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Regimiento Alcantara, la historia de los jinetes que sacrificaron su vida por sus camaradas en Annual


Durante la guerra contra Abd el-Krim, unos pocos soldados a caballo lograron salvar la vida de muchos de sus camaradas y pusieron en jaque a todo un ejército
[Imagen: regimiento-caballeria-alcantara-definitivo--644x362.jpg]
Los cadaveres de los jinetes del Regimiento Alcantara tras la batalla

George Patton, el almirante Nelson… son muchos los héroes y personajes ilustres que alberga la historia. Sin embargo, probablemente habría que pensar un poco más para poder enumerar alguno español, y es que, aunque los hay a cientos, parece más sencillo fijarse en los extranjeros. Pero, aún con todo, existen, y un ejemplo de ello es el Regimiento Alcántara 14 de caballería, una unidad española que, durante la gran matanza de Annual, cubrió la retirada de sus compañeros a costa de la muerte de casi todos sus integrantes
Para hallar la heroica actuación del Alcántara es necesario retroceder en la historia hasta uno de los episodios más trágicos para nuestro país: la Guerra del Rif. Esta se inició aproximadamente en 1912 cuando se cedieron oficialmente a España unos 20 000 km cuadrados de territorio Marroquí cerca de Melilla. En ese momento comenzó la discordia, pues las tribus rifeñas se levantaron contra los españoles en una guerra que vería su final muchos años después.

El levantamiento rifeño
El episodio que llevó a los jinetes del Alcántara a morir se desarrolló a partir de 1920. Ese año, el comandante general de Melilla, Manuel Fernández Silvestre, avanzó por el territorio rifeño con la intención de llegar a la ciudad de Alhucemas. En el trayecto, pretendía someter a los rebeldes haciendo uso de la política de mano dura. Pero el plan no salió como se esperaba y comenzaron las dificultades, favorecidas entre otras cosas por el precario equipamiento de los soldados españoles y una mala política de blocaos (pequeñas fortificaciones a las que era muy dificultoso suministrar agua).

El calvario había comenzado, los rifeños, liderados por Abd el Krim, tomaron las posiciones españolas de Abarrán (donde pasaron a todos los españoles por la espada) como preludio a la masacre que se avecinaba. Por otro lado, el comandante Julio Benítez tomó el territorio de Igueriben en un intento de seguir avanzando sobre el Rif, pero ya era tarde, sus tropas quedaron cercadas. Ante el asedio, Silvestre salió de Melilla con todos los efectivos posibles en su ayuda. Sin embargo, Benítez no logró resistir y su posición cayó. La suerte estaba echada.

Las noticias no eran halagüeñas, tras el desmoronamiento de Benítez 18.000 rifeños cercaron el campamento de Silvestre en el territorio marroquí de Annual. Además, la moral de los 5.000 españoles atrincherados en el lugar no podía ser más baja y los soldados se dejaron llevar por el pánico. Esto obligó al oficial a tomar la decisión de que sus hombres abandonasen el campamento y huyeran hasta Melilla. Entre gritos de pánico y miedo, los soldados españoles iniciaron una retirada caótica el 22 de julio de 1921 que sin duda habría costado la vida a muchos militares de no ser por la ayuda de los héroes del Alcántara.

Primeras cargas del Alcántara
Los soldados se retiraron de forma desorganizada y corrían el riesgo de ser aniquilados
El Regimiento Alcántara entró entonces en escena cuando se le ordenó cubrir la retirada del ejército español. Así, los casi 700 jinetes tomaron parte en la contienda realizando múltiples cargas para proteger a sus compañeros. Juan Luis Sanz y Calabria, coronel jefe del Regimiento de Caballería Acorazada «Alcántara» nº 10 (la misma unidad que protagonizó los heroicos hechos hace casi 100 años), explica que, para los jinetes, todo comenzó «un caluroso julio de 1921». Según el coronel, el día 22 la unidad «salió muy de mañana a acompañar y proteger un destacamento que iba a ocupar una posición que impedía que se cortara el paso de Izumar», un desfiladero en territorio del Rif.
«Mientras se ejecutaba la protección, se ordenó la evacuación de la posición de Annual con más de 5000 hombres y el General 2º Jefe mandó que el Regimiento cubriera la retirada» explica Sanz y Calabria. «Antes de que diera tiempo a llegar a Izumar, se encontraron con una avalancha que huía en tropel y completo desorden y que eran tiroteados desde las alturas».

Según el coronel, en ese momento los jinetes tomaron la decisión de proteger a sus compañeros a toda costa. «El Teniente Coronel Primo de Rivera, jefe accidental del ‘Alcántara’, vio como el enemigo trataba de cortar el paso a los que huían, por lo que reunió a sus Oficiales y les dijo que era el momento de sacrificarse por la Patria. A partir de ese momento comenzó la actuación heroica del Regimiento» determina Sanz y Calabria.

«Primero se calmó a los que huían y se puso algo de orden obligándoles a marchar entre la formación del Regimiento, sin rebasarla, para protegerles del fuego que recibían desde las cotas inmediatas. El ‘Alcántara’ comenzó a enviar pequeñas partidas a ocupar las alturas y desalojar al enemigo, que evitaba la confrontación directa. Una vez pasó la columna de Annual, se continuó haciendo fuego sobre el enemigo y acabando con él en su totalidad hasta la llegada a Ben Tieb, donde dejaron a los soldados heridos de la columna de Annual que habían transportado en la grupa de los caballos», afirma el coronel.

23 de julio, el día interminable
Según Sanz y Calabria, el 23 fue el día más duro para la unidad. «Se ordenó al Regimiento que se dirigiera a cubrir a las tropas de Ababda, Ain Kert, Azib de Midar, Cheif, Karra Midar y Tafersit» afirma el coronel. En ese momento, los jinetes se dividieron en secciones para poder cubrir un mayor terreno y participar en todas las retiradas posibles de las diferentes «columnas» de soldados españoles que huían. 700 caballeros tuvieron así que dar protección a más de 5.000 de sus compañeros hasta llegar a la ciudad segura de Drius.
El 80% de los jinetes del Alcántara murió y un 12% más fue capturado
Una de las primeras de estas columnas que entró en combate fue la de Cheif, la cual fue duramente atacada. Los jinetes del Alcántara encargados de su protección no lo dudaron y cabalgaron en su ayuda. «El Teniente Coronel Primo de Rivera salió con los Escuadrones al galope haciendo varias cargas, llegando al cuerpo a cuerpo y persiguiendo con fuego al enemigo para aniquilarlo o dispersarlo» explica el coronel. Sin embargo, aunque los soldados que huían se consiguieron salvar, la unidad sufrió muchas pérdidas. «La columna de Cheif llego a Drius y los escuadrones del ‘Alcántara’ también, pero con más de 70 heridos y muertos. Eran las 11 de la mañana» explica Sanz y Calabria.

«Media hora después salió una Sección a proteger el repliegue de la posición de Karra Midar, y después de comer, ya sobre las doce del mediodía salieron todos los escuadrones para cubrir la retirada de Tafersit y Azib de Midar, que eran hostigadas con abundante fuego de fusilería. El Regimiento cargó contra ellos dispersándo y matando a algunos de ellos» sentencia el coronel.

La defensa del convoy
Sin embargo, los problemas se empezaron a amontonar, ya que algunas columnas de soldados y vehículos tuvieron que enfrentarse al duro terreno rifeño en su huída, lo que provocó que el Alcántara tuviera que acudir en su ayuda. « En el rio Igan se quedaron atascados algunos vehículos que fueron tiroteados por los rebeldes» explica el coronel. Por ello, se ordenó a los jinetes proteger el camino de este convoy tras todas las cargas que ya habían realizado. «Era la una y media cuando el Alcántara montó de nuevo y partió» explica Sanz y Calabria.

Tras férreos combates, los jinetes llegaron con dificultades hasta el río, donde los vehículos (la mayoría ambulancias) habían sido destrozados y sus conductores asesinados. Tras conocer el destino de sus compañeros, los jinetes del Alcántara volvieron a protagonizar una nueva carga como venganza. Cada vez aumentaba más el número de bajas.
Sin embargo, tras esta victoria, la desesperación volvería a sacudir a los jinetes pues, mientras regresaban a Drius, vieron desde la lejanía como la ciudad estaba en llamas: los rifeños habían atacado y destruido aquello por lo que llevaban dos días luchando, la seguridad de los soldados españoles que se retiraban. Pero, a pesar de todo, su cometido aún no había tocado a su fin, pues una última columna de supervivientes de la ciudad asediada requería su protección hasta llegar a la zona de Monte Arruit.

La última carga del Alcántara
Nuevamente el objetivo estaba claro, el problema surgió cuando los rifeños tomaron posiciones al otro lado del río Igan, lugar desde el cual atacaron la columna de soldados españoles. Finalmente, el regimiento de caballeros recibió la que sería la última orden de carga de ese día: era necesario cruzar el cauce y acabar con los rebeldes para salvar la vida de los que se retiraban.

