Foros de Uruguay Militaria

Versión completa: Los soldados de nuestro Ejercito
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En qué contexto dijo eso?
En un articulo de OPINION en El Pais de hoy. Muy buen articulo.
(05-07-2017, 07:47 PM)Foxbat escribió: [ -> ]En qué contexto dijo eso?

http://www.elpais.com.uy/opinion/enfoque...madas.html

Big Grin Big Grin Big Grin
El Turbante Azul de la ONU. A la memoria de Gary Benavides
Por: Bahia M.H Awah | 30 de mayo de 2014
[Imagen: 6a00d8341bfb1653ef01a73dca5614970d-550wi]
                                                                                         Gary Benavides es el segundo por la derecha

Hay quienes con humildad pasan por nuestra vida y dejan profundas huellas; y hay quienes pasan y como si nunca se hubieran cruzado en nuestro camino. En homenaje al Casco Azul de la ONU, el Coronel uruguayo Gary Benavides.
Corría el año 1991 cuando Naciones Unidas mandó al Sahara Occidental su primer contingente de Cascos Azules, bajo las siglas de la MINURSO, Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental. El contingente arribó a los territorios liberados tras el cese el fuego firmado entre el Frente Polisario y Marruecos el 6 de septiembre de 1991. Era la primera etapa del plan de paz estipulado para la posterior celebración del referéndum de autodeterminación auspiciado por el Consejo de Seguridad de la ONU. Este acto de celebración del cese el fuego lo describí con detalle en el capítulo V de mi libro “El sueño de volver”.

Este preámbulo en el conflicto, como paso hacia la recuperación de las aspiraciones de los saharauis, significó en aquel entonces la esperanza para muchos sueños que habían sido quebrados por la prolongación de la ocupación marroquí. Fue la primera vez en la historia que los saharauis vieron en su territorio a cascos azules de la ONU velar por un acuerdo de cese el fuego, después de dieciséis años de destructiva guerra, que transcurrió silenciada por la política de Occidente, considerándola “guerra de baja intensidad”, y por Marruecos, que ocultaba su letal hemorragia a sus súbditos.

A raíz del inicio del plan de paz que comenzaba en el Sahara Occidental conocí al entonces capitán Gary Benavides, casco azul de la ONU, natural de la República Oriental de Uruguay. Nos encontramos a principios de los años noventa cuando el oficial uruguayo, de físico alto, corpulento, de presencia imponente, dirigía uno de los  primeros Team Site de la MINURSO, en la localidad saharaui liberada de Tifariti. Formaba parte de un contingente de varias nacionalidades; tengo en la memoria la arrogancia de los oficiales franceses, que transpiraban viejos olores de tiempos coloniales del “de gaullismo”.

Desde el primer momento conecté con el oficial uruguayo por su carácter humilde y cercano. Nuestro encuentro lo posibilitó el idioma castellano que tenemos en común en el Sahara Occidental y Uruguay; quizá también por la historia del dominio colonial que saharauis y uruguayos habían heredado del mismo malquistado colonizador.

La conexión humana que nos unió a los saharauis con Gary también se debió a saber entender cuándo otra persona necesita que le miremos a los ojos, le escuchemos y sintamos su dolor como nuestro. A lo que se unió el tema de la descolonización del Sahara Occidental. Gary me contó que cuando le destinaron para aquella misión, poco sabía del territorio y tuvo que pasar por un periodo de formación a cargo de funcionarios de las Naciones Unidas sobre la naturaleza de un problema persistente en la última colonia africana, junto con la búsqueda personal de información sobre el conflicto.

Al llegar al territorio tenía claro adónde iba y con quién iba estar. Nada más aterrizar en Tifariti comenzó su trabajo de velar por el acuerdo del cese el fuego entre los ejércitos saharaui y marroquí. Gary quedó impresionado por la realidad sobre el terreno: la fuerza de convicción de los saharauis en sus principios de lucha y la plena razón con que se expresaban ante los cascos azules de Naciones Unidas, cuando el cometido del contingente está limitado exclusivamente a la observación del cese el fuego entre las dos partes.

En aquellos años noventa en Tifariti, tras habernos conocido muy bien el uno al otro y haber compartido muchas charlas y reflexiones sobre múltiples temas de interés general y sobre todo el proceso del Sahara Occidental, nuestra relación se fue afianzando más de lo que yo esperaba de un pasajero casco azul en misión. El contingente que dirigía en Tifariti era de varias nacionalidades y casi todas desde un posicionamiento personal mostraban simpatía hacia la causa saharaui, a excepción de los franceses. Gary era un oficial culto y autodidacta fuera de su disciplina y formación militar, faceta que le permitía desenvolverse en muchos temas.

