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(12-27-2015, 02:16 PM)saern escribió: [ -> ]Estimado cooforista Artiguista estupendas estas historias posteadas por ud,estare atento a nuevos post.

Cordiales saludos

Me pone usted en un compromiso!!, agradezco y seguire buscando historias que puedan interesar a todos.
El tanque que inspiró la película "Fury"


La 3ª División Blindada "Spearhead" fue formada en 1941 y desembarcó en Normandía el 24 de junio 1944, con mucho entrenamiento, pero sin experiencia de combate. Durante los siguientes meses, la división tomaría parte en los combates más encarnizados en el avance aliado por Europa. Una tripulación de un tanque Sherman del 32º regimiento destruiría 12 tanques, 258 vehículos blindados y cañones autopropulsados y 1.000 soldados alemanes en sólo 79 días de combates. También hicieron prisioneros a 250 alemanes.

[Imagen: inthemood1_el-cajon-de-grisom.jpg]

El tanque, llamado "In the Mood" (como la canción de Glenn Miller), fue un Sherman M4A1 al mando del sargento. Lafayette "Wardaddy" G. Pool. Su conductor fue el cabo Wilbert "Red" Richards, el asistente del conductor y artillero auxiliar era el soldado Bert Close. El artillero era el cabo Willis Oller y el soldado Del Boggs fue el cargador.

"In the Mood" entró en combate por primera vez en Villers-Fossard el 29 de junio de 1944 cuando la división recibió la orden de atacar las posiciones alemanas para apoyar al XIX Cuerpo. Cuando caía la noche y en el mismo momento en que el sargento Pool dio la orden de parar, recibieron una andanada de proyectiles de 40mm de un antiaéreo escondido a menos de 20 metros. Inmediatamente ordenó que dispararan hacia los alemanes con todo lo que tenían, mientras se alejaban marcha atrás hasta que consiguieron acallar al antiaéreo. Durante la batalla, "In the Mood" causó 70 bajas entre las tropas alemanas y destruyó tres vehículos blindados antes de que fuera destruido por el fuego de un Panzer. La tripulación milagrosamente sobrevivió y bautizó a su nuevo Sherman como "In the Mood".

[Imagen: inthemood2_el-cajon-de-grisom.jpg]

En otra ocasión el nuevo "In the Mood" y el resto de la 3ª División Blindada tropezaron con una avanzadilla de tanques de la 2ª División Panzer y se vieron obligados a defenderse a corta distancia. Rápidamente les lanzaron dos proyectiles desde un Panther y antes de que el mortífero cañón de 88mm alemán pudiera realizar un tercer disparo, el 75mm del Sherman escupió un proyectil de alta potencia que arrancó la torreta del Panther. Cuando acabó el intercambio de disparos, la tripulación del "In the Mood" había destruido con éxito dos vehículos blindados y dos tanques enemigos, así como un número indeterminado de soldados alemanes. El segundo "In the Mood" fue destruido por el fuego amigo de un P-38 el 17 de agosto de 1944.

Tras recibir un nuevo Sherman, y volver a bautizarlo como "In the Mood", la 3ª División se dirigió hacia el sur de Aquisgrán, para tratar de cruzar la frontera con Alemania. El 15 de septiembre, el tanque recibió un impacto procedente de un tanque Panther alemán. Pool trató de maniobrar el tanque para alejarse, pero fueron alcanzados por otro disparo desde el Panther y volcó en una zanja. Pool fue lanzado fuera de la escotilla de mando y sufrió graves heridas en una pierna debido a la metralla.

La pierna de Pool fue amputada con lo que su servicio en la guerra había terminado. Regresó a los EE.UU. y tras casi dos años de rehabilitación, seguido de un breve período de la vida civil. Tras luchar por reincorporarse al ejército y a la 3ª División Blindada. Finalmente lo consiguió y por su experiencia en combate se convirtió en instructor. Se retiró del Ejército el 19 de septiembre de 1960.

[Imagen: fury_battle.jpg]

Por su servicio durante la Segunda Guerra Mundial, Pool recibió la Cruz de Servicio Distinguido, la Legión del Mérito y la Croix de Guerre con estrella de oro francesas. Su apodo, "Wardaddy," fue utilizado para el personaje de Brad Pitt en la película "Fury".


Leer más:  EL CAJÓN DE GRISOM: El tanque que inspiró la película "Fury"  http://www.elcajondegrisom.com/2015/12/el-tanque-que-inspiro-la-pelicula-fury.html#gKo8YEPk93pcwyqT
El nacimiento del mito en Trafalgar
por Eduardo Jorge Arcuri Márquez

[Imagen: Trafalgar.jpg?zoom=2&resize=588%2C412]

Fue en Trafalgar cuando Napoleón Bonaparte perdió el poder de su flota y con ello, la posibilidad de invadir Gran Bretaña. Por último, en Waterloo, se frustraron definitivamente sus intenciones imperiales de dominar Europa Continental y extender ciertos códigos y principios enunciados durante la Revolución Francesa.
Los acontecimientos de este período pusieron de manifiesto, entre otros, a dos notables personajes antagónicos, dos extraordinarios estrategas que tuvieron importante relevancia en los destinos de nuestro tiempo: el almirante británico Horatio Nelson y el general francés Napoleón Bonaparte. Sus actos definieron el paso de la Era Moderna a la Contemporánea, alentando nuevas formas del pensamiento; nuevas interpretaciones en el mundo de la cultura, la política y el arte de la contienda.

Aquella vez en Trafalgar, frente a las costas de Cádiz y después de un largo control sobre el Canal de la Mancha, las 61 naves de guerra aliadas francoespañola, se vieron obligadas a enfrentar a los 60 navíos británicos que le salieron al encuentro, desencadenando la batalla naval que resultó decisiva para frustrar los planes de invasión napoleónica sobre Gran Bretaña.
Debido a los meses que llevaban en el mar y la distancia para recibir suministros, el hasta entonces vicealmirante Nelson, se vio obligado a tener que dirimir el encuentro de forma rápida y eficaz. Consensuando con su plana mayor, decidió un plan estratégico que pudiera sorprender a su adversario y vencerlo de modo fulminante. La táctica fue la de no formar sus naves en línea convencional, que según los cánones de la época, indicaban que las cubiertas de babor debían enfrentarse a las de estribor del adversario. Una vez posicionados, debían echar anclas y cañonearse hasta que pudieran abordar o demolerse.

Así fue como el 21 de octubre de 1805, la flota británica atacó en cuña formando una “V” dirigida raudamente al centro de la larga fila de los 61 navíos de la flota napoleónica, comandada entonces, por el vicealmirante francés Villeneuve.
Al inicio de la batalla en Trafalgar, una bala de cañón español cayó al agua cerca de estribor de la nave insignia de la flota británica. Luego, otra a babor volvió a salpicar las cubiertas del Victory; sin duda, el enemigo tenía alcance de fuego. El gigantón Hardy, secretario de Nelson, le hizo notar que sus condecoraciones prendidas en el pecho, lo hacían un blanco fácil y tentador para los francotiradores en la flota enemiga. Nelson le respondió: “Ya es demasiado tarde para cambiar de chaqueta”.

Durante 40 minutos la flota británica formada en “V” avanzó con el Victory a la cabeza. La otra línea estaba encabezaba por el Royal Sovereing comandado por el vicealmirante Cuthbert Collingwood. Sin disparar, ambas alineaciones arremetieron contra la larga fila francoespañola. Los británicos tenían sus razones para no responder con sus armas: una, que las proas de estos barcos estaban débilmente artilladas y la otra era para ahorrar municiones. Lo temerario de la maniobra fue la de continuar con la arremetida mientras soportaban las andanadas de los cañones enemigos, que de tanto en tanto, causaban fatales daños en los velámenes británicos más cercanos.

Durante la embestida, los tripulantes avanzaron tendidos boca abajo sobre las cubiertas debiendo enfrentar los incesantes y erráticos disparos que, sin desanimar el acercamiento, rasgaron los velámenes restándole velocidad a las naves capitanas.
El Victory, por cuestión de cercanía, fue alcanzado por un disparo de cañón que destrozó el palo mesana[1] y las balas arrasaron sus arrastraderas[2]; inmediatamente después, otra serie de disparos destrozaron el timón.
Nelson no se desanimó; envió a 40 hombres a maniobrar el timón desde la bodega, dirigiéndolos él mismo desde el alcázar.
Durante el avance, una bala de cañón enemigo aplastó al señor Scott mientras hablaba con el capitán Hardy, no el secretario de Nelson, sino el otro Hardy, el segundo oficial del Victory. Nelson tuvo oportunidad de acercarse al cadáver y preguntó: “¿Ése era el señor Scott?” Vio como arrojaban por la borda el cuerpo mutilado para despejar la cubierta y continuar combatiendo. No había tiempo para honores ni velatorios. Nelson se mostró consternado, él no quería terminar así. Posiblemente recordó cuando en Tenerife perdió el antebrazo derecho bajo circunstancias parecidas.
[Imagen: Vice-Admiral-Cuthbert-Collingwood.jpg?zo...=300%2C375]
Cuthbert Collingwood por Henry Howard (retrato conservado en el Hospital de Greenwich)

Soportando el intenso cañoneo enemigo, el Victory se desplazó despacio a lo largo de la irregular línea enemiga hasta posicionarse a la par como si tratara de ofrecer un combate tradicional. Repentinamente viró hacia la vanguardia del adversario para incrustarse en el centro de la formación francoespañola. Así fue como sorpresivamente se lanzó entre el Bucentaure, buque insignia de Villeneuve, y el Redoutable del capitán Jean-Jacques Lucas. Recién en ese momento, Nelson dio órdenes de disparar las carronadas y los cañones de doble disparo, descerrajando todo el potencial de sus armas.

El desconcertante amague inicial de Nelson sobre la vanguardia y luego haber virado intempestivamente en la mitad de la línea sobre el buque insignia, fue quizás el golpe más importante de la batalla.
Los marinos del Redoutable, se prepararon para abordar al Victory en su arremetida, pero los garfios no alcanzaron a la cubierta que se mostraba muy alta desde el buque del capitán Lucas.

