de ser cortadas.

Mientras avanzaba, dos alemanes saltaron y dispararon contra él, momento en el que Upham se hizo el muerto. Con sólo un brazo en funcionamiento, se arrastró hasta un árbol para apuntar el rifle y mató a los dos alemanes mientras avanzaban sobre él.
Más tarde, todavía gravemente herido, dirigió su pelotón y mediante tácticas inteligentes engañó a una sección de tropas alemanas para exponerse, con lo que rápidamente mató 22 con uametralladora Bren Gun.

La batalla de Creta duró 11 días, pero cuando terminó, Upham se había formado un extenso curriculum vitae de valentia que sólo podía ser recompensado con el más alto honor militar de la nación.

Una Más
Después de recuperarse de sus heridas en Egipto, Upham fue ascendido a capitán y fue puesto al mando de una compañía de tropas neozelandesas en el desierto occidental de Egipto.
Durante la primera Batalla de El Alamein, el Capitán Upham continuó su larga historia de liderar desde el frente. En la noche del 14 de julio, ya había sido herido dos veces, pero siguió con sus hombres. Durante un ataque a El Ruweisat Ridge, personalmente se adelantó a su compañía para evaluar la fase inicial del ataque y se enfrentó a un intenso fuego para volver con la información vital.

[Imagen: 1stAlameinBritDefense-640x635.jpg]

Tropas britanicas en una posicion defensiva en El Alamein.

Cuando a su compañía le fue ordenado el asalto principal, cayeron bajo fuego pesado de cuatro nidos de la ametralladora y de un número de tanques con un fuego devastador sobre sus hombres.
Sin embargo, el Capitán Upham podía ser visto y oído por encima del combate por sus hombres y los reunió con gran riesgo para tomar el objetivo.

Él solo destruyó varias posiciones de arma y un solo tanque alemán con su acción, durante el cual le dispararon a través del codo, rompiendo su brazo.
Débil por la pérdida de sangre, finalmente fue trasladado al puesto de auxilio del regimiento, pero una vez que la herida estaba vendada volvió a sus hombres, todavía bajo fuego pesado.
Continuaron aguantando a los alemanes abrumadoramente superiores numéricamente durante el día, pero cuando recibió mas heridas, finalmente se desplomó y no pudo moverse.
Su compañía había sido reducida a 6 hombres, y la posición finalmente fue superada conduciendo a su captura. Por estas acciones, se le otorgaría su segunda Victoria Cross después de la guerra.


Luchando hasta el fin
Una vez en cautiverio, Upham milagrosamente se recuperó de sus heridas, y nunca perdió su voluntad de luchar. Mientras se recuperaba en un hospital italiano, hizo varios intentos de escapar incluso rompiendose un tobillo durante un intento de saltar de un camión de transporte en movimiento.

En otro ocasion, a pesar de estar bajo una fuerte guardia, se dirigió directamente a través de la puerta principal que estaba abierta, donde el guardia alemán en la torre de vigilancia dijo que no disparó a Upham por puro respeto. Eventualmente, Upham fue considerado como una amenaza y fue enviado al castillo de Colditz por el resto de la guerra.
Una vez liberado cerca del final, Upham intentó unirse a una unidad americana y estaba armado y listo para volver a la pelea. Sin embargo, los Aliados habían pensado que había hecho lo suficiente, y fue enviado a Inglaterra donde recibiría sus recompensas.

Al darse cuenta de que esta nueva Cruz de Victoria añadida a la original sería un evento muy raro, el rey Jorge VI preguntó al General de División Howard Kippenberger si Upham realmente la merecía. El General respondió: "En mi respetuosa opinión, señor, Upham ganó ruz Victoria varias veces".
«Santísima Trinidad», la masacre en el coloso español que se enfrentó a siete navíos ingleses en Trafalgar
El 21 de octubre de 1805 se libró, en aguas de Cádiz, una batalla por el dominio naval de Europa. En ella, el «Escorial de los mares» se enfrentó hasta las últimas consecuencias contra los británicos
[Imagen: resizer.php?imagen=http%3A%2F%2Fwww.abc....&medio=abc]Manuel P. Villatoro
@ABC_HistoriaS

Un coloso de madera al que apodaban «El Escorial de los mares» por ser el navío mejor armado y el más grande del mundo. El «Santísima Trinidad», un gigante alumbrado en 1769 en los astilleros de Cuba tras dos años de trabajo y 40.000 ducados, fue el buque insignia de la España de finales del XVIII y principios del XIX. Por sus cubiertas pasaron todo tipo de capitanes, y la riqueza de sus interiores no tenía parangón. Parecía imposible que pudiera ser hundido por ningún enemigo. Sin embargo, en 1805 se fue a pique tras haber sufrido severos daños en la batalla de Trafalgar. Todo ello, después de haber luchado contra nada menos que siete navíos ingleses a la vez.

Aquel día, sobre sus cubiertas fallecieron aproximadamente 200 marinos (una cantidad ingente para los combates de la época). Fue una masacre. No obstante, eso no impidió que el capitán de este navío (Francisco Javier de Uriarte y Borja) y el Jefe de Escuadra español (Baltasar Hidalgo de Cisneros) se enfrentaran hasta la extenuación a sus enemigos. De hecho, solo se rindieron cuando vieron que su bajel había quedado tan liso como una boya (había perdido los palos, lo que lo hacía ingobernable), no contaba apenas con cañones en buen estado para seguir dando guerra a los británicos, y estaba escaso de tripulantes que no andaran maltrechos.

[Imagen: trafalgar-buques-composicion--510x909.jpg]

Un plan imposible
El origen de la batalla de Trafalgar se remonta a los inicios del siglo XIX. Una época en la que el «Pequeño corso» andaba más que obsesionado con aplastar bajo la bota de la tricolor a la «Pérfida Albión», tan molesta como efectiva en lo que se refiere a potencia naval. Para ello, a Bonaparte (que sabía poco más del mar que su tono azul) se le ocurrió la idea de invadir las costas inglesas con una gigantesca «Armée» gala. Para ello, elaboró un curioso plan bastante parecido a aquel que Felipe II pretendió llevar a cabo con la «Grande y Felicísima Armada» tres siglos antes.

Según barruntó en su mente, lo idóneo sería que una flota lograse acceder al Canal de la Mancha (eludiendo los bajeles ingleses) y transportase a sus hombres por mar desde Francia, hasta las costas «british». Sobre el papel la idea no era del todo mala. Y es que, al fin y al cabo, los buques galos contaban con el apoyo de una de las mejores armadas de la época: la de España. Una nación (la nuestra) que el francés había logrado tener de su lado a base de tratados y de la estupidez de Manuel Godoy (valido poco válido del rey Carlos IV).


[Imagen: villeneuve-kQRB--510x286@abc.jpg]E
l vicealmirante Villeneuve- Wikimedia

Decidido a tomar Inglaterra, el corso creó una armada antes del verano de 1805 para aniquilar a la «Royal Navy» que cercaba el Canal de la Mancha. Al mando de la misma (que contaba con navíos españoles y franceses) puso al almirante Pierre Charles Silvestre de Villeneuve. Un mediocre líder que, aunque había demostrado ser un capitán competente al mando del navío de línea «Guillaume Tell», no andaba sobrado precisamente de dotas de mando (ni de luces, todo sea dicho). Como segundo, Bonaparte puso a Pierre Étienne Dumanoir quien, como se demostró posteriormente, valoraba más salvar su vida que la de sus compañeros.

Por el contrario, relegó a un segundo plano a navegantes españoles de sobrada experiencia y valor como Cosme Damián Churruca, Cayetano Valdés o Miguel Ricardo de Álava «Había en la flota española un excelente almirante que venia de dar la vuelta al mundo: Álava. Era todo un experto en el mar y tenía todavía sal del mar manchando su casaca... Pero le dejaron de segundo, al mando del “Santa Ana”. Hubiera sido un gran líder», explica -en declaraciones a ABC- Víctor San Juan, autor de «22 derrotas navales británicas».

Frente a frente
El problema es que dicha flota (imponente para la época, todo hay que decirlo) fue derrotada en la batalla del Cabo Finisterre ante un número inferior de buques ingleses. Una capitulación que puso en serios problemas el plan del «pequeño corso». Por su parte, Villeneuve, humillado como estaba, hizo oídos sordos a las órdenes de Napoleón y se refugió en el puerto de Cádiz. No pudo equivocarse más este marino. Y es que (al enterarse de que el almirante no había llevado a cabo su cometido y no quería combatir) Bonaparte ordenó su destitución y envió a otro oficial a tierras gaditanas para hacerse cargo de la combinada.

El 14 de octubre Villeneuve fue informado de que le quedaban dos tardes (casi literalmente) al mando de la flota. Y fue curiosamente cinco jornadas después cuando, casualidad o no, ordenó izar velas, hacerse a la mar y combatir en aguas de Cádiz, bloqueadas por los ingleses. Todo ello, en contra de la opinión de los capitanes españoles, que sabían las limitaciones de sus tripulaciones (muchas de ellas, completadas com borrachos y mendigos debido a la falta de hombres). El 21 de ese mismo mes, la combinada se encontró con los británicos frente a frente. Iba a comenzar la contienda que cambiaría Europa.

[Imagen: mapa-kQRB--510x286@abc.jpg]
Mapa de la estrategia utilizada por Nelson- Wikimedia

Para tratar de romper el frente inglés, Villeneuve contaba con 18 navíos franceses y 15 españoles, además de varios buques menores. Pero, entre todos ellos destacaba el impresionante «Santísima Trinidad», un inmenso castillo de los mares que sumaba 140 cañones (136 efectivos) y contaba con unas dimensiones de escándalo para la época. Mientras, los británicos tenían 27 navíos al mando de Horatio Nelson y su segundo, Cuthbert Collingwood. Entre sus bajeles destacaba el «HMS Victory», un buque de 100 cañones dirigido por el propio Horatio. El resto, en su mayoría, eran de 74 piezas, lo habitual por entonces.

Cita:Los ingleses formaron dos columnas con las que se dirigieron en perpendicular hacia la armada combinada

Según órdenes de Villeneuve, la flota española formó una inmensa hilera mediante la cual pretendía cañonear a los buques enemigos. «A las ocho de la mañana mandó Villeneuve virar por redondo todos los navíos a un tiempo (…) para quedar alineados. (Pero) mientras procuraban alinearse, quedaron formando línea curva irregular de cinco millas de extensión», determina el militar e historiador Cesáreo Fernández Duro (1.830-1.908) en su obra «Historia de la Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón». En el centro de la misma se hallaban, desafiantes, el «Santísima Trinidad» y el «Bucentaure» (el insignia francés en el que enarbolaba su bandera Villeneuve).

Nelson, por su parte, llevó a cabo una táctica que (a la postre) resultó demoledora: organizó dos hileras de buques y se dirigió perpendicularmente -y formando una punta de flecha- hacia el centro de la armada aliada. «Los ingleses formaron dos gruesas columnas, de 15 navíos la situada más al Norte, o izquierda, que guiaba Nelson con su navío “Victory”; de 12 la otra, marchando a la cabeza el almirante Collingwood en el “Royal Souvereign”. (…) Se dirigieron, en líneas algo oblicuas, a la armada aliada: la primera, a cortarla por el centro; la de Collingwood, a envolver la retaguardia», añade el experto español. Su objetivo no era otro que luchar únicamente contra el centro español (donde estaban el «Trinidad» y el «Bucentaure») y atravesar la línea aliada. Así, evitarían que los extremos enemigos entraran en la refriega y lograrían tener superioridad numérica.