En alguna ocasión en que hablamos sobre la dimensión humana de las personas, me preguntó si encontraba algo anormal en el comportamiento de los oficiales franceses hacia los saharauis. Y recuerdo que mi respuesta le hizo mucha gracia:
– Gary, estos oficiales franceses son piojos del régimen marroquí y siendo su país parte opaca del conflicto no deberían estar en el contingente de la MINURSO.
Gary, prudente en su trato con los demás, guardó silencio ante mi respuesta evitando cualquier tipo de comentario.

En nuestro recorrido por la zona una vez visitamos una familia nómada saharaui, que nos invitó a compartir el tradicional té saharaui que se ofrece al huésped como preámbulo de bienvenida. Al concluir el té y tras una extendida y amigable charla, cuando nos dispusimos a marcharnos la familia nos trajo un corderito y nos dijo que era un regalo para Gary. Él, perplejo ante la situación, dijo que no lo podía aceptar. Le expliqué que no debía rechazarlo porque era un gesto que los saharauis reservan para quien admiran o han oído hablar bien de su trayectoria. Gary agradeció el gesto a la familia y le llegó profundamente al corazón tal consideración; así que llevamos el corderito con nosotros al team site. Le dimos el nombre de “Lpi”, en inglés lamb of peace”. Viendo que no podíamos estar pendientes de él le propuse a Gary que lo dejáramos libre con un ganado propiedad estatal saharaui para que fuera creciendo dentro del rebaño y así lo aceptó. Creo que estos pequeños hechos desbordantes de humanidad son los retazos biográficos que constituyen la esencia para recordar a un amigo.

Hubo muchos cascos azules de varios países de Latinoamérica en la MINURSO con los que los saharauis tuvimos una especial sintonía de amistad y de cercanía por la lengua y por lo que éstos sentían sobre el proceso de descolonización del territorio. Muchos de ellos recuerdo que sufrieron represalias cuando iban de permiso al otro lado del muro que divide el territorio y ocupa Marruecos, en especial en la ciudad saharaui de El Aaiun y en el sur marroquí.

Cuando regresaban de su permiso llegaban con moratones en los ojos por agresiones de los agentes marroquíes que les seguían vestidos de paisano y en muchas ocasiones les robaban, por el simple hecho de pertenecer al mundo hispano que simpatiza con el pueblo saharaui. En cambio, los oficiales franceses eran bienvenidos entre los marroquíes y pasaban sus vacaciones entre agasajos y lujosas casas de altos cargos militares marroquíes, pachás y autoridades del régimen en la ciudad ocupada saharaui de El Aaiun y en el sur marroquí. Todo esto me lleva a recordar las palabras de Ramón y Cajal cuando dijo: “¿No tienes enemigos? ¿Es que jamás dijiste la verdad o jamás amaste la justicia?”.

En muchas ocasiones hablábamos de aquellos convulsos años de América Latina y África y Gary me situaba en muchas interesantes historias que yo desconocía del continente latinoamericano. La amistad que tuvimos con ese coronel uruguayo era de esas que surgen por una razón que inevitablemente tenía que darse. En muchas ocasiones me decía:
– Admiro cómo los saharauis habláis el español.
Y en mis respuestas, que surgían entre bromas de amigos en las que a veces se mezclaba el surrealismo y la realidad, le decía:
– Gary, la metrópoli nos enseñó como a vosotros que esta lengua “fija, limpia y da esplendor” y la razón que los saharauis le encontramos es porque nos une a vosotros, los hermanos latinoamericanos, y a todos nos aleja de la francofonía y su política en la región, con la que Marruecos intenta engullir un factor más de nuestra identidad.

Cuántas veces recuerdo que me decía, partiendo de su doctrina onusina de predicar siempre la paz:
–Acuérdate amigo Bahia que vuestra generación tiene una comprometida misión por la paz y la libertad.
Y yo le decía a veces con cierta ironía que Marruecos no nos dejaba esa opción “paz por libertad” que soñamos y por la que pagamos un alto precio. Algo aprendí al respecto leyendo la biografía del mítico escritor franco argelino Franz Fanon, cuando decía: “Cada generación, dentro de una relativa opacidad, tiene que descubrir su misión, cumplirla o traicionarla”.
Guardo muchos recuerdos de ese oficial que consagró su vida por hacer velar los principios que nuestra humanidad intenta predicar, a pesar de los fracasos en su carta magna y en muchas partes de nuestro planeta.
A partir de finales de los años noventa no tuve más información sobre el que llegó a ser mi gran amigo; hasta que no hace mucho aproveché el paso por Madrid de Emiliano Gómez, histórico amigo del pueblo saharaui y fundador de la Asociación de Amigos de la República Saharaui en Uruguay.