Éste tenía entrenados a un buen equipo de francotiradores, que al cruzarse con el Victory quedaron a una distancia de aproximadamente 15 metros, permitiendo que desde las cofas[3], los francotiradores pudieran hacer sus disparos de mosquetes sobre los hombres en la cubierta del Victory, donde entremezclado con la tropa se encontraban dos oficiales, el secretario gigantón encargado de transmitir las órdenes y un hombre bajo con llamativas medallas en el pecho y una manga cosida al uniforme.
Todos los marineros galos sabían quién debía ser el manco, y dispararon a mansalva, unos sobre el gigantón y otros sobre ese pecho brillante de medallas. Muchas balas de mosquete hicieron impacto certero, pero una sola alcanzó su objetivo más importante.
La tripulación del Victory se estremeció. Por un momento el tiempo pareció detenerse y varios hombres corrieron a auxiliar al vicealmirante que cayó herido en el pecho. Comprobaron que su secretario había muerto, pero Nelson aún estaba con vida. Lo llevaron de urgencia a la bodega donde el doctor Beatty atendía a los heridos en un improvisado quirófano de a bordo.
Aunque le habían tapado las medallas con un pañuelo de cuello, el resto de la tripulación supo enseguida que su comandante había sido fatalmente herido.
La bala se había alojado en su cuerpo provocándole una hemorragia interna y una lesión medular que lo inmovilizó desde la cintura a los pies.

El segundo en el mando era Collinwood, pero estando Nelson vivo aún, se hizo cargo el segundo oficial del buque insignia, el capitán Hardy, quien siguió dirigiendo el combate.
En el desconcierto, desde el Redoutable sonó el clarín y la orden de “¡à l’abordage!”. Si bien las barandillas del Victory estaban muy altas para los garfios del buque francés, el penol principal se había incrustado en la cubierta del Victory y por ese accidental puente, los marinos franceses iniciaron el abordaje sin el éxito deseado, ya que fueron repelidos a sable y pistola.
Mientras Nelson agonizaba, escuchó a sus hombres luchar encarnizadamente, y a los cañones de los navíos que no dejaban de tronar, produciendo un ruido tan ensordecedor, que no permitía oír otras voces que no fueran las de las armas con aliento a pólvora.
Un joven guardiamarina inglés de 19 años, John Pollard, continuó disparando su mosquete sobre los francotiradores que habían baleado la cubierta del Victory desde el Redoutable. Derribó a cuatro franceses, sin saber cual de todos ellos había sido el que había herido de muerte a su héroe naval. Pero sintió que había vengado la afrenta.
Maduraba la tarde cuando Nelson, con un hilo de voz, exclamó: “¡Oh Victory, Victory, cómo distraes a mi pobre cerebro!”.

A las 16:00, el capitán Hardy se le acercó para informarle que unos 14 ó 15 barcos enemigos ya se habían rendido. Nelson respondió que él había apostado por 20, poco después agregó: “No me tiréis por la borda”. Ya no podía ver, estaba ciego, pero seguramente tuvo presente la imagen del cadáver del señor Scott.
—“Oh, no, claro está que no” —le contestó el capitán Hardy.
Según los registros de bitácora, en aquellos instantes finales se dio el siguiente diálogo en la escena final de la vida del almirante más admirado en la historia naval de todo el mundo:
—“Entonces… ya sabéis qué tenéis que hacer —susurró Nelson—. Dadme la indulgencia, Hardy”.
El capitán Hardy lo besó en la frente —“Ahora ya estoy satisfecho, gracias a Dios he cumplido con mi deber” —Hardy volvió a besarle.
—“¿Quién eres?” —preguntó Nelson.
—“Soy Hardy”.
—“Dios os bendiga, Hardy”.
El capitán se retiró para dejarle el lugar al doctor Beatty que continuó masajeándole el pecho. En ese momento, el médico le oyó decir: “Doctor, no he sido un gran pecador”; mencionó algo sobre lady Hamilton y le pidió que no se olvidaran de su hija Horatia.
El doctor Beatty se acercó a su rostro de expresión serena y alcanzó a oír en un suave murmullo: —“Gracias a Dios he cumplido con mi deber…”; Nelson exhaló y ya no volvió a respirar. En ese momento moría el hombre y nacía el mito.
El cuerpo de Nelson no fue arrojado por la borda como debía hacerse con los cadáveres para evitar epidemias en la nave; fue conservado dentro de un barril con brandy y custodiado por un centinela de honor durante el resto del penoso viaje de regreso. Hasta que dos meses más tarde, el 22 de diciembre, arribaron a Gran Bretaña. En la Catedral de San Pablo se celebraron las exequias en un marco de tanta pompa como hubiera correspondido a un joven rey.
Aquella vez en Trafalgar murió el hombre para dar nacimiento al mito. Dejaba dos cosas: un tradicional ejemplo a la marinería moderna, y definitivamente a Napoleón sin flota. Desde entonces, en muchos países los uniformes navales llevan en el cuello un lazo de soguín para ahorcarse antes de ser rendidos y un viso negro en su honor, como señal de luto.

[1] Mástil que está más a popa en un buque de tres palos.
[2] Ala del trinquete (vela y palo de proa).
[3] Meseta puesta horizontalmente sobre el cuello de un palo


http://lasnuevemusas.com/la-muerte-del-h...trafalgar/
La increíble historia del USS William D. Porter


Los marinos pueden ser personas muy supersticiosas, algo que parece venir con la profesión, una de las más riesgosas que ha existido durante toda la historia de la Humanidad. Enfrentado a una entidad tan peligrosa y caprichosa como el mar, y en general, a todos los elementos, no es raro que esto sea así.

Según estas tradiciones navales, hay cosas traen muy mala suerte, y pueden condenar a un barco y a sus tripulaciones a todo tipo de problemas. La más conocida es que debe romperse la botella de champaña con la que se bautiza el buque.

[Imagen: USS_William_D_Porter.jpg]

Más de un buque ha tenido problemas luego de encontrarse con una botella muy fuerte o unas manos muy débiles al estrellarlas con una proa. Pero muy pocos buques, casi ninguno, ha tenido la seguidilla de errores garrafales, malas coincidencias y episodios de los que paran el corazón como el destructor William D. Porter en la Segunda Guerra Mundial. He aquí esa historia.


A la mar, con estruendo
Irónicamente, este buque tuvo un bautismo normal, y era una nave totalmente común, sin nada que presagiara su destino tan maltrecho.

Este destructor de la clase Fletcher, como muchos buques de la época, fue construido en serie en muy poco tiempo, y se hizo a la mar el 27 de septiembre de 1942, siendo comicionado el 6 de julio de 1943. Su capitán era el Teniente Comandante Wilfred A. Walter.

Luego de una serie de ejercicios y de los últimos ensayos de prueba en el Atlántico, partió, el 12 de noviembre, de la base de Norfolk, en Virginia. Su misión era muy importante: sería parte de una flota que llevaría al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt la conferencia de El Cairo y Teherán, en Oriente Medio. Nada mal para una nave tan joven. Las primeras instrucciones eran encontrarse al día siguiente con el acorazado Iowa, que era la nave más importante de la flota.

Nada más salir del puerto, todo empezó a torcerse. Alguien olvidó elevar el ancla y asegurarla, de manera que quedó sobresaliendo demasiado. Al moverse el barco por el muelle, la misma enganchó y arrancó los montantes y los botes salvavidas de un destructor de la misma clase que se encontraba amarrado a su lado.

Una tripulación novata puede cometer errores, y para eso están los ejercicios. Cuando la flota se completó con la llegada del Porter y otros buques, se embarcaron en una peligrosa travesía a través de un Atlántico lleno de submarinos alemanes. Teniendo al mismo presidente a bordo del Iowa, era tarea de los destructores proporcionar una adecuada escolta antisubmarina, ya que estas naves eran las encargadas de lanzar las bombas de profundidad necesarias para destruirlos.

Para tener ocupada a la tripulación y continuar entrenándola, se comenzó un ejercicio de lanzamiento de cargas de profundidad desactivadas. Nuevamente, la tripulación del Porter dio la nota, pero de una manera todavía más peligrosa. Una de sus cargas de profundidad, activadas, cayó al océano (es decir, ni siquiera fue lanzada por error, lo cual es más peligroso todavía).

La misma, al no estar asegurada, rodó por la cubierta y detonó en el océano. De pronto, toda la flota entró en pánico. Al escuchar la detonación submarina en el sonar, todos los buques asumieron lo más lógico: había un submarino alemán muy cerca y estaba disparando. Siguiendo el procedimiento, las naves comenzaron a realizar maniobras evasivas y se pusieron en alerta máxima.

Cuando se descubrió lo sucedido, la calma regresó, pero el daño ya estaba hecho. El Porter fue, de hecho, muy afortunado, ya que la carga de profundidad estaba programada para explotar a gran profundidad y no causó daños al buque. De haber sido de otra manera, podría haber tenido serios problemas. Pero incluso así, la mala suerte se cobró su cuota: la ola que causó la explosión submarina hizo que un marino cayera al agua y desapareciera. La misma ola inundó una sala de calderas e hizo que el buque perdiera velocidad.

Teniendo en cuenta este incidente, el comandante de la flota llamó al capitán del USS Porter y le llamó la atención, pidiéndole que su tripulación mejorara su desempeño. Lamentablemente, todo demostraría lo contrario.

Los ejercicios de la flota continuaron. El Iowa, a pedido del presidente, realizó ejercicios de defensa antiaérea, y luego se pasó a un ensayo de ataque con torpedos, en el que participó toda la flota. El acorazado sería el blanco, y demostraría su capacidad de esquivarlos. Obviamente se trataría de torpedos de prueba, que no tenían espoletas, de manera que su cabeza explosiva no podía detonar.

Lo que siguió fue una serie de errores que resultan incomprensibles. Luego de lanzar dos torpedos de práctica, el tercero salió al agua con un sonido totalmente diferente. Era un torpedo activo; los responsables de desarmarlos se habían olvidado de ese torpedo. Se abortó el lanzamiento del cuarto torpedo.

Ahora bien, cualquiera puede cometer un error y admitirlo. Pero había un problema. Debido a la presencia del presidente Roosevelt en el Iowa, se había ordenado el silencio de radio. El Porter no podía reportar lo sucedido. La solución era usar señales de luces. Lamentablemente el encargado de señales tampoco estaba en su mejor día: primero indicó que había un torpedo activo en el agua, pero dio una dirección errónea, diciendo que se alejaba del Iowa. Luego se equivocó de nuevo y anunció que el Porter estaba poniendo el motor en reversa.

Como el Iowa no hacía nada ante tales señales confusas, el capitán decidió romper silencio de radio, prefiriendo esto antes que dañar el buque donde viajaba el presidente. Luego de hacer esto, el Iowa comenzó a realizar maniobras evasivas, hasta que finalmente el torpedo detonó en su estela, posiblemente porque las potentes turbulencias que encontró a su paso activaron la espoleta.