Plegarias iniciales
Después de algunos «¡Vive l’Empereur!» de parte francesa, la combinada se preparó para enfrentarse a su destino. Los españoles, por su parte, tampoco escatimaron en plegarias y se encomendaron al Altísimo colgando cruces en los palos mayores (o sobre las enseñas, según algunas fuentes franceses). Mucha ayuda necesitarían para ganar.

Cita:Horatio Nelson envió el siguiente mensaje a sus hombres: «Inglaterra espera que todos cumplirán su deber»

Los ingleses, por su parte, tampoco anduvieron escasos de discursos motivadores. La mayoría de ellos, referentes a su gran experiencia en el mar. Algo de lo que no podían presumir los españoles –cuyos barcos iban en parte llenos de mendigos y gente de mal vivir reclutada a la fuerza en Cádiz). Nelson, incluso, tuvo unas palabras para sus hombres que envió desde el telégrafo marino al resto de buques: «England expects that every man will do his duty» («Inglaterra espera que todos cumplirán su deber»). En el centro de la línea, el gigantesco «Santísima Trinidad» se alzaba desafiante ante los británicos.

Las banderas y gallerdetes (banderolas más pequeñas, acabadas en punta, y usadas principalmente para hacer señales) se pusieron en posición para evitar –como señala Duro- que cuando comenzaran las bofetadas navales alguien se equivocase y disparase un cañonazo a donde no debía.

Primeros combates
Poco antes de las doce de la mañana se lanzó el primer disparo. El encargado de hacerlo fue el «Santa Ana», aunque no faltan los galos que afirman que fue el «Fougueux». En palabras de Duro, fue entonces cuando comenzó un fuego de artillería que duró aproximadamente media hora.
En ese tiempo, la combinada repartió cuantos cañonazos pudo a diestro y siniestro. Fue su única ventaja: disparar de enfilada a los «british» mientras estos se acercaban dispuestos a cortar la línea. Con todo, los oficiales ingleses (que tontos no eran) habían ordenado a sus hombres tumbarse sobre la cubierta de los navíos para, así, evitar en lo posible el fuego enemigo.

Pasado el medio día, la columna sur entró en contacto con la combinada. El primer buque en hacerlo fue el «Royal Souvereign» de Collingwood. Con el objetivo de atravesar la línea aliada, el inglés se lanzó de bruces contra un hueco que había entre los navíos «Santa Ana» y «Fougueux» (de 74 cañones). Siempre con la vista puesta en el bajel español. «Un terrible combate naval se entabló entre ambos colosos. El español, de costado, disparó una andanada completa de sus baterías de estribor sobre él», destaca Luis E. Togores en «Breve historia de la batalla Trafalgar». El británico, sin embargo, no se achantó y ordenó lanzar una brutal descarga de enfilada que devastó al gigante hispano.

[Imagen: marineros-kQRB--510x286@abc.jpg]
Combate durante la batalla de Trafalgar- Wikimedia

«Destrozó todo». Eso es lo único que atendió a decir un oficial español del «Santa Ana» después de aquel bombardeo. A pesar de ello, los marineros hispanos no andaban precisamente con ganas de soltar un «goodbye» y marcharse de la acción, así que bombardearon hasta la saciedad al «Royal Souvereign» en un cruento combate que dejó al navío de Collingwood sumamente dañado. Cuando la acción se detuvo, ambos buques estaban destrozados. Por ello, el capitán británico decidió poner botas en polvorosa y abandonar su barco por si a los españoles les daba por capturarlo. Con todo, su sacrificio no fue en vano, pues la columna sur británica entró tras él dispuesta a cortar la línea.

Inicios del «Trinidad»
Poco después, la columna norte llegó al combate de manos de Horatio Nelson y su «Victory». Al igual que su compañero, el oficial también andaba deseoso de cortar la línea aliada. Sin embargo, él fijó su objetivo (no sin falta de napias, todo hay que decirlo) en los dos buques insignias de los aliados: el «Bucentaure» y el «Trinidad». Ubicados al lado en el centro de todo el jaleo. Concretamente, pretendía pasar entre la proa del galo y la popa del español para desjarretarles un par de andanadas de enfilada de esas que pueden hacer estremecerse el infierno.

Por suerte, Hidalgo de Cisneros se percató de ello (Villeneuve parece que no, pues el hombre no daba para más) y ordenó que el coloso español se juntase todavía más al bajes francés para evitar que el inglesuzo pasara entre ellos. Así narró el propio Baltasar aquella maniobra en su posterior parte de batalla: «Reconociendo que su rumbo se dirigía a cortar la línea entre la popa del Trinidad y proa del almirante francés, mandó para evitarlo que se metiesen las gavias en facha, estrechándome a la mayor inmediación posible con el referido navío francés». Tras unos momentos tensos, el español logró llevar a cabo la maniobra y evitó, de momento, que el «Victory» atravesase la formación.

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El Victory, durante el combate- Pinterest

Se dice que, cuando el capitán del «Victory» Thomas Hardy vio aquella maniobra, preguntó a su almirante a qué enemigo debían abordar, Nelson le respondió: «No imparta contra qué barco carguemos. Haz el favor de abordar el que más te guste, elige tú». El oficial, no sabemos si por la impresión que debía causar en él el «Escorial de los mares» o de forma aleatoria, dirigió la proa del buque contra el «Bucentaure». Malas noticias para Villeneuve. Mientras todo eso acaecía, el «Santísima Trinidad» comenzó, según su capitán, un «fuego vigoroso y sostenido» contra el primero de los navíos ingleses de la columna norte, así como contra los tres que le seguían (entre ellos, el «Neptune» y el «Temeraire»).

Las primeras andanadas del «Trinidad» dejaron el «Victory» dañado. No obstante, Nelson no estaba dispuesto a marcharse. Así que optó por hacer virar levemente su «Victory» y, en lugar de cortar la línea por la popa del «Trinidad», hacerlo por la popa del «Bucentaure», que se había alejado lo suficiente del siguiente buque de la línea (el «Redoutable», del capitán Lucas), como para dejar un hueco hermoso para que pasase el inglés. «Con su maniobra, Cisneros logró no sólo causar daños apreciables en el “Victory”, sino también frustrar el intento de Nelson, que se vio obligado a verificar el corte por la popa del “Bucentaure” y la proa del “Redoutable”», explica el historiador y contralmirante José Ignacio González-Aller en su dossier «La batalla de Trafalgar».

Para cubrir a su Vicealmirante (que se había visto obligado a virar para cortar la línea por la popa del insignia de Villeneuve) se adelantó el «Temeraire» británico. Este, haciendo honor a su nombre, no tuvo reparos en llevarse los cañonazos en honor de Nelson. Con todo, lo cierto es que no le fue mal, pues logró ubicarse a popa del «Trinidad». Y no solo eso, sino que rebasó al coloso de los mares. Durante este enfrentamiento, ambos buques soltaron una buena cantidad de cañonazos y mosquetazos durante casi 20 minutos.

Muere Nelson, desastre francés
Mientra sel «Trinidad» se batía con el «Temeraire» el «Victory» se ocupaba de Villeneuve. Después de pasar tras popa del «Bucentaure» (a las 12:45 aproximadamente), Nelson le soltó al galo (ubicado a su babor) una andanada de enfilada que le causó severos daños. Otro tanto hizo sobre el «Redoutable» (a estribor). Después, trato de virar para doblar al navío de Villeneuve, pero no pudo evitar chocar contra el de Lucas, con el que inició un combate terrible a tiro de fusil.

El pequeño oficial galo (de poco más de 1.50 metros de estatura) trató de abordar a Nelson en varias ocasiones, pero fue en vano. El bajel enemigo era demasiado alto y grande para lanzar los garfios sobre él. Una desgracia para los del Águila Imperial, pues este hombre había entrenado a sus marineros en la lucha en plena cubierta, y hubiera repartido más de una bofetada a los británicos.

Durante ese combate, aproximadamente a las 13:25, se sucedió uno de los momentos más tristes para los ingleses. Este se dio cuando un soldado francés disparó sobre Nelson. «En el fragor del combate, uno de ellos ve sobre la toldilla una delgada figura en uniforme de gala en cuyo pecho brillan numerosas condecoraciones. Sin pensárselo dos veces, apunta y dispara sobre ella», explica Togores. La bala le atravesó la espalda y le destrozó la columna vertebral. Cuando Hardy fuer a socorrer a su superior, este solo atendió a decirle: «Han acabado conmigo». Llevaba razón, pues moriría poco después, convirtiéndose en todo un héroe y sabiendo que, con la táctica que había llevado a cabo (sumamente peligrosa para su escuadra, por cierto) había vencido.

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Muerte de Nelson- Wikimedia

Mientras el almirante dejaba este mundo en su camarote (algo que sucedería pasadas las cuatro de la tarde) el combate continuó en el centro de la línea. Una zona de la batalla en la que se estaba decidiendo el destino de Europa. Con sus insignias enfrentados, los diferentes bandos empezaron a enviar ayuda para socorrerles.

Fueron los casos del «Temeraire» (que logró desembarazarzse del «Trinidad» casi de milagro y se dirigió a socorrer al «Victory») o el «Fougueux» (el cual llegó ansioso por salvar al «Bucentaure» de ser apresado). En los siguientes minutos la destrucción se desató, y empiezó a ser demasiada incluso para el «Escorial de los mares» que, aunque intentó proteger al comandante galo, se vio superado por la situación.

El «Trinidad» se siguió batiendo bravamente contra todo aquel que se puso a distancia de sus cañones hasta las dos menos cuarto de la tarde. Ese fue el momento de inflexión para los capitanes del insignia español. Y es que, fue el instante en el que el «Bucentaure» (sin palos y acosado por el «Victory», el «Neptune», el «Leviathan» y el «Conqueror») se rindió. Acto seguido, todos los bajeles británicos que andaban por el centro pusieron los ojos sobre el «Escorial de los mares». «El “Conqueror”, a las 13:45, logró la rendición del “Bucentaure”, desarbolado y con muchas bajas abordo; Villeneuve fue hecho prisionero, siendo trasladado al “Mars”», añade González-Aller.
Hasta la última gota de sangre

Con su captura (el culmen de la vergüenza para el Vicealmirante), Villeneuve no solo dejó a sus hombres sin mando, sino que permitió que todos los navíos que se habían enfrentado al «Bucentaure» atacaran ahora al «Trinidad». Así fue como el coloso español se tuvo que enfrentar en los siguientes minutos nada menos que... ¡a entre seis y siete buques ingleses! La lista parece no tener fin: el «Victory», el «Neptune», el «Leviathan», el «Conqueror», el «África», el «Prince»... A pesar de todo, Cisneros y Uriarte no permitieron que ninguno de los marinos dejase de disparar (ya fuera cañones o fusilería) ni un solo minuto.