«El Teniente Coronel Primo de Rivera sabía que esos puntos serían imposibles de franquear por la columna en el estado en el que estaba, y, ya bajo intenso fuego, ordenó el ataque a los rebeldes» explica el coronel. Así, y con una fuerza muy inferior en número a los marroquíes, los jinetes del Alcántara se lanzaron contra sus líneas. Sabían que probablemente morirían, pero eso no les detuvo.
Al llegar al cuerpo a cuerpo, y ante la imposibilidad de usar sus Carabinas Mauser por falta de espacio, los jinetes se decidieron a combatir con su espada-sable «Puerto Seguro». La lucha fue sangrienta e, incluso, los miembros del Alcántara se vieron obligados en alguna ocasión a retirarse y reagruparse, pero sólo fue para cargar nuevamente contra el enemigo con mucho más ímpetu. Finalmente, no sólo lograron entretener a los rifeños, sino que les vencieron y les obligaron a huir.

Eso sí, al final el combate la imagen era dantesca, de los casi 700 integrantes del Alcántara, el 80% habían caído y otro 12% más había sido capturado. Pero, no hay que olvidar que menos de mil jinetes consiguieron poner en jaque a todo un ejército enemigo.

Una condecoración «debida»
Tras 91 años, el Alcántara ha sido condecorado por su hazaña
Este innombrable acto de heroicidad provocó que la unidad fuera propuesta para la «Cruz Laureada de San Fernando» (en su categoría colectiva), la más preciada condecoración militar española. Pero, aunque esta petición se realizó en 1929, el proceso se detuvo por razones desconocidas hasta hace pocos años. Al final, después de 91 años, la unidad recibirá este reconocimiento de manos de Su Majestad el Rey el próximo 1 de octubre. De esta forma, la bandera del Regimiento de Caballería Acorazado «Alcántara« nº 10 lucirá para siempre una corbata roja indicando que sus integrantes se sacrificaron en su día no sólo por España, sino por sus amigos y compañeros.
De como Mexico perdio Texas por una siesta....


Antecedentes
Desde 1820, a instancias de Stephen F. Austin, cientos de familias estadounidenses habían emigrado al estado mexicano de Texas, con un permiso del gobierno mexicano para establecerse en las zonas fronterizas. No obstante, desde un principio los inmigrantes ignoraron las cláusulas del contrato y fundaron colonias en las regiones más fértiles del estado, lejos de donde los mexicanos les habían autorizado. Además, no todos los que llegaron lo hicieron legalmente, y para 1836 la población anglófona (aproximadamente un tercio de ellos ilegales) multiplicaba por cuatro la mexicana. Austin tenía las cosas muy claras, y su intención desde un principio era reclamar la tierra invadida para los Estados Unidos, y aprovechó los problemas políticos en la Ciudad de México para lanzar su rebelión.

En 1833, Antonio López de Santa Anna (el hombre que ordenó un funeral para su pierna) fue elegido presidente con la promesa de promover la fórmula federalista que otorgaba la potestad a los estados en muchas competencias. Sin embargo, ya en el poder, Santa Anna hizo lo contrario, retirando la soberanía a los estados de Coahuila y Texas.

[Imagen: Antonio-López-de-Santa-Anna.jpg?zoom=2&resize=349%2C450]

Austin, casualmente en la ciudad de México [/url]esperando entrevistarse con Santa Anna, envió una carta a sus compinches en Texas animándolos a la rebelión por la independencia. por ello fue arrestado varios meses. Mientras tanto, Santa Anna nombró al Coronel Juan Almonte (hijo del héroe de la independencia mexicana José María Morelos y Pavón) Director de Colonización de Texas, y lo envió para calmar los ánimos, pero con la misión secreta de viajar por todo el estado para conocer a los líderes del movimiento independentista e indagar en sus posibilidades, con vistas a un posible conflicto armado.
Al mismo tiempo, Santa Anna nombró a un nuevo gobernador militar, Martín Perfecto de Cos, quien estableció su cuartel general en San Antonio. Dicho nombramiento no fue bien recibido por los texanos anglos, que pronto se rebelaron y atacaron. Cos rindió la plaza el 11 de diciembre de 1835 y con sus tropas abandonó Texas pocas semanas después. Los texanos creyeron que la guerra había terminado y que habían ganado su independencia.

El Álamo
Pero Santa Anna no estaba dispuesto a darse por vencido tan fácilmente. El 16 de febrero de 1836, Santa Anna y Almonte cruzaron el Río Grande con una fuerza de más de 6,000 hombres. Le acompañaban también los generales José de Urrea y el mismo Cos que se había retirado semanas antes de San Antonio. El ayuntamiento de Béxar fue conquistado rápidamente por los mexicanos, pero quedó en la región una fortaleza en la que se habían hecho fuerte los norteamericanos, un antiguo monasterio llamado El Álamo. Los mexicanos sitiaron el fuerte, pero al mismo tiempo persiguieron a otras guerrillas independentistas en el este del estado.

[url=http://i2.wp.com/www.cienciahistorica.com/wp-content/uploads/2016/03/El-Álamo.jpg][Imagen: El-Álamo.jpg?zoom=2&resize=287%2C175]
El Álamo.
El 2 de marzo, un grupo de 60 independentistas liderado por Sam Huston, se reunió en Nueva Washington (Washington-on-the-Brazos), y declaró unilateralmente la independencia de Texas, con David G. Burnet como presidente interino y Houston en calidad de comandante en jefe. Cuatro días más tarde llegó la noticia de que El Álamo había caído, y que Santa Anna se dirigía hacia Nueva Washington su búsqueda de los rebeldes. Houston escapó con los aproximadamente 400 hombres que formaban su milicia. En su huída se le unirían 500 más, aunque algunos sin armas.  

La Siesta de San Jacinto
Unos 20 kilómetros al este del centro de la actual ciudad de Houston, corre el Río San Jacinto en su camino desde el norte hasta su desembocadura en la no muy lejana Bahía de Galveston. El rebelde Houston y su milicia llegó ahí el 20 de abril y Santa Anna unas horas más tarde. Houston había elegido una zona que conocía muy bien, pero era totalmente ajena a los mexicanos. Era una saliente meándrica del San Jacinto, bordeada por el norte por un bosque, donde se estableció Houston, y por el sur por una ciénega. En lugar de ocupar una posición más al sur para no tener el marjal a sus espaldas, Santa Anna, en contra del consejo de su Estado mayor, levantó su campamento en el centro de la saliente, a sólo 400 metros de los rebeldes. Esa misma tarde tuvieron lugar varias escaramuzas, pero los estadounidenses prefirieron no arriesgar una batalla abierta.

[Imagen: Mapa-de-San-Jacinto.jpg?zoom=2&resize=300%2C179]
Batalla de San Jacinto, Texas

Houston contaba ya con una fuerza de unos 900 hombres, milicianos en su mayoría sin entrenamiento, pero al menos la mitad se escondía en el bosque para no revelar a los mexicanos sus verdaderas cifras. Santa Anna llegó con 700 soldados profesionales, y por la mañana llegó el general Cos con 540 hombres más, aunque estos eran jóvenes reclutas sin mucha experiencia y llevaban marchando un día entero. Ahora bien, después de ver que los rebeldes no mostraron ninguna actividad durante la mañana, Santa Anna tomó una decisión que bien pudo ser la peor de su vida, y mira que tomó muchas. A mediodía, dio permiso a los hombres de Cos para que durmieran algo, y a los suyos para que se lavaran en el río.
Houston no podía creerlo, el enemigo, con un experimentado general al frente, bajaba la guardia. A las 16:00, ordenó el disparo de la primera salva de cañón, y enseguida sus tropas se lanzaron sobre los desprevenidos mexicanos, sólo unos cientos de metros frente a ellos. Los que no estaban dormidos estaban medio desnudos, y sin
[Imagen: Santa-Anna-se-rinde-ante-Houston-William...=624%2C358]

sus armas. Santa Anna y los demás oficiales intentaron reorganizar a sus tropas gritando órdenes a diestro y siniestro, sin que nadie les hiciera mucho caso. La masacre duró 20 minutos. Algunos de los que trataron de escapar por un lago hacia el este se encontraron con francotiradores rebeldes que hicieron su trabajo como si una atracción de feria se tratase. De los casi 1,300 soldados bajo el mando de Santa Anna, 650 murieron, 208 quedaron heridos y 300 fueron capturados. Las bajas rebeldes apenas llegaron a 11 muertos y 30 heridos. Santa Anna logró escapar y se escondió al lado de un pantano, pero fue capturado al día siguiente.
hecho prisionero y, bajo la presión de Houston y Austin, Santa Anna firmó el Tratado de Velasco, por el que se comprometía a retirar a todas las fuerzas mexicanas al sur del Río Grande, de facto, aunque no oficialmente, aceptando la independencia de Texas. Santa Anna también prometió, en secreto, convencer al Congreso Mexicano de aceptar dicha independencia, después de que los estadounidenses lo liberaran y lo pusieran en un barco a Veracruz.
Es curioso que el destacamento perdido por Santa Anna en la Batalla de San Jacinto no era lo último del ejército mexicano, aún quedaban más de 4,000 hombres con los generales Urrea y Filisola que sin duda hubiesen podido barrer con los independentistas, pero en el caos resultante de la derrota, y el miedo a otras rebeliones en territorios mexicanos en norteamérica, el gobierno pospuso una y otra vez la campaña para recuperar Texas, hasta que en 1843 las dos naciones firmaron un armisticio. Texas se había perdido, posiblemente para siempre, y todo por una siesta…