A Emiliano le hablé del oficial Gary Benavides y le pedí que hiciera lo posible por localizarle en Montevideo, lo que a todos nos haría recuperar a un gran amigo de la causa. Emiliano me prometió que haría todo lo posible para encontrarlo. Pasado un tiempo recibí un breve email en el que Emiliano me decía que había podido localizar a la familia de Gary; me comunicaba la triste noticia de que mi amigo había fallecido dos meses atrás. Sentí profundamente la incalculable pérdida y escribí a su hermano Robert y a su viuda Graciela, con los que Emiliano me puso en contacto, para trasmitirles mis condolencias.

Gary Benavides nació el 8 de enero de 1956 en la singular y pintoresca ciudad de Rivera, situada al norte de Uruguay y que limita con su gemela de alma ciudad brasileña Santana do Livramento. Dos límites entre los que se había criado Gary, según me comentó su viuda, a los que se conoce como “la frontera de la Paz” por la convivencia en armonía de los habitantes de ambas ciudades.

Gary Benavides a los dieciocho años se trasladó desde esa frontera de la paz a la capital de Uruguay, Montevideo, para comenzar su carrera militar. Sus primeros trabajos le llevaron a la Antártida. En 1992 pasaba a formar parte de los cascos azules en Camboya; entre 1995 y 2003 fue el periodo en el que estuvo destinado en los cascos azules de la MINURSO en el Sahara Occidental, pasando posteriormente por la República del Congo y Haití, lugares donde también había dejado  muchos amigos. Así me lo confesaba en un email su viuda Graciela Sanchez, en estos términos: “te puedo asegurar que tiene amigos en todas partes en las que le tocó vivir. Tú fuiste su amigo y sabes de qué te estoy hablando”.

La naturaleza de la amistad que guardo de este casco azul uruguayo me traslada a mis años de bachillerato en Argelia. Recuerdo haber visto entonces ‘La batalla de Argel’, una película filmada en blanco y negro que plasma los orígenes, el estallido y el fin de la guerra de liberación de Argelia y el brutal dominio colonial francés en la ciudad de Argel, durante el periodo que transcurre entre 1954 y 1957; un guion cinematográfico del director italiano Gillo Pontecorvo, que finalizaba la película con un rápido salto temporal que conducía hasta el momento de la independencia de Argelia en 1962. En mi memoria imborrable aún está presente una secuencia del final de la película, como los momentos que te quedan de un amigo que se ha ido. Un clandestino revolucionario argelino, al saber de la derrota francesa, se trasladaba a un cementerio en el que habían enterrado a muchos compatriotas durante la guerra;  en mitad del camposanto, con voz eufórica, quebrada por el dolor y la alegría, se dirigía a toda voz a los cientos de mártires que ahí descansaban, para decirles: “¡Compatriotas, compatriotas, levantaros, levantaros que ha llegado la libertad!”.

Hacía ya más de tres décadas que yo había visto por primera vez aquella escena de la ‘La batalla de Argel’ en la que aquel revolucionario anticolonial arengaba y pedía a los muertos que se levantaran para ver la libertad. Al enterarme de que el Coronel Gary nos había dejado y descansaba en paz, recordé sus consejos: “soldados de la paz y la libertad”, y mi espontánea respuesta de que “no nos dejaron paz por libertad”.

Volví a revivir casi la misma secuencia, pero esta vez la imagen era real y se repetía en Túnez, durante el estallido de la revolución de los Jazmines contra la dictadura de Zine El Abidine Ben Ali. Un hombre se veía en plena calle enfrentado con los últimos reductos del régimen tunecino; con voz fuerte, ronca y desolada, gritaba a todo pulmón a sus compatriotas: “¡Oh tunecinos, que habéis sufrido las torturas! ¡Oh tunecinos, que habéis sufrido las cárceles”, ¡Oh tunecinos, que habéis sido humillados y marginados!  ¡Levantaros por vuestra libertad! ¡Levantaros por vuestra libertad!” Con esta imagen el director de cine español Alvaro Longoria y el afamado actor Javier Bardem introducían su película ‘Hijos de las nubes, el Sahara la última colonia’, aquel país donde estuvo destinado el coronel Gary y del que siguió su proceso de descolonización.  

Hay quienes con humildad pasan por nuestra vida y dejan profundas huellas; y hay quienes pasan como si nunca se hubieran cruzado en nuestro camino. Gary Benavides pasó por mi vida y entre nosotros quedó la amistad; el aprecio por un peculiar hombre convertido en hermano que nunca estuvo indiferente ante nuestro proceso de descolonización, como no lo estuvo su jefe de aquellos años, el exembajador estadounidense Frank Rudy, u otros altos funcionarios de la ONU, como el exresponsable de la MINURSO el italiano Francesco Bastagli y tantos otros amigos que conocimos gracias a su paso por nuestra patria saharaui. Todos ellos estarán siempre en nuestro corazón.