Para su desgracia, no sirvió de nada. «Estos barcos acosaron después al coloso de los mares, al "Trinidad", dejándole raso, con los tres palos, vergas y velas colgando por los costados cubriendo las baterías», explica Duro en su obra. El daño fue tan brutal que el capitán español intentó alejarse del combate para tratar de hacer algunas reparaciones en el bajel y volver luego a la refriega, pero le fue imposible.

Así explicó lo sucedido en su informe: «A cosa de las tres mandé forzar de vela en lo posible según el mal estado en que se hallaba nuestra maniobra [...] para alejarme algo del fuego de los enemigos y poder reparar algún tanto las averías y volver de nuevo al fuego, pero el viento muy flojo y marejada no nos permitieron ganar distancia, al paso que por instantes se aumentaban los destrozos en el aparejo». Media hora después, Cisneros tuvo que ser retirado del combate y bajado a la enfermería después de recibir varias heridas. Otro tanto pasó con Uriarte.
 
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Santísima Trinidad- ABC

Para entonces el «Santísima Trinidad» no era más que una mole inerte. Sin palos, sin velas y sin defensas. Su grado de daños era tal, que el capitán del navío «África» decidió mandar un bote para aceptar la rendición del coloso de los mares. Al fin y al cabo, poco podía hacer ya aquel amasijo de maderas destrozadas.
«Notando los enemigos el silencio en aquella mole inerte, enviaron bote con oficial para preguntar si se había rendido, prontamente respondieron los marineros españoles “no, no” señalando al mismo tiempo hacia barlovento, por donde avanzaban cinco navíos», añade Duro. Los buques a los que se refería el autor eran las últimas esperanzas a las que se agarraban los hombres del «Santísima Trinidad»: el «Neptuno» y el «San Agustín». Para su desgracia, ninguno de ellos llegó en su ayuda y fueron interceptados por los británicos.

La rendición del coloso
Desarbolado, con la mayoría de sus marinos muertos o contusos, y su oficial en la enfermería, el «Santísima Trinidad» acabó rindiéndose. Según el parte oficial fue a las cuatro de la tarde, pero la mayor parte de los historiadores consideran que a las cinco. Fue la última batalla del coloso de los mares español. Después de la contienda, fue apresado por los ingleses, que trataron de remolcarlo a Gibraltar para (tras repararlo) volver a usarlo en batalla. Pero todo fue en vano. Y es que, los severos daños que había sufrido en la lucha junto al temporal que sacudió Trafalgar en la jornada siguiente, hicieron que se fuese a pique el 24.

Escaño narró así su pérdida en un informe oficial: «De su tripulación y guarnición, doscientos muertos y cien heridos. En la noche se fue a pique el navío, pues en la costa se hallan pedazos de su casco». Poco pudieron hacer las bombas de achique por salvar este bajel. Y todo ello, para verdadera lástima de los ingleses. Así informó Collingwood de su hundimiento (el cual fue provocado por los británicos debido a su mal estado): «Empleamos el tiempo en destruir los presos entre Cádiz y Santa Lucía. A las 5,30 acortamos las velas y tuvimos que enviar al lugarteniente Williams, el carpintero y su tripulación, con 30 hombres, sobre el Santísima Trinidad, navío español de 4 cubiertas, para destruirlo».

En palabras del Instituto Histórico Andaluz, la tripulación del coloso que había sobrevivido al combate fue trasladada al «Ajax». En total, unos 209 prisioneros. Sin embargo, la rapidez con la que se llevó a cabo el hundimiento provocó que decenas de heridos graves españoles se fueran al fondo de las aguas. Ahogándose.
Un poco de historia de otros intentos secesionistas de los catalanes.

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[Imagen: resizer.php?imagen=http%3A%2F%2Fwww.abc....&medio=abc]
CÉSAR CERVERA
@C_Cervera_M

Once horas duró el viaje hacia el caos. El 6 de octubre de 1934, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, proclamó de forma unilateral «el estado catalán dentro de la República federal española». Lejos de ser una movilización independentista, Companys justificó su golpe como una respuesta ante una Cataluña y una República en grave peligro desde que las fuerzas conservadoras habían accedido a la presidencia de Gobierno. Un órdago para movilizar a la ciudadanía y forzar al Estado a que cambiara sus políticas, en el que los secesionistas contaron con la fidelidad de los Mossos d'Esquadra (entonces con muchos menos efectivos que en la actualidad).

Disparos contra los militares
Proclamado el golpe, la Guardia Civil, que también estaba bajo el mando de la Generalitat, y la mayor parte de los efectivos de los cuerpos de seguridad del Estado se pusieron del lado de la legalidad. También la mayoría de la Guardia de Asalto, no así una pequeña parte bajo el mando del teniente coronel Joan Ricart. Por su parte, los Mossos, una policía particular de este territorio, se colocaron del lado de los secesionistas bajo la dirección del excesivo Pérez i Farrás. Lo cual no deja de ser paradigmático dado que, en sus orígenes –en los años posteriores a la Guerra de Sucesión (1714)– esta fuerza autonómica ocupó su tiempo, sobre todo, persiguiendo a «sediciosos», esto es, aquellos que aún alentaban en el campo catalán la causa contra la dinastía borbónica.

El fracaso de Companys se consumó porque la ciudadanía no llenó las plazas como en abril de 1931, cuando se proclamó la Segunda República, lo que condenó «al estado catalán» a languidecer en cuestión de horas y a convertirse en una camino hacia ninguna parte. En la noche del 6 de octubre de 1934, los Mossos defendieron el palacio de la Generalitat cuando el general Batet, que estaba al frente de la IV División orgánica, declaró, de acuerdo al gobierno del catalán Lerroux, el estado de guerra y envió sus tropas al edificio para asediarlo y arrestar a Companys.

Según el informe judicial realizado durante el Consejo de Guerra contra Pérez i Farrás, fuerzas del Ejército acudieron a primera hora de aquella noche a la plaza de Sant Jaume (entonces de la República), donde a las ocho y diez minutos de la tarde Lluís Companys había proclamado la República Catalana. Fernández Unzué, con dos secciones (una la primera batería y otra de la cuarta, del primer regimiento de artillería de montaña), mantuvo en ese momento una breve conversación con el comandante de los Mossos pidiéndole que se pusiera del lado de la legalidad:

–¿A dónde vais? –le interrogó Pérez i Farrás–.
–A tomar la Generalitat –contestó Fernández Unzué–.
–Tengo órdenes concretas de defenderla, y no la tomarás.
–Eso lo veremos.
Tras el diálogo, el comandante de los Mossos lanzó un grito de «¡Viva la República Federal!». A lo que el militar replicó con un «¡Viva la República española!».

Mientras Fernández Unzué y sus hombres colocaban la artillería en la plaza, los Mossos abrieron fuego desde la Generalitat y el Ayuntamiento. En el tiroteo resultaron heridos levemente en un hombro el capitán Kúnel y siete soldados, de los cuales uno falleció poco después y otro quedó en estado gravísimo. También mataron un mulo y resultaron heridos otros tres. Los primeros disparos sembraron, como es natural, la alarma entre las numerosas personas que se encontraban en la Plaza de la República y que huyeron en todas direcciones. Daba comienzo una noche toledana.

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Cañones del Ejército español usados para conseguir la rendición de los rebeldes.-Josep Brangulí

A las dos de la madrugada del día 7, los guardias de asalto rebeldes, atrincherados en la sede de la Comisaría General de Orden Público —en la Via Laietana—, decidieron cesar la resistencia. Al ser consciente del fracaso de Companys, Joan Ricart ordenó a los soldados bajo su mando que no disparasen a los soldados que se dirigían a la plaza de Sant Jaume. El edificio fue entregado sin apenas resistencia.

Sin embargo, los Mossos d'Esquadra, unos 300, dirigidos por el capitán Escofet, se mantuvieron fieles a los políticos secesionistas, a pesar de las vacilaciones de muchos de sus miembros, A las seis de la mañana cuando el president Companys tuvo conocimiento de que tanto los guardias de asalto como los milicianos armados por la Generalitat se habían desmovilizado, llamó al general Batet para comunicarle su rendición. Al mismo tiempo ordenó a los Mossos de Esquadra que cesaran los disparos y entregaran las armas.

El diario ABC publicó el 10 de octubre una noticia en la que informaba de cómo 70 mossos de esquadra se habían entregado «a la Benemérita» en Barcelona: «Alrededor de las siete de la mañana del domingo, cuando se supo por radio la rendición de la Generalidad, llegó […] un grupo de unos setenta guardias de la Generalidad, en correcta formación, precedidos por uno de ellos que llevaba un pañuelo blanco en la mano. Al llegar […] se alinearon en correcta formación, entregándose a la Benemérita, quien les desarmó y les mandó detenidos en una camioneta».
Los mossos fueron liberados en los días siguientes y regresaron a las localidades donde ejercían el servicio.

Se consideró que la mayoría se había limitado a cumplir órdenes sin el menor afán político. El cronista de ABC habló en esas fechas con algunos de los mossos involucrados en el golpe, «todos los cuales se muestran bastante indignados de la actuación a que las autoridades les habían obligado en los últimos tiempos y especialmente en la noche del sábado al domingo».
Muchos aseguraron que se habían negado a disparar contra los soldados, y que Pérez Farrás, cuando se vacilaba en rendir la Generalitat, llegó a amenazarles con sus fusiles diciendo que si no luchaban les mataría él mismo.
El mayor castigo para los militares
El balance de bajas en Barcelona, entre civiles y militares, fue de unas cuarenta, mientras se registraron algunos incidentes en el resto de Cataluña, con la quema de templos y la destitución de varios alcaldes de derecha. El golpe finalizó con escaso eco en la mayor parte de Cataluña.
 
Companys y los miembros de su gobierno fueron detenidos y trasladados a los buques Uruguay y Ciudad de Cádiz, acondicionados como prisión. El comandante Pérez i Farrás, también detenido, fue acusado de rebelión militar y alta traición, y de iniciar los disparos frente a la Generalitat, que habían ocasionado varias víctimas. Su condición de jefe del Ejército le hizo acreedor de un trato más severo que el de los civiles.

En agosto de 1935, Pérez i Farrás se quejó en una carta del trato de favor que recibían los políticos, en contraste con su situación: «De mis compañeros de carrera, que están todos en Cádiz, lo mismo que el Gobierno de la Generalitat, si no encantados, por lo menos en muchas y mejores condiciones materiales y morales que yo, pues incluso tienen a sus familiares viviendo en Cádiz (…) y tienen facilidad de verlos todos los días».

Pasional y de lealtades cambiantes, Pérez i Farrás había sido un ferviente españolista antes de convertirse al catalanismo. Antiguo comandante de artillería del Ejército español, Farrás fue nombrado en 1931 jefe de los Mossos por el presidente de la Generalidad de Cataluña, Francesc Macià.

Como otros mossos, justificó su participación en el golpe en que seguía las órdenes de «un poder legalmente constituido». Así y todo, Pérez i Farrás fue condenado a muerte, junto con el teniente coronel de la Guardia de Asalto, Eduardo Ricart Marco, y el capitán de los Mossos Frederic Escofet. Este último encabezó la resistencia en el Palacio de la Generalitat hasta la madrugada.