La anécdota dice que Roosevelt, enfermo y en silla de ruedas, le pidió a sus hombres del Servicio Secreto que lo acercaran a la borda del buque para ver la explosión. Ciertamente se lo tomó de manera ligera, posiblemente conciente de que un solo torpedo no podía hundir un buque tan grande y blindado como el Iowa. Pero los militares no se lo tomaron tan suavemente. El Porter había disparado un torpedo contra el presidente! De manera que todos los buques de la flota apuntaron sus armas al novato destructor, considerándolo un posible traidor.

Al capitán se le ordenó abandonar el convoy dirigirse a las islas Bermudas, en donde él y toda su tripulación fue puesta bajo arresto apenas tocaron tierra, por un destacamento de marines. Era la primera vez en la historia de la US Navy que tenía lugar un hecho de estas características.

Si bien todo el caso fue rodeado de secreto, para que el público no supiera lo que había sucedido, dentro de los círculos navales estaba claro que las condenas tenían que ser claras y duras. Luego de la investigación, al capitán Walter y a muchos de sus oficiales se los sentenció a tareas en la costa: no iban a subir en un buque por mucho tiempo. El torpedero Dawson, uno de los responsables de no quitar las espoletas, fue sentenciado a 14 años de trabajos forzados. Sin embargo, de nuevo el presidente Roosevelt demostró su carácter, al comprender que todo había sido un error. Su intervención redujo la pena del marino.

No fue solamente la tripulación la que recibió el castigo. El buque fue reasignado a otro teatro de operaciones, uno mucho menos activo y visible. Se lo envió, via Canal de Panamá, al Pacífico, siendo estacionado en las Islas Aleutianas, en diciembre de 1942.


Una tarea pacífica
En los últimos días de diciembre y los primeros de enero de 1943, el Porter viajó entre diferentes bases de la zona, realizando luego ejercicios de entrenamiento en Hawaii. A partir de ese momento se le asignó tareas de escolta antisubmarina y estuvo de viaje por todo el archipiélago de las Aleutianas durante cuatro meses.

Estos días de calma fueron de los pocos en los que el Porter no realizó ninguno de sus gazapos. Finalmente,el Teniente Comandante Walter fue reemplazado por el Comandante Charles M. Keyes como capitán del buque, el 30 de mayo de 1943. Parecía que la mancha negra se estaba borrando.

El buque continuó de servicio durante cerca de un año, participando en bombardeos contra posiciones japonesas, supuestamente hundiendo una lancha torpedera y atacando un bombardero bimotor.

Luego de tanto tiempo en un lugar tan frío y desolado, el Alto Mando tal vez creyó que la tripulación hacía aprendido la lección y decidió mover el buque a una zona más activa, en donde pudieran demostrar lo que podían hacer. Una vez más, todo salió al revés. Con el buque siendo reasignado, uno de los marineros, posiblemente festejando, se emborrachó tanto que no tuvo mejor idea que disparar uno de los cañones del Porter, que estaba cargado. Por un azar del destino, el mismo estaba apuntando hacia tierra, nada más ni nada menos que hacia la casa del jefe de la base naval.

El proyectil destruyó totalmente el jardín, y por suerte no mató a nadie. Pudo haber resultado en una masacre: el oficial y su familia estaban realizando una fiesta a la que asistían varios oficiales más, junto con sus familias.

Ni qué decir que esto arruinó de manera definitiva la reputación que el buque tenía en la US. Navy. Y aún así, se hundió más.


Hacia las Filipinas
El buque no llegó a tiempo para participar en la decisiva Batalla de Leyte, pero logró, en los días siguientes, ayudar en rechazar ataques aéreos sobre los transportes invasores.

El poder interactuar con muchos otros buques en un escenario tan complejo y bajo fuego real seguramente elevaría la moral de una tripulación suficientemente castigada ya por sus problemas. Sin embargo, su mala fama era tan grande que se había construido una cruel broma. Las demás tripulaciones, al comunicarse con el buque o con sus marinos, los increpaban diciendo "¡No disparen, somos republicanos!" (el presidente Roosevelt era del partido demócrata). Ni qué decir que esto debía molestarlos bastante.

A pesar de estas advertencias, otra vez el buque protagonizó un incidente de fuego amigo, cuando le disparó a su buque hermano el USS Luce en las fases finales de la batalla de Okinawa.

Tal vez por eso se lo asignó de nuevo a una localización más tranquila, en la parte exterior del perímetro. Ahora su función era de defensa antiaérea, disparando a los bombaderos y aviones kamikaze que intentaran atacar la flota. En esta función había demostrado ser eficiente, derribando varios aviones enemigos en acciones anteriores (aunque luego de la guerra se descubrió que sus artilleros, nerviosos ante los aviones suicidas, habían derribado tres aviones propios, algo que lamentablemente sucedía con otros buques).

Durante esta última acción el Porter, utilizando su radar, pudo dar cuenta de cinco aviones japoneses. Sin embargo, una extraña coincidencia (o tal vez una tremenda mala suerte) selló su final de manera abrupta y absurda.

[Imagen: USS_William_D._Porter_%28DD-579%29_sinking.jpg]
El Porter, escorado, es asistido por otro buque.


Uno de los aviones que atacó el grupo de buques era un modelo construido casi totalmente a base de madera y tela. Es por eso que el radar no lo detectó rápidamente y logró pasar entre las defensas.

Le pudo haber tocado a otro buque. El avión se aproximó a un barco vecino al Porter, pero los dos comenzaron maniobras evasivas mientras trataban de derribarlo. Súbitamente el kamikaze viró hacia el desventurado destructor y se estrelló a su lado. La tripulación, tensa, celebró con gritos.

Pero en lo que fue un episodio sin precedentes en la historia naval, el avión, luego de hundirse, detonó bajo el agua, alcanzando con la onda expansiva a la zona más peligrosa de todo buque: la inferior. La explosión fue tan grande que literalmente levantó al Porter unos metros.

Y sin embargo, el buque respondió como su tripulación no siempre lo había hecho. Luego de tres horas de batallar contra la falta de energía, incendios, tuberías de vapor rotas y entradas de agua, el capitán decidió que ya nada podía hacerse para mantener a flote el barco. Dio la orden de evacuación, que se cumplió en apenas 12 minutos; habiéndose asegurado que cada hombre a bordo estaba a salvo en los botes salvavidas, el capitán fue el último hombre en dejar la nave. Pocos segundos después, ésta terminó de hundirse.

El triste final de uno de los buques más infames de la historia fue coronado con una experiencia increíble y un desenlace feliz.
http://niebladeguerra.blogspot.com.uy/20...iam-d.html
En 1984, la OTAN llevo a cabo un ejercicio en una autopista alemana, las conocidas Autobahn, con el proposito de probar sus planes de contingencia en caso de que sus bases aereas en Alemania fueran destruidas por ataques de los Sovieticos.

Un tramo de 2600 metros de autopista A-29 fue construida a proposito para servir de pista de aterrizaje y en ella se probaron las operaciones de los aviones como los A-10 Thunderbolts, C-130 Hercules y los cazas F-15 and F-16.
Despues de su aterrizaje, los aviones fueron aprovisionados y volvieron a despegar usando la misma autopista.

En Alemania Occidental, en 1980 habia 29 tramos de autopistas que podian transformarse en 24 hrs en pistas de aterrizaje ya que no tenian cables que las cruzarany todos los obstaculos como barreras y postes erantotalmente removibles.



Un codigo "Flecha rota" sobre Palomares, España.

50 años del incidente (¿milagro?) de Palomares
El incidente de Palomares fue el accidente nuclear ocurrido en la localidad española de Palomares el 17 de enero de 1966 en el que la Fuerza Aérea de los Estados Unidos perdió un avión cisterna, un bombardero estratégico y las armas nucleares que transportaba este último.

[Imagen: 14452594276029.jpg]

El accidente
En el accidente de Palomares se vieron implicados un bombardero estratégico estadounidense B-52 y un avión nodriza KC-135 (cargado con 110.000 litros de combustible) que colisionaron a 10.000 metros sobre la costa mediterránea, en el cielo de la pequeña localidad almeriense. El B-52 volvía de la frontera turco-soviética hacia la Base Aérea de Seymour Johnson en Goldsboro, Carolina del Norte, y el KC-135 provenía de la Base Aérea de Morón. La maniobra era de rutina: los B-52 se reaprovisionaban de combustible a la ida, desde la Base Aérea de Zaragoza, y a la vuelta desde la de Morón.

Debido a un fallo en la maniobra de acoplamiento, ambas aeronaves colisionaron, se destruyeron y cayeron. Los cuatro tripulantes del KC-135 resultaron muertos, al igual que tres del B-52. Cuatro tripulantes del bombardero lograron eyectarse, pero el paracaídas de uno de ellos no se abrió. Otro miembro de la tripulación se lanzó a través de una escotilla abierta por una de las eyecciones, al contar el B-52 con sólo seis asientos eyectables.
El B-52 transportaba cuatro bombas termonucleares Mark 28 (modelo B28RI) de 1,5 megatones cada una, de 1,5 metros de largo por 0,5 metros de ancho, con un peso de 800 kg. Dos de ellas quedaron intactas, una en tierra (cerca de la desembocadura del río Almanzora) y la otra en el mar. Las otras cayeron sin paracaídas, una en un solar del pueblo, la otra en una sierra cercana.

Se produjo la detonación del explosivo convencional que contenían, lo que sumado al choque violento con el suelo, hizo que ambas bombas se rompieran en pedazos. Las tres que cayeron en tierra fueron localizadas en cuestión de horas; la que se precipitó al mar pudo ser recuperada 80 días después.

Como resultado de la explosión, se formó un aerosol, una nube de finas partículas compuesta por los óxidos de elementos transuránicos que formaban parte del núcleo de las bombas, más el tritio que se vaporizó al romperse el núcleo. Dicha nube fue dispersada por el viento y sus componentes se depositaron en una zona de 226 hectáreas que incluía monte bajo, campos de cultivo e incluso zonas urbanas. La contaminación resultante (principalmente por Plutonio-239, también Pu-240 y Americio-241) superó los 7400 Bq/m² , con notables diferencias según el punto considerado, habiendo zonas con 117000 Bq/m², y hasta 37 millones de Bq/m² (o más, saturaron los instrumentos de medida) cerca de los puntos de impacto.1 A finales de los años 1980, la contaminación residual era de 2500 a 3000 veces superior a la de las pruebas atómicas.