Turbante azul

Mi verso hasaní, querido amigo,
y mi gaf  castellano
es alma que te vela
y surca tus caminos
de ida y vuelta,
sendero de paz.
Desde el cielo de Tifariti
al pozo Agua Dulce de Birlehlu,
o a los verdes campos de tu Rivera.
Hijo predilecto de Tifariti,
peregrino Turbante Azul,
Casco Azul de amistad,
uruguayo nacido en Rivera,
hijo de pintorescas
fronteras de paz.
Selvas y desiertos,
en los cerros de Tifariti
te respiran
como en los llanos de Rivera
y desde iglesias, campanas por tu alma
repican en Santana do Livramento.

Querido Gary, los saharauis cuando se nos va un amigo decimos “Dios nos lo ha traído y Dios nos lo ha llevado”. En paz tu alma, que siempre ha velado por la paz, descansará eternamente entre nosotros.

http://blogs.elpais.com/donde-queda-el-s...vides.html

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Este es el reflejo de muchos Uruguayos en misiones de paz.
Modestia aparte nosotros somos diferentes al resto.
(05-09-2017, 05:11 PM)Krody escribió: [ -> ]Este es el reflejo de muchos Uruguayos en misiones de paz.
Modestia aparte nosotros somos diferentes al resto.

Correcto, no somos ni los mejores ni los peores, simplemente diferentes.....





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“Uno pasa y las cosas quedan… Y las cosas, son de todos”
“Eterno estudiante”, es la definición que según él mismo, mejor le calza. Apasionado de la arqueología y dueño de una curiosidad admirable, Marcelo Díaz Buschiazzo pasa sus días detrás de hallazgos que nos ayuden a entender dónde estamos parados. Y, para nuestra suerte, esas experiencias no quedan en un cajón, sino que las convierte en libros
Mayo 25, 2017 [Imagen: Slide-4-353x210.jpg]

 
Por Martina Pérez. Fotos Olivia Pérez
 
“El problema de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles, sino importantes”. La frase de Winston Churchill (1874-1965) está escrita en su agenda. Lo acompaña a diario. “Todos quieren ser importantes pero no útiles”, reafirma Marcelo Díaz Buschiazzo, oficial del Ejército de profesión, licenciado en Ciencias Militares, profesor y con una maestría en España de Historia Militar. Es también paracaidista. Y es, ante todo, arqueólogo de corazón, aunque aclara que le queda una materia -geología- para recibirse. “Es difícil para mí ser realmente solidario, pero sí trato de ser útil a la sociedad desde mi lugar”, dice Marcelo desde su escritorio, rodeado de hallazgos de excavaciones, publicaciones de su autoría, placas, diplomas, reconocimientos.

Toda una vida de actividad desplegada en paredes, estantes y vitrinas de manera impecable y extremadamente prolija, como preservando algo de valor sagrado. Es que ahí están sus “tesoros”, aquella “bolsita de tierra” que lo liga a su quehacer, esa bolsita que Marcelo conserva como una especie de amuleto recordatorio: el de aportar, desde su lugar, al bien común. “Trato de mantenerme cercano a lo natural y alejarme de lo material. Uno pasa y las cosas quedan… Y las cosas, son de todos”.

Su padre amante de los pájaros y de la naturaleza, su infancia en Tarariras (departamento de Colonia), seguramente hayan colaborado en ese respeto hacia lo esencial, aún en lo más pequeño; esa reverencia que muestra ante aquello que permanece y que pertenece a todos.
Imagino a Marcelo (el menor de dos hermanos) como un niño buscador de tesoros, mapa en mano, siguiendo huellas y jugando a los piratas. “Todavía conservo cosas que encontré de niño -dice-. Una moneda de plata de 1855 que era brasilera. Creo que es de un cinturón de un gaucho”. En la zona donde creció, de indios y batallas, el hallazgo de boleadoras y puntas de flecha estaba a la orden del día. “Hasta hoy me pasa de estar barriendo en el fondo de la casa de mis padres y encontrarme con esos tesoros. Es como que desenterrás parte de tu pasado. Todas las piezas hablan y hay que saber escucharlas”.

En sus años escolares no faltó la clásica visita al Barrio Histórico de Colonia del Sacramento de donde, recuerda, se trajo una “piedrita”. “Para mí fue como encontrar una pirámide en Egipto. La arqueología siempre me atrajo pero como parte de un juego. Fue más de mayor, a fines de los ’90, cuando realmente me di cuenta lo mucho que me gustaba. Pero más allá de esta pasión, lo que yo voy a ser siempre es un eterno estudiante”.