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Disturbios al final de la Rambla de Santa Mónica, allí donde fue tiroteado un piquete republicano que iba a proclamar el estado de guerra.-ABC

Las penas de muerte fueron conmutada finalmente por la de prisión perpetua por el presidente de la República, Alcalá Zamora. No obstante, con la llegada al poder del Frente Popular se amnistió a los golpistas, en 1936, y se les permitió regresar como héroes de la causa a Cataluña. Restaurada la Generalitat, Pérez i Farrás recuperó su puesto al frente de los Mossos d'Esquadra y fue uno de los oficiales que contribuyó a sofocar la revuelta militar de julio de 1936 en Barcelona, al detener al general Manuel Goded.

Durante la Guerra Civil, Farrás fue nombrado «jefe militar» del Comité Central de Milicias Antifascistas y posteriormente destinado al Frente de Aragón como asesor militar de la columna Durruti. Ejerció, además, como gobernador militar de Tarragona y, posteriormente, de Gerona. Al acabar la Guerra Civil se exilió a México, donde falleció en 1949.

Frederic Escofet ocupó, por su parte, el cargo de jefe de seguridad de la Generalitat, en vísperas del golpe de julio de 1936, y creó un servicio de inteligencia para esta institución. No en vano, este antiguo miembro de los Regulares en la Guerra de Marruecos fue acusado por los anarquistas de ser enemigo de la República (al parecer por haber ayudado a unos religiosos a huir al extranjero) al estallido de la Guerra Civil, tras lo cual el presidente Companys lo envió a Francia.

Volvió en 1937, siendo ascendido a comandante y nombrado jefe de Estado Mayor de la Brigada de Caballería del frente de Aragón (la 4.ª Brigada de Caballería), donde resultó herido dos veces. Al igual que otros republicanos catalanes, pasó por el campo de concentración de Argelès-sur-Mer y, posteriormente, fue ministro del gobierno de la República española en el exilio hasta 1962. Murió en Barcelona en 1987.
 Una guerra civil entre italianos en España, Guadalajara 1937

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Las guerras sustitutas han sido una mala característica de la historia militar; desde la antigüedad, las naciones poderosas convirtieron a otros en campos de batalla sin arriesgarse a una guerra a gran escala. En la década de 1930, la Guerra Civil española asumió algunas de las características de tales guerras, ya que los regímenes de extrema derecha de Alemania e Italia respaldaron al general Francisco Franco en su alzamiento contra un gobierno de izquierda respaldado por liberales europeos y la Rusia soviética.

Esta guerra fue un sustituto del creciente conflicto entre las naciones fascistas y sus vecinos liberales, un conflicto que eventualmente se convertiría en la Segunda Guerra Mundial. También fue un sustituto de los conflictos que ocurrían dentro de las naciones individuales, ya que los voluntarios motivados políticamente o los soldados patrocinados por el gobierno fueron a luchar por bandos opuestos. Y así fue que, en Guadalajara en 1937, los italianos lucharon contra los italianos en suelo español, mientras luchaban por el destino no solo de España sino de su propia patria.

Franco y Mussolini
Cuando estalló la Guerra Civil española, Mussolini aprovechó la oportunidad para involucrarse. Ninguno de los regímenes de extrema derecha que subieron al poder en Europa en la década de 1930 fueron idénticos en sus agendas, pero los nacionalistas de derecha bajo el general Franco eran hombres con los que Mussolini podría trabajar.
Franco, por su parte, estaba contento de las ofertas de apoyo. Aunque tenía mucho respaldo del ejército español, enfrentaba una lucha feroz. Las tropas enviadas por Mussolini no eran lo que Franco esperaba. En lugar de voluntarios para unirse a sus propios regimientos, recibió toda una fuerza organizada de unidades del ejército italiano, junto con las divisiones de los camisas negras, los soldados políticos de Mussolini.

Los italianos estaban allí para ganar algunas victorias espectaculares, dando a Mussolini un impulso político en casa,  no para ser parte de los planes de Franco. Como resultado, las relaciones entre los nacionalistas españoles y sus aliados italianos a menudo eran malas, y los lugareños se complacían en ver a sus supuestos amigos en problemas.

General Roatta - Nuevo Escipion el Africano
En la batalla de Guadalajara en septiembre de 1937, las fuerzas italianas fueron comandadas por el general Roatta. Él contaba con 35,000 soldados, algunos de ellos regulares y otros camisas negras, así como 200 armas de fuego y 80 tanques.
Tambien disponia del apoyo de 60 aviones, lo que hacia que dispusiera de superioridad aerea en la batalla.

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Tropas nacionales en Guadalajara. Bundesarchiv – CC BY-SA 3.0

Las tropas regulares italianas no eran todos profesionales endurecidos. Muchos eran conscriptos, y otros trabajadores que habían sido engañados para venir a España, después de que les dijeran que iban a África como extras para la película Escipión en África.
Podrían tener supermacia en cantidad y tecnología, pero esta no era una fuerza ansiosa por entrar en combate.


El batallón Garibaldi
El lado opuesto en Guadalajara incluía la 12ª Brigada Internacional. Las Brigadas Internacionales estaban formadas por voluntarios de toda Europa y más allá reclutados por los partidos comunistas de Europa y America.
Personas que habían venido a España para luchar por sus ideales políticos, Franceses, británicos, rusos, estadounidenses y otros, eran un grupo dispar, la mayoría no soldados profesionales, pero todos decididos a luchar duro.

Por casualidad, la punta de lanza de la 12ª Brigada Internacional en Guadalajara fue el Batallón Garibaldi, una fuerza de comunistas voluntarios italianos que lleva el nombre del revolucionario que unió a su país. Al igual que los otros voluntarios, esperaban que una victoria republicana favorecería la causa de la izquierda en todo el mundo, y también en su país de origen.
Esto fue particularmente importante para los comunistas italianos, que eran brutalmente reprimidos en Italia. En España podrían luchar por el alma de su propio país.

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Tropas italianas en Guadalajara, Bundesarchiv

Los soldados del general Roatta no esperaban enfrentarse a sus compañeros italianos, y sus respuestas variaban. Algunos lucharon encarnizadamente contra los voluntarios, convirtiendo el campo de batalla en una guerra civil italiana en miniatura.
Otros se rindieron al descubrir quiénes eran sus oponentes. El batallón Garibaldi jugó con la incertidumbre de sus enemigos, utilizando altavoces y octavillas para exponerlos a la propaganda. A cualquiera de las tropas de Roatta que se rindió se le prometió salvoconducto, e incluso una recompensa por entregar pistolas a los republicanos.

Falla la moral de los italianos de Roatta
Los italianos tenían todos los motivos para abandonar a sus oficiales. Se pensó poco en la logística, dejándola sin combustible ni mapas locales detallados.
La lluvia torrencial y los vientos punzantes hicieron la vida miserable, además de arruinar sus improvisadas pistas de aterrizaje, lo que les impidió usar sus aviones.

Sus tanques de 3 toneladas enfrentaban tanques superiores de 20 toneladas suministrados por la Rusia soviética. Y así se encontraron bombardeados por aviones enemigos imparables y fuerzas mecanizadas.
Roatta insistió en que la mejor manera de evitar las deserciones era recordar constantemente a las tropas sobre Mussolini y cómo quería que ganaran.
Pero con tantos de ellos resentidos incluso por estar en España, esto hizo poco para despertar el estado de excitación que esperaba.

Una muestra del fracaso por venir
La ofensiva italiana se estancó, se convirtió en una retirada y finalmente se convirtió en una derrota en toda regla. Con los republicanos acercándose para rodearlos, los hombres huyeron de Guadalajara. 3,000 murieron, 800 fueron capturados y 4,000 resultaron heridos. Los fracasos de la logística, las armas combinadas y la moral que los había roto eran una prueba de lo que iba a venir para las fuerzas italianas en la Segunda Guerra Mundial.


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Italianos en una carretera de Guadalajara, Bundesarchiv 

Fue una derrota desmoralizadora para los italianos, aunque algunos se consolaron con el hecho de que habían sido derrotados por sus compatriotas: les dio razones para seguir creyendo en su superioridad nacional.

De vuelta a casa, Mussolini estaba furioso. Ordenó que hasta que obtuvieran una victoria, ningún soldado italiano podría regresar vivo de España. Los republicanos celebraron una victoria frente a oponentes supuestamente profesionales.
En el Cuartel General del generalisimo Franco, no fueron pocos sus colaboradores los que brindaron por los republicanos, quienes demostraron que incluso los comunistas españoles peleaban mejor que los italianos.

Esto se debio a la soberbia y sentido de superioridad con que los italianos de Mussolini se presentaban frente a "sus aliados", las tropas de Franco en todas ocasiones.
Esto motivi que entre las tropas nacionalistas circularan coplas y canciones haciendo burla del "ardor guerrero" de sus aliados italianos

Por ejemplo Al general Bergonzoli que dirigía las tropas de la División Littorio le decían:

General de las derrotas:
si quieres tomar Trijueque,
no vengas con pelotones;
hay que venir ...con pelotas.

Otra decia:
Guadalajara no es Abisinia,
que aquí los rojos tiran bombas como piñas.
¡Menos palabras y más valor,
que viva España y la Falange de las J.O.N.S.!
....
Guadalajara no es Abisinia;
los españoles, aunque rojos, son valientes.
Menos camiones y más cojones 

“Ritorna Vincitore” dijo el Duce
Y el bravo Legionario vino a España
Dispuesto a merendarse al mismo Azaña,
A Prieto, a Pajarillo y a Negrín

Guadalajara no es Abisinia
No digan nunca que esto ha sido una ignominia
Por Don Benito, qué atrocidad,
Jamás se ha visto una mayor velocidad
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Desde Jadraque hasta Sigüenza
chaquetearon cuarenta mil sinvergüenzas,
y el chaqueteo fue tan atroz
que hubo italiano que no paró hasta Badajoz.
Cómo se limpiaban los campos de batalla de las guerras napoleónicas
Jorge Alvarez 13 julio, 2016
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Jorge Alvarez
[Imagen: 75a42fe77706598296ffbb7d53bfd910?s=75&d=identicon&r=g]
Licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005). Creador del blog El Viajero Incidental. Bloguer de viajes y turismo desde 2009 en Viajeros. Editor de La Brújula Verde. Forma parte del equipo de editores de Tylium.


[Imagen: Quien-limpiaba-campos-batalla-guerras-na...C487&ssl=1]

Año 1807, al término de la cruenta batalla de Eylau: el soldado francés Jean Baptiste de Marbot se despierta, tras varias horas inconsciente, cubierto de sangre y sobre un carro, rodeado de cadáveres. Está completamente desnudo y sólo conserva el sombrero porque le han quitado toda la ropa y pertenencias al haberle dado por muerto. Esa desagradable experiencia fue narrada por él mismo en un relato.
Es una de esas cuestiones que los libros de historia no suelen explicar porque normalmente detienen su narración con la victoria o la derrota de los ejércitos y las consecuencias políticas posteriores. Pero, entretanto, los campos de batalla europeos quedaban sembrados de muertos, tanto de hombres como de caballos, sin contar las ingentes cantidades de material. Y se calcula que entre 1803 y 1815 las guerras napoleónicas se llevaron por delante la vida de entre 3,5 y 6 millones de personas, unas por acciones bélicas (de 500.000 a 2 millones) y el resto por enfermedades relacionadas. ¿Qué pasó con todos esos cuerpos? ¿Quién se encargaba de limpiar aquellos dantescos escenarios?