La reacción en cadena que desencadena la explosión nuclear, no se produjo gracias a un dispositivo o sistema aún mantenido bajo secreto.
El vicepresidente Agustín Muñoz Grandes y el presidente de la Junta de Energía Nuclear José María Otero Navascués enviaron al comandante del cuerpo de ingenieros aeronaúticos del Ejército del Aire Guillermo Velarde, físico y experto en energía nuclear para que comprobara los daños ocasionados: Velarde pudo examinar los restos de plutonio de las bombas termonucleares.

[Imagen: 20120207001814.jpg]

El rescate de los artefactos
La bomba perdida en el agua podía seguir intacta e incluso ser recuperada por algún otro país, en especial por la Unión Soviética. Por ello la Armada de los Estados Unidos desplegó un gran dispositivo de buceadores, 34 buques y 4 minisubmarinos sumergibles. Tras 80 días de búsqueda3 la bomba fue localizada por el minisubmarino Alvin a 869 metros de profundidad y 5 millas de la costa, gracias a la ayuda de un pescador local, un vecino de Águilas llamado Francisco Simó Orts (alias Paco 'el de la bomba'). Observó el accidente ya que estaba faenando en el mar cerca del lugar, y guió a los marines hasta el lugar donde cayó la bomba. Desde este día a Orts se lo conoce en la zona como «Paco el de la bomba».6 El rescate efectivo de la bomba sumergida se realizó gracias a un ingenio denominado "CURV" utilizado habitualmente para recuperar torpedos del fondo marino.

La recuperación y limpieza de las armas caídas a tierra supuso otro tipo de dispositivo. Varios miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos se presentaron en las cercanías del pueblo equipados con trajes NBQ. Durante varios días permanecieron en la zona, retirando la arena contaminada de 25 000 metros cuadrados de suelo.
Las operaciones le costaron al ejército estadounidense 80 millones de dólares de la época, retirando en 4.818 bidones 1.400 toneladas de tierra y tomateras que fueron transportadas a Savannah River. Se calcula que el 15% del plutonio, unos 3 kg en estado natural, en óxidos y en nitratos, quedó esparcido en forma pulverizada y fue irrecuperable .

Actualmente, Palomares es la localidad más radiactiva de España. Manuel Fraga Iribarne, ministro de información y turismo de la época, se bañó ante las cámaras en sus playas para evitar rumores sobre la peligrosidad de la zona, que podrían haber afectado negativamente al turismo.

Las repercusiones del incidente
El gobierno franquista tampoco suministró protección de ninguna clase a los guardias civiles que participaron en la limpieza, protección que sí llevaba el personal estadounidense. El plutonio-239 es el utilizado para las armas nucleares, que emite radiación alfa y tiene una vida media de 24.100 años. No se han realizado estudios epidemiológicos sobre enfermedades asociadas a la radiactividad y a la toxicidad química del plutonio ni a nivel local ni entre los guardias civiles que participaron en la limpieza.

La dictadura, bajo presión del Gobierno estadounidense, mantuvo secretos los informes de monitorización médica hasta que el gobierno socialista finalmente los desclasificó en 1986. Aproximadamente el 29% de la población de Palomares presentaba trazas de plutonio radiactivo en su organismo[cita requerida]. En la actualidad hay alguna urbanización turística por los alrededores, lo bastante cerca como para que los coches pasen levantando polvo que entra en el circuito del aire acondicionado, por ello el Consejo de Seguridad Nuclear ha prohibido la construcción en las zonas más afectadas.

Aún hay zonas cercadas con vallas metálicas que se consideran contaminadas y están vigiladas por el CIEMAT. Las armas termonucleares también utilizan deuteriuro de litio. Tanto el Plutonio finamente dividido, como el deuteriuro de litio, parece ser que son pirofóricos, así pues la explosión que acompañó la caída de las bombas podría ser debida a una reacción exotérmica (química) de los combustibles nucleares. 

Un accidente similar ocurrió el 21 de enero de 1968 en la Base Aérea de Thule, en Groenlandia. Un accidente en pista provocó el incendio y posterior explosión del B52, que llevaba 4 bombas B28 como las de Palomares. Aquí sí se hizo estudio epidemiológico y la tasa de cáncer entre los trabajadores que participaron en la limpieza era un 50% superior a la de la población general.[cita requerida] Hubo también informes de esterilidad y otros trastornos asociados a la radiactividad.

Palomares es el accidente Broken Arrow (pérdida total de armas nucleares) más grave de la historia, que se conozca. Ya en 1961 había ocurrido otro Broken Arrow en Carolina del Norte, en este caso con dos bombas de uranio.
Existían en la zona del incidente rumores que hablan que cuando Manuel Fraga Iribarne y el embajador estadounidense acudieron a darse el famoso baño, éste no se produjo en las playas de la zona accidentada (Palomares), sino en Mojácar (a 15 kilómetros, aproximadamente, del lugar del accidente), frente al Parador Nacional de esta localidad.

La realidad, no obstante, es que se realizaron dos baños, el primero, efectivamente en Mojácar, en el que solamente se bañó el embajador estadounidense Angier Biddle Duke y alguno de sus acompañantes y un segundo baño, ya en la playa de Quitapellejos en Palomares, donde de nuevo el embajador se bañó acompañado por el ministro de Información y Turismo español, Manuel Fraga Iribarne.

Condena del Tribunal de Orden Público contra Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia, por promover una manifestación de vecinos de Palomares en relación al incidente de Palomares.
La represión franquista castigó a quienes pretendían airear la noticia de la bomba y al mismo tiempo el gobierno de aquel tiempo quiso quitar importancia al incidente, como se menciona en el párrafo anterior.
 
https://es.wikipedia.org/wiki/Incidente_de_Palomares
Un batallón sin nombre en la batalla de Araure
[Imagen: titosalasbatalladearaur.jpg]

Durante la Guerra de Independencia en Venezuela, El Libertador Simón Bolívar comandaba los ejércitos republicanos en el Centro-Occidente del país haciendo frente a las tropas realistas. El 10 de noviembre de 1813, las fuerzas libertadoras se enfrentaron contra los realistas cerca de la población de Barquisimeto, la cual tuvo como resultado una derrota humillante para los patriotas.

Los batallones que participaron: "Caracas, "Aragua"y "Agricultores" que sobrevivieron a la batalla, fueron fusionados en uno solo por ordenes de Bolívar y como castigo a la insubordinacion de sus oficiales, también de la falta de coordinación de los mismo en Barquisimeto (Edo. Lara), este nuevo batallón no recibiría nombre alguno. Ademas de las burlas que recibieron sus compañeros de armas, el castigo siguió al reemplazar su parque de armas de fuego a simples lanzas.

El 5 de diciembre de 1813, se enfrentaron las fuerzas republicanas con 3000 soldados comandadas por Simón Bolívar y Rafael Urdaneta; mientras las fuerzas realistas comandadas por Jose Ceballos y Jose Antonio Yáñez tenian 5000 efectivos; el campo de batalla fue cerca de la ciudad de Araure (Edo. Portuguesa).
La batalla comenzó al amanecer y tuvo una duración aproximada de seis horas, al término de la cual quedaron cientos de prisioneros, cuatro banderas y numerosas piezas de artillería en poder de los patriotas. La batalla fue decisiva al acabar con el proyecto de los españoles de marchar a Valencia vía San Carlos y, en vez de ello, se vieron obligados a volver a sus posiciones originales: Yáñez a Apure y Ceballos a Coro.

El Batallón Sin Nombre lucho con valor sin igual, derrota solo con lanzas a una de las mejores unidades que poseían los españoles al Batallón de Numancia.
Al finalizar la batalla, Bolívar en reconocimiento de la valiosa acción del Sin nombre expreso: "Vuestro valor ha ganado ayer en el campo de batalla, un nombre para vuestro cuerpo, y aún en medio del fuego, cuando os vi triunfar, le proclamé del Batallón Vencedor de Araure. Habéis quitado al enemigo banderas que en un momento fueron victoriosas; se ha ganado la famosa llamada invencible de Numancia".
Bolívar encargó la persecución de los restos españoles a Urdaneta y volvió a Caracas.
Little Bighorn
La batalla en la que el torpe Custer llevó al exterminio al 7º de Caballería
Este 9 de febrero, fecha en la que el oficial estadounidense contrajo matrimonio, recordarmos uno de los momentos más trágicos de la historia de los Estados Unidos

Fue la batalla más famosa del mítico 7º Regimiento de Caballería y se recuerda, a día de hoy, como una de las más heroicas que protagonizó el ejército de los Estados Unidos mientras trataba de expulsar a los indios de sus tierras. No obstante, y por mucho que el cine nos haya transmitido que en la contienda de Little Bighorn los soldados del teniente coronel George Armstrong Custer murieron con las botas puestas enfrentándose a cientos de indios que les atacaban sin piedad, la realidad es algo diferente. Sí, es cierto que esta famosa unidad fue exterminada aquella jornada. Y sí, es cierto que tuvieron que hacer frente a incontables enemigos. Pero también es real que la culpa de que aquel día fueran masacrados casi tres centenares de casacas azules la tuvo su oficial, «cabellos largos» (como conocían los nativos a Custer), pues -ávido de gloria y deseoso de aplastar a su enemigo- no esperó a que llegasen refuerzos, contravino las órdenes, y envió a sus hombres a una muerte segura contra un enemigo que les superaba en un número de 10 a 1. Hoy, recordamos esta contienda aprovechando el aniversario del matrimonio de este oficial con Elizabeth Bacon el 9 de febrero de 1864. Uno de los días más importantes de su vida.
Para hallar el origen de este desastre es necesario retroceder en el tiempo hasta el final de la Guerra Civil norteamericana (allá por 1865). Y es que, después de darse de fusilazos y sablazos entre ellos, los estadounidenses decidieron que era mejor dirigir toda su ira contra los nativos americanos. No de forma gratuita, sino porque -tras la conquista en algunas ocasiones, o adhesión en otras- de regiones como Texas, México y Oregón, el presidente de los Estados Unidos se percató de que la expansión de su país se veía frenada por un territorio -el indio- que, al estar ubicado en el centro del continente, impedía la comunicación de los dos extremos del país.