Martina Pérez: ¿Sos militar de tradición de familiar?
Marcelo Díaz Buschiazzo: No. Durante mi infancia en Tarariras ni siquiera vi un militar. Un día leí una historia sobre el Liceo Militar y me gustó al punto que decidí hacer carrera. Le dije a mis padres y ellos me apoyaron. Tenía 14 años cuando me fui en la Onda, solo con mis ilusiones, de casa en Tarariras al Liceo Militar en Durazno.

Nunca antes había salido de mi hogar y pasé de eso a venir cada tres semanas. Era el año ’84, las comunicaciones eran complejas; hablaba con mis padres una vez por semana y tenía tres horas de espera, recibía cartas suyas y yo también les escribía. Fue como la historia de un niño tras su destino. La vida te da esas experiencias fuertes, de renuncias, dejar de lado a la familia, perderse cosas propias de la edad como los cumpleaños de 15… Me fui siendo niño y volví siendo hombre.
o
o
MP: ¿Cómo fue tu carrera militar?; ¿Qué experiencias te dejó? 
MDB: Muchas. Me marcó en varios sentidos. Una vez que estuve en el Liceo Militar, me di cuenta que, si bien me gustaba la aviación, lo mío iba por el Ejército. Yo elegí Infantería, que son los que pelean en tierra. Y soy paracaidista y comando.
Tuve diferentes destinos en el país y a los 32 años me fui al Congo en Misión de Paz. Y esas vivencias te marcan. Estuve nueve meses entre 2002 y 2003. Recuerdo que estando allá le pregunté a un congoleño que trabajaba con nosotros el por qué de tanta pobreza y él me contestó asombrado: “¿Pobreza por qué? Si tengo mi casa, (que era una choza con techo de hojas), tengo a mi familia (era padre de 10 hijos), comida…”.  O sea, pobres somos nosotros que pensamos que la riqueza va por lo material.  Él tenía todo y podía alimentar a toda su familia. Eso también me dejó huella porque fue ver otra realidad.

Pero en general, a mí el Liceo Militar me marcó. No necesité irme de mi casa para valorar lo que tenía. Fueron enseñanzas de vida, ver otras realidades, salir de la propia rutina y ser testigo de otras situaciones; comprobar que no todo está tan mal como uno a veces piensa. Uno le da otro valor a lo cotidiano de la vida.

Otro punto de inflexión fue en el año 1999, cuando falleció mi padre que era originario de una zona llamada Manantiales. Es una parte alta del departamento a unos 70 kilómetros de la ciudad de Colonia, donde en 1871 hubo una batalla, la Batalla de Manantiales, durante la Revolución de las Lanzas. Es la zona donde nació mi abuela, mi padre y mi esposa Ana. Así fue que me interesé por esta zona. Uno trata de “revivir” a los muertos buscando huellas.

 Y en esa búsqueda, vi que en los registros había detalles y grandes errores que marcaban el lugar de la batalla a 36 kilómetros de distancia unos de otros. Entonces, hice la propuesta para la Licenciatura de la Tesis con el fin de encontrar el punto exacto donde había sido la Batalla.

 Fue un trabajo importante que me llevó cinco años, en el cual conocí mis orígenes y comencé a atar períodos que estaban oscuros en nuestra historia nacional. La Revolución de las Lanzas no es algo que se enseñe en nuestra historia y, sin embargo, fue el precedente de la Guerra del Paraguay.  Así, con Manantiales, empecé a sumar campos de batalla que en el 2005 llegaron a 200.
 
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MP: ¿Cómo se trabaja sobre los campos de batalla?
MDB: Somos un equipo multidisciplinario pero disciplinado. Por ejemplo, cuando fuimos a trabajar a Paraguay, nos llevó 18 meses de investigación. Una vez que encontraste el sitio, no puede haber margen de error. Hay que buscar el material y conservarlo, hacer la puesta en valor de las piezas, la divulgación de la información, y culmina en lo que es la extensión, cuando presentamos los libros.
Para mí el trabajo más importante es el de investigación, con la parte documental, los libros, la cartografía… En el trabajo de campo, que es lo más lindo para quien hace arqueología, estas comprobando la hipótesis del gabinete en el terreno.

Tenés un equipo de acuerdo a lo que vas hacer. Un campo de batalla no es un sitio acotado. Estamos hablando de, por ejemplo,  Ituzaingó en Brasil, un campo de batalla de 150 hectáreas. En esas dimensiones, tenés que usar otras técnicas. Vemos en el planteo del terreno cómo se movía el comandante, dónde podía estar la infantería y dónde estaba dispuesta la artillería…  Y desde ahí, acotar zonas de trabajo con diferentes instrumentos como detectores de metales, GPS, etcétera.