[Imagen: Quien-limpiaba-los-campos-batalla-guerra...C477&ssl=1]

En una curiosa imitación de la Naturaleza, en la que se relevan los carroñeros por orden de llegada o por fuerza para luego dejar paso a gusanos y bacterias, había varias acciones sucesivas que poco a poco despejaban el terreno (por supuesto, vamos a obviar la labor de los arqueólogos). Los primeros eran los propios soldados vencedores, que recogían armas y equipo del enemigo, así como el calzado, parte de la ropa y objetos personales de valor (relojes, licoreras, medallas, pitilleras…) para compensar así su exiguo sueldo. En la siguiente oleada se sumaban sus mujeres y después, si el choque había sido cerca, llegaban incluso los vecinos de las localidades del entorno, a ver qué podían encontrar.

Más tarde aparecían los saqueadores, carroñeros humanos, que ya no iban a encontrar material y se centraban en el propio cuerpo: provistos de alicates se afanaban en arrancar los dientes de los caídos. No sólo los de oro, cuyo precio sólo podían permitirse los mandos, sino las piezas dentales normales, muy cotizadas para fabricar dentaduras postizas. Es sabido que tras la batalla de Waterloo el mercado de éstas vivió un momento boyante, ya que el número de víctimas proporcionó material en abundancia y además de gran calidad, dada la juventud de los soldados que murieron allí; algo que se especificaba en los anuncios, hasta el punto de que las prótesis de esa época recibieron el nombre de Dientes de Waterloo como sinónimo de garantía de perfecto estado.

[Imagen: Quien-limpiaba-los-campos-batalla-de-gue...C450&ssl=1]Dentadura postiza hecha con dientes de caídos en Waterloo
Tras ese despojo comunitario, lo normal era que el vencedor designara un contingente para proceder al entierro de los cadáveres -a menudo en una fosa común o con unas pocas paletadas de tierra cubriendo el montón someramente- o a su quema -para prevenir epidemias-. Dependía, en parte, de la prisa que se tuviera, puesto que a lo mejor la campaña requería reanudar la marcha sin detenerse más. En tal caso, sí que era cosa de la naturaleza ocuparse del asunto: buitres, cuervos, lobos, zorros… Todos los carnívoros tenían un festín a su disposición.

En cualquier caso, era algo que llevaba su tiempo, dependiendo de factores climáticos, la magnitud de las bajas y la predisposición tanto de los soldados como de las gentes locales. El 2 de marzo de 1807, tres semanas y media después de la amarga y difícil victoria de Napoleón en Eylau, el número 64 del Boletín de la Grande Armée dejaba una espeluznante visión: “Se requiere un gran trabajo para enterrar todos los muertos… Imagínese en el espacio de una legua cudadrada nueve o diez mil cadáveres; cuatro o cinco mil caballos fallecidos; líneas enteras de mochilas rusas; piezas rotas de fusiles y sables; el suelo cubierto de balas de cañón, obuses y municiones; veinticuatro piezas de artillería, cerca de las cuales yacían los cuerpos de sus servidores, caídos en el intento de llevárselas en su retirada. Todo esto era lo más destacable en un terreno cubierto de nieve”.
[Imagen: Quien-limpiaba-los-campos-de-batalla-gue...C625&ssl=1]Carga de caballería en Eylau

El general francés Philippe de Ségur también dio una impactante descripción del campo de batalla de Borodinó, en 1812, al volver a pasar por él dos meses después durante la retirada de las tropas napoleónicas: “Todos los alrededores estaban cubiertos de fragmentos de cascos y corazas, tambores rotos, grupos de cañones, jirones de uniformes y estandartes teñidos de sangre. En este lugar desolado yacen treinta mil cadáveres a medio devorar junto a una pila de esqueletos que coronaba una de las colinas y sobredimensionaba el conjunto. Parece como si la Muerte hubiera colocado aquí su trono”.

Napoleón había ordenado al VIII Cuerpo de Westfalia enterrar a los muertos y transportar a los heridos mientras el resto del ejército seguía camino de Moscú, pero una cosa era la teoría y otra la práctica; la sanidad militar de entonces era rudimentaria y se basaba en la amputación para prevenir la gangrena y además no hubo forma de encontrar suficientes carros para los que no podían caminar. Por tanto, hubo que adoptar medidas extremas y rematar a los heridos graves que así lo solicitaron; otros murieron lentamente y fueron encontrados después mordiendo la carne de los cuerpos de sus caballos. Los habitantes de las poblaciones rusas no lo pasaron mejor y se encontraron iglesias quemadas con cientos de difuntos carbonizados dentro; otros tuvieron más suerte y fueron reclutados a la fuerza para cargar con los heridos. El sargento Adrien Bourgogne completó la terrible visión contando que en Borodino había brazos, piernas y cuerpos diseminados por todas partes, que habían enterrado a los suyos (a los rusos no) pero las prisas les obligaron a cavar fosas poco profundas y la lluvia torrencial había removido la tierra sacando los despojos a la superficie.

[Imagen: Quien-limpiaba-los-campos-de-batalla-de-...C668&ssl=1]Batalla de Borodino

En Waterloo se contrató a campesinos locales para limpiar el campo de batalla: medio centenar de operarios con pañuelos cubriendo su rostro (por el hedor) bajo supervisión del personal médico. Los difuntos aliados fueron inhumados y los franceses quemados. Las piras estuvieron ardiendo más de una semana, los últimos días alimentadas ya sólo por la propia grasa humana. Aún así, todavía se podían ver huesos de los combatientes un año después, así que se encargó a una empresa su recogida; las osamentas se destinaban a ser molidas para usarse como fertilizante (al parecer de gran calidad), algo que se extendió a otros escenarios bélicos: un periódico británico calculaba en 1822 que el año anterior se habían importado un millón de toneladas de huesos humanos y equinos de esos lugares, entrando por el puerto de Hull y siendo enviados a las trituradoras de vapor de Yorkshire; de allí se mandaban a Doncaster, donde estaba el principal mercado agrícola nacional, para vender a los campesinos. El artículo planteaba la paradoja de que las bajas en el frente también resulten útiles.

[Imagen: Quien-limpiaba-campos-batalla-de-guerras...C596&ssl=1]Batalla de Waterloo

Un último agente limpiador es el cazador de recuerdos. Tras la derrota final de Napoleón, se puso de moda entre muchos británicos acomodados el viajar a Waterloo, París y otros sitios relacionados con el Emperador, en un precedente del turismo organizado. Pasear por los campos de batalla en busca de objetos -sin importar el olor a muerte y carne quemada que aún flotaba en el ambiente- fue toda una afición: sombreros, cartas, munición diversa, libros, corazas (mejor si estaban perforadas por proyectiles), cascos, botones, a veces incluso algún hueso olvidado. Pronto la demanda de reliquias fue superior a la oferta y, así, originó un nuevo negocio, el del coleccionismo. No es de extrañar que hace poco, en 2012, la gran noticia sobre el tema no fuera tanto el hallazgo de los restos de un soldado de esa batalla como el hecho insólito de que tuviera todo su equipo consigo; a alguien se le pasó.
Despenar/Carchear/Repasar

Dicen que "Carcheador" viene del portugués y significa “ladrón”; en nuestras guerra existia la figura de los “carcheadores” que despenaban a los heridos y despojaban a los muertos en los campos de batalla.
A esa accion tambien se le llamaba "despenar" cuyo significado es "Ayudar a morir a un animal o a una persona moribunda para evitarle sufrimientos". Tambien en otras regiones se le llamaba "El repase".
Repase era el acto de rematar heridos o prisioneros capturados, cuando se retiraba el ejército enemigo o finalizaba la batalla. Ha ocurrido en casi todas las guerras, en todas las épocas.

[Imagen: B9WD6Ge.jpg]

El repase.
Ramón Muñiz 1888.
Ilustra a un soldado chileno durante la Guerra del Pacífico, armado de un fusil Gras con sable-bayoneta, a punto de ultimar a un herido peruano que es auxiliado por una rabona a la que acompaña un niño de pecho.
En la Guerra del Pacífico, en la campaña terrestre el repase es iniciado por las tropas chilenas luego de la toma de Pisagua, cometiéndose luego por ambas partes cuando hubo oportunidad hasta el fin de la campaña.
Torpedos tripulados y grandes barcos: el ataque italiano de Alejandría en la Segunda Guerra Mundial
Oct 29, 2017
 Andrew Knighton
 
[Imagen: s6esa27l.jpg] Una version posterior del "torpedo humano"
 

La parte de Italia en la Segunda Guerra Mundial suele recordarse como una de fracaso y vergüenza porque las fuerzas italianas fueron repetidamente rescatadas de la derrota por sus aliados alemanes.
Sin embargo, los italianos tuvieron algunos éxitos como notablemente lo fue su incursión en el puerto de Alejandría en diciembre de 1941.

El Siluro a Lenta Corsa
La libertad de movimiento en el Mediterráneo era vital para cualquier esfuerzo de guerra italiano. La supremacía naval británica significaba que era difícil de lograr y también garantizaba suministros seguros para las fuerzas británicas en la región.
Cuando la guerra se acercaba a mediados de la década de 1930, los especialistas italianos buscaron formas de contrarrestar el poderío naval británico. Mirando hacia atrás a las tácticas de la Primera Guerra Mundial, entrenaron pequeños equipos de hombres para entrar en puertos y atacar barcos allí de forma encubierta. Usaron el siluro a lenta corsa (SLC).
Los SLC eran torpedos de funcionamiento lento con ojivas desmontables que tenían dos pilotos y un alcance efectivo de 15 millas. Si bien funcionan mejor en el nivel de la superficie, podrían funcionar mientras estén completamente sumergidos. Difíciles de usar y propensos a descomponerse, sus operadores los llamaban los "cerdos"


Estrategia perdida
Los italianos planearon lanzar ataques simultáneos en cada base británica importante en el Mediterráneo. Al atacar tan pronto como se declaró la guerra y usar armas que no se habían visto previamente, esperaban sorprender a los británicos y crear una ventaja. Sin embargo la circunstancia de la intervencion alemana en Francia empujó a Mussolini a una rápida entrada en la guerra. El ejército italiano aún no estaba listo, y se perdió una oportunidad.

[Imagen: 0950_-_taormina_-_sottomarino_maiale_all...40x480.jpg]
Torpedo tripulado italiano


Esfuerzos tempranos
En cambio, lo que siguió fue una serie de redadas poco sistemáticas. Los primeros tres intentos, en agosto, septiembre y octubre de 1940, fueron frustrados por problemas técnicos y la acción británica.

El tercer ataque alertó a los británicos sobre el hecho de que enfrentaban torpedos tripulados, aunque no tenían ningún detalle. Siguió un replanteamiento, los italianos aprendiendo de sus fracasos. Durante el año siguiente, se llevaron a cabo varias incursiones, utilizando tanto barcos de superficie como sumergibles cargados con cargas explosivas.
Algunos fueron éxitos, incluido el hundimiento del crucero pesado York. Otros fueron fracasos. A pesar de las pérdidas, demostró que el SLC tenía potencial como arma.