Big Grin Big Grin Big Grin 
LOS DIEZ MANDAMIENTOS DEL FRANCOTIRADOR ALEMÁN, SCHARFSCHÜTZEN


[Imagen: francotirador%2Baleman%2B6%2Bdivision%2B...2Bnord.png]
Scharfschützen de la Waffen-SS. Obra de Ramón Bujeiro para Osprey
       
Hace tiempo vimos el origen del término inglés Sniper pero hoy vamos a conocer una interesante lección de los scharfschützen alemanes.
         La figura del francotirador existía en el ejército alemán pero sin oficializar hasta 1942. Ya durante la Primera Guerra Mundial numerosos tiradores de elite sembraron el terror en las líneas aliadas durante la sucia guerra de trincheras.  Pero sería en mayo de 1943 cuando se comienza a regularizar el servicio de Scharfschützen como especialidad de la tropa.
Con la creación de un entrenamiento especializado tanto en el disparo como sobe todo en técnicas de camuflaje. Pero sería la creación de la Insignia de Francotirador, Scharfschützenabzeichen, cuando se puede decir que se oficializa esta especialidad además de crear un Esprit de corps. Sería el 20 de agosto 1944 cuando Adolf Hitler regula esta insignia solo para el Heer y las Waffen-SS posteriormente se abrirían a todas las unidades de la Wehrmacht...

La insignia de francotirador estaba formada por la cabeza de un Águila, como símbolo de cazador y ejemplo de su gran visión de lejos sobre fondo verde. El emblema se debería lucir en el brazo derecho, en la parte más alta de la manga. Aunque todos poseían la misma imagen se estableció tres niveles:
-        1º nivel por la muerte de 20 enemigos a distancia, solo la insignia.
-        2º nivel entre 20 y 40 víctimas mortales, cordón de plata.
-        3º nivel más de 60, cordón de oro.
[Imagen: Scharfsch%25C3%25BCtzenabzeichen%252Cins...2B1944.jpg]
Scharfschützenabzeichen  de 1º,2º y 3º grado. Metapedia

En este proceso de “profesionalización” del francotirador la Wehrmacht editó un decálogo sobre los aspectos básicos que debía cumplir un auténtico scharfschützen:
1º Luchar fanáticamente
2º Dispara con calma ya que los disparos rápidos no llevan a ningún lado, concéntrate en tu objetivo
3º Tu mayor enemigo es el francotirador enemigo, se más astuto que él.
4º Dispara una sola vez y cambia de posición sino serás descubierto.
5º La pala de trinchera alargará tu vida.
6º Practica la medición de la distancia.
7º Hazte un maestro del camuflaje y usa el terreno.
9º Nunca dejes tu rifle de francotirador.
10º Sobrevivir es diez veces camuflaje por solo una el disparo.
[Imagen: francotirador%2Bss%2Bbundesarchiv.png]



Francotirador Waffen-SS  postureando ante el fotógrafo, con un rifle de la Gran Guerra

modelo Gewehr 98 y mira moderna. Bundesarchiv.



Gracias a su gran actuación en el Frente Oriental, cuando eran capturados los soldados que portaban la insignia de francotiradores eran sometidos a duras torturas. El OKW (Oberkommando der Wehrmacht) a principios de 1945 adoptó el acuerdo que antes de ser capturado se podía arrancar la insignia para evitar una muerte cruel.
Para finalizar os invito a ver este video “Maestro del engaño y del camuflaje” filmado en 1944 sobre el entrenamiento de los francotiradores.





Big Grin Big Grin Big Grin
LA CABALLERÍA ALEMANA EN LA SGM

[Imagen: caballeria%2Balemana%2B1935.jpg]

            Esta magnífica foto que muestra una completa unión entre jinete y caballo fue tomada en septiembre de 1935.  En ella se muestra a dos soldados de la caballería alemana disparando de pie sobre la silla de montar durante las maniobras en el Hipódromo Karshorter , Berlín. ¿Cómo lograron que estos caballos no se inmutasen ante los tiros de sus jinetes? Ahora lo veremos.


           El Tratado de Versalles, que impuso a Alemania unas durísimas restricciones en  sus fuerzas armadas, fue muy benigno con la Caballería alemana. Del total de 100.000 efectivos de la Reichswehr que estaban autorizados para el Heer - ejército de tierra -, más del 15% pertenecían a la Caballería, organizada en tres Divisiones, con un total de 18 Regimientos de Caballería (Reiter Regimenter).  El porqué de esta decisión se debe a que se necesita mantener un servicio de remonta para el relevo de las monturas, un servicio veterinario, forrajes, establos, herrerías  además la instrucción de un soldado de caballería cuesta el doble que el de un infante por lo que esta concesión de los vencedores se puede considerar un regalo envenenado...

[Imagen: caballeria%2Bshow.jpg]
          Cada Regimiento estaba compuesto por:
                        - Mando.
                        - Sección de Transmisiones.
                        - Banda.
                        - 4 Escuadrones de línea, cada uno formado por 4 oficiales, 170 hombres y 200 caballos.
                        - 1 Escuadrón de depósito, para instrucción y reemplazos, formado por 4 oficiales, 110 hombres y 170 caballos.
                        - Sección de Armas, con cuatro ametralladoras MG 08-
                        - Además siete Regimientos tenían un quinto Escuadrón, formado por 4 oficiales, 150 hombres y 180 monturas.
            Con la llegada al poder de Adolf Hitler comenzaron una serie de cambios en el seno de la Caballería alemana tendentes a la modernización del armamento sustituyendo la carabina K98 por  el Gewehr 98 y las ametralladoras MG08 y 13 por las MG32. En 1935 se iniciaría la motorización de estas unidades entre ellas el 4º y 7º Regimientos de Caballería fueron transformados en Regimientos Panzer, y se crearon nuevos Regimientos llegando a los 30, gracias a la incorporación al Heer de las unidades montadas de la Policía estatal (Landespolizei).
            Tras esta breve introducción para conocer la organización de las unidades alemanas de caballería hasta 1935 vamos a conocer su sistema de entrenamiento de sus caballos. A principios de Siglo XX numerosas teorías psicológicas pulularon por todas las universidades europeas y norteamericanas pero sería  la investigación del psicólogo ruso Pávlov y su “Ley del reflejo condicional” una de las más exitosas.
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Caballería Wehrmacht, 1935

             Al igual que Pavlov con a sus perros la Wehrmacht entrenó a los caballos que se utilizarían en la futura guerra: acostumbrándolos  a explosiones fuertes y a los disparos de rifle, mediante la repetición de estos estímulos  una y otra vez, para cuando se enfrentan con ellos en el campo de batalla no se pusieran nerviosos y cayesen en el pánico. El término para este entrenamiento es  "a prueba de bomba". En el experimento de Pavlov, se toma un Estímulo Condicionado (EC) y asociándolo con un Estímulos Instintivo Incondicionado (EI), lo que provoca la Reacción incondicionada (RI) que ocurre cuando el perro se presenta con  el EC. En este caso, el EC es un disparo que en realidad es un EI que causaría pánico. Por lo que en el entrenamiento tuvieron que asociar el EC con un ambiente tranquilo o de tranquilidad para que la RI a un disparo de arma de fuego sea la calma en lugar de pánico.
            A si tras repetidas sesiones de entrenamiento lograron controlar el instinto animal ante los disparos por lo que el caballo se encontraba en una situación de calma ante el ruido propio de los campos de batalla.
[Imagen: paris.jpg]
Caballería Wehrmacht desfile triunfal en Paris, 1940

            El ejército alemán inicio la Segunda Guerra Mundial con 514.000 caballos, llegando a emplear en total, 2,75 millones de caballos y mulas; con un promedio de 1,1 millones en uso al mismo tiempo la mayor parte para tarea de suministro. Tras las reformas realizadas a finales de los años 30 la caballería tradicional quedó reducida a una sola brigada, aunque durante la invasión de Rusia se crearon nuevas unidades de caballería especialmente para la lucha partisana ascendiendo hasta seis divisiones de caballería y dos HQ cuerpo. Además las SS disponía de unidades paramilitares de caballos (23 regimientos de caballería en 1941) vinculadas a las antiguas unidades policiales y una división de las Waffen SS, SS-Kavallerie-Brigade. Todas las tropas de caballería regulares sirvieron en el frente oriental y los Balcanes y algunos batallones de cosacos sirvieron en el frente occidental. Pese a este  crecimiento durante la Operación Barbaroja su futuro estaba marcado por la imparable mecanización producida en la Segunda Guerra Mundial y  pese a la modernización tanto en el entrenamiento y su uso  el arma de caballería se vio reducida a un uso secundario para fines ceremoniales.