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Custer, junto a su esposa el día de su matrimonio- Wikimedia

Aquella situación costaría muy cara a los hombres del penacho de plumas, pues Andrew Johnson (al frente del país) armó en los años posteriores a sus hombres y les ordenó que empujaran a las diferentes tribus hasta reservas apartadas en las que pudieran vivir como deseasen y no entorpeciesen la creación de su país. Los nativos, como era de esperar, no reaccionaron demasiado bien a estas exigencias y se equiparon a base de arco, flecha y hacha para defender sus territorios y atacar -de forma sumamente sangrienta, eso sí- a todo aquel colono que se atreviese a pisar sus tierras..

La violencia se generalizó, y Estados Unidos reaccionó creando contingentes como el Séptimo Regimiento de Caballería. Esta unidad nació aproximadamente en 1868 con la finalidad de salvaguardar la integridad de los anglosajones en la frontera entre Norteámerica. El objetivo era honorable, quién lo pone en duda, pero la realidad es que se vio sumamente manchado por los excesos que cometieron sus soldados contra la población indígena. Todos ellos, por cierto, ordenados por su líder, George Armstrong Custer (un inepto militar que había demostrado su mediocridad en la academia para oficiales al graduarse el último y que destacaba por adorar la sangre nativa). Este oficial se hizo rápidamente famoso por atacar cruelmente poblados de indígenas y por no dejar que ninguno de sus enemigos (ancianos, mujeres y niños en muchos casos) escapase con vida. Un mal menor, que pensaban sus superiores, si con ello tenían garantizado expulsar a sus enemigos de allí y deportarles a las reservas.
Hacia territorio indio
Hasta el penacho de plumas unos, y el sombrero otros, solo era cuestión de tiempo que la guerra se recrudeciese y comenzasen respectivamente los hachazos y los disparos. Los primeros en actuar fueron los Estados Unidos que, representados por el presidente Johnson (quien no amaba demasiado a los nativos, todo hay que decirlo), dio órdenes de cumplir lo que había sido estipulado meses atrás. Es decir, de perseguir hasta la muerte a todos aquellos indios que siguiesen pululando por el territorio nativo. Una región que -según el mandamás- pertenecía legítimamente a Norteamérica.
La tarea se le encargó al general Phillip Sheridan -a quien se le atribuye la famosa frase de «el mejor indio, es el indio muerto» -. Este estableció que armaría a un gran contingente de soldados con el que aplastaría a sus contrarios. El plan -no demasiado complejo- parecía destinado a funcionar. Sin embargo, este primer intento de encerrar de una vez por todas a los emplumados salió por la culata del fusil del ejército de los Estados Unidos debido -entre otras cosas- al frío que hacía cuando se llevó a cabo la campaña. Las tropas, superadas por los nativos, no tuvieron más remedio que retirarse y regresar al calor de sus hogares.

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Territorio EEUU (gris); territorio indio (verde)-- YouTube

Aunque la conclusión del plan fue mala, la decisión de enviar de una patada a los indios a las reservas ya estaba tomada, por lo que se volvió a organizar una expedición para cumplir por las bravas la misión del presidente. «Decididos a dar caza cuanto antes a los indios, inmediatamente se organizó una segunda expedición destinada a castigar y llevar de nuevo a la reserva a la creciente reunión de guerreros, aún sin cuantificar, que se movía por la zona», explica el divulgador histórico Gregorio Doval en su obra «Breve historia de los indios norteamericanos».
Lo que no sabían, para su desgracia, es que aquella fuerza no estaba compuesta de un pequeño contingente de hombres sin entrenamiento, sino que contaba con cientos de guerreros experimentados de varias de tribus. Todas ellas, lideradas por dos viejos conocidos del ejército de los Estados Unidos: Caballo Loco y Toro Sentado. Estos, se habían unido para enfrentarse al fin al hombre blanco y defender así las tierras de sus antepasados. Pintaban bastos para los casacas azules, que se suele decir, y los del uniforme americano ni se lo llegaban a imaginar.
Cita:Caballo Loco y Toro Sentado dirigían una fuerza de entre 7.000 y 9.000 indios
Sin saber la que se le venía encima, el presidente de los Estados Unidos organizó una gran fuerza militar para lograr derrotar por fin a los indios. Este estaba formado por tres columnas, cada una de ellas al mando de un peso pesado de la oficialidad americana. Estas tenían el objetivo de atacar el gran campamento enemigo -que, según los exploradores, estaba presuntamente en Montana- desde tres puntos diferentes: sur, este y oeste. La primera contaba -en palabras de Doval- con 970 soldados, 80 civiles y 260 exploradores crows y shoshonis. Su viaje comenzó hacia territorio indio el 29 de mayo desde Wyoming a las órdenes del general de brigada George Crook (con su famosa «barbaza» rizada erizada al viento).
La segunda sumaba 401 hombres. «Pertenecían a cuatro compañía del 2º Regimiento de Caballería y seis del 7º Regimiento de Infantería, además de una batería Gatling y 25 exploradores indios», añade Doval. La misma estaba dirigida por John Gibbon, conocido por utilizar como nadie la artillería en campaña. Este contingente partió de Montana el 30 de marzo en dirección a Yellowstone.
La tercera columna
La tercera columna fue la más numerosa, pues contaba con más de 1.000 hombres (45 oficiales, 968 suboficiales y soldados, 170 civiles y 40 exploradores). «Estaba compuesta por dos compañías del 17ª Regimiento de Infantería, una batería gatling, cuatro compañías y media del 6º Regimiento de Infantería, y el 7º Regimiento de Caballería al completo, con sus 12 escuadrones», añade el experto español. Este contingente estaba dirigido por el general de brigada Alfred Terry. En lo que respecta a los mandos que había por debajo suyo, lo cierto es que hubo cierta discordia. Y es que, el general Philip Sheridan había logrado que el mismísimo presidente de los EE.UU. «tragara» con que estuviera al frente del 7º de Caballería el teniente coronel Custer. Una decisión que no había gustado demasiado al mandamás debido a que el arrojado oficial de pelo rubio se hallaba por entonces suspendido de empleo y sueldo. ¿La razón? Haber fusilado a varios desertores sin juicio previo. Casi nada. A pesar de que, en principio, el líder se negó a ello, acabó cediendo a sabiendas de la amistad que mantenían ambos oficiales.
Favor por aquí, influencia por allá, Custer volvía a estar al mando de sus antiguo Regimiento, y no quería desperdiciar la oportunidad de alcanzar la gloria. Con todo, a «Cabellos largos» también le quedó más que claro que rendía cuentas ante Terry y que no podría desviarse ni un ápice de sus órdenes. Pero no podía quejarse, pues había pasado de estar sentado en el porche de su casa, como quien dice, a comandar a 31 oficiales, 566 soldados, 15 civiles, y unos 35 - 40 exploradores. Su alegría debió nublarle la percepción, pues la primera decisión que tomó al mando del 7º de Caballería le costaría, a la postre, sumamente cara. «Por voluntad del propio Custer, se había prescindido de las fuerzas que le ofrecieron como apoyo (cuatro compañías del 2ª de Caballería y una batería gatling)», destaca Doval. A su vez, el torpe oficial ordenó a sus hombres que dejasen en casa los sables para cabalgar más rápido y acudiesen a la contienda únicamente con sus carabinas Springfield monotiro modelo 1873 -con 100 cartuchos- y un revolver Colt con 25.
Los ejércitos se movilizaron en mayo con dirección a Montana.
Las fuerzas indias
Tras un encuentro furtivo el 17 de junio contra un contingente de exploradores dirigido por Toro Sentado -quien logró dejar maltrecha la columna de Crook en Rosebud antes de retirarse- los indios se dirigieron hacia su campamento. Este ataque por sorpresa enfureció todavía más a los casacas azules quienes, airados y con ganas de venganza, aceleraron el paso para acabar cuanto antes con sus enemigos. Por su parte los nativos se retiraron hasta su campamento, ubicado cerca del río Little Bighorn -un territorio ubicado en Montana y que destacaba por ser rico en búfalos la base de la economía nativa-. En aquel emplazamiento había –según Vidal- 7.000 indios, aproximadamente 2.000 de ellos guerreros experimentados. En palabras de Bob Reece -historiador y escritor- en el lugar se habían unido nativos sioux, arikara, cheyenne, arapahoe y otras tribus menores. «Los jefes indios se dieron cuenta de que esto era una guerra y decidieron que tenían que unirse para defenderse con eficacia», explica el experto anglosajón.

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Toro Sentado- Wikimedia

Otros historiadores como Jesús Hernández (autor de «Las grandes masacres de la historia») aumentan el número de indios ubicados en el campamento en varios centenares. «Contaban con un ejército formado por unos 1.200 guerreros de siete tribus: hunkpapas, sans, arc, pies negros, miniconjou, brulé, cheyenes y oglala. Los guerreros iban acompañados de sus familias y el ganado; se cree que el número total de indios podía rondar los 9.000 individuos y el número de animales de carga y reses para alimentarse podía ascender a los 30.000», determina. Fuera como fuese, lo que sí se sabe es que era la primera vez que los nativos lograban reunir un ejército de estas dimensiones y estaban dispuestos a plantar cara al hombre blanco de una vez por todas. Además, el ánimo de los pieles rojas estaba más en alza si cabe gracias a que en sus filas estaba Caballo Loco, un líder treintañero conocido por ser un firme defensor de las tradiciones indias, por su fiereza en la lucha y por haberse convertido en una auténtica pesadilla para las fuerzas norteamericanas.

En lo que respecta al armamento, aproximadamente dos de cada diez indios contaban con fusiles Winchester 44. Unos «palos de fuego» que –en contra de lo que nos dicen las películas- les otorgaban cierta ventaja con respecto al ejército de los Estados Unidos. Y es que, mientras que los militares se veían obligados a recargar sus carabinas Springfield entre disparo y disparo (perdiendo una gran cantidad de tiempo), ellos podían hacer varios tiros seguidos gracias al sistema de repetición de sus armas. A su vez, el rifle de los militares había demostrado tener un claro problema: solía encasquillarse en los momentos más inesperados. Con todo, y para ser justos, lo cierto es que el los norteamericanos tenían una mayor precisión y un alcance considerablemente superior al de los nativos. Tampoco escaseaban los arcos, las flechas, las hachas y los cuchillos en el bando de Caballo Loco.