Acercándose a Alejandría
A fines de 1941, la situación era cada vez más desesperada. La marina británica estaba estrangulando las líneas de suministro a las fuerzas italianas y alemanas en el norte de África, el teatro de guerra más importante de Italia. Desconocido para el Eje, los criptógrafos polacos y británicos habían descifrado el código Enigma, permitiéndoles leer las señales entre los comandantes alemanes y ayudando a dirigir los ataques aliados.
Los sistemas navales italianos se mantuvieron seguros, por lo que lo que vino después fue una sorpresa para los aliados.
El 18 de diciembre, el submarino italiano Scirè lanzó tres SLC fuera del puerto de Alejandría. Cada torpedo estaba tripulado por dos hombres, que debían entrar encubiertamente en el puerto, plantar una serie de explosivos dirigidos a barcos británicos, hundir sus buques y luego escapar.


Entrar en el puerto
La desembocadura del puerto de Alejandría estaba ocupada. La red antisubmarinos que la protegia se abria repetidamente para permitir que los barcos entraran y salieran, incluso en el medio de la noche.
Una lancha a motor estaba patrullando las aguas afuera, lanzando cargas explosivas para detener los ataques submarinos.
El teniente Luigi Durand de la Penne, pilotando el primer SLC, entró navegando en la superficie. Cuando la red se abrió para dejar entrar a tres destructores, se unió a ellos, navegando en sus estelas. El Capitán Antonio Marceglia, pilotando la segunda nave, lo siguió, esquivando un destructor en el camino. Por último llegó el SLC del capitán Vincenzo Martellotta. Al pasar a menos de 20 metros de la patrullera, todavía llegó al puerto sin ser visto.


Marceglia
Marceglia y su copiloto se dirigieron a su objetivo, el acorazado Queen Elizabeth. Lucharon por colocar su nave en posición debajo de la nave, en un momento golpeando su parte inferior. A pesar de esto, plantaron sus explosivos y escaparon.
El copiloto de Marceglia enfermó debido a la falta de aire en el SLC. Marceglia salió a la superficie, esparció sus explosivos restantes, y se escabulló el SLC. Luego nadó a la orilla.


De la Penne
De la Penne se enfrentó a un enfoque más difícil. Cables y redes alrededor del acorazado Valiente atraparon su SLC. Salió y liberó la nave, rompiendo su traje de neopreno en el proceso. Su copiloto se desmayó y flotó a la superficie. Los motores del SLC se negaron a reiniciarse y, a pesar de sus mejores esfuerzos, no pudo arrastrarlo por debajo del Valiant ademas también se enfermó debido a su aparato de respiración y debió nadar a la superficie. Él y su copiloto fueron capturados. Su SLC yacía en el fondo del puerto, lo suficientemente cerca del Valiant como para que sus explosivos aún pudieran representar un serio peligro.

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El HMS Queen Elizabeth en Alexandria rodeado de redes anti torpedos.
Martellotta
El último SLC, pilotado por Martellotta, se acercó al sitio del portaaviones pero lo encontró vacío. De acuerdo con sus órdenes, Martellotta atacó un petrolero, el noruego Sagona. Incapaz de sumergirse debido a problemas con su equipo, Martellotta mantuvo su SLC cerca de la popa del barco mientras su copiloto arreglaba las cargas en su lugar. Esparcieron sus explosivos restantes, se escabulleron en el SLC y nadó hasta la orilla.

Contramedidas
De la Penne y su copiloto se negaron a responder cuando fueron interrogados por sus captores. Su presencia advirtió a los británicos de que algo andaba mal, por lo que pusieron cables debajo de sus barcos. Encontraron algo bajo la quilla del Queen Elizabeth . El tiempo se estaba acabando.

El clímax
A las H0547, los explosivos bajo Sagona detonaron. Veinte minutos más tarde, hubo una explosión debajo del Valiant, seguido pocos minutos después por uno bajo del Queen Elizabeth. El Valiant fue puesto fuera de servicio hasta agosto de 1942. El Queen Elizabeth no regresó al servicio hasta enero de 1944. El Sagona no fue reparado hasta 1946.
El destructor Jervis, amarrado junto a la Sagona, tambien resulto afectado quedando fuera de servicio por un mes.
El ataque fue un éxito limitado, pero fue un éxito. Junto con otras actividades italianas, hizo que los convoyes británicos en el Mediterráneo fueran vulnerables. Los otros cuatro pilotos italianos fueron capturados por la policía egipcia, que se los entregó a los británicos.

Fuente:
Vincent P. O’Hara and Enrico Cernuschi (2015), “Frogmen Against a Fleet: The Italian Attack on Alexandria 18/19 December 1941”, Naval War College Review, Vol. 68, No. 3.
"Comandante Diavolo"

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Amedeo Guillet era un joven oficial de caballería perteneciente a una familia de la baja aristocracia del Piamonte que durante generaciones había estado al servicio de la Casa de Saboya. Era un excelente jinete, y a finales de 1935 fue seleccionado para formar parte del equipo de hípica que iba a representar a Italia en los Juegos Olímpicos de Berlín. Sin embargo Amedeo renunció a los Juegos y utilizó sus influencias familiares para conseguir que le destinasen a los Spahis de Libia (tropas de caballería ligera bereber) y participar en la conquista italiana de Etiopía.

Sirviendo como oficial de caballería, tuvo una destacada actuación durante la campaña africana. Más tarde se presentó voluntario para combatir en la Guerra Civil Española con la División Fiamme Nere. Cuando regresó a Italia se encontró con un ambiente político que le desagradó mucho, con los fascistas rendidos a la influencia del nazismo alemán (el gobierno de Mussolini acababa de decretar sus primeras leyes raciales). Guillet rechazó un nuevo destino en Libia y solicitó un traslado al África Oriental, donde podría cumplir con el juramento de fidelidad de su familia a la Casa de Saboya, ya que para sustituir al inepto mariscal Graziani había sido nombrado un nuevo virrey, Amadeo, Duque de Aosta, sobrino del rey Víctor Manuel III y nieto del que fuera rey de España Amadeo I.

En el África Oriental Guillet participó en operaciones militares contra los insurgentes etíopes que permanecían leales al derrocado emperador Haile Selassie, convirtiéndose en uno de los hombres de confianza del virrey. En 1940 éste le encargó la creación de una nueva fuerza militar indígena. La unidad, denominada oficialmente Gruppo Bande Amhara, estaba compuesta por unos dos mil quinientos hombres reclutados en toda África Oriental Italiana. Todos los suboficiales eran eritreos, estando la participación italiana limitada a seis oficiales. El núcleo de la fuerza lo componían las unidades de caballería, aunque también incluía un cuerpo de camellos y tropas de infantería yemení. El duque nombró a Guillet comandante de la nueva unidad. Que un joven teniente estuviese al mando de una fuerza militar equivalente a una brigada era algo realmente extraordinario. Sin embargo, Guillet no tardó en demostrar que era la persona ideal para ocupar el puesto.

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Amedeo Guillet, apodado el "Comandante Diavolo", al frente de sus tropas

A finales de 1940 el "Gruppo Bande a Cavallo" o "Gruppo Bande Guillet", como se le conocía ya, tuvo que enfrentarse a las fuerzas de la Commonwealth que atacaron las posesiones italianas en el África Oriental desde el Sudán. Por medio de una larga serie de combates y escaramuzas, sus tropas lograron ralentizar el avance aliado sobre Eritrea y Etiopía.
En una de aquellas batallas, en enero de 1941, Guillet y doscientos cincuenta de sus hombres lanzaron un ataque a caballo contra una columna de carros blindados para cubrir la retirada italiana del territorio de Amba Alagi. La sorpresa permitió a los jinetes cruzar por vez primera entre los tanques lanzando granadas. A continuación, los incrédulos tanquistas vieron cómo los hombres de Guillet daban media vuelta y volvían a lanzarse en una nueva carga casi suicida directamente contra sus cañones.
Aquellas cargas de caballería a sable desenvainado (las últimas a las que tuvo que enfrentarse el ejército británico en toda su historia) y los ataques a las columnas mecanizadas con cócteles molotov y granadas de mano convirtieron a Guillet en un personaje de leyenda. Las crónicas británicas se referían a él como “un caballero de otros tiempos” o “el Lawrence de Arabia italiano”.


El Gruppo Bande Guillet destacó siempre por su trato respetuoso hacia las poblaciones de Eritrea y el norte de Etiopía. Eso les permitió continuar la lucha a partir de marzo de 1941, cuando los aliados completaron la ocupación de las colonias italianas. Durante los ocho meses siguientes mantuvieron una guerra de guerrillas contra los británicos, saqueando caravanas y atacando puestos militares aislados. Los hombres de Guillet, en su mayor parte eritreos, pagaron un precio muy alto por su lealtad hacia un rey que nunca conocieron y una nación de la que no sabían nada. Unos ochocientos de ellos murieron en un año de combates. Como militar, Guillet sentía un profundo respeto por aquellos guerreros. Con frecuencia expresaba su admiración asegurando que "los eritreos son los prusianos de África sin los defectos de los prusianos".

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La bella Khadija, la amante etíope de Guillet

Pero el “Comandante Diavolo” no podía mantener por mucho tiempo una guerra de guerrillas sin ningún apoyo exterior. A finales de 1941 los supervivientes del Gruppo Bande Amhara abandonaron la lucha y se dispersaron. Después de muchas peripecias, Guillet logró burlar a sus perseguidores británicos y huir a través del Mar Rojo hasta el neutral Yemen. Allí estuvo cerca de un año entrenando a soldados y jinetes del ejército del Imán Ahmed. En 1943, a pesar de los intentos del Imán por retenerle, regresó disfrazado a Eritrea y consiguió embarcar de incógnito en un barco de la Cruz Roja utilizado para repatriar a italianos heridos y enfermos.

Tan pronto como llegó a Italia, Guillet comenzó a buscar financiación, reclutar hombres y conseguir armas para iniciar una nueva campaña guerrillera en Eritrea. Pero entonces llegó el armisticio e Italia cambió de bando. Guillet fue ascendido a mayor y asignado al SIM (Servizio Informacioni Militare, la inteligencia militar italiana). En su nuevo destino participó en arriesgadas misiones en territorio ocupado por los alemanes. Irónicamente, tuvo que trabajar en estrecha colaboración con sus antiguos enemigos británicos, incluyendo a algunos de los agentes que le habían perseguido en África tratando de capturarle. Uno de ellos, el mayor Max Harrari, se convertiría con el tiempo en uno de sus mejores amigos.