Fuente: “Entrenamiento de la caballería alemana en la SGM” Francisco García Campa – Bellumartis Historia Militar

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CUANDO LA ESVÁSTICA FUE UN SÍMBOLO DE BUENA SUERTE


[Imagen: esvastica-hockey.png]
         
          A lo largo de los tiempos, el ser humano ha tratado de expresar sus sentimientos y pensamientos para futuras generaciones mediante el uso de distintos símbolos. Uno de los más utilizados fue la suástica o más conocida como esvástica, conformada por una cruz cuyos brazos están doblados en ángulo recto que actualmente ha perdido su original significado debido a los horribles crímenes que realizaron los nazis portándola en sus uniformes.
         Si profundizamos en su origen etimológico, debemos acudir al sánscrito donde suastika (se escribe स्वस्तिक en alfabeto devanagari) se traduce como: feliz, con éxito, buena suerte, salud. Ya en el V milenio a.C. se data el primer hallazgo arqueológico decorado con una esvástica, un plato de cerámica decorada con figuras femeninas que forman una cruz gamada hallada en Samarra (Irák). Hay autores que dudan de que esta obra sea realmente una esvástica y retrotraen su aparición al siglo V a.C. cuando surge la escritura devanagari...

[Imagen: 1024px-Ancient_Roman_Mosaics_Villa_Roman...encia).JPG]
Villa romana de la Olmeda, Palencia.
Wikicommons
         Sea cual sea su origen se difundió rápidamente por Asia y Europa  llegando a Ámerica, convirtiéndolo en un símbolo universal de buena suerte para distintas culturas y religiones. Su forma recordaba el movimiento del Sol por el cielo lo que para las sociedades agrícolas era la base de su porvenir y por tanto se convirtió rápidamente en un deseo de larga vida y salud.
         Se encuentran esvásticas desde Japón hasta Roma pasando por la India e incluso en la cultura hebrea, una sinagoga de Engedi (Israel) tenía su suelo decorado con esvásticas, aunque Hitler y sus amigos pensasen que era símbolo exclusivo de la raza aria. Tras siglos de uso, tras el fin de la Edad Media dejó de emplearse de forma oficial por la iglesia y las monarquías  relejando su uso a la cultura popular, por ejemplo en la arquitectura tradicional del norte de España.
[Imagen: medalla%2Bal%2Bmerito-de-los-boy-scouts.jpg]
Medalla al merito Boys Scout

         Pero sería en los inicios del siglo XX cuando su uso renació, abandonando el mundo rural para convertirse en un símbolo de modernidad y de buena suerte. Entre los primeros impulsores de su empleo destaco Rudyard Kipling que lo uso en la portada de todos sus libros entre ellos su “Libro de la Selva”, quien se imaginaría a Mowgli al lado de una esvástica. O a los pacíficos boy Scouts vendiendo sus galletas de puerta en puerta luciendo una esvastica junto a la flor de liz en la medalla al Mérito diseñada, en 1922, por Robert Baden-Powell, siendo en 1935 eliminada por ser utilizada por los nazis alemanes.
[Imagen: esvastica_avion-stevenheller_nocredit.jpg]
Avión EEUU Primera Guerra Mundial

         También fue empleada por ejércitos en sus aeronaves  durante la Primera Guerra Mundial entre ellas un escuadrón del US Army pero sería la Fuerza Aérea Finlandesa la que la convirtiese en su emblema oficial. La razón de su uso por el ejército fines no tiene nada que ver por simpatía por la Alemania nazi, como muchos pensaron tras su alianza en la Segunda Guerra Mundial, sino por una esvástica azul empleada por el conde sueco Erich von Rosen que durante la Guerra Civil Finlandesa donó el primer avión al Ejército Blanco Finlandés durante la guerra contra los soviéticos. Los soldados alemanes creían que si llevaban la esvastica al cuello les salvaría de la muerte por lo que muchos de ellos comenzaron a regalársela a sus seres queridos antes de partir hacia el frente. 
       
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45º Division  Infanteria US Army

  También el ejército norteamericano lo empleó como emblema de la 45º División de Infantería en 1930, con los colores amarillos y rojos, dado que al  constituirse en Nuevo México, era un homenaje a España  y se optó por  la esvástica ya que era un símbolo empleado por  los nativos americanos del suroeste de los EEUU. Incluso la URSS lo uso de forma habitual en los primeros años de la Revolución, tanto en el pasaporte de los miembros del Ejército Rojo, en una medalla  como en billetes. 
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Medallas Union Sovietica con hoz y martillo junto a esvástica

         Numerosas sociedades deportivas, asociaciones culturales y marcas comerciales la emplearon de forma habitual en los felices años veinte para anunciar desde un wiskhy a la famosa Coca-Cola. Aunque parezca imposible la chispa de la vida hizo una campaña de publicidad en EEUU en la que regalaba un colgante con forma de cruz gamada que incluía un descuento de 5 céntimos. Si sois de los de cervezas no os preocupéis hasta Carlberg la empleo en sus botellas. Entre los numerosos  equipos deportivos que emplearon la emplearon destacó uno de hochey sobre hielo en Canadá.
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Mitin PNV en Guipúzcua
         Y en nuestra amada España, el mayor usuario de la esvástica fue el nacionalismo vasco que la convirtió en uno de sus emblemas oficiales durante los años veinte y principios de los treinta además fue utilizado por numerosas empresas vascas para remarcar su claro origen vasco.
         Como no podía ser menos Hitler se apuntó a la moda de la esvástica como la fashion victim Clara Blow que lució en 1920 un modelito nada llamativo. La mayor parte de los historiadores vinculan el uso de la esvástica por el partido nazi a la clara influencia que tuvo la Sociedad Thule en los primeros años de este partido. Ya que la Thule-Gesellschaft, originalmente denominado como Grupo de Estudio de la Antigüedad Alemana era una agrupación ocultista y racista bávara creada por Rudolf von Sebottendorff, importante mecenas del Partido Obrero Alemán (DAP) que tras la incoporación de Hitler se convirtió en el NSDAP. 
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Clara Blow en 1920

         Por desgracia para este milenario símbolo, jamás recuperará su verdadero significado dado que se asociará para siempre al nazismo y a sus execrables crímenes contra la humanidad.
 
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Sociedad Thule de donde se inspiro especialmente Hitler

Big Grin Big Grin Big Grin
Amigos, revolviendo en internet, encontre esta historia de heroismo extremo que me ha emocionado. Se trata de la ultima carga de caballeria del Ejercito Italiano acontecida durante la Segunda Guerra Mundial.

Heroicos Jinetes Italianos

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El 3er. Regimiento Saboya de Caballería en plena carga


Emocionante historia de la Segunda Guerra Mundial que tuvo como protagonistas a heroicos jinetes italianos que se batieron a duelo con dos batallones rusos, hasta vencerlos, estos últimos armados con fusiles automáticos y ametralladoras, mientras que los italianos lucharon montados a caballo y armados con sables.


"Saboya de Caballería, ¡a la carga!"
El protagonista de la última carga de la caballería italiana es el regimiento 'Saboya de Caballeria", y este glorioso episodio tiene como teatro la estepa rusa, el 24 de agosto de 1942, en las cercanías de Isbucensky. pueblo ucraniano de la cuenca del Don. La "Enciclopedia Británica" recuerda el episodio con líneas breves, pero muy eficaces:

"Fuerzas en campaña, el regimiento italiano 'Saboya de Caballería', (Coronel Bettoni) y dos batallones soviéticos. Durante la primera ofensiva soviética sobre el Don, en verano de 1942, el 'Saboya de Caballería', llegado en la tarde del 23 de agosto a los declives de una colina en la cercanía de Isbucensky, fue hostigado por poderosas fuerzas adversarias. Con furiosas cargas a caballo, en los primeros horas del 24 los italianos cayeron sobre dos batallones soviéticos y los arrollaron".


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Escudo fundacional del regimiento en 1692


Al alba de aquel día, el coronel Alessandro Bettoni dio orden de sacar de la funda el estandarte del regimiento, y dijo al corneta que se preparara a tocar carga. En todo el entorno, en la llanura, se distinguían los fuegos de la acampada rusa: las líneas enemigas que Bettoni había decidido atacar. El asalto fue realizado primero con las armas automáticas y el apoyo de la artillería del grupo, y luego con la intervención del II Escuadrón a caballo. Al legendario grito de "¡Cargad!" respondieron los sables desenvainados. Como en un ejercicio en la plaza de armas, el escuadrón se alejó al paso, se puso al trote y se lanzó contra el enemigo. Parecía que resonaban los célebres versos de Alfred Tennyson sobre la carga de Balaclava; "Férrea avalancha ardiente — impávida cohorte — desafían los seiscientos — el valle de la muerte..."

El segundo escuadrón cayó sobre el flanco izquierdo de los soviéticos, que no se esperaban un gesto tan audaz.



El segundo escuadrón cayó sobre el flanco izquierdo de los soviéticos, que no se esperaban un gesto tan audaz.