La descubierta del 7º de Caballería
Tras ver detenido su avance por el ataque sorpresa de los exploradores indios, la columna de Crook tuvo que detener su avance para reorganizarse, enterrar a sus heridos y contar las bajas sufridas. Por ello, el oficial vio retrasada en varias semanas su llegada al punto de encuentro planeado: la desembocadura del río Rosebud (ubicado al sudoeste de Montana, cerca de donde les habían informado sus exploradores que se hallaba el campamento indio). A finales de junio, los dos contingentes restantes (las columnas segunda y tercera) se reunieron allí. Aunque faltara una tercera parte del contingente, Crook y Gibbon no creían que ningún enemigo con penacho de plumas pudiese hacer frente a sus curtidos soldadas. Estaban tan confiados en su victoria que decidieron no esperar a su compañero y avanzar sobre los nativos para meterles un buen puntapié en las nalgas cuanto antes.

«Adaptaron sus planes y decidieron que, mientras las columnas unidas de Terry y Gibbon se moverían hacia los ríos Big Horn y Little Big Horn, al sudoeste de Montana, el 7º Regimiento de Caballería de Custer avanzaría al descubierto río Rosebud arriba para tomar posiciones, [explorar el terreno] y dar tiempo a que la columna de Crook se rehiciese. Los oficiales esperaban pillar así entre dos fuegos el campamento de los indios, que según todos los informes que iban recibiendo era el mayor nunca visto en la historia. Aun así, confiaban plenamente en la victoria», destaca Doval. De esta forma, el teniente coronel Custer avanzó a buen paso hacia el este del campamento de Caballo Loco y Toro Sentado; mientras que Terry y Gibbon lo hicieron por el sur para envolver al enemigo. Estos dos últimos se desplazaban mucho más despacio debido a que contaban con infantería y caballería.

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El teniente coronel Custer- Wikimedia

El 25 de junio de 1878 Custer –con su pelo rubio ondeando al viento- fue informado de que, a pocos kilómetros de su posición (en Little Bighorn) los indios habían establecido su campamento. Los explorados enviados le informaron de que, a primera vista, no habría más de un millar y medio de indios en la zona. A pesar de que les doblaban en número según esas primeras estimaciones, el oficial no pudo recibir con mayor felicidad la noticia, pues sabía que sus experimentados jinetes podían ser triplicados en número por los nativos y, aun así, y salir victoriosos. Lo que no sabía es que entre aquellos tipis se escondían realmente entre 7.000 y 9.000 enemigos. Una buena parte de ellos feroces guerreros y, otro tanto, hombres desentrenados que –llegado el momento- no tendrían reparos en coger un arma y enfrentarse hasta la muerte contra el hombre blanco.

Sin conocer estos datos, «Cabellos largos» se relamía. Se veía con posibilidades de poder asestar la derrota definitiva a las tribus indias sin la ayuda de Gibbon y Terry. Una victoria que le granjearía, además de un lugar en la Historia, un puesto permanente como gran oficial de los Estados Unidos. Y todo ello, después de haber sido suspendido. Su ego fomentó sus fantasías y, al poco, la decisión estaba tomada. «En lugar de esperar a las otras columnas, se preparó para atacar de inmediato el campamento indio. Excitado por la posibilidad de alcanzar la gloria él solo, no espero siquiera a conocer con exactitud las fuerzas a las que iba a enfrentarse. Desconociendo que se había reunido el mayor ejército indio que se hubiera visto jamás», determina Jesús Hernández. Con más gónadas que cabeza, se dispuso a alcanzar el olimpo de los soldados de un solo golpe. No podía estar más equivocado.

La estrategia de Custer
Como buen oficial norteamericano, Custer aplicó la táctica que se utiliza cuando se está ante un enemigo menor al que no se quiere dejar escapar. Esta consistía en dividir el ejército y atacar al contrario desde varios puntos para, así, cortar su posible retirada. Así pues, formó cuatro columnas con sus casi 600 subordinados.
1-La primera, dirigida por el mayor Marcus Reno, estaba formada por 175 hombres. Su objetivo era flanquear el campamento enemigo, llegar hasta el sur de su posición, y atacar desde allí pie en tierra.
2-La segunda, al mando del capitán Frederick Benteen, contaba con entre 115 y 120 jinetes divididos en tres compañías. Este contingente recibió órdenes de Custer de ubicarse al oeste de las posiciones indias y cargar desde allí contra los nativos.

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Benteen- Wikimedia

3-El propio Custer dirigía la tercera columna. Esta era la más numerosa al estar formada por 210 hombres (5 compañías). Su misión sería la de cargar frontalmente contra el enemigo. Hacer las veces de un martillo que aplastaría a los hombres de Caballo Loco y Toro Sentado. Se llevarían la peor parte, pero su hazaña no sería olvidada, según pensaban.
4-Finalmente, el capitán McDougal se quedaría en retaguardia, al este de la posición, para proteger la caravana de provisiones y para reforzar a cualquier columna que se encontrase en dificultades durante la lucha. Su fuerza la componía unos 135 jinetes.

En vista de que los casacas azules se les venían encima, los indios empezaron a armarse. No estaban dispuestos a regalar sus vidas, sino que más bien pensaban venderles, y a un precio sumamente caro. Así lo señala Erine LaPointe (bisnieto de Toro Sentado) en declaraciones realizadas para el libro «Grandes batallas de la Historia»: «Lo primero que hicieron los guerreros fue tomar sus armas; gritaron “Hoka Hey”, es decir, “Es un buen día para morir”, y se dispusieron a repeler el ataque». Caballo Loco preparó sus armas mientras que, por su parte, Toro Sentado comenzó a organizar la evacuación de las mujeres y los niños del campamento. «Si se trasladaban juntos en un gran grupo serían blanco fácil para los soldados. Así que decidió dividirlos en grupos pequeños, más difíciles de localizar por Custer. Dispersos a lo largo de los riscos, los barrancos y tras los arbustos, caminaron hasta las colinas del norte del campamento, a la espera de que la batalla finalizase», señala el descendiente.

Comienza la batalla
Como estaba previsto, el primero en moverse fue el mayor. Este avanzó junto a sus hombres hacia el sur del campamento indio para iniciar el ataque del 7º de Caballería. «El batallón al mando de Reno partió valle abajo primero al trote y luego al galope, en columna de a dos, encabezada por un comando de exploradores al mando de un capitán, que espoleaba a sus hombres prometiendo un permiso de 15 días para el soldado que le trajese la primera cabellera de un indio», determina Doval. Tras atravesar un río Reno ordenó desmontar a sus soldados, tomar posiciones, e iniciar el fuego contra los nativos a eso de las tres de la tarde. En principio, los disparos fueron letales y causaron pavor entre los indios. Sin embargo, la situación cambió drásticamente cuando multitud de hombres dirigidos por Caballo Loco comenzaron a devolver los disparos desde los tipis.

Con el paso de los minutos y la salida de decenas de cartuchos de los fusiles de ambos bandos, Reno se percató del gran número de enemigos que había en el campamento de los pieles rojas. Por cada indio que caía, otro ocupaba su lugar. Y este luchaba con la fuerza de quien defiende a su familia de la muerte. Al final, después de que cayeran varios de sus hombres, el mayor no tuvo más remedio que ordenar el repliegue hacia un bosque ubicado en su retaguardia. Todo ello, mientras los nativos les presionaban más y más.

«¡Quien quiera sobrevivir, que me siga»
Cita:Tras una carrera a caballo de unos pocos minutos, los soldados llegaron al abrigo de los árboles y crearon una letal línea de fuego que, según pensaban, sería infranqueable para sus enemigos. Pero nada más lejos de la realidad. En los momentos posteriores el plomo y las flechas empezaron a llover sobre ellos y el caos cundió entre las filas. Poco después, Reno terminó perdiendo los nervios cuando un disparo acabó con la vida de uno de los exploradores aliados ubicado a su lado. Lleno de vísceras, empapado en sangre ajena, y con la cordura pendiendo de un hilo, empezó a dar órdenes que, más que ayudar, desconcertaron a sus ya aterrados soldados.
«Reno perdió la compostura: dio órdenes y contraórdenes apresuradamente [montar y desmontar, hasta cuatro veces], hasta que su grito de “¡Quien quiera sobrevivir, que me siga” acabó con cualquier posibilidad de realizar un repliegue ordenado», añade Hernández.

Temiendo realmente por su vida, Reno giró sobre sí mismo y se dirigió, seguido por sus hombres, hacia una colina cercana en la que poder establecer una mejor defensa. Lo cierto es que la idea no era mala, pero sí la forma de llevarla a cabo.
Y es que, en lugar de replegarse de forma ordenada disparando constantemente a sus enemigos para evitar que se acercaran, los soldados del 7º de Caballería cometieron un grave error imperdonable en tiempos de guerra: dar la espalda al enemigo en el campo de batalla. Esto permitió a los nativos salir al galope en su persecución y aniquilar sin oposición a decenas de caras pálidas. Al llegar a la colina la situación era dantesca. Habían muerto unos 40 hombres y 37 habían desaparecido.

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Representación de una de las cargas de los indios- Wikimedia

Tras contar los brazos hábiles que podían portar un arma, Reno gritó órdenes una y otra vez para que sus hombres estableciesen una posición defensiva capaz de rechazar a los pieles rojas. «La tropa se vio obligada a acabar con la vida de la mayoría de los caballos para usarlos como parapeto», determina Doval. Poco después comenzaron nuevamente los ataques de los nativos, los cuales continuaron de forma incesante durante las siguientes dos horas.

Por suerte para Reno, cuando peor pintaban las cosas llegaron hasta su posición Benteen y sus hombres. El oficial, que en principio andaba buscando a Custer para realizar un ataque conjunto con él desde el norte, decidió quedarse con el mayor y ayudar a la diezmada columna aliada a defender el territorio. Ninguno de ellos sabía en medio de aquel caos donde estaba el teniente coronel, así que la decisión fue relativamente sencilla de tomar. Y más viendo que los enemigos llegaban por decenas desde el campamento hacha en mano. A pesar de todo ello, los vaqueros lograron hacerse fuertes en aquella perdida colina, aunque a costa de Custer, que se quedó absolutamente solo para hacer su heroica carga.

Custer, a la carga
En esas andaban las cosas -soberanamente mal para Reno y para los planes de los casacas azules- cuando «Cabellos largos», ávido de gloria y egocéntrico como el que más, ordenó a sus jinetes preparar el ataque contra el campamento desde el norte. Se había hartado de esperar a Benteen y, a pesar de que había visto con sus propios globos oculares la gran cantidad de combatientes indios que se arremolinaban en los tipis, no estaba dispuesto a dejar escapar la oportunidad de destruir a los hombres de Caballo Loco.