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Al terminar la guerra en Italia se celebró un plebiscito para elegir su forma de estado. Cuando ganaron los partidarios de la república, Guillet comunicó al rey Humberto II, que se disponía a partir al exilio, su intención de abandonar también el país. El rey se lo prohibió, convenciéndole de que debía quedarse y servir a su patria fuese cual fuese la forma de gobierno. En 1946 Guillet entró en el servicio diplomático. Gracias a su familiaridad con la cultura árabe, pudo servir como embajador de Italia en Egipto, Yemen, Jordania y Marruecos. Finalmente estuvo destinado en la India hasta su retirada en 1975.
Murió en Roma el 16 de junio de 2010, a los 101 años de edad.
¿Venganza o justicia? Las bestiales prácticas del verdugo alcohólico de los EEUU que ejecutó a los jerarcas nazis en 1946

John C. Woods, definido como un hombre con «un aliento asqueroso» y con «el cuello siempre sucio» por sus compañeros, fue el encargado de acabar con la vida de los principales secuaces de Hitler condenados en los Juicios de Nüremberg
Años después, fue acusado de modificar las cuerdas con las que fueron ahorcados los reos para hacerles sufrir más. Jamás se demostró, pero su homólogo británico calificó su trabajo de «torpe»

[Imagen: resizer.php?imagen=http%3A%2F%2Fwww.abc....&medio=abc]Manuel P. Villatoro
@ABC_Historia
Seguir24/11/2017 02:50hActualizado:24/11/2017 16:08h[/url]

[*]«That's fast work!». O «¡Ha sido un trabajo rápido!», en nuestro idioma. Las palabras que John C. Woods, el verdugo que ejecutó 10 de las 12 sentencias de muerte dictadas por el Tribunal Militar Internacional formado tras la [url=http://www.abc.es/historia/guerras/segunda-guerra-mundial/]Segunda Guerra Mundial
(2 de los acusados fallecieron antes de que se pudiesen cumplir), helaron la sangre de aquellos que se habían reunido en el improvisado patíbulo instalado en el gimnasio del Palacio de Justicia de Nüremberg. Lo cierto es que a este extraño personaje, más conocido por su alcoholismo y por su poca higiene personal que por su oficio de verdugo en el ejército de los Estados Unidos, no le faltaba razón. Al fin y al cabo, había colgado y retirado del cadalso, con la ayuda de un compañero, a una decena de jerarcas nazis en poco más de hora y media. Todo un récord particular.
[*]

John C. Woods fue la mano ejecutora. Con él fue con quien se cerró, en la noche del 15 al 16 de octubre de 1946, el círculo de barbarie que se había iniciado apenas siete años antes cuando Adolf Hitler atravesó como un cuchillo Polonia. De su trabajo, en principio, poco se explicó. Los aproximadamente 450 corresponsales acreditados para los Juicios de Nüremberg se limitaron a señalar que la justicia se había cernido, de una vez por todas, sobre los artífices de la matanza sistemática de entre 6 y 10 millones de judíos (amén de otras tantas culturas).

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Woods no tenía experiencia como verdugo antes de llegar al norte de Francia

Sin embargo, al poco surgieron voces discordantes que cargaron contra este verdugo acusándole de haber modificado las cuerdas destinadas a algunas de las «águilas» nazis enviadas a la horca. Ligeros cambios que habrían logrado que sufrieran más antes de dejar este mundo.

¿Justicia o venganza? ¿Crueldad o equidad?
Este noviembre, fecha en la que se cumple el aniversario del comienzo de los Juicios de Nüremberg (en los que fueron procesadas hasta 611 personas), es imposible no preguntárselo. Woods, con todo, siempre negó que aquellos errores hubieran sido premeditados. No solo eso, sino que se vanaglorió de las ejecuciones llevadas a cabo aquella jornada en una entrevista a «Stars and Stripes» (el principal periódico militar de la época): «Colgué a esos diez nazis en Nüremberg y me siento orgulloso de ello; hice un buen trabajo. Todo fue de primera […], no recuerdo un trabajo mejor». Nada que ver con las afirmaciones realizadas por su homólogo británico en la Segunda Guerra Mundial, Albert Pierrepoint, quien tildó aquel trabajo de «torpe».
Vida controvertida

El futuro verdugo de Nüremberg está rodeado, a día de hoy, de más sombras que luces. De hecho, los pormenores de su vida siguen generando cierta controversia. Ejemplo de ello es que, atendiendo a las diferentes fuentes, se le atribuye un origen diferente. Una de las versiones más extendidas es que vino al mundo en la ciudad de Wichita (Kansas) el 5 de junio de 1911. Así lo afirma, al menos, el conocido divulgador histórico Rob Hopmans. Con todo, otros autores como Johannes Leeb son partidarios de que, realmente, nació en San Antonio (Texas), tal como lo desvela en «The Nuremberg Trial: A History of Nazi Germany as Revealed through the Testimony at Nuremberg». La segunda de las versiones es, a día de hoy, la más aceptada por la comunidad de expertos.

Más allá del dichoso lugar en el que naciera, Woods tuvo una infancia más que turbulenta. Para empezar, porque después de que sus padres se separaran dejó los estudios. La adolescencia no le ayudó tampoco a centrarse. Según explica Hopmans en su artículo «Woods, John Chris “Hangman”», nuestro protagonista se alistó en la Marina de los Estados Unidos cuando apenas sumaba 18 años y, tras superar el entrenamiento inicial, fue enviado al «USS Saratoga». El camino era habitual para muchos hombres de la época, pero que terminó con una sutil diferencia: el futuro verdugo desertó tras unos pocos meses. Aunque no llegó lejos. Poco después le «cazaron» y le enviaron a California, donde un oficial médico pidió que se le sometiera a un examen psiquiátrico.
Posteriormente fue diagnosticado de «Inferioridad psicopática constitucional sin psicosis». Término muy utilizado en la época para calificar la mayoría de trastornos mentales. Independientemente del dictamen, de lo que no hay duda es de que fue dado de baja por él.

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Posteriormente, Woods señaló que estaba deseando ajusticiar a los diez nazis de Nüremberg-WW2 Gravestone

No existen muchos datos sobre Woods en los años posteriores. Al menos, hasta 1933, cuando se unió a los «Civilian Conservation Corps», un programa mediante el que el presidente Franklin Delano Roosevelt dio trabajo a miles de jóvenes durante la Gran Depresión. Sin embargo, fue expulsado el 27 de septiembre de ese mismo año con deshonor por haber estado ausente de sus labores durante seis días.

El controvertido Woods volvió a intentarlo una década después. En 1943 se unió al ejército y, tras superar las pruebas (y a sus 32 años) fue destinado a principios de 1944 a un batallón de ingenieros de combate de Inglaterra. País en el que se estaba dando forma a la mayor invasión naval de la historia: el Día D. Los informes, según Hopmans, no afirman que se ausentara de su puesto en los primeros seis meses. Por ello, el divulgador afirma que es muy probable que participara en el Desembarco de Normandía junto a su unidad. A partir de entonces dio tumbos por el norte de Francia (y por algunas unidades) hasta que terminó como verdugo del Tercer Ejército de los Estados Unidos.

Verdugo mentiroso
La vida de Woods cambió drásticamente en otoño de 1944. Ese fue el mes en el que -debido a la necesidad imperiosa de alguien ejecutara a los condenados en el viejo continente- los Estados Unidos hicieron un llamamiento entre las tropas para hallar un verdugo. Al no obtener respuesta, nuestro protagonista se ofreció voluntario afirmando que había ejercido como tal en Texas y en Oklahoma. Así lo corrobora el historiador Fernando Paz en su obra «Nüremberg. Juicio al nazismo»: «Había mentido al Ejército para obtener el trabajo, haciéndose pasar por un fogueado verdugo, aunque antes de 1944 no había tenido la más mínima experiencia».

A pesar de todo, lo cierto es que no se puede exculpar a sus superiores, pues parece ser que no corroboraron sus afirmaciones y, con ello, silenciaron el pasado de exámenes psiquiátricos de Woods. Aquellas falacias lograron engañar incluso a la comunidad internacional. Ejemplo de ello es que, en 1946, el diario ABC afirmó que Woods contaba con «dieciocho años en la profesión» cuando se refirió a él en relación a los Juicios de Nüremberg.
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Göring, testificando durante los Juicios de Nüremberg-ABC

Gracias a sus mentiras, Woods fue ascendido a sargento mayor y nombrado único verdugo estadounidense en Francia para tranquilidad del ejército. Y es que, hasta ese momento las únicas ejecuciones se habían llevado a cabo en suelo británico a cargo del inglés Albert Pierrepoint. «Pierrepoint procedía de una familia de verdugos -su padre y su tío habían desempeñado la misma profesión- y su eficiencia era proverbial», añade Paz.
Desde entonces, nuestro protagonista ajustició a 34 soldados estadounidenses por sus excesos y colaboró, además, en otras tres muertes. «Los informes del ejército estadounidense sugieren que Woods participó en al menos 11 ahorcamientos fallidos de soldados estadounidenses entre 1944 y 1946», explica Hopmans.

Nüremberg
Mientras Woods hacía sus pinitos en el noble arte de la muerte estatal, el 20 de noviembre de 1945 (con la Segunda Guerra Mundial terminada y el «Führer» inerte sobre el suelo del búnker de la cancillería) comenzaron los Juicios de Nüremberg. Una serie de procesos en los que la justicia internacional cargó frontalmente contra las barbaridades perpetradas por los germanos.

A día de hoy, se tiende a pensar que los únicos acusados fueron los jerarcas de Hitler imputados en el denominado «Juicio principal». Sin embargo, y a pesar de que fue el más destacado, en este evento mundial también se dirimió la culpabilidad de hasta seis centenares de nazis más (entre ellos, los médicos y enfermeros artífices del temido programa de eutanasia y de la experimentación en humanos).

El protagonismo, no obstante, fue para el «Juicio Principal». El proceso en el que una veintena de mandamases fueron acusados, tal y como afirma Manuel Moros Peña en «Los médicos de Hitler», de «conspiración, crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad». La lista de bestias nazis que pasaron, del 20 de noviembre al 1 de agosto, por la Sala 600 del Tribunal de Nüremberg es escalofriante, según recoge la Revista Ares en «El proceso de Nüremberg»:

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Anuncio de las condenas a los 12 jerarcas nazis-ABC

-Hermann Göring, (Marical del Reich).
-Karl Dönitz, (Gran Almirante de la Kriegsmarine).
-Rudolf Hess, (Lugarteniente de Hitler).
-Joachim von Ribbentrop, (Ministro de Asunto Exteriores).
-Wilhelm Keitel, (Jefe del OKW).
-Alfred Rosenberg, (Ministro de los territorios ocupados).
-Hans Frank, (Gobernador general de Polonia).
-Wilhelm Frick, (Ministro del Interior).
-Ernst Kaltenbrunner, (Jefe del Servicio de Espionaje).
-Walther Funk, (Ministro de economía).
-Hjalmar Schacht, (Ministro de Economía y Presidente del Reichsbank).
-Hans Fritzsche, (Ministerio de Propaganda).
-Constantin von Neurath, (Reichprotektor de Bohemia y Moravia).
-Albert Speer, (Ministro de Armamento).
-Arthur Seyss-Inquart, (Canciller Austríaco y Comisario para los Países Bajos).
-Franz von Papen, (Canciller, Vicecanciller y Emjadaro en Turquía).
-Alfred Jodl, (Consejero militar de Hitler).
-Fritz Sauckel, (Ministro plenipotenciario para la movilización de trabajadores).
-Baldur von Schirach, (Jefe de las Juventudes Hitlerianas y Gobernador de Viena).
-Erich Raeder, (Gran Almirante de la Kriegsmarine).
-Julius Streicher, (editor del diario nazi Der Stürmer).
-Martin Bormann, (asesor personal de Hitler).