En el campo está el arqueólogo, el museólogo y el conservador. Los tres trabajan juntos y si encontrás una pieza que quieras conservar para el museo, entonces el museólogo le dice al conservador qué aspecto quiere conservar.  Hay cosas que no sabemos lo que son y tenemos que hacer un trabajo de investigación. Cuando uno no sabe, no puede descartar nada en el campo; si lo hacés, podés perder una pieza muy importante y es evidencia. Lo que se descarta en un campo de batalla, es lo que no está relacionado al hecho que buscamos; o sea, si busco de 1915, no voy a levantar lo de 1904.

Esto se debe a que si alguien, el día de mañana, quiere buscar material de 1904, lo tiene allí, yo no me lo llevé, y así vamos dejando lugar a los otros.  Esto es un trabajo técnico y hay que llevar materiales, todo un equipo y hacer conservación in situ. Es decir que, cuando la pieza sale de la tierra, ya se empieza a degradar, por lo tanto inmediatamente se empieza hacer la conservación.  El día de mayor felicidad es cuando vas a hacer la excavación.
o
MP: ¿Qué busca la arqueología? 
MDB: La historia tiene diferentes ramas y especialidades. La arqueología es la que trata sobre las pautas culturales. Los restos materiales obtenidos en las excavaciones te muestran las pautas culturales que tenían los humanos en ese momento, en ese sitio y en cierto tiempo. Es como si yo fuera a tu casa y examinara la bolsa de basura, voy a determinar qué comen en esa casa, qué hábitos tienen… Por ejemplo, una afeitadora me puede decir que hay un hombre o que las mujeres se afeitan el cuerpo. Se intenta que los restos materiales hablen, que cuenten su historia. Eso es lo apasionante de la arqueología.

A veces, el documento tiene una intención, la intención de quien lo escribió y la que oculta también. Por ejemplo, en cartografía, te puedo dibujar monstruos para que tú no vengas y te oculto dónde están las minas de plata. Hay una intencionalidad y lo mismo pasa con los documentos. Y cuando lo llevás a la arqueología, sucede que a veces no tenés documentos ya que, por ejemplo, se trata de sitios prehistóricos. Entonces, sólo contás con hechos. Pero sí podés comparar por intermedio de medios como la etnología, que estudia a las poblaciones actuales, como a los indígenas del Amazonas. Entonces van, observan su comportamiento y comprueban que tienen muchas técnicas similares a las que usaban los antepasados en cuanto a cómo trabajan la piedra, cómo cazan, etcétera. Y, a través de esa comparación, uno le va encontrando ciertos usos.

MP: En este proceso imagino que hay que animarse a cuestionar discursos, no dar por sentado las cosas…
MDB: Claro. A mí no me gusta discutir. Uno, en temas históricos, tiene que estar abierto a que puede haber cambios y eso a veces la gente no lo entiende. Yo digo que mi posición no tiene por qué ser exacta y le pido a los niños que busquen su propia interpretación.

MP: “Escuchar a la pieza”, como decías, lo opuesto a interpretarla ya con la respuesta propia de antemano…
MDB: Es que, en algunos ámbitos, hay gente que no sabe decir “no sé”, y ahí está el tema. Si no sé, hay que decirlo sin problemas y ponerse a investigar.
o
MP: ¿Cómo se puede hacer más accesible la arqueología a la gente?
MDB: Primero un cambio de tesitura donde el arqueólogo, el investigador o el profesor no sea el dueño de la verdad.

MP: ¿Hay soberbia en el ámbito?
MDB: Y sí. Porque no todos pueden ser arqueólogos o investigadores, hay que ser egresado de la Academia.  Tampoco porque a uno le den una palita, uno es arqueólogo; pero si cada uno se guarda el saber para cada uno y no lo socializa, ¿de qué sirve? Al Atlas de la Antigua Colonia del Sacramento (2016) lo llevé al archivo de Colonia para que quien quiera, lo pueda utilizar.

Yo hice el trabajo, pero el trabajo es para todos.  Para hacer más accesible la arqueología, hay que echar tierra a esos mitos que se derriban educando, sensibilizando a la gente, llevando a las escuelas y mostrando a los niños que ellos también son parte del proceso. Devolver a los lugares y a los barrios, su historia. Es como revivir a los muertos. Saber dónde uno está parado.