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El mayor Reno- Wikimedia

Así pues, al son del toque de carga de la caballería, Custer se lanzó con sus hombres contra el enemigo. La visión de dos centenares de estadounidenses del 7º de Caballería arrojándose con los ojos desencajados sobre sus presas hubiese sido temible en cualquier otro momento, pero en este caso no causó preocupación en el jefe Gall -encargado de la defensa de los nativos en esa zona-. Este, por su parte, se limitó a organizar a sus guerreros para una defensa a ultranza. Sabía que podía resistir el primer envite con ellos, pero también era consciente de que los militares terminaría por romper la línea si no le enviaban refuerzos pronto.

En ese momento entró en acción Caballo Loco y su gran capacidad como líder militar. «Caballo Loco, astutamente, dejó un pequeño contingente encargado de seguir acosando a las tropas de Reno y Benteen, y con el resto acudió a toda prisa al encuentro de Custer», determina Hernández. La idea fue acertada. Reno y Benteen no pudieron hacer más que seguir dándose de bofetadas contra los nativos que les plantaban cara en la colina que defendían sin poder ayudar a Custer. Mientras la segunda y tercera columna del 7º de Caballería se entretenían con sus hombres, el líder indio corrió como una exhalación hacia el norte del campamento para unirse a las fuerzas de Gall y defender la zona de los jinetes. Todo ello, por cierto, gritando a cualquier hombre capaz de portar armas para que reforzase esa posición.

La última defensa
La defensa a ultranza planteada por el jefe Gall, reforzada todavía más por los combatientes llegados desde la colina, resistió sin problemas la primera carga de la columna del 7º de Caballería dirigida por Custer. La formada por un mayor número de jinetes y la que debía desbaratar su defensa. La suerte ya estaba echada, pero los norteamericanos -ilusos- todavía se veían con posibilidades de vencer si le ponían gónadas. Las esperanzas, en cambio, se apagaron en el momento exacto en el que observaron como Caballo Loco -junto a unos 1.200 guerreros- les rodeaba por su flanco derecho en un increíble movimiento estratégico. «Era un jefe muy respetado y todos los guerreros del campamento le siguieron en su valiente marcha hacia la batalla», explica Beil Magnum (superintendente del campo de batalla de Little Bighorn dentro del Servicio de Parques Nacionales de los Estados Unidos) en declaraciones recogidas en el libro «Grandes Batallas de la Historia».

Cita:Los hombres de Custer luchaban con una desventaja de 15 a 1
Superados en un número de 15 a 1, los hombres del 7º de Caballería podían hacer dos cosas. La primera era correr para tratar de salvar la vida. Muchos lo intentaron, pero fueron aniquilados en su huida por los nativos. La otra era ponerle naso y, mediante sus carabinas Springfield y sus Colt, tratar de defender una posición hasta que llegasen refuerzos.
Custer, que aunque ególatra no tenía un pelo de cobarde, se decidió por la segunda y -tras elevar alguna plegaria que otra para que sus compañeros llegasen pronto a su posición- ordenó al poco más de 100 hombres que aún quedaban con vida replegarse hacia una colina cercana para, desde allí, plantear la última defensa. Todos ellos, por cierto, pie en tierra y ya sin la ventaja que les ofrecía una buena montura. Allí, disparando casi a ciegas, obligados a recargar tiro a tiro sus fusiles, y agobiados por los fogonazos de los indios, trataron de salvar sus vidas.

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Caballo Loco- Wikimedia

Mientras, los hombres de Caballo Loco y Toro Sentado arrojaron sobre ellos toneladas de odio acumulado durante meses de persecución. «Imparables, todos unidos, no importaba qué guerrero estaba al lado, lo importante era atacar a los de uniforme azul, acercarse a los soldados», determina LaPointe. Además de ser más, estar bien armados y luchar por sus familias, los indios sabían que era solo cuestión de tiempo que los soldados del 7º de Caballería cayeran ante su empuje.

Esta situación se vio además beneficiada por los arcos que portaban la mayoría de los pieles rojas. «Si utilizas un rifle en algún momento es preciso sacar la cabeza para apuntar, y entonces te conviertes en un blanco. Con las flechas no pasa eso. Puedes dispararlas hacia arriba y, aunque tengas menos precisión, puedes seguir a cubierto de los disparos. Con una flecha se puede disparar desde una posición segura en cuclillas detrás de un macizo, una mata de hierbas o un pequeño montículo», determina, en este caso, Magnum.

La aniquilación del 7º de Caballería
En menos de media hora acabó todo. Después de tiros de fusil, combates cuerpo a cuerpo y flechas, los indios aniquilaron a toda la columna de Custer y, por descontado, al propio «Cabellos largos». El cómo vivió el oficial sus últimos momentos es, a día de hoy, un misterio. La leyenda le muestra disparando sus dos Colt en todas direcciones y animando a sus hombres a combatir.
Así, hasta que fue asesinado (más de siete nativos se atribuyeron su muerte).
Tal y como recoge Hernández en su obra, un indio arapajoe explicó después que había visto a Custer en el suelo «apoyado en sus manos y rodillas, con una herida de bala en el costado. Le salía sangre de la boca a borbotones, mientras contaba tan solo con la protección de cuatro de sus hombres, miraba desafiante a los indios que le tenían rodeado». Esta fue, precisamente, la imagen que se dio del teniente coronel tras esta desastrosa contienda.

Sin embargo, otras fuentes como el teniente James Bradley (quien pudo ver en primera persona el cuerpo de Custer tras la batalla) afirman que «Cabellos largos» contaba con una herida de bala en la sien, lo que implica que pudo haberse suicidado para evitar que los nativos le torturasen. Fuera como fuese, la columna fue totalmente destruida. Solo escapó de la masacre un caballo llamado «Comanche», perteneciente al capitán Keogh.

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La última defensa de Custer- Wikimedia

Por su parte, los hombres de Reno y Benteen lograron resistir dos días más combatiendo al otro extremo del campo de batalla, el tiempo necesario para que llegasen refuerzos. Sin embargo, para entonces las tribus indias ya habían desmontado los tipis y habían puesto pies en polvorosa, pues sabían que poco podían hacer contra el grueso del ejército norteamericano.

Aunque las bajas no fueron excesivas para una campaña de tal magnitud (320 entre muertos -270- y heridos -50-) la escasa cantidad de indios aniquilados (unos 50) y la dimensión psicológica de la derrota hicieron que la contienda causase una profunda vergüenza al ejército norteamericano. Tampoco ayudaron las vejaciones que los nativos cometieron contra los cuerpos inertes de los soldados (a los que quitaron las cabelleras, acuchillaron hasta la saciedad, y un largo etc.).
No en vano, el Congreso dictaminó en julio lo siguiente: «La resistencia no dará a los enemigos la victoria final. La sangre de nuestros soldados exigen qu ellos indios sean perseguidos... deben someterse a la autoridad de la nación».
El muro de Adriano, el límite de la civilización 

Es más que probable que hayáis escuchado alguna vez sobre la guardia de la noche y su interminable deber de proteger el “muro” de las huestes salvajes del norte y de otras cosas peores mas allá de las tierras de poniente, situado en el fantástico mundo de Canción de hielo y fuego (Juego de tronos) creado por el genial escritor y guionista George R.R. Martín. Lo que no sé si sabréis es que la invención de éste descomunal muro de hielo está basado en una de las construcciones mas imponentes del imperio romano: El muro de Adriano.


Un muro que delimitaba literalmente (por lo menos para los latinos), el mundo civilizado de la barbarie y que atraviesa por 117 kilómetros el norte de Inglaterra, de este a oeste, entre Pons Aelius (Newcastle) y el golfo de Solway. Pero, ¿por qué Roma decidió fabricar una mole defensiva de ese tamaño en una provincia ya pacificada?… sencillo, por que no estaba tan pacificada como a los sureños les hubiese gustado.
Britania era para los romanos un auténtico interrogante, muchas leyendas alimentaban su imaginación sobre la nubosa isla. No sería hasta los años 55-54 a.c. que el mismísimo Julio César “tanteó” la belicosidad de las tribus britanas y sentó un precedente para una posterior invasión a gran escala que no se produciría hasta el gobierno de Claudio, concretamente en el año 43 de nuestra era. Al principio nada hacía suponer que la invasión de la isla fuera a ser diferente de cualquier otra provincia conquistada, las victorias, aunque algunas eran costosas se iban sucediendo y la “pax” fue declarada por el divino Claudio, que necesitaba una victoria militar para consolidar su reinado en la capital.

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Extensión del muro. Fuente Google Earth.

Pronto se descubriría lo apresurado de la declaración de pacificación, pues constantemente había insurrecciones, levantamientos o alianzas entre tribus; los años pasaban y los emperadores se sucedían y ninguno de ellos se libró de sufrir algún quebradero de cabeza en aquella húmeda y fría isla. Nombres como Carataco, Boudica o Corocota resonaban como maldiciones en la residencia imperial.

En el año 122, el emperador Adriano en uno de sus multiples viajes por el imperio, quiso saber de primera mano la situación real de Britania. Como ya sabréis, Adriano no impulsó grandes campañas de conquista, pero si asentó diversas limes en todo el imperio y salvaguardó lo conseguido por su antecesor y tío Trajano. Debió de pensar que con tres legiones de guarnición en la isla eran mas que suficientes y que a la larga el coste de hacer un muro tan inmenso sería mas barato y provechoso que reponer pérdidas constantes en material y hombres. Así aparte de tener un sistema defensivo, se pudo controlar los movimientos de tribus y establecer un control “aduanero” y de mercancías.

No penséis que solo era un simple muro de piedra, el “Vallum Aelium”  (nombre original del muro) era un complejo defensivo extraordinario con diferentes tipos de fortificaciones que cumplían diferentes funciones. El muro en sí se erigió en su mayor parte de piedra, aunque en el tramo final occidental se utilizó turba, quizás por que apremiaba el termino de la construcción, en años posteriores se sustituiría paulatinamente por piedra. En algunas localizaciones se han encontrado restos de yeso y cal, así que probablemente en sus mejores tiempos era un muro de color blanco (por lo menos en parte del recorrido).