Las sentencias se hicieron públicas el 1 de octubre de 1946. Todo ello, después de que se celebraran 218 sesiones en el Palacio de Nüremberg y que se leyera un veredicto de más de 100.000 palabras. El resultado fue de una docena condenadas a morir en la horca, como bien explicó ABC: «El tribunal de Nuremberg ha dictado doce penas de muerte, tres condenas a prisión perpetua, cuatro de diez a veinte años y tres absoluciones».
Con todo, dos de las sentencias de muerte no se pudieron llevar a cabo: la de Martin Bormann (la mano derecha de Hitler, condenado en ausencia debido a que había fallecido unos meses antes en Berlín) y la de Göring.

El caso del orondo jefe de la Luftwaffe fue el más destacado. Y es que, se suicidó apenas dos horas antes de la ejecución. Y no por miedo, sino porque no quería morir en la horca. «Lo único que Göring quería proteger por encima de todo era su honor como militar. Afirmó varias veces que no tendría ningún inconveniente en que le sacaran a la calle y le dispararan ahí mismo, como un soldado. El problema era que consideraba que lo peor que se le podía hacer a un militar era colgarlo», explicó por entonces el cabo Harold Burson, encargado de hacer un resumen del día a día en Nüremberg.

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Las sentencias fueron:
-Hermann Göring, pena de muerte.
-Karl Dönitz, diez años de prisión.
-Rudolf Hess, cadena perpetua.
-Joachim von Ribbentrop, pena de muerte.
-Wilhelm Keitel, pena de muerte.
-Alfred Rosenberg, pena de muerte.
-Hans Frank, pena de muerte.
-Wilhelm Frick, pena de muerte.
-Ernst Kaltenbrunner, pena de muerte.
-Walther Funk, cadena perpetua.
-Hjalmar Schacht, absuelto.
-Hans Fritzsche, absuelto.
-Constantin von Neurath, 15 años de prisión.
-Albert Speer, 20 años de prisión.
-Arthur Seyss-Inquart, pena de muerte.
-Franz von Papen, absuelto.
-Alfred Jodl, pena de muerte.
-Fritz Sauckel, pena de muerte.
-Baldur von Schirach, 20 años de prisión.
-Erich Raeder, cadena perpetua.
-Julius Streicher, pena de muerte.
-Martin Bormann, pena de muerte.

Descuidado y sucio
Las condenas a muerte eran, para los aliados, una cosa muy seria. Por eso resultó más que extraño que el coronel Burton C. Andrus (famoso por el odio que despertaba entre los reos germanos) escogiera a Woods como verdugo principal de los Juicios de Nüremberg. En su descargo hay que decir que no tenía muchas más opciones (salvo haber seleccionado al británico Pierrepoint). Por el contrario, también hay que señalar que no verificó los datos ofrecidos por el sargento mayor, quien por entonces se decía todo un artista en su profesión.

Ejemplo de ello es que el mismísimo diario ABC se hizo eco de su selección el sábado 5 de octubre de 1946: «Aunque no se ha dado a conocer la identidad del verdugo que actuará en esta ocasión, se cree que es el sargento mayor John C. Woods, que lleva dieciocho años, en ese oficio y ha realizado hasta ahora 313 ejecuciones, 87 de ellas en Europa».
Por si su inexperiencia no fuera ya bastante, Andrew Nagorski afirma en «Cazadores de nazis» que, sabedor Woods de que era el único verdugo norteamericano en suelo europeo y que sus superiores le necesitaban, no prestaba ninguna atención a su aspecto físico ni a su higiene.

[Imagen: patibulo-knnG--510x349@abc.jpg]
El patíbulo, listo para su siguiente víctima-WWII Gravenstone

Así lo corroboró el soldado Hermann Obermayer (presente por entonces en Nüremberg) quien llegó a definir al sargento mayor como un desarrapado que «no seguía las normas, no se limpiaba los zapatos ni se afeitaba». «Siempre vestía de manera descuidada. Sus pantalones siempre estaban sucios y sin planchar, llevaba la misma chaqueta durante semanas, a veces parecía que incluso dormía con ella puesta, sus galones de sargento mayor estaban sujetos a la manga por una endeble puntada de hilo amarillo a cada extremo y siempre llevaba la gorra arrugada y descolocada», afirmó el militar.

Por si fuera poco, Obermayer afirmó que este verdugo, uno «de los hombres más importantes del mundo» en Nüremberg por el trabajo que tenía que llevar a cabo, era un «alcohólico» que tenía «los dientes torcidos y amarillos, un aliento asqueroso y un cuello siempre sucio».

Preparativos
En la noche del 15 al 16 de octubre de 1946 todo estaba listo para las ejecuciones de los últimos jerarcas nazis. Para aquella jornada, los aliados vistieron de gala el gimnasio del Palacio de Justicia de Nüremberg. Sala en la que, tres jornadas antes, un grupo de soldados estadounidenses había jugado un partido de baloncesto. En aquel lugar se levantaron tres toscas horcas encargadas de llevar hasta el otro mundo a los germanos. La idea era utilizar alternativamente dos de ellas. La última quedaría en reserva por si sus compañeras sufrían algún percance.

Así definió la revista «Time», en su edición del 28 de octubre de 1946, el improvisado patíbulo: «En el pequeño gimnasio de la cárcel (con el suelo polvoriento y unas paredes sucias de color gris), se habían erigido tres horcas negras con más atención a los números que a la eficiencia. Las plataformas estaban ubicadas a ocho pies de distancia, a ocho pies sobre el suelo, y medían ocho pies cuadrados. De cada plataforma se alzaban dos pesadas vigas, que sostenían un travesaño pesado, con un gancho para la cuerda en el medio. Una palanca discreta servía para abrir las trampillas. El espacio debajo de las trampillas estaba oculto por cortinas».

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Julius Streicher-ABC

La construcción de los patíbulos, más concretamente, se llevó a cabo durante el día 14. Al menos, así lo señaló el propio Albert Speer en su diario: «De repente, la idea atraviesa mi cerebro como un relámpago. ¡Están levantando los patíbulos! Entretanto, creo oír el chirrido de una sierra, luego se hace el silencio. Por último, algunos martillazos. Extrañamente, sus ecos parecen acercárseme cada vez más. Al cabo de una hora retorna la quietud absoluta. Me tiendo en mi catre sin poder desechar el pensamiento de que están apuntalando los cadalsos. Insomnio».
En su obra, Fernando Paz afirma que Woods no lo tuvo fácil a la hora de preparar las horcas, pues desconocía cuál era exactamente el peso y la estatura de cada uno de los jerarcas nazis. Un problema a la hora de elegir la extensión de las cuerdas que se abrazarían por última vez a sus cuellos. Con todo, practicó varias veces con sacos de 90 kilos y 1,75 metros de altura llenos de tierra.

Controversia
A eso de la una de la madrugada (a la 1:11, para ser más exactos), comenzaron las ejecuciones. El primero en subir los tres escalones del cadalso fue Joachim von Ribbentrop, quien -antes de que Woods le colgase- se limitó a señalar: «Dios proteja a Alemania». Después de una nueva declaración, el verdugo norteamericano llevó a cabo un proceso que repetiría hasta en diez ocasiones: le colocó una capucha negra sobre la cabeza, ajustó una cuerda alrededor de su cuello, y -para terminar- tiró de la palanca que abría la trampilla. Keitel fue el posterior, seguido de Kaltenbrumer, Rosenberg, Frank y Frick. Con ninguno de ellos hubo ninguna dificultad.
En el caso de Streicher arribaron los problemas. El director del diario nazi llegó a la sala a las 2:21 y, cuando le solicitaron que se identificara, se limitó a soliviantar los ánimos de los presentes con un grito seco: «¡Heil Hitler!». En palabras de Nagorski, el sentenciado fue subido a la horca a empujones antes de decir sus últimas palabras: «Algún día, los bolcheviques os colgarán a vosotros».

A continuación comenzó el trabajo de Woods, quien le puso una capucha negra y tiró de la cuerda... con un resultado horrible. «La trampilla se abrió con gran estruendo y Streicher cayó al vacío pataleando. Cuando la cuerda por fin parecía tensarse, empezó a balancearse violentamente hacia los lados y los gruñidos de Streicher resonaron por toda la sala», añade Nagorski en su obra. El verdugo bajó entonces a la parte inferior de la plataforma y tiró de los pies del preso hacia abajo. El germano falleció con gran agonía.
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Jodl, recién ahorcado. Cada reo fue sacado del cadalso en camilla con su nombre escrito en una etiqueta-ABC

¿Error o venganza? El teniente Stanley Tilles, uno de los organizadores de las ejecuciones, fue partidario de lo segundo. Según sus palabras, Woods colocó mal deliberadamente la cuerda para que Streicher no se partiera el cuello y muriera estrangulado. «Todos los que estábamos en la sala habíamos sido testigos del número de Streicher y se ve que Woods tomó buena nota. Woods odiaba a los alemanes […] y yo vi cómo se le iba encendiendo la cara de ira y apretaba las mandíbulas. […] Le vi esbozar una sonrisa al tirar de la palanca».

Al parecer, otro de los que sufrió especialmente en la horca fue Sauckel, quien -antes de que Woods tirara de la palanca- gritó: «Muero siendo inocente. La sentencia es errónea. Que Dios proteja a Alemania y haga Alemania grande de nuevo. ¡Larga vida a Alemania! Que dios proteja a mi familia». ¿Casualidad? Tampoco les fue demasiado bien a Maser (que tardó 18 minutos en morir) y Jodl (quien llegó a 24).

«Muero siendo inocente. La sentencia es errónea. Que Dios proteja a Alemania y haga Alemania grande de nuevo»

Por otro lado, un reportaje posterior publicado en «The Star» cargó contra Woods al firmar que había modificado las cuerdas y no las había atado correctamente alrededor del cuello de los condenados. En palabras de Nagorski, esto habría provocado que «se golpearan la cabeza con la trampilla al caer» y que «murieran asfixiados lentamente». «En sus memorias, el general Telford Taylor, que ayudó a preparar la acusación del Tribunal Militar Internacional contra los jefes nazis y posteriormente se convertiría en el fiscal jefe en los siguientes doce juicios que se celebraron en Nüremberg, admitió que las fotos de los cuerpos que yacían en el gimnasio parecían confirmar estas sospechas. Algunos tenían restos de sangre en la cara», añade el autor en su obra.
A todas estas críticas se sumó el despreciado Pierrepoint, quien dijo hallar «ciertos indicios de torpeza» en el trabajo de Woods. Entre ellos, «la caída de metro y medio, que era la misma para todos», o «la soga vaquera de cuatro nudos, ya muy pasada de moda».
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Woods, junto a su esposa

Lo cierto es que los posibles fallos en las ejecuciones acabaron causando cierta controversia. La polémica llegó hasta tal punto que, en una entrevista llevada a cabo por «Star and Stripes», Woods se defendió afirmando que se sentía orgulloso de haber acabado con los diez nazis.
«Hice un buen trabajo. Todo fue de primera. […] No recuerdo una ejecución mejor. Lo único que lamento es que ese Göring se me escapara; habría que sabido estar a su altura», afirmó. También señaló que «no estaba nervioso» y que «este encargo de Nüremberg era exactamente lo que quería». «Deseaba que me lo ofrecieran a mí con tantas fuerzas que decidí quedarme allí un tiempo más aunque podría haberme ido a casa antes».
Woods acabó sus días electrocutado en un extraño accidente el 21 de julio de 1950. Un final controvertido para una vida llena también de controversia.
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