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Reviven las gestas épicas de los tiempos de oro de la caballería

"Estábamos ya sobre los rusos —contará un protagonista de aquella épica carga—, ellos se arrojaban contra nosotros, unos tratando de herirnos, otros alzando los brazos en señal de rendición, oíros corriendo a ciegas en la ilusión de librarse del choque de los caballos". Pasado el asalto, los soviéticos reanudaron el fuego contra los jinetes, que regresaron arrojando bombas de mano. Le tocó al III Escuadrón realizar una nueva carga. Sorprendido una vez más, el enemigo terminó por desbandarse, dejando en manos de los italianos algunos centenares de prisioneros.

Por resultar como fuera de la época y casi un poco anacronistica, la jornada de Isbucensky merece ser recordada entre las más significativas escritas por el ejército italiano en el curso de la segunda guerra mundial. Aquel día, el "Saboya de Caballería" estaba sin contactos y aislado por más de cincuenta kilómetros a derecha e izquierda, sin ninguna posibilidad de pedir refuerzos en caso de ataque. No fue, pues, una carga suicida la que ordenó el coronel Bettoni, sino la única posibilidad que tenían los jinetes de no ser arrollados. En el curso de una noche de tinieblas, los rusos habían atravesado el recodo del Don llevando ametralladoras y cañones ligeros, y preparándose evidentemente a una acción de cerco que habría permitido destruir el "Saboya" y abrir un hueco anchísimo en el despliegue sobre el Don. Las patrullas de exploración, volviendo al mando, señalaron que al menos cuatro mil rusos estaban desplegados en los asolados campos de girasoles de Isbucensky, preparados para el ataque. Era de noche, y Bettoni no podía moverse en la oscuridad con sus escuadrones.

Ordenó que las Tropas formaran el cuadro, como se había hecho en 1459 en Villafranca, con los caballos, el mando y el estandarte en el centro, y decidió atacar al alba antes de ser atacado. No tenía órdenes de nadie, estaba completamente aislado en la estepa, y decidió obrar como hubiera obrado un coronel del Risorgimento italiano. Dio las órdenes para la maniobra de ataque. Primero iría a la carga, con una conversión a la derecha, el segundo escuadrón del capitán De Leone. Poco después, apuntando al centro, el cuarto escuadrón de Alberto Lilia Modígnani, con el teniente Ragazzi y el teniente Abba, vencedor de una Olimpiada. Y entonces, en el mismo momento, el tercer escuadrón, con el mando.


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El coronel Bettoni en el centro de la imagen. A su derecha, el teniente Genzardi


Al alba, Bettoni se hizo dar por el asistente un par de guantes blancos nuevos, se colocó el monóculo en el ojo y con el más seguro de sus volteos, saltó al caballo y ordenó la carga. El primer destacamento que fue a galopar contra las ametralladoras y los cañones ligeros enemigos tuvo el setenta por ciento de hombres y caballos fuera de combate entre muertos y heridos. Pero la enérgica irrupción de las tres cargas sucesivas fue tal que los rusos se convencieron evidentemente de tener enfrente no sólo un regimiento, sino por lo menos dos o tres, y las tropas que habían atravesado el Don (su meta era Rostov), a la que tuvieron que renunciar, retrasando la acción hasta varios meses. Más tarde volvieron a pasar desordenadamente el río.


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Restos del 2º escuadrón reagrupándose. Los caballos vacíos dan una idea clara de la crudeza del combate


Los rusos, derrotados, se retiran
La caballería había escrito su última página de gloria en el estilo de la antigüedad. Muchos de los oficiales más valerosos habían caído muertos entre los girasoles con sus fieles caballos. Pero el "Saboya" había vencido. He aquí la evocación de aquella extraordinaria jornada por un oficial del II Escuadrón de caballería; "Durante la noche del 23 —escribe el capitán Leone—, el enemigo trae nuevas fuerzas, y al alba del 24 desencadena otro ataque y se apodera de Tsclieholareivski, extendiendo sus vanguardias hasta Koiovoski. Es todavía de noche cuando una patrulla del primer escuadrón sale en dirección de isbucensky. Apenas ha recorrido ochocientos metros cuando un violentísimo fuego de armas automáticas y de morteros se abate sobre ella y sobre el regimiento. '¡Alarma!'. En un momento nos damos cuenta de la peligrosa situación. El teniente coronel Cacciandra y el capitán Aragona, que habían subido al techo del camión para observar, son heridos uno en la pierna, otro en la rodilla. El capote del coronel es incluso atravesado por una bala mientras alrededor estallan granadas, envolviendo todo en una densa nube de polvo acre. Los proyectiles silban de todas partes".

"Una orden rápida corre por el cuadro: '¡Segundo escuadrón! ¡A caballo! En un prodigio de ligereza, el escuadrón está en seguida preparado, mientras el capitán leone recibe las órdenes del comándame Conforti: 'Atacar con decisión el Flanco izquierdo de la línea enemiga'. En la claridad del alba, la línea se distingue netamente por las llamaradas de sus ametralladoras. En pocos segundos, el escuadrón galopa fuera del cuadro y se dirige con amplia conversión hacia el ala izquierda del enemigo. Compacto, alineado, con secciones mutuamente sostenidas: la sección de ametralladoras del subteniente Bruni ha salido también con el escuadrón. Entre tanto, las balas hostigan al enemigo disparando a cero.

Durante el breve trayecto del avance, el capitán De Leone da a grandes voces las órdenes y excita los ánimos. El enemigo está desplegado en dos líneas. A breve distancia se entrevé la segunda. '¡Sable..., mano..., cargad!'. Es el grito que cubre el estruendo de la batalla, los disparos, las ráfagas de ametralladora. El enemigo, muy superior en número y medios y atrincherado en el terreno, queda estupefacto por la osadía. El fuego frena, disminuye. '¡Saboyaa!'.


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Uno de los escuadrones del regimiento carga contra las líneas enemigas


El coronel Alessandro Bettoni Carrago, (de frente) Jefe del regimiento. Betoni era un jinete de fama internacional, protagonista de las mayores competiciones hípicas.

El caballo del capitán De Leone, el apreciado y valiente 'Ziguni', cae herido por una ráfaga. Su asistente se detiene para cederle el suyo, pero, al desmontar, el animal escapa. El escuadrón tiene un segundo de vacilación, pero el comandante Manusardi, dominando todo con su voz, acude a recoger en sus sólidas manos el espíritu mismo de! escuadrón para descargarlo sobre el enemigo. Es el encuentro. '¡Saboya!'. Los sables caen furibundos sobre los infames enemigos, los cascos de los caballos pisotean ametralladoras, cintas y cajas: los hombres y las bombas de mano alcanzan a los enemigos que se refugian en las depresiones. Algunos jinetes privados de montura están en tierra y se baten como leones haciendo prisioneros. El capitán y su asistente quedaron solos pie a tierra entre las dos líneas enemigas van a ser capturados, pero se defienden con un fusil. Al oficial, que dice.- '¡Primero gastaremos todas las municiones y luego nos mataremos antes de caer prisioneros! le contesta el asistente: 'Haremos lo que usted ordene, mi capitán'. Pero he aquí que el escuadrón se ha reorganizado y, con un estruendo de huracán, sables al viento y 'Saboya' en la garganta, se precipita en una segunda carga de frente dirigida contra la primera línea enemiga.

También ésta, tras un breve y violento fuego de reacción, se desbanda. Muchos levantan las manos, otros son muertos. Bastantes jinetes están en tierra por haber muerto su cabalgadura. La masa del escuadrón está reducida a la mitad. Algún caballo, aterrado, gira en lomo herido y manando sangre, relinchando de dolor. Se dan los nombres de algunos compañeros que se han visto caer muertos, fulminados a quemarropa. Los oficiales, el teniente Donadelli, los subtenientes Gotta, Bonavera y Bruci, están allí; sus caballas yacen por el suelo, heridos de muerte. El viejo y valiente blanco 'Palú', el caballo de Massimo Gotta, conocido y querida en lodo el regimiento, ha caído en un baño de sangre. Ha galopado hasta el final. En pocos minutos que parecieron una eternidad han sucedido episodios sueltos de inmenso valor frente al estandarte y a todo el regimiento, en un terreno de anfiteatro como en una coreografía. El cabo Valsecchl, al ver caer herido a un suboficial, con el caballo muerto, en medio de los enemigos, bajo de la silla, hace montar al suboficial y luego, peleando solo, consigue volver a las líneas del regimiento con varios prisioneros". El informe prosigue; "El cabo Dirti, con su caballo caído sobre una posición enemiga y encontrándose con una pierna bajo su peso, desarmado, logró atemorizar a tres soldados enemigos hasta obligarles a liberarlo, después de lo cual los hizo prisioneros. Un detalle conmovedor: entre las tropas enemigas han sido encontradas también mujeres de uniforme, quizá enfermeras o médicos. Una de éstas, capturada por el cabo primero Alessandri había recibido un sablazo que le había cortado el hombro y el seno. El cabo primero tenía consigo a un jinete, uno de los nuestros, gravemente herido. La mujer quiso curarlo, pero el Jinete murió en sus brazos. Poco después, la rusa cerró también sus ojos para siempre... Después de la segunda carga efectuada por el segundo escuadrón, los rusos parecen completamente desbandados y no consiguen disparar ni un solo tiro más. El capitán Abba da orden a su propio escuadrón de echar pie a tierra, después de la cual se dirige adelante para rastrillar el terreno, pero algunas ametralladoras rusos abren fuego sobre él. Abba avanza entonces a la cabeza de su unidad, con el fusil ametrallador al brazo, sembrando la muerte en las filas enemigas.