Su altura máxima era de 4,40 metros, y su grosor rondaba entre 2,96 y 3,00 metros en la parte mas ancha, y de 1,83 a 2,35 metros en su parte mas estrecha. En la cara norte del muro también se cavó un foso para dificultar posibles asaltos, una zanja en forma de V de 9 a 12 metros de anchura y casi 3 metros de profundidad, como imaginaréis no era tan fácil de saltar como cuando nos colábamos en el cole a jugar de pequeños.
Antes comentaba que no era una simple pared y ya está, en el muro se iban intercalando diversos sistemas de defensa y vigilancia, que permitían tanto vigilar el norte, como patrullar a través de la calzada que marchaba mas o menos paralela a la linea de piedra en la cara sur y que por supuesto enlazaba todas estas construcciones anexas al muro.

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Fase de construcción del muro. Ilustración de Donato Spedaliere.

A cada milla romana (1,40 km) se situaban los castillos miliares de 18m², que permitían el paso a ambos lados mediante puertas de arco. Dentro cabía una pequeña guarnición de entre 8 y 12 soldados, estaba equipado con horno de pan, lo cuál quiere decir que bien era una fuerza permanente o, bien pasaban largas temporadas coincidiendo con la primavera o el verano, estaciones que solían ser épocas de campañas militares. La parte superior del castillo terminaba en torre para realizar trabajos de vigilancia o defensa si llegara el momento.
Entre castillo y castillo miliar se encontraban dos torres de vigilancia que hacían la función de la típica garita que todavía se ven en los cuarteles de nuestro país. La guardia de esta torre se compondría de auxiliares que se hospedaban en los castillos miliares.

Y como colofón, repartidos a lo largo del muro ( o cerca de él), 17 fuertes permanentes con capacidad de albergar 800 auxiliares o legionarios, aunque varios de esos fuertes se dedicaron a guarnecer unidades enteras de caballería. La estructura de estos fuertes es la típica que conocemos de cualquier  campaña romana, con la vivienda para el legado o prefecto, el cuartel general o Pricipia, barracones divididos en habitáculos para un contubernium y sus cuatro puertas Praetoria, Decumana, Dextra y Sinistra.
En total a lo largo del muro pudo haber de guarnición fija cerca de 9.000 auxiliares, y es más que probable que también hubiera una legión de forma permanente en alguno de estos fuerte o a pocas horas de marcha de la propia linea de defensa.

Pero por muy formidable que fuera el muro se tiene constancia que sufrió ataques de diversa consideración, brigantes,caledonios y posteriormente pictos, asaltaban con cierta asiduidad las defensas, incluso Amiano Marcelino nos relata sobre la Barbarica Conspiratio, en el año 367 parte de la guarnición auxiliar se sublevó permitiendo el paso a los pictos, a los que se unieron tribus de Hibernia (Irlanda) y partidas de guerreros sajones, causando la desolación en la parte norte romana de la isla.

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El muro hoy en día.

No obstante podemos decir que el muro de Adriano cumplió perfectamente su cometido, siendo hoy en día la huella más visible de los romanos en Britania. El yacimiento de Vindolanda es un ejemplo claro con las pequeñas joyas que se encontraron allí, una serie de tablillas y cartas, algunas conservadas en perfecto estado que nos muestran como era la vida en el muro. Os dejo un ejemplo:
Saludos de Claudia Severa a Lepidina.
El tercer día antes de los idus de septiembre, hermana mía, para el día de celebración de mi cumpleaños te hago llegar una cálida invitación para asegurarme de que vengas a vernos, y hagas mas agradable esta jornada con tu presencia. Saluda de mi parte a tu Cerial. Mi Aelio y mi hijo os envían sus saludos.
Te esperaré hermana.
Adiós hermana mía, mi alma querida, a quien deseo prosperidad y salud.
A Sulpicia Lepidina, esposa de Cerial, de parte de Severa.
Con el declive del imperio, las guarniciones, los suministros y las reparaciones sufrieron un merma importante, hasta que en el año 407 se inició el abandono de la isla por parte de Roma. La piedra del muro se utilizó en tiempos posteriores para crear iglesias y castillos medievales como en el resto de Europa, dejó de ser una serpiente de piedra que recordaba al extranjero y al ciudadano que ahí acababa la civilización, pero bueno eso como sabéis, es otra historia.
Fuentes y bibliografía:
Nic Fields. El muro de Adriano
Tácito. Historias,Agrícola
http://historiaoleyenda.com/el-muro-de-a...ilizacion/
1514.- BECERIILLO Y LEONCICO, los perros de la conquista.

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Becerrillo fue uno de los más eficaces perros de combate que sirvieron en las filas del ejército castellano durante la conquista de las tierras americanas. Este ejemplar perteneciente a la raza de los alanos españoles sólo sería igualado en destreza y fidelidad por su hijo Leoncico.
Becerrillo fue adiestrado en la Isla de La Española, que por aquel entonces era un enclave geográfico bajo dominio español en el que los perros de presa tradicionales españoles, los alanos, se entrenaban con fines militares. El hecho de que fuesen los alanos la raza canina , los cuales eran una mezcla de dogo y mastín, los motivos por lo que esta raza fue escogida para el adiestramiento respondía principalmente a dos motivos: la excelente capacidad de guardia que estos animales poseían y la robustez y vigorosidad de su fisonomía, la cual era considerada como perfecta para dar caza a los indios prófugos.

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Becerrillo

En el año 1511, Becerrillo abandonaría la Isla de La Española para dirigirse a la Isla de San Juan junto con su amo Sancho de Aragón, aunque cierto es que algunos cronistas también lo han relacionado con el conquistador Diego de Salazar.
Según la crónicas americanas, Becerrillo era descomunal, con muchas manchas de color negro que irregularizaban su pelaje rojizo. Además, poseía una nariz oscura y unos ojos de color ocre que se hallaban circundados por pelo de tintes negruzcos.
Tenía una mandíbula poderosa que albergaba unos dientes afiladísimos, capaces de arrancar de cuajo la extremidad de un adulto sin mayores dificultades. Este animal era extremadamente valorado entre los integrantes del ejército castellano por varios motivos: en primer lugar, era muy apreciado por su ferocidad y total entrega en el campo de batalla.
En segundo lugar, era de gran utilidad para dar caza a los indios que intentaban huir, puesto que el perro en un principio no utilizaba la violencia, sino que se limitaba a arrastrar con suavidad al enemigo hasta la posición en la que se encontraban los aliados; pero cierto es que si los nativos oponían alguna clase de resistencia, la crueldad de Becerrillo no tenía límites.
En tercer lugar, el perro en cuestión tenía la capacidad de entender a las personas le hablasen en la lengua que le hablasen, y además sabía diferenciar con tremenda facilidad a los indios amigos de los rebeldes.
Y por último, el can era extremadamente fiel, puesto que era capaz de arriesgar su propia vida para salvar a cualquier allegado. Como consecuencia de todas las cualidades que poseía Becerrillo, este recibía doble ración de comida (que en más de una ocasión era mejor que la de los propios infantes) y un sueldo por los servicios prestados a su Patria. Concretamente, el salario que ganaba era el equivalente al de un ballestero.

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Según cuentan numerosos cronistas de la época, el Capitán Diego de Salazar, al que Ponce de León le había encomendado una misión de reconocimiento, quiso entretener con un dantesco espectáculo a sus exhaustos soldados tras tener una pequeña refriega con los indios locales. Para eso ordenó a algunos infantes que buscasen y capturasen a una anciana nativa, a la que posteriormente le darían una carta que debería entregar al Gobernador de la zona. De no ser así, esta sería arrojada a los perros y como es de suponer, acabaría destrozada por las mortíferas dentelladas de los canes.

Cuando la mujer se había alejado ligeramente, los soldados soltaron a Becerrillo al mismo tiempo que lo inducían a matar a la anciana. Pero para sorpresa de todos, cuando el can estaba a punto de abalanzarse sobre su presa, ésta se arrodilló y con voz temblorosa le pidió que no le diese muerte, pues iba a entregar una carta a los cristianos. Ante tal situación, Becerrillo, que tenía un entendimiento casi humano, se detuvo y contempló los aterrorizados ojos de la mujer, a la que posteriormente olfatearía y lamería (algunos cronistas recogen que el perro no la lamió, sino que orinó a su lado).

La actitud de Becerrillo fue considera como una intervención divina y avergonzó a los macabros bromistas. La humillación fue de tal envergadura, que cuando regresó Ponce de León, este ordenó que la anciana fuese puesta en libertad y que volviese a su pueblo sana y salva. Después de haber servido una larga temporada en las filas de los ejércitos españoles, Becerrillo regresó al lado de su dueño para poder descansar y recuperarse de las heridas durante un cierto período, pues cierto era que el animal pronto volvería a ser requerido por Diego de Salazar.

Los indios volvieron a atacar las haciendas, y como resultado del asedio, los dueños de la casa perdieron sus vidas y Sancho de Aragón fue capturado. De inmediato Becerrillo acudió al auxilio de su amo atacando a los indios, dando muerte a gran parte de ellos, de modo que éstos se vieron en la obligación de liberar a Aragón en la orilla del río (hoy en día conocido como Grande de Loíza, Puerto Rico) por el que tenían pensado huir. Acto seguido, desde las canoas se comenzaron a lanzar flechas envenenadas, y una de ellas se incrustó en la carne del perro, el cual falleció poco después. Su amo lo intentó salvar, pero fue en vano. Cuando los soldados españoles se enteraron de la muerte de Becerrillo, decidieron que el finamiento y el lugar de entierro de este se mantuviese en secreto, pues así podrían seguir atemorizando a los indios con el perro.

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Entre los descendientes de Becerrillo, el que más fama y renombre alcanzó fue Leoncico. Este animal acompañaría a Vasco Núñez de Balboa, que era su propietario, en un gran número de batallas en las que siempre desempeñaba un papel de vital importancia. También se considera que fue el primero de los perros europeos en ver el Mar del Sur, que era el nombre que recibía el océano Pacífico durante las primeras exploraciones españolas. Como consecuencia de la continuada intervención de Leoncico en las campañas promovidas por Núñez de Balboa, una serie de mitos y leyendas surgieron sobre la figura de este perro.
La mayoría de estas se encontraban apoyadas por los escritos de los cronistas españoles, en los que se afirmaba que los dientes del animal habían adquirido un color rojo de tantos nativos a los que matara y que en casi todas las contiendas acababa con la vida de más indígenas que cualquier soldado del ejército. Murió en una refriega, debido a los dardos envenenados de los indígenas. Su amo degollado por la ambición de otros conquistadores.

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Jose francisco Gil
Bellum Artis.
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