Hay una publicidad en History Channel que dice: ¿Sabés dónde estás parado? Y muestra a una señora y a una niña juntando caracoles en una playa y detrás, en un segundo plano, sucede el desembarco de Normandía. Entonces, físicamente estaban en el lugar del desembarco pero en otro tiempo. Otra situación de esa publicidad es un perrito caminando por un parque en Nueva Jersey que era el mismo lugar donde se había incendiado el dirigible. Y, la tercera escena, muestra a un señor esperando el ómnibus en una parada en Berlín, en el segundo plano se ve a la gente tirando el Muro… O sea, ¿sabes dónde estás parado?

Cuando voy al Liceo Departamental de Colonia empiezo con esa pregunta: ¿Dónde estás parado? Les pongo unos videos. El Liceo Nro. 1 fue el lugar más importante desde donde se atacó a Colonia, Los Altos de la Concepción. Y había una batería con 19 cañones que atacaba a Colonia en diferentes sitios. Es interesante saber que un lugar donde hoy se enseña, fue otrora un sitio que atacaba a Colonia, poblado de soldados; luego fue una quinta de Doña Josefa y el lugar fue cambiando de nombre; después fue el barrio de las Quintas.
 
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MP: ¿Vos vivís de la arqueología? 
MDB: No, la arqueología es mi pasión. Yo estoy retirado. En el Ejército vos te podés retirar con 30 años de servicio. Yo soy paracaidista, cada tres años me daban uno más para el retiro. Por la misión en el exterior y los estudios, también sumé años de servicio.
Entonces, a los 41 años me retiré con 30 años de servicio. La gente me pregunta por qué no trabajo, si tengo tiempo. A mí un cargo gerencial no me van a dar. Me van a dar un cargo para ganar 20 mil pesos, sólo para ser 20 mil pesos más rico por estar lejos de mi familia… Hoy tengo tiempo para la familia y para mí. El día de mañana, si tengo un problema económico y tengo que salir a trabajar las ocho horas, no tengo problema en hacerlo. Pero mi familia no tiene precio. Corro a las 8 de la mañana porque así no le quito tiempo al resto.

MP: ¿Qué hay de los trabajos arqueológicos en el Barrio Histórico de Colonia?
MDB: Hicimos descubrimientos que me llevaron a hacer el Atlas de la Antigua Colonia del Sacramento. En la zona del Acuario aparecieron restos de muros que eran parte de la muralla. Esto se transformó en un proyecto, “Paseo de la Brecha”, donde se conjugó la parte arquitectónica, edilicia, como solución habitacional, comercial (con un café literario), integrando el espacio con los bienes materiales y la muestra museística de los materiales arqueológicos. Se mantuvieron los muros a la vista de la gente.
Esto te permite convivir con restos de la época española y portuguesa. Ese proyecto lo mandaron a Italia a un concurso donde participaron 400 obras arquitectónicas de 40 países y 400 concursantes y salió premiado. Obtuvo el premio Dedalo Minosse 2017. Esto es importante porque trabajamos juntos, inversores, historiadores, arqueólogos… Cuidamos y mantenemos.
 
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MP: Mas allá de que quieras materializar los hallazgos, tenés especial interés en los libros…
MDB: Siempre me gustó la lectura. De chico leía mucha lectura infantil, aprendí fácil, leíamos Selecciones o los Almanaques del BSE.  El saber no ocupa lugar.  Mi madre me decía que cuando yo iba al almacén con un amigo, siempre leía los carteles; tenía mucha curiosidad.

Siempre digo algo: “Desconfiá de todo”. Yo desconfío de todo. Desconfiar es parte de la curiosidad y uno tiene que encontrar la verdad por sí mismo. Uno tiene que tener su propia hipótesis. Si hay un libro que me dice que Artigas estuvo en Colonia, yo desconfío; entonces, busco para comprobar. Me gusta involucrarme en los trabajos. Preguntar el porqué. Aquí en Colonia hay una isla que se llama Antonio López y nadie sabe por qué se llama así, estoy detrás de ese dato. Todos los días cuando corro la veo y me desvive saber quién era Antonio López.
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“Siempre digo: ‘Desconfiá de todo’. Desconfiar es parte de la curiosidad y uno tiene que encontrar la verdad por sí mismo”
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MP: Contanos de tus libros y su contenido… 
MDB: Lo primero que hicimos fue un coleccionable de batallas que hicieron historia. Consistió en 24 fascículos muy visuales que cuentan la historia de distintas batallas. Luego, asesoré una colección que se llamó 100 Objetos, 100 Historias. En este caso, se contaba la historia de objetos de museo; era como un catálogo de museo y la idea era mostrar que la pieza le habla a la gente y que tiene una historia detrás. Después, escribí un libro sobre Invasiones Inglesas.