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El estandarte del regimiento "Saboya de Caballería", protagonista de lo jornada del 24 de agosto de 1942


El coronel Bettoni vista la nueva reacción enemiga, ordena al capitán Marchio que cargue con su tercer escuadrón mientras el primero, a las órdenes del capitán Aragona que está ya a pie se despliega sobre un ala neutralizando con sus armas el fuego enemigo. El tercer escuadrón parte como un bólido, las secciones en tropel, en columna, en dirección casi frontal. El comandante Litta ha visto partir sucesivamente sus escuadrones, y ha asistido tenso al inaudito espectáculo de la carga del segundo. No puede más. Se lanza en la silla a galope tendido y se retine con el tercero. Su asistente, su ayudante mayor, el subteniente Ragazzi y su suboficial de la plana mayor se le unen. Tiene lugar una breve discusión, pues el comandante ordena a los otros regresar, mientras que Ragazzi responde a grandes voces que le seguirá...". Y después: "El choque del tercer escuadrón es tremendo y sangriento. El capitán Abba que está combatiendo a pie ante tan gran espectáculo, saca la cámara fotográfica y se incorpora de rodillas para fotografiar, pero una ráfaga le alcanza en la frente y lo derriba. En ese mismo momento, el comandante Gotta cae sobre una ametralladora enemiga dando sablazos, como un gran señor de vieja estirpe, en pleno galope. A su lado caen igualmente el subteniente Ragazzi, el asistente y el suboficial. El capitán Marchio está gravemente herido en ambos brazos (más tarde le será amputado el brazo derecho). El sargento mayor Fantini es fulminado mientras daba sablazos, el subteniente Bussolera es herido en la ingle, muchos jinetes caen de bruces sable en mano sobre las humeantes ametralladoras conquistadas. El enemigo está ya totalmente aniquilado, aunque a altísimo precio. Dentro de poco, más atrás, en las retaguardias de todas las líneas, entre la infantería atónita, correrá la gran noticia... Ahora se reorganizan las filas en una conmovedora exaltación de ánimo. El número de prisioneros rusos ha subido a trescientos: los muertos son más de un centenar. Material capturado: todo el armamento de tres batallones con numerosos fusiles automáticos, ametralladoras y morteros pesados y ligeros. Un botín notable.

Las pérdidas han sido de tres oficiales y treinta y seis entre suboficiales y soldados. Han sido heridos cuatro oficiales, setenta entre suboficiales y tropa, con ciento setenta caballos puestos fuera de combate.

Terminada la batalla, el coronel Bettoni ordena de nuevo: '¡A caballo!', y los jinetes aún indemnes caracolean triunfalmente con los sables rendidos para prestar homenaje a todos los caídos en el terreno de la victoria. Entre los heridos hay un jinete que vuelve echado sobre su caballo que cojea, herido. El jinete tiene el vientre desgarrado. Al llegar al mando del regimiento es descendido y colocado sobre el suelo. Con un hilo de voz, el moribundo pide a su coronel que le acerque el estandarte para poderlo besar. Poco después, mientras los labios exangües se posan sobre la bandera, resuenan en el aire tres toques de corneta que ordenan firmes. Una patrulla desmontada de la caballería alemana está presente en la escena y también rinde honores. Su comandante dice: 'Nuestra caballería ya no sabe hacer estas cosas. Fue magnífico'".

Se concede a Abba y Litta la medalla de oro a titulo póstumo, mientras que la misma noche, después de la batalla, el general Messe imponía sobre el terreno cincuenta y cuatro medallas de plata.


Fuente:
http://www.imageunload.com/
http://taringa.net
http://exordio.com
http://www.proverbiememoria.ch/
http://amodelcastillo.blogspot.com.es/








Aqui la pelicula, lamentablemente esta en italiano.








Rescatando al sargento Villegas

Jorge Fernández Díaz


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E
l 14 de junio de 1982 se perdió una guerra, pero no el coraje ni los ideales ni el honor. El escritor argentino Jorge Fernández Díaz, autor de El puñal (Destino), relata en este texto publicado en La Nación en 2009 la historia de dos veteranos de la guerra de las MalvinasManuel Villegas y Esteban Tríes.

Los aviones ingleses bombardeaban a toda hora o pasaban a baja altura y ametrallaban las posiciones. Los combates cuerpo a cuerpo se habían desatado a pocos kilómetros del vivac y llegaban noticias de que las refriegas eran sangrientas en San Carlos y en Darwin. Todos los días había “alerta roja”, explotaban los misiles tierra-aire y la lluvia constante inundaba los pozos de zorro y los obligaba a levantar chozas con palos y chapas enmascaradas con pasto. Así y todo, hasta al horror de la guerra se acostumbra el hombre: la Compañía “A” dejó al soldado Esteban Tríes de cuartelero y marchó alegremente a bañarse. Tríes recorría el campamento vacío cuando de repente escuchó que alguien tiraba de la corredera de una 9 milímetros reglamentaria. Dentro de un pozo de zorro un compañero tenía apoyado el cañón de su pistola en la sien.

Tríes había cumplido el servicio militar obligatorio en esa compañía del Regimiento de Infantería Mecanizado 3 de la Tablada: antiguamente sus oficiales y suboficiales llevaban una pechera amarilla, es por eso que algunos todavía lo llamaban con orgullo “El 3 de Oro”. Y cuando Tríes ya estaba trabajando afuera y estudiando ingeniería, había recibido el 8 de abril de 1982 en su casa de Villa Ballester un aviso de reincorporación. Un negrazo valiente que vivía en González Catán y que había instruido a Tríes lo quería a su lado en la guerra: el sargento Manuel Villegas, conocido por su extrema dureza y a la vez por su extraña sensibilidad de hombre bueno.

Sesenta días después, Tríes ya no era un simple conscripto intentando disuadir a un soldado de que no se volara la tapa de los sesos. Era un guerrero de Villegas con la responsabilidad de que no se perdiera ni un hombre ni una bala. Estuvo una hora entera tratando de que el soldado superara la depresión, creyera que saldrían vivos de aquella guerra, soltara la pistola y abandonara el pozo de zorro. Al final lo logró, y cuando Villegas regresó con el resto de la compañía no se dio cuenta de lo que había ocurrido. El soldado que había querido suicidarse en Malvinas entró luego en combate y fue herido, pero regresó entero a su casa.Y Tríes calló aquel pequeño pero grave incidente a pesar de que le debía lealtad total a su jefe, a quien había insultado por lo bajo durante la instrucción a raíz del rigor y fiereza con que Villegas los preparaba para la lucha. Pero con quien luego estableció una relación de respeto y cariño, y con el tiempo de amistad profunda. Villegas era duro pero jamás cruel ni arbitrario. Un líder nato seguido por una soldadesca capaz de acompañarlo hasta el mismísimo infierno. La Compañía “A” acampaba en medio de la nada, a varios kilómetros de Puerto Argentino. Nevisca, frío, hambre y tristeza. Y las detonaciones de las baterías enemigas cada vez más cerca.

Villegas se parecía a aquellos sargentos de los westerns de John Ford: hombres con más corazón que odio. Su debilidad era otro soldado débil a quien todos llamaban Lupin, un huérfano total apellidado Serrezuela, que desde los siete años había vivido en el campo sin familia y sin destino, y a quien nadie jamás le había enviado una carta. A Villegas le daba lástima esa carencia. Así que le ordenó a un conscripto del grupo que le pidiera a su novia un favor: debía buscar a una amiga para que ésta escribiera de su puño letra una misiva dirigida a Lupin. Cuando se hacían los corros para recibir la correspondencia, Lupin se quedaba atrás descansando o cumpliendo tareas. Sabía que en ese rito deseado no había nada para él. Pero un día el encargado del correo voceó por primera vez su apellido: ¡Serrezuela! Y entoncesVillegas vio que Lupin ni siquiera se mosqueaba. Como si no lo hubiera oído. ¡Serrezuela!, repitieron varias veces. Y nada. Lupin miraba distraídamente el horizonte Villegas lo enfrentó: Che, boludo, ¿usted no es Serrezuela?
Lupin pareció regresar del más allá: Sí, pero yo no recibo cartas, mi sargento. Debe ser un Serrezuela de otra compañía. Villegas tomó el sobre y se lo entregó. La cara de Lupin se transformó como si hubiera descubierto un tesoro. Abrió lenta y cuidadosamente el sobre, leyó esas pocas líneas dirigidas a él y a nadie más, y después arrugó la carta contra el pecho y caminó mirando al cielo: Gracias, Dios mío, gracias, gracias. Eso no impidió que el sargento lo castigara con dureza por maltratar a su fusil, un pecado mortal en tiempos de batalla.