Luego, con Juan Carlos Luzuriaga, trabajamos en un libro que se llamó Las Batallas de Artigas. Contamos la historia militar de la campaña artiguista de 1811 a 1820, cómo se peleaba en la época de Artigas, cómo se tiraba un cañón, qué era una lanza, su armamento, cómo vivía un soldado, qué comía; un poco lo cotidiano que es lo que no te cuentan los libros de historia.
Después, escribimos el libro sobre la campaña arqueológica por la que fuimos a Paraguay y que es sobre León de Palleja, esa trinchera que estaba perdida hace 148 años que era muy importante para nuestra Infantería. Nadie sabía dónde estaba y siempre se hablaba, fue donde murieron 8 mil hombres en tres días, entre ellos murió uno de los jefes más importantes que tenía Uruguay en 1866. Esa trinchera fue famosa y estaba perdida y la encontramos en el 2015.

También escribimos sobre la Batalla del Catalán, en 1817, entre los portugueses y las fuerzas de Artigas, en el departamento de Artigas.
Luego, el Atlas sobre Colonia del Sacramento que recoge cartografía universal de América del Sur, Río de la Plata y Colonia, y es un producto técnico porque no lleva un nivel intelectual muy grande. Expone mapas, hay que hacer un trabajo de recopilación y estuve como cuatro años recopilando mapas.
También soy articulista del Banco de Seguros. He escrito sobre El Salvador, que es uno de los naufragios más importantes en el Río de La Plata, en Punta del Este a la altura de la parada 10 de la Mansa. Es el más trágico, unos 600 muertos.
Este año escribí  en el almanaque del Banco de Seguros del 2017 sobre la Inquisición en Colonia del Sacramento.
 
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MP: ¿Cómo?; ¿Hubo “caza de brujas” en Colonia del Sacramento? 
MDB: Sí. La Inquisición es un proceso que se dio tanto en la Iglesia Católica como en la Protestante, que iba contra los infieles aquellos que procesaban y que estuvieran en contra de los ideales cristianos. Los quemaban en la hoguera o le hacían procesos. 

La Inquisición era la entidad de la Iglesia compuesta por obispos y ciudadanos y juzgaban a las personas, ya sea por blasfemar contra la Iglesia, por tener conductas sexuales diferentes, por ser judíos, etcétera.  En Colonia hubo dos tipos de Inquisición, la española y la portuguesa. En el Río de la Plata, la más fuerte fue la Inquisición portuguesa, si bien en América la peor fue la española.  En Colonia había inquisidores, el más importante de todos fue J. Da Costa Quintao,  conocido como “Quintón”. Era un personaje por ser el recaudador de la Hacienda Real Portuguesa, estamos hablando de 1722, y un tipo de mucho poder. 

De tanto poder, obtuvo más campos que el gobernador de Colonia, Pedro Gómez de Figueredo.  Este inquisidor tenía la facultad de acusar a cualquiera y hacerle un autoprocesamiento e incautarle sus propiedades y  pertenencias. Era un hombre de temer.  Aquí, hay un paraje en la zona que se llama Quintón y también hay un arroyo Quintón. Allí tenía su quinta. Este inquisidor había comprado el cargo de patente de la Santa Inquisición y llegó a juzgar hasta a los mismos gobernadores.

 A uno lo juzgaron porque no iba a misa hacía más de dos años, porque no se arrodillaba ante la imagen del Santísimo Sacramento y, a su vez, porque cruzaba las piernas en misa. Si bien aquí no quemaban en la hoguera, llegaron a deportar a gente de Colonia, mandándola a Angola; la desterraban y moría allá.  Los desterrados y los delitos más graves juzgados en Colonia eran por hechos sexuales.  Pero la Inquisición también tenía herramientas, en Colonia tenía dos horcas, una en el Barrio Histórico y otra en el Real de San Carlos, si bien no hay detalles de que se haya ahorcado a nadie.
 
Contacto
Marcelo Díaz Buschiazzo
diazmarcelo@hotmail.com

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Big Grin Big Grin Big Grin
Excelente entrevista
(05-27-2017, 02:01 PM)Foxbat escribió: [ -> ]Excelente entrevista

Conozco personalmente al mayor Diaz y te puedo asegurar que es tal cual, un apasionado de la historia militar que supo combinar con un excelente despempeño como militar.

Sus conferencias, particularmente sobre la historia militar de Colonia del Sacramento son muy interesantes.

Big Grin Big Grin Big Grin
Muy buena la nota y atrapante el tema. Voy a tratar de hacerme de alguna de esas publicaciones ya que me interesan los temas histórico tanto nacionales como internacionales. Tengo algunos libros de batallas de las guerras napoleónicas y de la primera y segunda guerra mundial, así como de Corea y Vietnam, pero nada sobre nuestro país, ahí estoy en falta
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