El fusil es como la novia, soldado: se lo cuida, se lo mima y se lo lleva siempre consigo. No hacerlo equivale a poner en peligro a todos. Y Serrezuela no lo limpiaba y se lo olvidaba en cualquier rincón. Villegas no tenía forma de saber que Serrezuela le salvaría la vida cuando le impuso una tarea extenuante: vaciar de agua aquellos pozos de zorro durante todos los días de la semana. Una noche Lupin se acercó a la tienda de su jefe y pidió cruzar unas palabras con el sargento. Villegas salió al frío de mala gana, y entonces Serrezuela le dijo, en voz muy baja: Máteme, mi sargento, yo no sirvo para esto, soy un estorbo. Pégueme un tiro; acá nadie se va a enterar que fue usted y nadie me va a extrañar. Villegas le pegó un abrazo de oso y le soltó: Pedazo de hijo de puta, no digas eso. Se lo dijo con los dientes apretados y conteniendo las lágrimas.

No le gustaba a Villegas mostrar los sentimientos. Ni las flaquezas. A nadie había contado que cuando eran atacados el 1º de mayo por las ráfagas inglesas el sargento más bravo había empezado a temblar como una hoja. Por suerte, su tropa no lo había visto en esos renuncios, pero a partir de esa vergüenza íntima el sargento cargaba su propio calvario. Le rezaba todas las noches a Dios para que le diera temple en el combate y para que pudiera llevarse de este mundo a cuatro o cinco enemigos antes de morir. No rezaba para salvarse. Rezaba para irse al otro barrio con los honores que siempre había soñado.

A las dos de la madrugada del 14 de junio, el regimiento recibió la orden de cargar armamento y municiones y avanzar sobre el cerro Tumbledown, vadeando el arroyo de Moody Brook. Se combatía en todas partes, y ese riacho no era muy ancho pero resultaba profundo y traicionero. Había luna llena y el cielo estaba plagado de rumores, bengalas, luces de misiles y toda clase de fuegos artificiales cuando Villegas y sus hombres se metieron en el agua y cruzaron dificultosamente con los fusiles en alto. Llegaron con frío y sin fuerzas a la otra orilla, pero escucharon la orden: ¡A lo gaucho, carrera march! ¡Viva la Patria, carajo!

Y se pusieron de pie y empezaron a escalar el monte lleno de rocas. Villegas, contra lo aconsejable, iba delante de todos trepando por esa ladera escarpada, cuando desde arriba los haces de luz de dos fusiles M16 con mira infrarroja le resbalaron por el cuerpo. Saltó en un segundo hacia el costado y evitó un proyectil, pero el segundo le entró por el abdomen y le estalló en el hueso de la cadera.
Villegas se tomó la panza y vio que le salía sangre a borbotones y que comenzaba a arderle como si le hubieran arrojado encima dos paladas de brasas de carbón. Tiren—les gritó a sus soldados—. Tiren que están escondidos detrás de esas rocas.

Tríes no podía disparar sin correr el riesgo de balear a su propio sargento. Apártese, que le voy a pegar, le gritó entre las piedras. Tire igual que yo ya estoy listo. Como Tríes y Serrezuela no le hacían caso, Villegas se estiró para agarrar el fusil y entonces el francotirador le atravesó una mano de otro balazo.
El inglés podía eliminarlo, pero prefería dejarlo fuera de combate. No tanto quizás por razones humanitarias sino por cuestiones estrictamente operativas: el manual indica que un herido ocupa a dos o tres soldados, y que hace más daño eso que matar lisa y llanamente a un enemigo.

Tríes le dijo a Serrezuela: Vamos a buscarlo. El sargento se empezó a sacar el correaje y le gritó: Tríes, quedate porque te va a matar. Tríes y Serrezuela se miraron en la oscuridad. Luego se incorporaron, arrojaron ostensiblemente los fusiles al suelo y levantaron las manos. Subieron en esa posición audaz quince metros hasta su jefe, lo tomaron de los brazos y lo bajaron hasta el lugar donde se habían parapetado. El inglés que los tenía en la mira dejó que hicieran todo eso sin apretar el gatillo.

Villegas pedía desesperadamente agua. Tríes le dio una botellita de whisky y le llenó la boca con trozos de nieve. Había que retroceder ya mismo. Tríes —lo llamó Villegas—. No creas que me pongo en héroe, pero quiero que le avises a mi familia que me quedo acá. Contales de la forma que les duela lo menos posible, ¿sabés? A mí mujer decile que lamento no haberme casado con ella y a mi nena de tres años decile que, decile. En ese momento se fue en llanto. Pero se contuvo. Lo agarró a Tríes de la solapa y le dijo, en un hilo de voz: Meteme un tiro. Son ocho kilómetros hasta el pueblo. Yo ya estoy listo. Meteme un tiro, no me dejés sufriendo.

El soldado parpadeaba, anonadado por la orden. De pronto se rehízo y le dijo: De ninguna manera, usted me debe un asado. Y entonces Lupin y Tríes agarraron al sargento, que pegaba alaridos de bronca y se resistía, le hicieron sillita de oro y lo pasaron por un pequeño puente sin que ningún inglés les disparara, mientras el combate seguía atrás y se tornaba cada vez más virulento. La marcha de esos dos soldados llevando al sargento herido en la noche de luna llena fue penosa. Caminaron y caminaron, y Villegas perdió sangre y conciencia, y al final lograron encontrar una ambulancia. Subieron los tres y el chofer trató de llevarlos hasta el hospital de campaña, pero había demasiado hielo, resbalaron y volcaron en una cuneta. Salieron como pudieron de entre los hierros y siguieron adelante.

Llegaron con el último aliento a ese hospital lleno de amputados y heridos, y le entregaron el cuerpo maltrecho de Villegas a los cirujanos. El sargento escuchó a uno de ellos que decía: Le queda poco. Villegas alcanzó a decirles que no lo amputaran, que lo durmieran para siempre. Al despertarse, varias horas después, vio a varios ingleses con fusiles en la mano. No entiendo nada, susurró. Un enfermero le respondió: No te preocupes, ya se arregló todo. Villegas seguía sin comprender. Nos rendimos, macho —le aclararon—. Nos rendimos.
Y Villegas se echó a llorar.

Tríes y Serrezuela ayudaron a los heridos y se acoplaron a otras tropas. Tríes recuerda que iban corriendo por Puerto Argentino y que las casas explotaban a su lado. También que algunos soldados comentaban los maltratos y las defecciones y cobardías de ciertos jefes. Regresaron a casa en el Camberra y se separaron para siempre en El Palomar. Eran fruto de una causa amada y luego aborrecida, venían derrotados y su karma era la marginalidad y el olvido.

El sargento regresó en un buque hospital. Tríes hizo lo que los superiores de su sargento no hicieron: lo visitó en el hospital de Campo de Mayo, donde Villegas estuvo un año y medio internado. Pero lo vio tan amargado y tan mal, que no quiso volver. Tampoco quiso hablar de Malvinas. Estuvo veinte años vendiendo autos, haciendo negocios en el nefasto sube y baja económico del país y eludiendo prolijamente las anécdotas del pasado. Un día hizo un clic y lloró por primera vez, y comenzó a contactarse con los veteranos y a buscar a Villegas, a quien después de la kinesiología y de años y años de asistencia psiquiátrica, le decretaron un 45% de incapacidad y lo borraron de la carrera. El viejo sargento estaba resentido con el ejército: se fue a trabajar de chofer de colectivos y de remisero. Tuvo hijos y nietos. Y ya de grande quiso reencontrarse con Tríes. Lo buscó por Castelar y finalmente lo encontró. Poco después los sacaron a los dos por la radio y hablaron por primera vez de lo que habían vivido en el cerro Tumbledown, en el arroyo de Moody Brook y luego en aquel monte siniestro donde los francotiradores ingleses estuvieron a punto de borrarlos del mapa.

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Desde ese cruce se hicieron íntimos amigos. Asistieron juntos a escuelas a dar charlas, ayudaron a los veteranos más desvalidos, presentaron a sus familias, y comieron muchos asados.
Hay un afecto especial entre ellos. Esa clase de sentimiento entre hermanos que florece solamente en la trinchera y en la solidaridad del dolor.
Un día, sin embargo, Villegas le dijo a Tríes que tenía una asignatura pendiente: encontrar a Serrezuela y explicarle por qué lo había castigado tan duramente en aquellas vísperas. Le debía esa explicación además de deberle la vida. Lo rastrearon a Lupin por toda la provincia de Buenos Aires, y sólo tuvieron una pista firme en el velatorio de un ex soldado. Tenemos a un Serrezuela en Olivos —les dijo un veterano—. Pero apúrense porque tiene cáncer de pulmón y se está muriendo.

Hacía quince días que no se levantaba de la cama ni se afeitaba. Tríes le avisó a su esposa que él y Villegas lo visitarían esa tarde. La cita era a las dos, y Lupin hizo un terrible esfuerzo para levantarse, bañarse y pegarse una afeitada. Estuvo sentado en una silla esperándolos a los dos, que se atrasaron y recién pudieron llegar a las cuatro de la tarde. Les caían las lágrimas a los tres. Lupin lo llamaba “mi sargento”, a pesar de que Villegas ya no tenía cargos ni ganas de tenerlos. Usted va a ser siempre mi sargento—le dijo aquel huérfano congénito—. Usted ha sido mi papá. Villegas tragó saliva y le respondió: Yo vengo a pedirte disculpas, Lupin, y a explicarte por qué te castigué aquella vez. No hacía ninguna falta, pero se quedaron hablando horas y horas de aquellos tiempos en los que fueron gloriosamente vencidos.

El viernes de la semana siguiente repitieron la visita, pero esa vez Lupin no pudo levantarse de la cama. Esta noche me voy, les dijo, y lo mandaron afectuosamente a la mierda. Al día siguiente, cuando Villegas cruzaba un peaje, sonó su celular.
Era la mujer de Serrezuela: su esposo acababa de morir. Dio la vuelta, llamó a Tríes y llegaron cuando el cadáver todavía estaba tibio. En el velorio, los veteranos de la zona pedían hablar con Villegas y abrazarlo como si fuera el sargento Cabral.
Lupin les había hablado durante veinte años de aquel héroe personal que los había guiado durante sesenta días de sangre y fuego.

Muchos años después Acaban filmaron un documental con las odiseas calladas de este puñado de hombres. Su título es significativo: “14 de junio: lo que nunca se perdió”.
En noviembre la esposa de Villegas lo llamó a Tríes para decirle que el viejo sargento había sufrido un golpe de presión y que no podía hablar bien. El viejo soldado sacó el auto y condujo a gran velocidad por el conurbano hasta encontrar a Villegas. Lo subió de apuro y apretó el acelerador por la autopista en busca del Hospital Militar. Otra vez llevándote a un hospital, sargento—le dijo Tríes—. La puta madre, ya me estoy cansado de andar salvándote la vida. Comenzaron a reírse.
Todavía se están riendo.

Big Grin Big Grin Big Grin
Realmente, muy buen material el que ha compartido con nosotros, Artiguista.
El segundo ataque a Pearl Harbor
http://www.elcajondegrisom.com/2015/12/e...arbor.html
De todos es de sobra conocido que los japoneses atacaron la base naval de Pearl Harbour, en Hawai, el 7 de diciembre de 1941. Pero lo que quizás pocos saben es que hubo un segundo ataque japonés. El segundo ataque, llamado Operación K, trataba de reducir la capacidad de recuperación de la flota estadounidense del Pacifico y el reconocimiento de Pearl Harbor.

Durante el ataque a Pearl Harbour, las fuerzas japonesas destruyeron o inutilizaron una veintena de barcos, mas de trescientos aviones y 3647 muertos y heridos, pero durante la incursión se dejaron por destruir, entre otras cosas las instalaciones petroleras de la isla. Así que se diseño un plan para destruirlas y evitar la recuperación de los barcos dañados o hundidos.

[Imagen: Segundo_Pearl_Harbor1_el-cajon-de-grisom.jpg]

Para la operación se necesitaban 5 hidroaviones de gran tamaño Kawanishi H8K (Emily) que podían transportar 1.600 kilogramos de bombas y llevaba una dotación de 10 hombres. Para su defensa contaba con 5 ametralladoras y cinco cañones automáticos de 20mm, por lo que fue apodado por los pilotos norteamericanos como el "Puerco espín Volador". Los H8K llegarían hasta French Frigate Shoals, el mayor atolón en el extremo noroeste de las islas Hawai para ser reabastecidos de combustible por submarinos antes de dirigirse a Pearl Harbour.

El día de la misión solo dos de los aviones estaba disponibles. Ambos despegaron de las Islas Marshall hacia French Frigate Shoals, con cuatro bombas de 250kg en sus bodegas, donde les esperarían los submarinos. Tras repostar realizaron los 900 kilómetros que le separaban de Pearl Harbor y de su objetivo, el muelle "Ten Ten" (llamado así porque medía 1010 pies de largo) donde se estaban reparando varios navíos de guerra dañados en el ataque de diciembre.

[Imagen: Segundo_Pearl_Harbor2_el-cajon-de-grisom.jpg]

El ataque estaba previsto para pasada la media noche del día 2 de marzo de 1942, pero problemas meteorológicos hicieron que se retrasase y perdieran el contacto por radio entre los dos aparatos y el submarino que le dirigiría en el ataque. También fueron detectados por la estación de radar de la base por lo que fueron puestos en alerta los aviones y las baterías antiaéreas que no pudieron derribar a los aviones japoneses por culpa del clima y de que volaban a gran altitud.
Debido a la falta del apoyo del submarino decidieron continuar la misión tomando como referencia el faro de Kaena Point y atacar desde el norte pero la visibilidad era muy mala y no podían ver su objetivo. Así pues, lanzaron 4 bombas sobre Tantalus Peak, en las cercanías de un colegio, con escasos daños y las restante sobre el mar, en la proximidades de Pearl Harbor. Tras fallar en su objetivo volaron hacia French Frigate Shoals y después a su base de las islas Marshall.

La Operación K se encaminaba al desastre desde el principio. Solo dos aparatos de los cinco previstos, además de que se perdió el factor sorpresa al ser detectados por el radar y por supuesto, el mal tiempo que ademas del ataque impidió el reconocimiento de Pearl Harbor.

Fuente:
The Second Attack on Pearl Harbor: Operation K and Other Japanese Attempts to Bomb America in World War II, de Steve Horn
[url=https://es.wikipedia.org/wiki/Kawanishi_H8K][/url]
El barco que huyó de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial con una ilusión óptica
Por Guillermo Carvajal 3 mayo, 2016

[Imagen: HNLMS_Abraham_Crijnssen_Covered_In_Branc...=796%2C538]El camuflaje del Abraham Crijnssen

El 15 de mayo de 1940 los Países Bajos se rendían oficialmente al ejército alemán. Sin embargo numerosos barcos de su armada continuaron la lucha durante toda la contienda, algunos porque en aquel momento estaban destinados en la Indias Orientales Holandesas y otros porque consiguieron escapar a Inglaterra.
En Londres la Armada holandesa estableció su cuartel general, desde donde se dirigían las operaciones de sus buques en todos los teatros de la guerra, empezando por la evacuación de Dunkerque.

Uno de estos barcos holandeses era el Abraham Crijnssen, un dragaminas con base en Surabaya (hoy uno de los principales puertos de Indonesia). El avance marítimo japonés, que culminó con la batalla del estrecho de Sonda el 1 de marzo de 1942, forzó a todos los navíos holandeses a retirarse buscando refugio en puertos australianos. El propio comandante de las fuerzas aliadas, Karel Doorman, que era holandés, falleció durante la batalla.

El Abraham Crijnssen salió de Surabaya acompañado de otros tres buques, pero por razones desconocidas terminó perdido y aislado en el trayecto hacia Australia. Con la flota japonesa patrullando las aguas próximas, al capitán se le ocurrió que la única posibilidad que tenían de sobrevivir era camuflar el barco, ya que no contaban con armamento suficiente para defenderse. No solo eso, camuflarlo para que pareciese una pequeña isla. Un navío que tenia 56 metros de largo.

[Imagen: Abraham-Crijnssen.jpg?zoom=1.5&resize=796%2C550]La ilusión óptica que salvó al Abraham Crijnssen

Cortaron grandes ramas en un islote cercano y pintaron el casco en tonos que se asemejaban a las rocas y los acantilados. La idea era permanecer cerca de la costa durante el día provocando una ilusión óptica, de modo que de lejos el barco pasase desapercibido contra la vegetación, y viajar de noche.

Y funcionó, lograron esquivar a los destructores japoneses que patrullaban las más de 18 mil islas indonesias en busca de los restos de la flota holandesa. Tardaron ocho días en completar el trayecto hasta Australia, y el Abraham Crijnssen fue el último barco que logró escapar de los japoneses en las Indias Orientales Holandesas.
Formando parte ya de la Royal Navy australiana, y con tripulación británica, el barco volvió al servicio el 28 de septiembre de 1942, haciendo las funciones de escolta antisubmarina y apoyando a los submarinos holandeses que operaban en la zona.

[Imagen: 1280px-HNLMS_Abraham_Crijnssen_Oct_2011_...=796%2C597]El Abraham Crijnssen en la actualidad, en el Museo Naval

Un año más tarde volvió a la armada holandesa, y terminó su periplo en la guerra limpiando de minas el puerto de Kupang, a tiempo para la llegada del contingente australiano que aceptaría la rendición japonesa de Timor. Fue retirado del servicio en 1960 y destinado a labores de entrenamiento. En 1995 lo adquirió el Museo Naval Holandés, donde hoy puede visitarse.
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